– Supongo que el número de Pounds no está en la guía.
– Exacto. Eso aumentaba la posibilidad de que fuera alguien del departamento.
Bosch pensó en ello.
– No necesariamente. Sólo tenía que ser alguien con contactos con gente del ayuntamiento. Gente que podía conseguir ese número con una llamada. Debería hacer correr la voz. Garantizar la impunidad a cualquiera que diga que proporcionó el número. Decir que no se le castigará si dice el nombre de la persona a quien se lo dio. Es a él a quien busca. Existen posibilidades de que quien dio el número no supiera lo que iba a ocurrir.
Irving asintió.
– Es una idea. En el departamento hay cientos de personas que podían conseguir ese número. Podría ser la única forma de proceder.
– Cuénteme más de Pounds.
– Fuimos directamente a trabajar en el túnel. El domingo los medios ya sabían que lo estábamos buscando, así que el túnel representó una ventaja para nosotros. No había helicópteros sobrevolando, molestando. Instalamos luces en el túnel.
– ¿Estaba en el coche?
Bosch estaba actuando como si no supiera nada. Sabía que si esperaba que Hinojos respetara sus confidencias, él debía respetar las que le hacía ella..
– Sí, estaba en el maletero. Y, Dios mío, era horrible. Le… Le habían arrancado la ropa. Le habían golpeado. Y… y había pruebas de tortura…
Bosch aguardó, pero Irving se había detenido.
– ¿Qué? ¿Qué le hicieron?
– Le quemaron. Los genitales, las tetillas, los dedos… ¡Dios mío!
Irving se pasó la mano por la cabeza pelada y cerró los ojos mientras lo hacía. Bosch vio que el jefe no podía borrar las imágenes de su mente. Él también tenía problemas para hacerlo. La culpa era como un objeto palpable en su pecho.
– Era como si quisieran algo de él -dijo Irving-. Pero él no podía darlo. No lo tenía y… y ellos insistieron.
De repente, Bosch sintió el ligero temblor de un terremoto y estiró el brazo hasta la mesa para equilibrarse. Miró a Irving en busca de confirmación y se dio cuenta de que no había ningún seísmo. Era él quien estaba temblando de nuevo.
– Espere un momento.
La sala se inclinó ligeramente antes de enderezarse de nuevo.
– ¿Qué pasa?
– Espere un momento.
Sin decir otra palabra, Bosch se levantó y salió por la puerta. Recorrió rápidamente el pasillo hasta el cuarto de baño de caballeros que estaba al lado de la fuente. Había alguien delante de uno de los lavabos afeitándose, pero Bosch no se tomó el tiempo de mirado. Empujó la puerta de una de las cabinas y vomitó en el inodoro, estuvo a punto de no llegar a tiempo.
Tiró de la cadena, pero sintió una nueva arcada y luego otra, hasta que se vació, hasta que no quedó en su interior otra cosa que la imagen de Pounds desnudo, muerto, torturado.
– ¿Está bien, amigo? -dijo una voz desde el exterior de la cabina.
– Déjeme solo.
– Lo siento, sólo preguntaba.
Bosch se quedó unos minutos más en la cabina, apoyado contra la pared. Finalmente, se limpió la boca con papel higiénico y tiró de la cadena. Salió de la cabina con paso indeciso y se acercó al lavabo. El otro hombre seguía allí. Ahora se estaba poniendo una corbata.
Bosch lo miró en el espejo, pero no lo reconoció. Se dobló sobre el lavabo y se limpió la cara y la boca con agua fría. Después usó toallas de papel para secarse. No se miró al espejo ni una sola vez.
– Gracias por preguntar -dijo al salir.
Irving daba la sensación de no haberse movido durante la ausencia de Bosch.
– ¿Está bien?
Bosch se sentó y sacó el paquete de cigarrillos.
– Lo siento, pero voy a fumar.
– Ya lo ha hecho antes.
Bosch encendió un cigarrillo y dio una profunda calada. Se levantó y caminó hasta la papelera de la esquina. Había un vaso de café sucio y lo cogió para usarlo de cenicero.
– Sólo uno -dijo-. Después puede abrir la puerta y ventilarlo.
– Es un mal hábito.
– Respirar en esta ciudad también lo es. ¿Cómo murió? ¿Cuál fue la herida fatal?
