Harlan Coben - La promesa

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Han pasado seis años desde que el agente Myron Bolitar hizo de superhéroe. En seis años no ha dado ni un puñetazo. No ha tenido en la mano, y mucho menos disparado, una pistola. No ha llamado a su amigo Win, el hombre más temible que conoce, para que le ayude o para que le saque de algún lío. Todo eso está a punto de cambiar… debido a una promesa. El año académico está llegando al final. Las familias esperan con ansia noticias de las universidades. En esos últimos momentos de tensión del instituto, algunos chicos cometen el muy común y muy peligroso error de beber y conducir. Pero Myron está decidido a ayudar a los hijos de sus amigos a mantenerse a salvo, y hace que dos chicas del vecindario le hagan una promesa: si alguna vez están en un apuro pero temen llamar a sus padres, le llamarán a él. Unas noches después, recibe una llamada a las dos de la madrugada, y fiel a su palabra, Myron recoge a una de las chicas en el centro de Manhattan y la lleva a una apacible calle sin salida de Nueva Jersey donde ella dice que vive su amiga. Al día siguiente, los padres de la chica descubren que su hija ha desaparecido. Y que Myron fue la última persona que la vio. Desesperado por cumplir una promesa bien intencionada convertida en pesadilla, Myron se esfuerza por localizar a la chica antes de que desaparezca para siempre. Pero su pasado no es tan fácil de enterrar, porque los problemas siempre le han perseguido. Ahora Myron debe decidir de una vez por todas quien es y a que va a enfrentarse si quiere conservar la esperanza de salvar la vida de una jovencita.

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Harry Davis tenía el paso y la sonrisa despreocupada de los que caen bien. Su aspecto físico le situaba en la categoría media, y se vestía como un profesor de instituto, es decir con poca gracia. Todas las pandillas le saludaron, y eso era significativo. Primero, los Cerebritos le estrecharon la mano y soltaron:

– ¡Hola, señor D!

¿Señor D?

Myron se detuvo. Recordó el anuario de Aimee, sus profesores favoritos: la señorita Korty…

…y el señor D.

Davis siguió caminando. Los Góticos fueron los siguientes. Le saludaron con pequeños gestos, demasiado puestos para hacer mucho más. Cuando se acercó a los Deportistas, varios chocaron los cinco con él:

– ¡Qué hay, señor D!

Harry Davis se paró y se puso a hablar con uno de los Deportistas. Los dos se apartaron un poco de la pandilla. La conversación parecía animada. El chico llevaba una chaqueta universitaria con un equipo de fútbol detrás y las letras QB de quarterback en la manga. Algunos de los chicos le llamaron:

– Eh, Farm.

Pero el quarterback estaba enfrascado hablando con el profesor. Myron se acercó más para verlos mejor.

– Vaya, vaya -dijo Myron para sus adentros.

El chico que hablaba con Harry Davis -ahora Myron le veía con claridad, la perilla en la barbilla, los cabellos rasta- no era otro que Randy Wolf.

29

Myron pensó en su siguiente movimiento: ¿dejarlos hablar o enfrentarse a ellos entonces? Miró su reloj. Estaba a punto de sonar el timbre. Entonces tanto Davis como Randy Wolf entrarían y les perdería hasta el final del día.

Hora de actuar.

Cuando Myron estaba a unos tres metros de ellos, Randy le vio. El chico abrió los ojos con algo parecido al reconocimiento. Randy se apartó de Harry Davis. Davis se volvió para ver qué pasaba.

Myron los saludó con la mano.

– Hola.

Los dos se quedaron parados como si les hubieran deslumbrado con un foco.

– Mi padre me dijo que no debía hablar con usted -dijo Randy.

– Pero tu padre no llegó a conocerme. En realidad, soy una buena persona. -Myron saludó al desorientado profesor-. Hola, señor D.

Estaba casi a su lado cuando oyó una voz detrás de él.

– Es suficiente.

Myron se volvió. Dos policías de uniforme se pusieron delante de ellos. Uno era alto y desmadejado. El otro era bajo, con los cabellos largos, oscuros y rizados y un bigote poblado. El bajo parecía salido de un especial de éxitos de los ochenta.

– ¿Adónde cree que va? -dijo el alto.

– Esto es propiedad pública. Y ando por aquí.

– ¿Se está quedando conmigo o qué?

– ¿Usted cree?

– Se lo repito, listillo. ¿Adónde cree que va?

– A clase -dijo Myron-. Hay un examen final de álgebra que me lleva loco.

El alto miró al bajo. Randy Wolf y Harry Davis se intercambiaron otra mirada sin mediar palabra. Algunos alumnos empezaron a observar y a formar corrillos. Sonó el timbre. El agente alto dijo:

– Venga, no hay nada que ver aquí. Dispersaos, todos a clase.

Myron señaló a Wolf y a Davis.

– Tengo que hablar con ellos.

El agente alto no le hizo caso.

