Michael Connelly - El último coyote

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La vida de Harry Bosh es un desastre. Su novia le ha abandonado, su casa se halla en un estado ruinoso tras haber sufrido los efectos de un terremoto, y él está bebiendo demasiado. Incluso ha tenido que devolver su placa de policía después de golpear a un superior y haber sido suspendido indefinidamente de su cargo, a la espera de una valoración psiquiátrica. Al principio, Bosch se resiste a al médico asignado por la policía de Los Ángeles, pero finalmente acaba reconociendo que un hecho trágico del pasado continúa interfiriendo en su presente. En 1961, cuando tenía once años, su madre, una prostituta, fue brutalmente asesinada. El caso fue repentinamente cerrado y nadie fue inculpado del crimen. Bosch decide reabrirlo buscando, sino justicia, al menos respuestas que apacigüen la inquietud que le ha embargado durante años.
El último coyote fue la cuarta novela que escribió Michael Connelly y durante diez años permaneció inédita. El hecho de que, con el tiempo, el escritor se haya convertido en un referente del género policiaco actual, así como se trate de una novela que desvela un episodio clave en la vida de Bosch, hacían imperiosa su publicación.

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– No, no puedo esperar a las seis. Si quieres decir algo, dilo ahora.

– No puedo. Dame quince minutos y vuelve a llamarme. Ahora no puedo hablar.

Hubo una pausa hasta que ella dijo:

– Entonces no podré demorarlo más, será mejor que hables.

Estaban en la salida de Barham y llegarían a su casa en diez minutos.

– No te preocupes por eso. Mientras tanto, avisa a tu director de que podrías retirar el artículo.

– No lo haré.

– Mira, Keisha, ya sé qué vas a preguntarme. Es una trampa y está mal. Has de confiar en mí. Te lo explicaré dentro de quince minutos.

– ¿Cómo sabes que es una trampa?

– Lo sé. Viene de Angel Brockman.

Cerró el teléfono y miró a Toliver.

– ¿Ves, Toliver? ¿Es esto lo que quieres hacer con tu trabajo? ¿Con tu vida?

Toliver no dijo nada.

– Cuando vuelvas, dile a tu jefe que puede meterse la edición de mañana del Times por el culo. No habrá ningún artículo. Mira, ni siquiera los periodistas se fían de los tipos de asuntos internos. Lo único que he tenido que hacer ha sido mencionar a Brockman. Empezará a dar marcha atrás cuando le diga que sé lo que está pasando. Nadie se fía de vosotros, tíos. Jerry, déjalo.

– Ah, y todo el mundo se fía de usted, Bosch.

– No todo el mundo. Pero puedo dormir por la noche y llevo veinte años en el cuerpo. ¿Crees que tú podrás hacerlo? ¿Cuánto tiempo llevas? ¿Cinco, seis años? Te doy diez, Jerry. Es lo máximo para ti. Diez y adiós. Pero parecerás uno de esos tíos que lo dejan después de treinta.

La predicción de Bosch fue recibida con un silencio pétreo. Bosch no sabía por qué se preocupaba por alguien que formaba parte del equipo que trataba de hacerle morder el polvo, pero había algo en el rostro fresco del joven policía que le invitaba a darle el beneficio de la duda.

Tomaron la última curva a Woodrow Wilson y Bosch vio su casa. También vio un coche blanco con una matrícula amarilla aparcado enfrente de ella y un hombre que llevaba un casco de construcción y estaba de pie delante de una caja de herramientas. Era el inspector de obras municipal. Gowdy.

– Mierda -dijo Bosch-. ¿Esto también es uno de los trucos de asuntos internos?

– No lo… Si lo es, yo no sé nada.

– Sí, claro.

Sin decir una palabra más, Toliver se detuvo delante de la casa y Bosch bajó con sus pertenencias recuperadas. Gowdy lo reconoció e inmediatamente se acercó mientras Toliver se alejaba del bordillo.

– Escuche, ¿no estará viviendo en esta casa? -preguntó Gowdy-. Tiene etiqueta roja. Recibimos una llamada diciendo que alguien robaba electricidad.

– Yo también he recibido la llamada. ¿Ha visto a alguien? Venía a comprobarlo.

– No me mienta, señor Bosch. He visto que ha hecho algunas reparaciones. Tiene que saber una cosa: no puede reparar esta casa, ni siquiera puede entrar. Tiene una orden de demolición y ya ha vencido. Voy a emitir una orden de ejecución y buscaré un contratista municipal que la ejecute. Recibirá la factura. No hay motivo para esperar más. Ahora, debería salir de aquí porque voy a cortar la luz y voy a poner un candado.

Se dobló para dejar la caja de herramientas en el suelo y procedió a abrirla y sacar unos cerrojos de acero inoxidable que iba a colocar en las puertas.