– La autopsia ha sido esta mañana. Paro cardiaco. La presión fue excesiva y su corazón no resistió.
Bosch se detuvo un momento. Sintió que empezaba a recuperar la fuerza.
– ¿Por qué no me cuenta el resto?
– No hay resto. Eso es todo. No había nada allí. No había pruebas en el cadáver. No había pruebas en el coche. Lo habían limpiado todo. No había por dónde empezar.
– ¿Y la ropa?
– Estaba en el maletero. No ayuda. Aunque el asesino se quedó una cosa.
– ¿Qué?
– Su placa. El cabrón se llevó su placa.
Bosch se limitó a asentir y desvió la mirada. Ambos se quedaron un rato en silencio. Bosch no podía sacarse las imágenes de la cabeza y suponía que Irving tenía el mismo problema.
– Entonces -dijo Bosch al fin-, viendo lo que le habían hecho, la tortura y todo lo demás, inmediatamente pensaron en mí. Eso sí que es un voto de confianza.
– Mire, detective, lo empujó por la ventana dos semanas antes. Teníamos un informe adicional de él según el cual lo había amenazado. ¿Qué…?
– No hubo ninguna amenaza. Él…
– No me importa si la hubo o no la hubo. Él presentó el informe. Ésa es la cuestión. Cierto o falso, hizo el informe, por consiguiente, se sentía amenazado por usted. ¿Qué se supone que teníamos que hacer? ¿No hacer caso? Sólo decir: «¿Harry Bosch? Oh, no, nuestro Harry Bosch no podría hacerlo, de ningún modo», y seguir adelante. No sea ridículo.
– De acuerdo, tiene razón. Olvídelo. ¿No le dijo nada a su mujer antes de irse?
– Sólo que alguien había llamado y que tenía que salir una hora a una reunión con una persona muy importante. No mencionó ningún nombre. La llamada se recibió el viernes por la noche.
– ¿Es exactamente así como lo contó ella?
– Eso creo. ¿Por qué?
– Porque si él lo dijo así, podría haber dos personas involucradas.
– ¿Por qué?
– Suena como si una persona lo hubiera convocado a una reunión con una segunda persona, alguien muy importante. Si esa persona hubiera hecho la llamada, entonces él le habría dicho a la mujer que tal y tal, el gran tipo importante, acababa de llamarlo y que iba a reunirse con él. ¿Entiende a qué me refiero?
– Sí. Pero quienquiera que llamara pudo usar el nombre de una persona importante como cebo para atraer a Pounds. Esa persona real podría no estar involucrada en absoluto.
– Eso también es cierto. Pero creo que se dijera lo que se dijese, tuvo que ser convincente para que Pounds saliera solo de noche.
– Tal vez era alguien a quien ya conocía.
– Tal vez, pero en ese caso probablemente le habría dicho el nombre a su mujer.
– Cierto.
– ¿Se llevó algo? Un maletín, archivos, algo.
– No que sepamos. La mujer estaba en la sala de la tele. No lo vio salir por la puerta. Hemos repasado todo esto con ella, hemos revisado toda la casa. No hay nada. Su maletín estaba en su despacho de la comisaría. Ni siquiera se lo llevó a casa. No hay por dónde empezar. Para ser sincero, usted era el mejor candidato, y ahora está descartado. Lo que me devuelve a mi pregunta. ¿Lo que usted ha estado haciendo podría tener algo que ver con esto?
Bosch no podía permitirse decirle a Irving lo que pensaba, lo que sabía instintivamente que le había ocurrido a Pounds. Aunque lo que lo detenía no era la culpa, sino el deseo de mantener la misión para sí mismo. En ese momento se dio cuenta de que la venganza era una fuerza singular, una misión solitaria, algo de lo que nunca se hablaba en voz alta.
– Desconozco la respuesta -dijo-. No le conté nada a Pounds. Pero me la tenía jurada. Eso ya lo sabe. El tipo está muerto, pero era un capullo y quería acabar conmigo. Así que podría haber estado muy atento a lo que yo hacía. Un par de personas me vieron la semana pasada. El rumor podría haberle llegado a él y podría haberle inducido a un error fatal. Él no es que fuera un investigador. Pudo haber cometido un error. No lo sé.
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