– A clase. -Después miró a Randy y añadió-: Todos.

Los chicos se dispersaron y fueron alejándose. Randy Wolf y Harry Davis se fueron también. Myron se quedó solo con los dos agentes.

El alto se acercó a él. Tenían la misma estatura, pero Myron pesaba de diez a quince kilos más.

– No se acerque más a este instituto -dijo lentamente-. No hable con ellos. No haga preguntas.

Myron lo pensó. ¿No haga preguntas? Eso no es lo que se le dice a un sospechoso.

– ¿Que no haga preguntas a quién?

– No pregunte nada a nadie.

– Eso es muy vago.

– ¿Cree que debería ser más concreto?

– Eso ayudaría, sí.

– ¿Ya está haciéndose el listo otra vez?

– Sólo pedía una aclaración.

– Eh, enteradillo. -Era el poli bajo salido de los éxitos de los ochenta. Sacó la porra y la levantó-. ¿Es esto bastante aclaración?

Ambos policías sonrieron a Myron.

– ¿Qué pasa? -El bajito con el bigote poblado golpeaba la porra contra la palma de la mano-. ¿El gato se le ha comido la lengua?

Myron miró primero al poli alto y después al bajo del bigote y dijo:

– Ha llamado Darryl Hall. Quería saber si la reunión para la gira seguía en pie.

Las sonrisas se desvanecieron.

El alto dijo:

– Las manos detrás de la espalda.

– Qué, ¿me va a decir que no es igualito que John Oates?

– ¡Las manos detrás de la espalda!

– ¿Hall y Oates? *«Sarah Smile». «She's Gone».

– ¡Rápido!

– No es un insulto. A muchas chicas les chifla John Oates, estoy seguro.

– ¡Dese la vuelta!

– ¿Por qué?

– Voy a esposarle. Queda arrestado.

– ¿Con qué cargo?

– Agresión y violencia.

– ¿Contra quién?

– Jake Wolf. Nos dijo que se había metido en su casa y le había agredido.

Bingo.

Sus pullas habían funcionado. Ahora sabía por qué le seguían aquellos polis. No era porque fuera sospechoso de la desaparición de Aimee. Era porque Big Jake Wolf les había presionado.

El plan no había salido del todo bien. Iban a arrestarle.

El poli John Oates sacó las esposas, preparándose para colocárselas en las muñecas. Myron miró al alto. Parecía un poco nervioso y movía los ojos. Decidió que era una buena señal.

El bajo le arrastró de las esposas hasta el mismo Chevy gris que le había seguido desde su casa y le empujó al asiento de atrás, intentando que se golpeara con el marco de la puerta, pero él estaba preparado y se agachó. En el asiento delantero vio una cámara con teleobjetivo, como había dicho Win.

Mmm. Dos polis que sacaban fotos, le seguían desde su casa, le impedían hablar con Randy, le esposaban… Big Jake tenía influencias.

El alto se quedó fuera y se paseó. Aquello iba demasiado rápido para él. Myron decidió que podía aprovecharlo. El bajo de bigote poblado y cabello oscuro rizado se sentó a su lado y sonrió.

– Me gusta mucho «Rich Girl» -dijo Myron-. Pero «Private Eyes»… no sé, ¿de qué iba esa canción? «Ojos privados, que te miran.» Francamente, ¿no te miran todos los ojos? Públicos, privados, todos.

El genio del bajo se disparó más deprisa de lo que había esperado.

Le lanzó un golpe a la tripa. Myron estaba preparado. Una de las lecciones que había aprendido con los años era a encajar un puñetazo. Era crucial si ibas a verte envuelto en un enfrentamiento físico. En una pelea de verdad, casi siempre recibes, por muy bueno que seas. La reacción psicológica decide a menudo el resultado. Si no sabes qué esperar, te arrugas y te encoges. Te pones demasiado a la defensiva. Dejas que el miedo te posea.

Si el puñetazo se dirige a la cabeza, hay que intentar esquivarlo. No permitir que el golpe dé de lleno, sobre todo en la nariz. Incluso un ligero ladeo de la cabeza ayuda. En lugar de recibir cuatro nudillos, recibes sólo uno o dos, lo cual representa una gran diferencia. También hay que relajar el cuerpo, dejarlo ir. Has de apartarte del golpe, literalmente acompañarlo. Cuando el puñetazo se dirige al abdomen, especialmente si se tienen las manos esposadas a la espalda, hay que encoger los músculos del estómago, moverse y doblar la cintura para no echar la papilla. Eso fue lo que hizo Myron.

El golpe no le hizo mucho daño. Pero Myron, viendo el nerviosismo del alto, hizo una comedia que habría hecho tomar apuntes a De Niro.

– ¡Aarrrggggghhh!

– Maldita sea, Joe -dijo el alto-, ¿qué haces?

– ¡Se está burlando de mí!

Myron permaneció doblado y fingió respirar mal. Resopló, tuvo arcadas y se puso a toser incontrolablemente.

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