– ¿Qué pasa? -preguntó Collins devolviéndole las fotografías a su hijo-. Yo no veo nada en estas fotografías.
– Exactamente -dijo Josh-. Ahí está la cosa. Se obtuvieron hace un año y entonces no se podía ver nada. Sólo ruinas. -Señaló hacia adelante.- Ahora fíjate en el lago Tule en la actualidad; ¿qué es lo que ves? -Collins miró perplejo mientras su hijo añadía:- Una alambrada de seguridad completamente nueva con alambre electrificado en la parte de arriba y levantada sobre una base de hormigón armado reforzado. Una atalaya de ladrillo de nueva construcción con focos de vigilancia incorporados. Tres edificios absolutamente nuevos construidos en cemento y otros cuatro que se están levantando. ¿Qué te dice eso?
– Pues que están levantando unas edificaciones. Nada más.
– Pero, ¿qué clase de edificaciones? Yo te diré qué clase. Es un proyecto gubernamental secreto que se está llevando a la práctica en esta alejada zona. Están arreglando y reconstruyendo el lago Tule. Están preparando un futuro campo de concentración para encerrar a las víctimas de las detenciones en masa que tendrán lugar una vez entre en vigor la Enmienda XXXV.
Esta explicación cogió de improviso a Collins, y se irritó. Había perdido el día y había soportado unas incomodidades innecesarias para ver lo que no era más que el producto de la inmaduray paranoica imaginación de su hijo.
– Vamos, Josh, no esperes que me trague eso. ¿De dónde has sacado esas fantasías?
– Tenemos nuestras fuentes -repuso Josh apretando los labios-. Es un proyecto del gobierno. Es nuevo. Está perfectamente claro que es una especie de campo de internamiento o de prisión. Si no lo fuera, ¿para qué se hubiera construido una nueva atalaya?
Puede haber cientos de proyectos gubernamentales que las incluyan para fines de seguridad.
– No como ésta.
– Maldita sea, no es un campo de concentración o como tú quieras llamarlo. En nuestro país ya no los hay, y jamás volverá a haberlos. Pero hombre, Josh, son las mismas estupideces y los mismos rumores que corrieron en 1971 cuando algunas publicaciones acusaron al presidente Nixon y al secretario de Justicia Mitchell de estar acondicionado los centros de reemplazamiento de japoneses con el fin de transformarlos en campos de detención para los disidentes y manifestantes. Nadie consiguió jamás demostrar semejante cosa.
– Pero tampoco nadie consiguió jamás demostrar lo contrario. Collins observó con el rabillo del ojo que, al otro lado de la alambrada, dos hombres se estaban acercando a la salida.
– Está bien, te voy a demostrar que estás equivocado en relación con este proyecto -dijo con determinación-. Espérame aquí.
Mientras avanzaba hacia la alambrada, Collins observó que losdos hombres -uno de ellos con uniforme militar y el otro vistiendo camiseta y pantalones vaqueros- se estrechaban la mano y se separaban. El hombre uniformado permaneció de pie junto a la entrada, mientras el otro regresaba a la obra.
Collins apretó el paso acercándose al hombre de la puerta, que había estado observándole con mirada inquisitiva.
– ¿Es usted el guarda de las obras? -preguntó Collins.
– En efecto.
– ¿Esta propiedad es privada o federal?
– Es federal. ¿En qué puedo servirle, señor?
– Soy funcionario del gobierno. Me gustaría echar un vistazo a las instalaciones.
El guardia examinó a Collins brevemente.
– Pues… no sé. Claro que, si es funcionario del gobierno… -Giró sobre sus talones, hizo bocina con las manos y gritó:-; Oye, Tim! -La figura que se estaba perdiendo en la lejanía dio la vuelta y regresó.- Este señor dice que es del gobierno. Será mejor que hables con él.
El otro, un hombre corpulento de rostro rubicundo, se estaba acercando.
