Irving Wallace - El Documento R

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El Documento R, la fantástica historia de una conspiración que pretende derogar la Ley de Derechos de los Estados Unidos y que está dirigida entre bastidores por el FBI.
En un trasfondo de creciente violencia, Wallace pone frente a frente dos fuerzas opuestas: por una parte, aquellos que tratan de modificar la Constitución para que el gobierno pueda imponer sin miramientos un programa de `ley y orden`, por otra, quienes creen que tras la Enmienda XXXV se oculta un plan de mayor alcance que tiene por fin subvertir el proceso del gobierno constitucional y reemplazarlo por un estado policíaco.
Los protagonistas de ambas posturas son Vernon T. Tynan, el poderoso director del FBI, y Christopher Collins, el nuevo secretario de Justicia, hombre ambicioso pero lleno de honradez.
Las dudas iniciales de Collins se ven reavivadas en el lecho de muerte de su predecesor, quien le pone en guardia contra el `Documento R`, clave misteriosa del futuro de toda la nación.
En su búsqueda de este vital documento, Collins se ve envuelto en una serie de sucias trampas: un intento de chantaje sexual dirigido contra él mismo, la puesta a punto de un `programa piloto` en una pequeña población cuyos habitantes han sido desposeídos de sus derechos constitucionales, dos brutales asesinatos, la revelación de un escándalo de su esposa, que hace que ésta desaparezca…
Transcurren días angustiosos y se acerca el momento en que, en California, ha de llevarse a cabo la última y decisiva votación para ratificar o rechazar la Enmienda XXXV. El destino del país depende de Collins, de su lucha a muerte con el FBI de Tynan y de su hallazgo del `Documento R`.
Por su fuerza expresiva, por la inteligente contraposición de ficción y realidad, y por la profundidad de los problemas que plantea, esta última novela de Irving Wallace será sin duda una de las obras más discutidas y elogiadas de estos últimos tiempos.

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– Tal vez no -dijo Tynan-. O tal vez sí. Vamos a ver… la conoció usted en Los Ángeles, donde ella trabajaba de modelo. Antes había vivido con su marido en…

– Madison, Wisconsin.

– ¿Eso es lo que ella le dijo? Pues le informó mal. Vivía con su marido en Forth Worth, Texas. Su marido murió en Forth Worth.

Collins retiró la silla como para ir a levantarse y dar por terminado aquel interrogatorio inquisitorial.

– Vernon, todo eso me importa un comino.

– Pues sería mejor que le importara -dijo Tynan fríamente-. ¿Sabe cómo se quedó viuda su esposa?

– Por el amor de Dios, su marido murió en un accidente.

– ¿En un accidente? ¿De veras? ¿Qué clase de accidente?

– Jamás se lo he preguntado. No es que sea precisamente un tema muy agradable de comentar -repuso Collins-. Creo que fue alcanzado por un automóvil. ¿Está usted satisfecho ahora, Vernon?

– No, no lo estoy. Según los archivos del FBI de Forth Worth, no fue alcanzado por un automóvil. Fue alcanzado por una bala… disparada a bocajarro. Le asesinaron.

A pesar de que Collins ya se había dispuesto a recibir una información desagradable, la revelación constituyó para él un golpe inesperado que le hizo perder el aplomo. Tynan siguió hablando implacablemente.

– Todas las pruebas acusaban a su esposa del asesinato. Fue detenida y juzgada. Tras cuatro días de deliberaciones, el jurado no logró ponerse de acuerdo. Posiblemente gracias a la influencia de su padre, que era un destacado político de la zona, ahora ya fallecido, las autoridades decidieron no someterla a un segundo juicio y la pusieron en libertad.

– No lo creo -protestó Collins.

Tynan y la sala de conferencias habían quedado como desenfocados ante sus ojos, y Collins se esforzó por recuperar el dominio de sí.

– Si tiene usted alguna duda -prosiguió Tynan fríamente-, estos documentos se la disiparán. -Tomó unos papeles de la carpeta y los colocó cuidadosamente frente a Collins.- Es un resumen del caso, basado en los sumarios judiciales y con el correspondiente número de identificación. Y unas fotocopias de tres recortes de periódico. Reconocerá en ellas a Karen Rowley. Ahora vayamos al meollo de la cuestión… -Collins hizo caso omiso de los papeles que tenía delante y siguió mirando a su adversario en espera de que éste le revelara cuál era el fondo de todo aquello y Tynan añadió:- El jurado no declaró culpable a su esposa. Pero tampoco la declaró inocente. Se pasaron cuatro días discutiendo sin conseguir resolver sus diferencias y llegar a un veredicto. Se declararon en desacuerdo. Tal como usted sabe mucho mejor que yo, ello deja el caso sin resolver y arroja una sombra de duda sobre el comportamiento de su esposa. Ése es el punto que me interesó. Les ordené a nuestros agentes que investigaran más profundamente. Y así lo hicieron. Reconstruyeron el asesinato, interrogaron nuevamente a los testigos… y, en el transcurso de sus investigaciones, consiguieron dar con una nueva pista, una pista que ha resultado ser muy valiosa. No acierto a comprender cómo es posible que las autoridades locales la pasaran por alto. Pero es que a veces esa gente es muy descuidada. Como usted sabe, el FBI jamás lo es.

