Harlan Coben - Sólo una mirada

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El mundo de una madre de clase media se desmorona por culpa de una simple instantánea. Cuando Grace Lawson recoge unas fotos de la familia recién reveladas descubre una, de hace al menos veinte años, en la que aparecen cinco personas. Grace no reconoce a cuatro de ellas, pero la quinta guarda un sorprendente parecido con su marido, Jack. Cuando éste ve la foto, niega ser él. Mas esa noche, mientras Grace lo espera en la cama, se marcha en coche sin dar explicación alguna y llevándose la foto. Conforme transcurren los días, ella duda cada vez más de sí misma y de su matrimonio y se plantea muchas preguntas acerca de su esposo.

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La Glock seguía en la funda sujeta al tobillo.

Ahora sentía su presencia constantemente. El arma parecía llamarla, burlándose de ella, tan cerca y sin embargo tan fuera de su alcance.

Grace tendría que buscar una manera de cogerla. No le quedaba más remedio. Ese hombre iba a matarlos. De eso estaba segura. Antes quería sonsacarle información -por lo pronto, de dónde salió la foto-, pero en cuanto la tuviera, en cuanto se diera cuenta de que ella decía la verdad, los mataría a los dos.

Tenía que coger la pistola.

El hombre la miraba sin cesar. No le dejaba el menor resquicio. Grace reflexionó. ¿Esperaba a que él detuviera el coche? Eso ya lo había intentado antes, y no le había salido bien. ¿Se lanzaba sin más? ¿Se arriesgaba a sacarla allí mismo? Era una posibilidad, pero dudaba mucho que fuese lo bastante rápida. Tenía que levantarse la pernera del pantalón, desabrochar la tira de seguridad, coger la pistola, sacarla… ¿y todo eso antes de que él reaccionara?

Imposible.

Se planteó intentarlo lentamente. Podía bajar las manos un poco hacia el lado. Levantarse la pernera despacio. Fingir que se rascaba.

Grace se movió en el asiento y bajó la vista hacia la pierna. Y entonces sintió que el corazón le subía a la garganta…

La pernera se le había levantado.

La funda. Estaba a la vista.

El pánico se apoderó de ella. Dirigió una mirada furtiva a su captor, esperando que no la hubiera visto. Pero la había visto. Tenía los ojos abiertos de par en par. Le miraba la pierna.

Ahora o nunca.

Pero incluso mientras extendía los brazos, se dio cuenta de que no tenía la menor posibilidad. Le era absolutamente imposible alcanzar la pistola a tiempo. Su captor le apoyó otra vez la mano en la rodilla y apretó. El dolor la sacudió violentamente, dejándola casi inconsciente. Gritó. Con el cuerpo rígido, dejó caer las manos, ya inútiles.

Él la tenía.

Grace se volvió hacia él, lo miró a los ojos y no vio nada. Entonces, sin previo aviso, algo se movió detrás. Grace lanzó un grito ahogado.

Era Jack.

Había conseguido levantarse en el asiento trasero como una aparición. El hombre se volvió, más por curiosidad que por preocupación. Al fin y al cabo, Jack tenía las manos y los pies atados. Estaba exánime. ¿Qué daño podía hacer?

Con los ojos desorbitados y aspecto de animal, Jack echó la cabeza atrás y luego hacia delante con fuerza. Cogió al hombre desprevenido. La cabeza de Jack fue a topar contra su mejilla derecha. Se oyó un ruido sordo, hueco. El coche se detuvo de un frenazo. El hombre soltó la rodilla a Grace.

– ¡Corre, Grace!

Era la voz de Jack. Grace se dispuso a coger la pistola. Desabrochó la tira de seguridad. Pero el hombre ya se había enderezado.

Con una mano agarró a Jack por el cuello. Dirigió la otra hacia la rodilla de Grace. Ella se apartó. Él volvió a intentarlo.

Grace sabía que no tenía tiempo de alcanzar la pistola. Jack ya no podría ayudarla. Había agotado todas sus fuerzas, se había sacrificado, para ese único testarazo.

Y todo para nada.

El hombre asestó otro golpe a Grace en las costillas. La atravesaron cuchillos al rojo vivo. Una sensación de náusea le recorrió el cuerpo. Sintió que se desvanecía…

No podría aguantar…

Jack intentó arremeter de nuevo. Pero para el asiático era poco más que una molestia; le apretó el cuello. Jack emitió un sonido y se quedó quieto.

El asiático se volvió otra vez hacia ella. Grace cogió el tirador de la puerta.

El hombre la agarró por el brazo.