Collins esperó. Una vez el hombre de los vaqueros y la camiseta se hubo acercado a la entrada, el guarda se apartó a un lado y le dijo:
– Me llamo Nordquist y soy el encargado de las obras. ¿En qué puedo servirle? -preguntó el corpulento individuo.
– Deseaba… deseaba dar una vuelta por las instalaciones. -Collins estuvo tentado de mostrarle la documentación que le identificaba como secretario de Justicia de los Estados Unidos, pero lo pensó mejor. Hubiera podido correr la voz de que había participado en aquella empresa quimérica, en aquella estupidez, y no quería hacer el ridículo.- Pertenezco al gobierno… Departamento de Justicia de Washington.
– Necesita un pase para poder entrar. A no ser que traiga consigo alguna autorización del Pentágono o de la Marina…
– Pues no… -dijo Collins con un hilo de voz.
– Lo lamento pero no puedo franquearle la entrada sin un permiso especial -dijo Nordquist-. Se trata de una zona restringida.
– ¿La Marina ha dicho usted?
– Eso no es ningún secreto -dijo el encargado-. Se trata de una rama del Proyecto Sanguine. Llamada MBF. ¿No tiene conocimiento de ella?
– No… no estoy muy seguro.
– MBF, Muy Baja Frecuencia. Una instalación de la Marina de los Estados Unidos: un sistema de comunicación para ponerse en contacto con los submarinos sumergidos. Si lee usted los periódicos, debiera saberlo.
– Durante mi gira de inspección no he estado muy al tanto de algunas noticias. De todos modos, me da la impresión de que me he equivocado de lugar.
– Eso parece, señor. Pero vuelva con una autorización y gustosamente le mostraremos las instalaciones.
– Bien, gracias de todos modos.
Observó alejarse al hombre. Después, sintiéndose perfectamente ridículo y manejado, regresó lentamente hacia Josh, que le estaba aguardando junto al automóvil.
Procuró no mostrarse resentido con su hijo. Procuró contenerse. Le explicó la situación, repitiéndole exactamente lo que Nordquist le había dicho.
– Ya lo has visto -dijo al final-. Ahora puedes decirle a Pierce y a todos tus amigos que están completamente equivocados. Se trata de unas instalaciones de la Marina y nada más.
Josh no quería darse por vencido.
– Por Dios, papá, no pensarás que iban a llamarlo campo de detención, ¿verdad? ¿Qué son todos esos barracones o prisiones? -preguntó obstinadamente.
– Nadie ha dicho que sean prisiones.
– El personal de la Marina no necesita de esta clase de instalaciones. Sigo preguntándome, ¿por qué la atalaya? ¿Por qué la alambrada electrificada? ¿Por qué tanto secreto?
– Él me ha dicho que no era ningún secreto. Se ha escrito acerca de ello en los periódicos.
– No me sorprende. Mira, papá, disponemos de muy buenas fuentes. Lo que ocurre es que no quieres enterarte de lo que el presidente y el FBI se proponen hacer. Estás haciendo el primo.
– Tal vez el que esté haciendo el primo seas tú -dijo Collins dirigiéndose al automóvil-. Anda, ven, volvamos a la civilización.
Durante el largo viaje de regreso ambos guardaron silencio.
Sólo cuando ya se encontraban en el Aeropuerto Metropolitano de Sacramento y estaban a punto de despedirse -él volvería a Los Ángeles y su hijo regresaría a Berkeley vía Oakland- Collins esbozó una sonrisa y rodeó con el brazo los hombros de Josh.
– Mira -le dijo-, no me opongo a que seas activista. Me enorgullezco de que te preocupes tanto por las cosas. Pero tienes que andarte con pies de plomo cuando hagas alguna acusación. Tienes que estar muy seguro de los hechos antes de divulgarlos.
– Estoy completamente seguro de éste -dijo Josh.
La obstinación del muchacho resultaba exasperante. Haciendo un esfuerzo, Collins consiguió no perder el buen humor.
– Bueno, bueno. ¿Y si yo te demostrara que lo que hemos visto es un auténtico proyecto de la Marina? Si te lo pudiera demostrar, ¿quedarías convencido?
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