David Baldacci - Control Total

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Cuando Sidney Archer despidió a su marido, el cual iba a tomar un avión rumbo a Los Ángeles, no podía sospechar que para ella comenzaba una nueva vida.
En primer lugar, el avión se estrelló; las investigaciones posteriores revelaron que había sido víctima de un sabotaje; después descubrió que su marido había supuestamente robado secretos de la empresa en la que trabajaba para venderlos a la competencia.
Pero con todo ello, apenas si habían comenzado sus tribulaciones: las múltiples sospechas que recaen sobre su marido colocan a Sidney en el punto de mira del FBI, que la considera cómplice de él. Pero además, la convierten en objetivo de una cacería implacable, un acoso en el que todos los caminos que llevan a ella están sembrados de cadáveres. El trofeo: controlar las redes de información del siglo XXI.

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La atención de los hombres reunidos junto al ala se centraba en el lugar donde se había separado del fuselaje. Los bordes irregulares aparecían quemados y ennegrecidos y, lo más importante, el metal se torcía hacia fuera, como reventado, con cortes y picaduras en la plancha. Las causas que podían provocar estas señales no eran muchas y, entre ellas, el estallido de una bomba parecía la más probable. Cuando Lee Sawyer había visto el ala, lo primero que había llamado su atención era esa zona.

George Kaplan meneó la cabeza con una expresión de disgusto.

– Tienes razón, Lee. Los cambios en el metal sólo pueden haber sido provocados por una onda expansiva tremenda pero de muy corta duración. Algo explotó aquí dentro. Es para cabrearse. Instalamos detectores en los aeropuertos para que ningún cabrón pueda meter un arma o una bomba a bordo, y ahora esto. ¡Joder!

Lee Sawyer se acercó un poco más y se arrodilló junto al borde del ala. Aquí estaba él, a punto de cumplir los cincuenta años, con casi veinticinco de servicio en el FBI, y una vez más le tocaba revisar los catastróficos resultados de la locura humana.

Había trabajado en el desastre de Lockerbie, una investigación de proporciones gigantescas que había conseguido atrapar a los culpables a partir de las pruebas microscópicas obtenidas de los restos del vuelo 103 de Pan American. En las explosiones aéreas las pistas nunca eran «grandes». Al menos eso era lo que el agente especial Sawyer había creído hasta ahora.

Paseó la mirada por los restos sin perder detalle antes de fijarse una vez más en el hombre de la NTSB.

– Así, a primera vista, ¿cuáles te parecen las explicaciones más probables, George?

Kaplan se rascó la barbilla con expresión ausente.

– Sabremos mucho más cuando recuperemos las cajas negras, pero tenemos un resultado claro: el ala se desprendió del avión. Sin embargo, estas cosas no suceden porque sí. No estamos muy seguros de cuándo ocurrió, pero el radar indicó que una parte grande del avión, ahora sabemos que fue el ala, se desprendió en pleno vuelo. Desde luego, cuando ocurrió no había ninguna posibilidad de recuperación. La primera explicación sería algún tipo de fallo estructural por culpa de un diseño defectuoso. Pero el L800 es lo más nuevo en aeronáutica y el fabricante es uno de los líderes del sector, así que las posibilidades de esa clase de fallo son tan remotas que no perdería el tiempo en investigarlo. Después tenemos la fatiga del metal. Pero este avión apenas si había hecho dos mil ciclos: despegues y aterrizajes; era prácticamente nuevo. Además, de los accidentes por fatiga del metal que hemos visto en el pasado la parte afectada siempre era el fuselaje porque, al parecer, la constante contracción expansión de la cabina por la presurización y despresurización de la cabina contribuye al problema. Las alas no están presurizadas. Así que eliminemos la fatiga del metal. Echemos una ojeada a las condiciones ambientales. ¿Un rayo? Los aviones son alcanzados por rayos mucho más de lo que la gente cree. Sin embargo, los aviones están equipados para ese problema, y como el rayo necesita un contacto en tierra para hacer daño en serio, lo más que le puede pasar a un avión en vuelo son algunas quemaduras en la cubierta. Además, no se han recibido informes de rayos en la zona durante la mañana del accidente. ¿Pájaros? Muéstrame un pájaro que vuele a doce mil metros de altura y que sea lo bastante grande como para arrancarle un ala a un L800 y ya hablaremos. Y tampoco chocó contra otro avión. De eso estoy seguro.