– Mire, tengo un abogado -dijo Bosch-. Está tratando de solucionarlo con ustedes.

– No hay nada que solucionar. Lo siento. Si vuelve a entrar ahí será objeto de arresto. Si encuentro que se han manipulado esos cerrojos, también será objeto de arresto. Llamaré a la División de North Hollywood. Ya no estoy bromeando con usted.

Por primera vez se le ocurrió a Bosch que tal vez se trataba de un show y que el hombre sólo quería dinero. Probablemente ni siquiera sabía que Bosch era policía. La mayoría de los polis no podían permitirse vivir allí arriba y no querrían hacerlo aunque pudieran. La única razón por la que Bosch se lo podía permitir era que había comprado la propiedad con un puñado de dinero que había ganado años antes gracias a un telefilme basado en un caso que él había resuelto.

– Mire, Gowdy -dijo-, sólo dígamelo, ¿vale? Soy lento en estas cosas. Dígame lo que quiere y lo tendrá. Quiero salvar la casa, es lo único que me importa.

Gowdy lo miró unos segundos y Bosch se dio cuenta de que se había equivocado. Vio la indignación en los ojos del hombre.

– Si sigue por ese camino podría acabar en la cárcel, hijo. Le voy a decir lo que voy a hacer. Voy a olvidar lo que acaba de decir. Yo…

– Mire, lo siento… -Bosch miró a la casa por encima del hombro-. Es que, no sé, la casa es lo único que tengo.

– Tiene más que eso. Simplemente no lo ha pensado. Ahora voy a darle un respiro. Le doy cinco minutos para que entre y coja todo lo que necesita. Después, voy a poner los cerrojos. Lo lamento, pero es así. Si esa casa se cae colina abajo en el próximo quizá me lo agradecerá.

Bosch asintió con la cabeza.

– Adelante. Cinco minutos.

Bosch entró y cogió una maleta del estante superior del armario del pasillo. Primero puso allí su segunda pistola, después metió toda la ropa del armario del dormitorio que le cupo. Cargó la abultada maleta hasta la cochera y volvió a entrar para llevarse más cosas. Abrió los cajones del escritorio, los vació en la cama y lo envolvió todo con sábanas.

Se pasó del límite de los cinco minutos, pero Gowdy no entró a buscarlo. Bosch oía que trabajaba con un martillo en la puerta de la calle.

Al cabo de diez minutos, había formado una gran pila de pertenencias en la cochera, incluida una caja en la que guardaba sus recuerdos y sus fotos, una caja ignífuga que contenía sus documentos financieros y personales, una pila de correo sin abrir y facturas impagadas, el equipo de música y dos cajas que contenían su colección de elepés y cedés de jazz y blues. Al mirar la pila de sus pertenencias, se sintió triste. Era mucho para meterlo en un Mustang, pero sabía que no era demasiado después de haber pasado cuarenta y cinco años en el planeta.

– ¿Ya está?

Bosch se volvió. Era Gowdy. Sostenía un martillo en una mano y un pestillo de acero en la otra. Bosch vio que enganchado en el cinturón también llevaba una cerradura.

– Sí -dijo Bosch-. Adelante.

Retrocedió y dejó que el inspector trabajara. El martilleo apenas había comenzado cuando sonó el teléfono. Se había olvidado de Keisha Russell.

– Sí, soy Bosch.

– Detective, soy la doctora Hinojos.

– Oh… Hola.

– ¿Pasa algo?

– No, eh, sí, pensaba que era otra persona. Tengo que dejar esta línea libre unos minutos. Espero una llamada. ¿Puedo llamarla yo?

Bosch miró el reloj. Eran las seis menos cinco.

– Sí -dijo Hinojos-. Estaré en el despacho hasta las seis y media. Quiero hablar de algo con usted, y saber cómo le ha ido en la sexta planta después de que yo me fuera.

– Estoy bien, la llamaré luego.

En cuanto cerró el teléfono, éste volvió a sonarle en la mano.

– Bosch.

– Bosch, estoy entre la espada y la pared y no tengo tiempo para bromas. -Era Russell. Tampoco tenía tiempo para identificarse-. El artículo explica que la investigación sobre la muerte de Harvey Pounds se ha vuelto hacia adentro y que los detectives han pasado varias horas con usted hoy. Han registrado la casa y creen que usted es el principal sospechoso.

– ¿Principal sospechoso? Ni siquiera usamos esas palabras, Keisha. Ahora estoy seguro de que has hablado con uno de esos estrábicos de asuntos internos. No sabrían cómo llevar una investigación de homicidios ni aunque el asesino les mordiera el trasero.

– No te andes por las ramas. Es muy sencillo. ¿Tienes que hacer algún comentario sobre el artículo que saldrá en el diario de mañana? Si quieres decir algo, tengo el tiempo justo para que salga en la primera edición.

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