– Lo siento, tiene razón, no debería haberlo dicho. Yo sólo… No lo sé, estaba entre la espada y la pared aquí, doctora. Cuando ocurre eso, uno a veces se olvida de quién está de su parte y quién no.
– Sí, y de manera rutinaria responde con violencia contra aquellos que percibe que no están de su lado. No me gusta verlo. Es muy, muy decepcionante.
Bosch apartó la mirada de la psiquiatra y observó la palmera de la esquina. Antes de salir de la sala, Irving la había replantado, manchándose las manos con sustrato negro. Bosch se fijó en que todavía estaba ligeramente inclinada hacia la izquierda.
– Entonces ¿qué está haciendo aquí? -preguntó-. ¿Qué quiere Irving?
– Quería que me sentara en su despacho y escuchara su entrevista por la línea de conferencias. Dijo que estaba interesado en mi evaluación de sus respuestas respecto a si creía que podía ser responsable de la muerte del teniente Pounds. Gracias a usted y a la agresión a su interrogador, no necesita que haga ninguna evaluación. En este punto está claro que es propenso a atacar a compañeros policías y que es capaz de ejercer violencia contra ellos.
– Eso es una tontería y usted lo sabe. Maldita sea, lo que he hecho aquí a ese tipo disfrazado de policía es muy diferente de lo que creen que he hecho. Está hablando de cosas que están en mundos distintos y si no lo ve, se ha equivocado de profesión.
– No estoy tan segura.
– ¿Alguna vez ha matado a alguien, doctora?
Formular la pregunta le recordó su juego de la hora de las confesiones con Jasmine.
– Por supuesto que no.
– Bueno, yo sí. Y créame que es muy diferente a darle una paliza a un pomposo con el culo del traje desgastado. Muy diferente. Si usted o ellos creen que hacer una cosa significa que puedes hacer la otra, tienen mucho que aprender.
Ambos se quedaron un rato en silencio, dejando que su rabia se retirara como la marea.
– Muy bien -dijo Bosch finalmente-. Entonces, ¿qué pasa ahora?
– No lo sé. El subdirector Irving acaba de pedirme que me siente con usted para calmarle. Supongo que está pensando qué hacer a continuación. Diría que no estoy teniendo mucho éxito en calmarlo.
– ¿Qué le dijo cuando le pidió que viniera a escuchar?
– Sólo me llamó y me explicó lo que había ocurrido y dijo que quería mi opinión de la entrevista. Tiene que entender una cosa: a pesar de sus problemas con la autoridad, él es la única persona que está de su lado en esto. No pienso que él crea sinceramente que está involucrado en la muerte de su teniente, al menos de manera directa. Pero se da cuenta de que es un sospechoso viable y que es preciso que se lo interrogue. Creo que si hubiera mantenido la compostura en la entrevista, todo esto podría haber acabado pronto para usted. Ellos habrían comprobado su coartada en Florida y habría sido el final de la historia. Yo incluso les dije que me había dicho que iba a ir a Florida.
– No quiero que comprueben mi historia. No quiero involucrar a esas personas.
– Bueno, es demasiado tarde. Sabe que está metido en algo.
– ¿Cómo?
– Cuando llamó para pedirme que viniera, mencionó el expediente del caso de su madre. El expediente del asesinato. Dijo que lo encontraron en su casa. Dijo que también encontró las pruebas almacenadas del caso.
– ¿Y?
– Y me preguntó si sabía qué estaba haciendo usted con todo eso.
– Así que sí que le pidió que revelara lo que hablamos en nuestras sesiones.
– De manera indirecta.
– A mí me parece bastante directo. ¿Dijo específicamente que era el caso de mi madre?
– Sí.
– ¿Qué le dijo?
– Le dije que no disponía de libertad para discutir nada de lo que se había hablado en nuestras sesiones. Eso no le satisfizo.
– No me sorprende.
Otra nube de silencio pasó entre ambos. Los ojos de la psiquiatra vagaron por la sala. Los de Bosch permanecieron fijos en los de ella.