Collins esperó sin hacer comentario alguno.

– Hemos descubierto a un nuevo testigo, un testigo que entonces se pasó por alto. Se trata de una mujer que afirma haber visto a Karen Rowley… o Karen Grant o Karen Collins, como usted prefiera; un testigo presencial que afirma haber escuchado un altercado en cuyo transcurso Karen le dijo a Rowley que desearía matarle. La testigo decidió alejarse de la casa de los Rowley, pero, al hacerlo, pudo ver fugazmente a Karen empuñando un arma, de pie junto al cuerpo de su marido. -Tynan se detuvo.- Y aún hay más -añadió bajando la voz-. Me molesta tener que decírselo, aunque, de todos modos, saldría a la luz en el caso de que la testigo fuera llamada a declarar antes los tribunales. Es bastante desagradable…

Collins advirtió como una opresión en el pecho, pero siguió guardando silencio.

Tynan prosiguió eligiendo lentamente las palabras.

– Muchos fines de semana, su esposa solía acudir sola a visitar a su padre. O, por lo menos, eso decía ella. Al final, Rowley, su marido, empezó a sospechar. Mandó que la siguieran. Y se enteró… no sé cómo decírselo… se enteró de que Karen participaba activamente en las orgías de un grupo de Houston. Se reunían, se desnudaban y se entregaban a orgías sexuales. Y ella participaba… a veces con varios hombres, a veces con mujeres, relaciones sexuales normales, perversiones… no quiero entrar en detalles, pero…

– ¡Eso es una sucia mentira y usted lo sabe! -gritó Collins medio levantándose del sillón.

Tynan no se inmutó.

– Ojalá lo fuera, pero no lo es. Nuestra testigo oyó a Rowley acusar a Karen de todo eso. -Su mano se acercó a la carpeta. -¿Quiere usted leer la declaración que ha formulado la testigo en privado?

– No, muchas gracias.

– Sea como fuere, al terminar la escena, la testigo oyó un disparo de arma de fuego y pudo ver fugazmente a Karen de pie junto al cuerpo de Rowley. -Tynan estudió brevemente a Collins y, a continuación, siguió hablando.- Ahora bien, esta testigo no declarará por su libre voluntad. No quiere meterse en líos. Pero, en caso de que se obligara a declarar bajo juramento, lo haría. Ello se traduciría en un segundo juicio. Y esta vez no es probable que el jurado se declarara en desacuerdo. No obstante, tengo el gusto de informarle de que no permití que mis colaboradores sometieran estas nuevas pruebas a la consideración del fiscal de distrito de Forth Worth. Me pareció que no sería correcto sin antes consultárselo a usted. Además, a pesar de las… las debilidades de su esposa… sólo Dios sabe qué pudo inducirla a comportarse como lo hizo… yo siento cierta simpatía por la señora Collins. Su marido era un sujeto sin escrúpulos. Iba por su dinero, por el dinero de su padre, y la explotó. Es probable que la amenazara con revelar sus extravíos sexuales con el fin de sacarle más dinero. Algunos tal vez opinaron que tuvo motivos más que sobrados para hacer lo que hizo. Eso pensé yo precisamente al ordenar que se detuvieran las pruebas. Finalmente, y tal vez sea ésta la consideración más importante, preferiría no tener que poner en un aprieto a un miembro de la administración, a un miembro del equipo del presidente, en unos momentos tan cruciales como los que estamos viviendo. Creo que lo comprenderá usted. Creo que todas las personas relacionadas con este asunto va han sufrido bastante y que no es necesario exponerlo todo de nuevo a la luz pública. En determinadas circunstancias, todo ello podría quedar olvidado fácilmente.

Collins estaba asqueado. Y no sólo por la información acerca de Karen y por la amenaza que pesaba contra ésta, sino también por el descarado chantaje a que Tynan le estaba sometiendo. La repugnancia que experimentaba hacia aquel hombre le estaba quemando por dentro. Hasta entonces, jamás se hubiera considerado capaz de matar a un ser humano. En aquellos momentos, sin embargo, hubiera deseado apretarle a Tynan el cuello con sus propias manos. Pero se impuso la cordura.

Collins permaneció sentado en silencio, temblando sólo por dentro. Al final, consiguió hablar.

– ¿Dice usted que estaría dispuesto a olvidar en determinadas circunstancias?

– Exactamente.

– ¿Y cuáles serían esas circunstancias? ¿Qué desea usted de mí?

– Sólo su colaboración, Chris -repuso Tynan amablemente-. Muy poca cosa, en realidad. Digamos que lo que desearía de usted es su promesa de que permanecerá en el equipo con el presidente y conmigo y seguirá apoyando la Enmienda XXXV hasta el final. Lo que no desearía de usted sería un comportamiento destructivo, como, por ejemplo, su dimisión en estos momentos o una declaración pública en la que se manifestara en contra de la enmienda. Éste es el precio. Muy razonable, creo.

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