Grace no podía moverse.

Jack, sin fuerzas, dejó caer la cabeza y la deslizó por el hombro del asiático. La detuvo en el antebrazo. Y allí, con los ojos cerrados, abrió la boca y mordió con fuerza.

El hombre dejó escapar un alarido y soltó a Grace. Empezó a sacudir el brazo, intentando zafarse de Jack. Éste apretó más los dientes, aferrándose como un bulldog. El asiático lo golpeó en la cabeza con la palma de la mano libre. Jack se desplomó.

Grace accionó el tirador y recostó el cuerpo contra la puerta.

Se cayó del coche y fue a dar en el pavimento. Se alejó rodando, dispuesta a cualquier cosa con tal de apartarse de su captor. De hecho, llegó rodando hasta el otro carril de la autovía. Un coche la esquivó.

«¡Coge la pistola!»

Tendió de nuevo la mano. La tira ya estaba desabrochada. Se volvió hacia el coche. El hombre estaba saliendo. Se levantó la camisa. Grace vio su pistola. Lo vio cogerla. La pistola de Grace salió de la funda.

Ya no cabía la menor duda. No había ningún dilema ético. No tenía sentido plantearse si debía gritar o avisar, decirle que se detuviera, pedirle que pusiera las manos detrás de la cabeza. Ya no era cuestión de indignación moral. Ni de cultura, humanidad, años de civilización o educación.

Grace apretó el gatillo. La pistola se disparó. Volvió a apretarlo. Y otra vez. El hombre se tambaleó. Volvió a apretar. El sonido de las sirenas aumentó de volumen. Y Grace disparó una vez más.

49

Acudieron dos ambulancias. Una se llevó a Jack antes de que Grace pudiese siquiera verlo. Dos auxiliares médicos la atendieron a ella. Se movían sin cesar, haciendo preguntas mientras trabajaban, pero ella no registró sus palabras. La sujetaron con correas a una camilla y la llevaron a la ambulancia. Perlmutter ya había llegado.

– ¿Dónde están Emma y Max? -preguntó ella.

– En la comisaría. Están bien.

Una hora después Jack estaba en el quirófano. Fue lo único que le dijeron a Grace. Que estaba en el quirófano.

El joven médico realizó diversas pruebas a Grace. Efectivamente, tenía las costillas rotas, pero para eso poco podía hacerse. El médico le aplicó una venda elástica y le administró una inyección. El dolor empezó a remitir. Un traumatólogo le examinó la rodilla y se limitó a menear la cabeza.

Perlmutter fue a verla a su habitación y la asaeteó a preguntas. Grace las contestó casi todas. Respecto a ciertos temas se mostró intencionadamente vaga. No era que quisiese ocultar nada a la policía. O tal vez… bueno, tal vez sí.

Perlmutter también se mostró bastante vago. Su captor muerto se llamaba Eric Wu. Había estado en la cárcel. En Walden. Eso no sorprendió a Grace. Wade Larue también había cumplido condena en Walden. Todo guardaba relación. Esa vieja foto. El grupo de Jack, Allaw. La banda de Jimmy X. Wade Larue. Y sí, incluso Eric Wu.

Perlmutter eludió casi todas las preguntas de Grace. Ella no insistió. Scott Duncan también estaba en la habitación; se quedó en un rincón, sin hablar.

– ¿Y ustedes cómo han sabido que yo estaba con Eric Wu? -inquirió Grace.

A Perlmutter no le importó contestar a esa pregunta.

– ¿Conoce a Charlaine Swain?

– No.

– Su hijo Clay va a Willard.

– Ah, sí, ya sé quién es.

Perlmutter le contó a Grace el calvario por el que pasó la propia Charlaine Swain por culpa de Eric Wu. Se explayó al respecto, a propósito, pensó Grace, para poder callarse el resto. Sonó el móvil de Perlmutter. Se disculpó y salió al pasillo. Grace se quedó a solas con Scott Duncan.

– ¿Qué piensan? -preguntó ella.

Scott se acercó.

– La teoría más extendida es que Eric Wu trabajaba para Wade Larue.

– ¿Y cómo han llegado a esa conclusión?

– Saben que hoy has ido a la rueda de prensa de Larue, así que ésa es la primera razón. Wu y Larue no sólo coincidieron en Walden, sino que además compartieron celda unos tres meses.

– ¿Y cuál es la segunda razón? -preguntó ella-. ¿Qué creen que pretendía Larue?

– Venganza.

– ¿De quién?

– De ti, para empezar. Tú declaraste en contra de él.

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