– Escuche, ¿qué sabe de lo que le ocurrió a Pounds?
– Muy poco.
– Irving tiene que haberle contado algo. Usted tiene que haber preguntado.
– Dijo que encontraron a Pounds en el maletero de su coche el domingo por la tarde. Supongo que llevaba tiempo allí. Quizá un día. El jefe dijo que… el cadáver mostraba signos de tortura. Una mutilación particularmente sádica, dijo. No entró en detalles. Ocurrió antes de la muerte de Pounds. Eso lo sabían. Dijo que había sufrido mucho. Quería saber si usted era la clase de persona capaz de hacer eso.
Bosch no dijo nada. Se estaba imaginando la escena del crimen. La sensación de culpa volvió a arremeter contra él y por un momento sintió arcadas.
– Por si sirve de algo, dije que no.
– ¿Qué?
– Le dije que no era usted el tipo de hombre capaz de haber hecho eso.
Bosch asintió con la cabeza, pero sus pensamientos se hallaban otra vez a una gran distancia. Lo que le había ocurrido a Pounds se estaba aclarando y Bosch cargaba con la culpa de haber puesto las cosas en movimiento. Aunque legalmente era inocente, sabía que moralmente era culpable. Pounds era un hombre al que él despreciaba, por el que sentía menos respeto que por algunos de los asesinos que había conocido. De todos modos, el peso de la culpa era insoportable. Se pasó las manos por la cara y el pelo. Sintió un escalofrío.
– ¿Se encuentra bien? -preguntó Hinojos.
– Sí.
Bosch sacó sus cigarrillos y empezó a encender uno con su Bic.
– Harry, mejor que no lo haga. Ésta no es mi consulta.
– No me importa. ¿Dónde lo encontraron?
– ¿Qué?
– A Pounds. ¿Dónde lo encontraron?
– No lo sé. ¿Se refiere a dónde estaba el coche? No lo sé. No lo pregunté.
Hinojos lo examinó otra vez y se fijó en que la mano que sostenía el cigarrillo estaba temblando.
– Bueno, Harry, eso es todo. ¿Qué ocurre? ¿Qué está pasando?
Bosch la miró un buen rato y asintió con la cabeza.
– Vale, ¿quiere saberlo? Yo lo hice. Yo lo maté.
El rostro de ella reaccionó inmediatamente, como si hubiera visto el asesinato en primera fila, tan de cerca que le había salpicado la sangre. Era un rostro horrible. Asqueado. Y retrocedió en la silla como si necesitara unos centímetros más de separación de él.
– Usted… Quiere decir que esta historia de Florida era…
– No, no quiero decir que lo maté. No con mis manos. Me refiero a lo que he hecho, a lo que he estado haciendo. Eso lo mató. Provoqué que lo mataran.
– ¿Cómo lo sabe? No puede saber seguro que…
– Lo sé, créame. Lo sé.
Bosch apartó la mirada de la psiquiatra y la posó en una pintura que estaba encima del banco. Una escena de playa. Volvió a mirar a Hinojos.
– Es curioso… -dijo, pero no terminó. Se limitó a sacudir la cabeza.
– ¿Qué es curioso, Harry?
Bosch volvió a sentarse y la miró.
– La gente civilizada del mundo, aquellos que se ocultan detrás de la cultura y el arte y la política… e incluso la ley. Es de ésos de quienes hay que cuidarse. Tienen un disfraz perfecto. Pero son los más crueles. Es la gente más peligrosa de la tierra.
A Bosch le pareció que el día no iba a terminar nunca, que nunca iba a salir de la sala de conferencias. Después de que se fue Hinojos, llegó el turno de Irving. Entró en silencio y tomó el lugar de Brockman. Entrelazó las manos sobre la mesa pero no dijo nada. Parecía irritado. Bosch pensó que quizá había olido el humo. Eso no le preocupaba, pero el silencio era incómodo.
– ¿Qué ocurre con Brockman?
– Se ha ido. Ya ha oído que le he dicho que se lo ha cargado. Y usted también.
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