«Veamos -pensó Loren-, a ver si nos aclaramos.»
• 1:56 Aimee Biel utiliza el cajero del Citibank en la Calle 52, el mismo que utilizó Katie Rochester hace tres meses. Raro.
• 2:16 Aimee Biel llama a la casa de Livingston de Myron Bolitar. La llamada dura unos segundos.
• 2:17 Aimee llama a un móvil registrado a nombre de Myron Bolitar. La llamada dura tres minutos.
Asintió para sí misma. Parecía lógico que Aimee Biel probara primero en casa de Bolitar y al no obtener respuesta -eso explicaría la brevedad de la primera llamada- recurriera al móvil.
Sigamos:
• 2:21 Myron Bolitar llama a Aimee Biel. Esta llamada sólo dura un minuto.
Por lo que habían podido averiguar, Bolitar pasaba a menudo la noche en Nueva York en el piso del Dakota de Windsor Horne Lockwood III, un amigo. La policía conocía a Lockwood; a pesar de una educación lujosa y privilegiada, era sospechoso de varias agresiones y, sí, un par de homicidios. El hombre tenía la reputación más alocada que había visto Loren. Pero eso no parecía relevante en el caso que la ocupaba.
La cuestión era que probablemente Bolitar estaba en el piso de Manhattan de Lockwood. Guardaba su coche en un aparcamiento cercano. Según el vigilante nocturno, Bolitar se había llevado el coche alrededor de las 2:30.
Todavía no tenían pruebas, pero Loren estaba bastante segura de que Bolitar había ido al centro a recoger a Aimee Biel. Estaban intentando encontrar los vídeos de vigilancia de las tiendas cercanas. Puede que el coche de Bolitar saliera en alguno. Pero por ahora parecía una conclusión bastante correcta.
Más cronología temporal:
• 3:11 había un cargo en la tarjeta Visa de Bolitar de una estación de servicio Exxon en la Ruta 4, en Fort Lee, Nueva Jersey, al salir del puente Washington.
• 3:55 el pase de autopista del coche de Bolitar mostraba que había tomado la Garden State Parkway en dirección sur, cruzando el peaje del condado de Bergen.
• 4:08 el pase de autopista salía en el peaje del condado de Essex, mostrando que Bolitar seguía en dirección sur.
Eso era todo en cuanto a peajes. Podía haber cogido la Salida 145 para ir a su casa de Livingston. Loren dibujó la ruta. No tenía sentido. No irías hasta el puente Washington para volver a la autopista. Y aunque lo hicieras, no tardarías cuarenta minutos en llegar al peaje de Bergen. A esa hora de la noche, no llegaría a veinte minutos.
¿Adónde había ido Bolitar, entonces?
Volvió a la cronología temporal. Había un hueco de más de tres horas, pero a las 7:18, Myron Bolitar hizo una llamada al móvil de Aimee Biel. No hubo respuesta. Lo intenta dos veces más esa mañana. Sin respuesta. Ayer llamó al teléfono de la casa de los Biel. Ésa fue la única llamada que duró más de unos segundos. Loren se preguntó si habría hablado con los padres.
Cogió el teléfono y marcó el número de Lance Banner.
– ¿Qué hay? -preguntó él.
– ¿Has hablado con los padres de Aimee de Bolitar?
– Todavía no .
– Creo que ahora podría ser el momento -dijo Loren.
Myron tenía una nueva rutina matinal. Lo primero que hacía era coger el periódico y enterarse de las bajas de guerra. Miraba los nombres. Todos. Se aseguraba de que Jeremy Downing no estaba en la lista. Después volvía atrás y leía con calma todos los nombres otra vez, el rango, el lugar de nacimiento y la edad. Era todo lo que ponían. Pero Myron imaginaba que cada chico muerto en la lista era otro Jeremy, como aquel encantador chico de diecinueve años que vive en tu calle, porque, por simple que parezca, es así. Durante unos minutos Myron imaginaba qué significaba esa muerte, que esa vida joven, esperanzada, llena de sueños, se hubiera ido para siempre, imaginaba lo que estarían pensando los padres.
Esperaba que los líderes hicieran algo parecido. Pero lo dudaba.
