John Katzenbach - La Sombra

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En el Berlín de 1943 pocos vieron su cara. Nunca nadie supo su nombre. Entre susurros era conocido como Der Schattenmann, La Sombra, un despiadado delator judío que colaboraba con la Gestapo.
Miami, finales del siglo xx. La vida del detective retirado Simon Winter da un giro repentino cuando recibe la visita de una vecina aterrorizada. La anciana cree haber visto a un fantasma de su pasado: La Sombra. Cuando a la mañana siguiente aparece estrangulada, Winter es el único que sospecha la terrible verdad: un escurridizo asesino está exterminando a los supervivientes del Holocausto que viven en Miami.

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Cuando Espy Martínez llegó a la Oficina del Fiscal del condado de Dade la mañana siguiente al funeral de Sophie Millstein, tenía un par de mensajes esperándola: uno de Walter Robinson, y el otro era un requerimiento para que se reuniese con el jefe de la fiscalía del departamento de Delitos Mayores. Supo al instante que su jefe querría que le pusiese al corriente de los progresos que se estaban haciendo en el caso; sin embargo, a pesar de que él había marcado su nota con la palabra «Inmediatamente» en rojo, corrió entre el laberinto de los cubículos de los fiscales hacia el suyo y telefoneó al departamento de Homicidios de la policía de Miami Beach.

Tras unos momentos de espera, Walter Robinson se puso al aparato.

– Señorita Martínez, me alegro de que telefonee -dijo.

– Detective, acaba de llamarme el jefe de la fiscalía para que le presente un informe de situación sobre el caso Millstein. ¿Qué puede decirme?

– Bien, lo primero que tengo que decirle es que no se preocupe demasiado por Abe Lasser. Puede parecer Drácula, pero en el fondo no es tan horrible. Especialmente durante el día.

Espy Martínez quiso sonreír ante la descripción que hizo el detective de su jefe, pero impuso rigidez en sus palabras para enmascarar su nerviosismo.

– Querrá saber en qué punto estamos. ¿Dónde estamos concretamente, detective?

Robinson empezó a decir algo, pero hizo una pausa y preguntó:

– ¿Le están apretando las clavijas con este caso?

– No. No aún. Pero me parece que están a punto.

Robinson asintió con la cabeza, aunque ella no podía verlo.

– Ya, lo suponía. Bien, esta mañana me han entregado los resultados preliminares de la autopsia y los informes de la escena del crimen. Esto es lo que tenemos. La muerte se produjo por estrangulamiento manual. Las marcas en las zonas de la laringe y la arteria carótida sugieren que la distancia entre el pulgar y el dedo índice del asesino es de cinco pulgadas y media. No hay signos de agresión sexual. Los análisis preliminares de sangre muestran rastros de Dolmane, una sustancia común en los somníferos. Hay indicios de que fue golpeada aunque no demasiado, y creo que sólo los primeros segundos. Los somníferos tuvieron que haberla dejado fuera de combate, así que es muy probable que la primera cosa de la que se enterara fuese que aquel tipo estaba estrangulándola. No tuvo mucho tiempo de defenderse. No había ninguna herida defensiva de relevancia en manos o brazos.

Robinson repasó todos los detalles que acompañaron los segundos finales de Sophie Millstein con tono rutinario. Espy Martínez escuchó, intentando vincular las palabras de los informes oficiales abreviados, al terror de la vida real que los había engendrado, pero no lo consiguió.

– En realidad, es del tipo de crímenes que me preocupa -añadió Robinson.

– ¿A qué se refiere?

– Bueno, un tipo entra y asesina a una anciana dormida, seguidamente saquea el lugar lo más rápido que puede y luego se larga. ¿Ve el problema?

– Pues no.

– ¿Por qué matar a una anciana dormida? ¿Por qué no se limitó a llevárselo todo sin hacer ruido y luego marcharse tranquilamente?

– Probablemente la señora se despertó.

– Sí, probablemente. Pero si hubiese sido así, ¿acaso no habría gritado? ¿O luchado con fuerza?

– Los vecinos dijeron que habían oído ruidos.

– Sí, pero no gritos de verdad, sino sólo un chillido. ¿Y qué me dice del gato? ¿Por qué matar al condenado gato?

– ¿Tal vez el gato hizo ruido?

– ¿Un gato? Tal vez Fluffy o Fido o cualquiera de estos estúpidos caniches de juguete que ladran o algo así, pero ¿un gato? ¡Vamos! Ese animal listo simplemente se habría escurrido por la puerta del patio y nunca hubiésemos vuelto a verlo.

– Así pues, ¿qué quiere decirme? -preguntó ella ya con impaciencia.

– Nada. Sólo que me preocupa.

Espy Martínez recordó el cuerpo rígido del gato, con los ojos desorbitados y los dientes al descubierto. Se estremeció. «También me preocupa -pensó-, pero ¿qué tiene que ver con el crimen en conjunto?» Pasó por alto esto y dijo:

– De acuerdo. ¿Entonces qué?

– Entonces nada -dijo el detective.

– Pues continúe.

Robinson suspiró y dirigió su atención de nuevo al fajo de informes que había sobre su mesa. A veces pensaba que estaba pasando la mayor parte de su vida adulta leyendo informes o preparándolos.

– De acuerdo, veamos. Ah, sí, hay un corte post mórtem en el cuello de la víctima.

– ¿Y bien?

– Hace un par de semanas hubo una serie de robos con allanamiento por todo el vecindario de la anciana. Los robos se envían a delitos menores y tal vez en los expedientes de los casos pueda encontrar alguna relación con el agresor.

– Tiene sentido. ¿Qué más?

– ¿Qué más?

Espy echó un vistazo al reloj y se dio cuenta de que su jefe la estaría buscando.

– Detective…

– Puede llamarme Walter. La mayoría de sus colegas lo hace.

– Tengo que hablar con Lasser.

– ¿Usted quiere saber si soy optimista? Pues bien, en este tipo de casos, señorita Martínez, estadísticamente, bueno, a nivel nacional resolvemos tal vez uno de cada tres. Localmente, un poco menos. Pero lo estoy intentando. Lasser conoce las estadísticas, no deje que se meta con usted.

– De acuerdo, Walter. