Harlan Coben - La promesa

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Han pasado seis años desde que el agente Myron Bolitar hizo de superhéroe. En seis años no ha dado ni un puñetazo. No ha tenido en la mano, y mucho menos disparado, una pistola. No ha llamado a su amigo Win, el hombre más temible que conoce, para que le ayude o para que le saque de algún lío. Todo eso está a punto de cambiar… debido a una promesa. El año académico está llegando al final. Las familias esperan con ansia noticias de las universidades. En esos últimos momentos de tensión del instituto, algunos chicos cometen el muy común y muy peligroso error de beber y conducir. Pero Myron está decidido a ayudar a los hijos de sus amigos a mantenerse a salvo, y hace que dos chicas del vecindario le hagan una promesa: si alguna vez están en un apuro pero temen llamar a sus padres, le llamarán a él. Unas noches después, recibe una llamada a las dos de la madrugada, y fiel a su palabra, Myron recoge a una de las chicas en el centro de Manhattan y la lleva a una apacible calle sin salida de Nueva Jersey donde ella dice que vive su amiga. Al día siguiente, los padres de la chica descubren que su hija ha desaparecido. Y que Myron fue la última persona que la vio. Desesperado por cumplir una promesa bien intencionada convertida en pesadilla, Myron se esfuerza por localizar a la chica antes de que desaparezca para siempre. Pero su pasado no es tan fácil de enterrar, porque los problemas siempre le han perseguido. Ahora Myron debe decidir de una vez por todas quien es y a que va a enfrentarse si quiere conservar la esperanza de salvar la vida de una jovencita.

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– Quédate aquí un segundo.

Aparcó y se fue detrás de un árbol. Win estaba allí.

– No veo el coche de Van Dyne -dijo Myron.

– Está en el garaje.

– ¿Cuánto rato hace que está en casa?

– ¿Cuánto rato hace que te he llamado?

– Diez minutos.

Win asintió.

– Vamos allá.

Myron miró hacia la casa. Estaba a oscuras.

– No hay luces encendidas.

– También lo he notado.

– ¿Ha entrado en el garaje hace diez minutos y todavía no ha encendido la luz?

Win se encogió de hombros.

Se oyó un ruido como de muela. Se abrió la puerta del garaje. Las luces de unos faros les iluminaron la cara. El coche salió zumbando. Win sacó la pistola, preparado para disparar. Myron puso una mano en el brazo de su amigo.

– Aimee podría estar dentro.

Win asintió.

El coche salió a la calle y dobló velozmente a la derecha. Pasó junto al coche aparcado, donde Erik Biel y Lorraine Wolf esperaban detrás. El Toyota Corolla de Drew vaciló y después aceleró.

Myron y Win corrieron al coche. Myron subió al asiento del conductor, Win al del pasajero. Detrás, Erik Biel sostenía la pistola apuntando a Lorraine Wolf.

Win se volvió y sonrió a Erik.

– Hola -dijo.

Alargó una mano como si fuera a estrechar la de Erik, pero le arrancó la pistola de la mano. Sin más. Un segundo antes Erik Biel tenía una pistola en la mano. En ese momento, no.

Myron puso el coche en marcha cuando el vehículo de Van Dyne desaparecía a la vuelta de la esquina. Win miró la pistola con el ceño fruncido y la vació.

La caza había empezado. Y no duraría mucho.

51

No era Drew Van Dyne quien conducía el coche, sino Jake Wolf.

Iba a toda velocidad. Hizo algunos giros bruscos. Les llevaba una buena ventaja. Sólo condujo un par de kilómetros. Llegó al viejo Roosevelt Mall, dio la vuelta a toda velocidad y paró. Caminó, cruzando los campos de fútbol a oscuras en dirección al Livingston High School. Se imaginaba que Myron Bolitar le seguía, pero creía que le llevaba suficiente ventaja.

Oyó el ruido de la fiesta. Unos pasos más y empezó a ver las luces. El aire nocturno le sentó bien. Jake observó los árboles, las casas, los coches en las entradas. Le encantaba esa ciudad, vivir allí.

Al acercarse más, oyó las risas. Pensó en lo que hacía allí. Tragó saliva y se colocó detrás de una hilera de pinos de la propiedad vecina. Encontró un punto entre ellos y miró hacia la carpa.

Distinguió a su hijo inmediatamente.

Siempre le pasaba lo mismo con Randy. Nunca se le escapaba. Destacaba en cualquier circunstancia. Jake recordaba haber ido al primer partido de fútbol de Randy cuando el niño iba a primero. Debía de haber trescientos o cuatrocientos niños, todos corriendo y saltando como moléculas acaloradas. Había llegado tarde, pero tardó unos segundos en localizar a su radiante hijo en las olas de tantos niños iguales, como si un foco cenital iluminara cada uno de sus pasos.