Sonó el móvil de Myron. Miró el identificador. Decía dulces nalgas. Era el número de Win que no salía en la guía.
– Hola -contestó.
Sin preámbulos, Win dijo:
– Tu vuelo llega a la una .
– ¿Ahora trabajas para las líneas aéreas?
– Trabajas para las líneas aéreas -repitió Win-. Muy buena .
– ¿Qué pasa?
– Trabajas para las líneas aéreas -repitió Win-. Espera, déjame saborear esa frase un momento. Trabajas para las líneas aéreas. Hilarante .
– ¿Ya estás?
– Espera, voy a buscar un bolígrafo para apuntarlo. Trabajas. Para. Las. Líneas Aéreas .
Win.
– ¿Ya está?
– Déjame empezar de nuevo: tu vuelo llega a la una. Iré a recogerte al aeropuerto. Tengo dos entradas para el partido de los Knicks. Nos sentaremos junto a la cancha, probablemente al lado de Paris Hilton o Kevin Bacon. Personalmente, espero que sea Kevin .
– No te gustan los Knicks -dijo Myron.
– Cierto .
– De hecho, no te gustan los partidos de baloncesto. ¿Por qué…? – Myron cayó en la cuenta-. Maldita sea.
Silencio.
– ¿Desde cuándo lees la Sección de Estilo, Win?
– A la una. Aeropuerto de Newark. Nos vemos allí .
Clic .
Myron colgó y no pudo evitar sonreír. Vaya con Win. Qué elemento.
Fue a la cocina. Su padre estaba levantado preparando el desayuno. No dijo nada sobre las nupcias de Jessica. En cambio, su madre saltó de la silla, corrió hacia él, le echó una mirada que insinuaba una enfermedad terminal y le preguntó si estaba bien. Él le aseguró que estaba perfectamente.
– Hace siete años que no veo a Jessica -dijo-. No es para tanto.
Sus padres asintieron de forma que le pareció que le seguían la corriente.
Unas horas después se fue al aeropuerto. Había dado mil vueltas en la cama, pero al final se había reconciliado con la idea. Siete años. Hacía siete años que habían terminado. Y aunque Jessica era quien tenía la paella por el mango cuando estaban juntos, Myron había sido quien había puesto fin a la relación.
Jessica era el pasado. Cogió el móvil y llamó a Ali: el presente.
– Estoy en el aeropuerto de Miami -dijo.
– ¿Cómo ha ido el viaje?
La voz de Ali le llenó de calor.
– Ha ido bien.
– ¿Pero?
– Pero nada. Tengo ganas de verte.
– ¿Qué te parece a las dos? Los chicos no estarán, te lo prometo .
– ¿Qué tienes pensado? -preguntó él.
– El término técnico sería… A ver, que consulte el diccionario…, una siesta .
– Ali Wilder, eres una zorra.
– Así soy yo .
– No me va bien a las dos. Win me lleva a ver a los Knicks.
– ¿Y después del partido? -preguntó ella.
– Oye, no me gusta nada que te hagas la estrecha.
– Me lo tomaré como un sí .
– Ya lo creo.
– ¿Estás bien? -preguntó.
– Estoy perfectamente.
– Estás un poco raro .
– Intento parecer raro.
– Pues no te esfuerces tanto .
Hubo un momento de incomodidad. Quería decirle que la quería. Pero era demasiado pronto. O, con lo que había sabido de Jessica, tal vez no era el momento correcto. No quieres decir algo así por primera vez por razones equivocadas.
Así que dijo:
– Ya embarca mi vuelo.
– Hasta pronto, guapo .
– Espera, si voy por la noche, ¿seguirá siendo una siesta, o una cabezadita?
– Esa palabra es demasiado larga. No quiero perder tiempo .
– Hablando de eso…
– Hasta luego, guapo .
Erik Biel estaba sentado en el sofá y Claire, su esposa, en una silla. Loren se fijó en eso. Se diría que una pareja en esa situación preferiría sentarse cerca, consolarse mutuamente. El lenguaje corporal sugería que los dos querían estar tan lejos uno de otro como fuera posible. Podía significar una grieta en la relación. O que esa experiencia era tan dura que incluso la ternura -sobre todo la ternura- dolía de mala manera.
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