La cinta se acabó. La rebobinó y la oyó otra vez. Trabajó con un frenesí delirante y delicioso. Las lágrimas le resbalaban por las mejillas. No se las secó. En cierto momento consultó el reloj. Pronto tendría que dejarlo. Se acercaba la hora de salida de la escuela. Debía recoger a los niños. Emma tenía clase de piano. Max tenía entrenamiento de fútbol con su equipo itinerante.
Grace cogió el bolso y cerró la puerta con llave al salir.
El autor desea dar las gracias a las siguientes personas por sus conocimientos técnicos: el doctor Mitchell F. Reiter, jefe del Departamento de Cirugía de la Columna Vertebral, UMDNJ (alias «Cuz»); el doctor David A. Gold; Christopher J. Christie, fiscal del estado de Nueva Jersey; el capitán Keith Killion del Departamento de Policía de Ridgewood; el doctor Steven Miller, director de Medicina de Urgencias Pediátricas del Children's Hospital of New York Presbyterian; John Elias, Anthony Dellapelle (el no ficticio), Jennifer van Dam, Linda Fairstein y Craig Coben (alias «Bro»). Como siempre, si hay errores, técnicos o de cualquier otro tipo, la culpa es de estas personas. Estoy harto de ser el cabeza de turco.
Quiero añadir un gesto de gratitud para Carole Baron, Mitch Hoffman, Lisa Johnson y a todos los de Dutton and Penguin Group USA; Jon Woods, Malcolm Edwards, Susan Lamb, Juliet Ewers, Nicky Jeanes, Emma Noble y la panda de Orion; Aaron Priest, Lisa Erbach Vance, Bryant y Hil (por ayudarme a superar el primer bache), Mike y Taylor (por ayudarme con el segundo) y Maggie Griffin.
Es posible que el nombre de algunos personajes de este libro coincida con el de personas que conozco; aun así, son totalmente ficticios. De hecho, la novela entera es una obra de ficción. Eso significa que invento historias.
Un agradecimiento especial para Charlotte Coben por los poemas de Emma. Como suele decirse, reservados todos los derechos.
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* Por el teléfono, la profunda voz de trueno de James Earl Jones anunció: «Version Wireless, cuatro uno uno». A continuación, una campanilla. Y luego una voz de mujer: «Si desea que lo atiendan en inglés, permanezca en espera. Para español, por favor, marque el número dos». * Y en ese preciso momento, al oír la opción en español, Grace volvió a ver al hombre. Estaba en la calle. Ella lo vio por la ventana de cristal cilindrado. Seguía con la gorra y la cazadora negra. Caminaba muy tranquilo, demasiado tranquilo, incluso silbaba y agitaba los brazos. Grace se disponía a ponerse en marcha otra vez cuando algo -algo en la mano del hombre- le heló la sangre. No podía ser. Tampoco esta vez cayó en la cuenta de inmediato. La imagen, el estímulo que el ojo enviaba al cerebro, no era computable, la información provocaba una especie de cortocircuito. Como en el caso anterior, no duró mucho. Sólo un segundo o dos. Grace dejó caer a un lado la mano que sujetaba el móvil. El hombre siguió caminando. El terror -un terror que nunca había experimentado antes, un terror tal que a su lado la Matanza de Boston parecía un viaje en una atracción de feria- cobró forma sólida y le golpeó el pecho. El hombre ya casi había desaparecido de su vista. Sonreía. Seguía silbando. Seguía agitando los brazos. Y en la mano, en la mano derecha, la mano más cercana a la ventana, llevaba una fiambrera de Batman.
En español en el original. (N. de los T.)
*En inglés, «apretujado». (N. de los T.)