Jake Wolf se limitó a observar. Su hijo hablaba con un grupo de compañeros. Se reían por algo que había dicho. Jack sintió que se le humedecían los ojos. Pensó que la culpa se repartía entre muchos. Intentó recordar cómo había empezado. Tal vez con el doctor Crowley. El maldito profesor de historia se hacía llamar doctor. Menuda mierda pretenciosa.

Crowley era un hombre bajito e insignificante con cuatro cabellos y los hombros hundidos. Odiaba a los atletas. Se podía oler la envidia a la legua. Crowley veía a alguien como Randy, tan guapo y atlético y especial, espejo de sus propios fallos en la adolescencia.

Así fue como empezó todo.

Randy había hecho un trabajo estupendo sobre la Ofensiva Tet para la clase de historia de Crowley, y él le había puesto una C baja, una maldita C baja. Un amigo de Randy, un chico llamado Joel Fisher, había sacado una A. Jake leyó ambos trabajos. El de Randy era mejor. No sólo era cosa suya. Los leyó a varias personas, sin decirles cuál es cual.

– ¿Cuál es mejor? -preguntó.

Y casi todos estaban de acuerdo con él. El C bajo, superior.

Puede parecer algo sin importancia, pero no lo era. Ese trabajo representaba tres cuartos de la nota. El doctor Crowley dejó a Randy fuera del cuadro de honor durante todo el semestre, pero, algo peor, le dejó fuera del juego. Dartmouth lo había dejado claro, el diez por ciento mejor. Si hubiera sido una B, probablemente le habrían aceptado.

Ésa era la diferencia.

Jake y Lorraine habían ido a hablar con el doctor Crowley y le explicaron la situación. Crowley se mostró implacable. Estuvo despreciativo, disfrutando su poder, y Jake hizo un esfuerzo de voluntad para no lanzarlo por la ventana. Pero no iba a rendirse tan fácilmente. Contrató a un detective privado que hurgara en el pasado del hombre, pero la vida de Crowley había sido patética, anodina, evidentemente poco remarcable, especialmente en comparación con el hijo de Jake que era un faro brillante… No había nada que pudiera utilizar contra él.

Así que, si Jake Wolf hubiera respetado las normas, aquello habría sido el fin. Su hijo se habría quedado sin una educación selecta por el capricho de un don nadie como Crowley.

No. Ni hablar.

Y así había empezado.

Jake tragó saliva y miró. Su hijo estaba en el centro de la fiesta: el sol y docenas de planetas en órbita. Tenía una taza en la mano. Poseía una simpatía natural. Sabía estar en todo cuanto hacía. Jake Wolf se quedó en la sombra preguntándose si habría algún modo de salvarlo. No. Era como coger agua con la mano. Había intentado parecer seguro frente a Lorraine. Pensaba que tal vez podría dejar el cadáver en casa de Drew Van Dayne. Lorraine limpiaría la mancha. Podría haber funcionado.

Pero había aparecido Myron Bolitar. Jake le había visto desde el garaje. Estaba atrapado. Jake esperaba dejarlo atrás, perderlos, deshacerse del cadáver en alguna parte. Pero cuando giró y vio que Lorraine estaba en el asiento trasero, supo que todo había acabado.

Había contratado a un buen abogado, al mejor. Conocía a uno en la ciudad, Lenny Marcus, un buen defensor. Le había llamado para ver si se le ocurría algo. Pero, en el fondo, ya sabía que no había nada que hacer.

Por eso estaba aquí. En las sombras. Observando a su guapo y perfecto hijo. Randy era lo único que había hecho bien en su vida, su hijo, su precioso chico, pero era suficiente. Desde la primera vez que vio al bebé en el hospital quedó cautivado. Le acompañaba siempre que podía, a todos los partidos. No era sólo para apoyarle; a menudo, durante las actividades, Jake se quedaba detrás de un árbol, escondido como ahora. Le gustaba observar a su hijo, eso era todo, perderse en ese gozo sencillo. Y a veces, al hacerlo, no podía creer lo afortunado que era, que alguien como Jake Wolf, un don nadie también en realidad, pudiera haber contribuido a crear algo tan milagroso. El mundo era cruel y horrible y tenías que hacer lo imposible por una oportunidad, pero de vez en cuando miraba a Randy y se daba cuenta de que había algo más que el horror de devorarse unos a otros, que tenía que haber algo más, un ser más elevado, porque frente a él tenía la perfección y la belleza.

– Eh, Jake.

Se volvió al oír la voz.

– Hola, Jacques.

Era Jacques Harlow, el padre de uno de los amigos íntimos de Randy y el anfitrión de la fiesta. Jacques se acercó a él. Los dos miraron la fiesta, a sus hijos, disfrutando durante casi un minuto sin hablar.

– ¿Te das cuenta de lo rápido que ha pasado? -dijo Harlow.

Jake meneó la cabeza, temeroso de hablar. Sus ojos no se apartaron de su hijo.

– ¿Qué? ¿Te vienes a tomar algo?

– No puedo. Sólo tenía que darle algo a Randy. Pero gracias.

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