La voz de Kaplan iba subiendo de tono con cada palabra. Hizo una pausa para recuperar el aliento y una vez más echó una ojeada a los restos.

– Y todo esto ¿dónde nos lleva, George? -preguntó Sawyer con voz calmosa.

Kaplan miró a su amigo y suspiró.

– Ahora consideremos un posible fallo mecánico o un fallo estructural ajeno al diseño. Las catástrofes aéreas por lo general surgen de dos o más fallos que se producen casi al mismo tiempo. Escuché la grabación de las comunicaciones entre el piloto y la torre de control. El capitán envió un mensaje de auxilio varios minutos antes de estrellarse, aunque quedó claro que no sabía qué había pasado. El radiofaro de respuesta del avión continuó rebotando las señales de radar hasta el impacto; por lo tanto, sabemos que algunos de los sistemas eléctricos funcionaron hasta entonces. Pero digamos que una de las turbinas se incendió al mismo tiempo que se producía una fuga de combustible. La mayoría supondría que con la fuga de combustible y la turbina en llamas habría una explosión y adiós el ala. O quizá no se llegó a producir la explosión, aunque por lo que se ve sí la hubo. El fuego habría ablandado el larguero hasta que se partió y el ala se desprendió. Eso tal vez explicaría lo que suponemos que le pasó al vuelo 3223, al menos en este momento. -Kaplan no parecía muy convencido.

– ¿Pero? -le preguntó Sawyer.

Kaplan se frotó los ojos. Su rostro reflejaba la frustración que sentía.

– No hay ninguna prueba de que la maldita turbina funcionara mal. Excepto por los daños obvios causados por el impacto contra el suelo y los desechos que se tragó de la explosión inicial, nada me induce a creer que un fallo de la turbina tuviera algo que ver con el accidente. Si hubo un incendio en la turbina, los procedimientos normales indican cortar el suministro de combustible al motor averiado y después cortarle la corriente. Las turbinas del L800 están equipadas con detectores de fuego automáticos y sistemas de extinción. Y, lo que es más importante, están montadas bajas, de forma que las llamas no lleguen a las alas o el fuselaje. Así que incluso si se producen dos catástrofes al unísono, una turbina incendiada y la fuga de combustible, las características del aparato y las condiciones ambientales reinantes a una altura de doce mil metros y a una velocidad de ochocientos kilómetros por hora, asegurarían que ambas no se uniesen. -Tocó el ala con la punta del pie-. Lo que digo es que no me jugaría la paga a que una turbina defectuosa tumbó a este pájaro. Hay algo más.

Kaplan se arrodilló una vez más junto al borde dentado del ala.

– Como ya te he dicho, hay una prueba clara de una explosión. Cuando revisé el ala por primera vez, pensaba en algún tipo de artefacto explosivo improvisado. Podría ser Semtex conectado a un temporizador o a un altímetro. El avión llega a una altura determinada y la bomba estalla. La explosión rompe la cubierta, de inmediato se produce la rotura de los remaches. Con un viento de centenares de kilómetros por hora, el ala se rompe por el punto más débil, con la misma facilidad con que te bajas la cremallera de la bragueta. Cede el larguero, y adiós. Caray, el peso de la turbina en esta sección del ala garantiza el resultado. -Hizo una pausa, al parecer con el propósito de estudiar más a fondo la parte interior del ala-. La cuestión es que tengo la impresión de que no utilizaron el detonante típico.

– ¿Por qué? -preguntó Sawyer.

Kaplan señaló en el interior del ala la parte visible del depósito de combustible cerca del panel de control. Iluminó el punto con la linterna.

– Mira esto.

Se veía con toda claridad un agujero bastante grande. Alrededor de la perforación había unas manchas marrón claro y el metal aparecía ondulado y con burbujas.

– Ya las vi antes -dijo Sawyer.

– No hay manera de que un agujero como éste se pudiera hacer solo. Y en cualquier caso, lo hubiesen visto en la revisión previa antes de que despegara el avión -señaló Kaplan.

Sawyer se calzó los guantes antes de tocar el metal.

– Quizá se produjo durante la explosión.

– Si fue así, es el único lugar donde ocurrió. No hay otras marcas como éstas en esta sección del ala, aunque hay combustible por todas partes. Eso excluye la explosión como causa. Pero creo que pusieron algo en la pared del tanque de combustible. -Kaplan hizo una pausa y se frotó las manos, nervioso-. Creo que pusieron algo con toda intención para hacer el agujero.

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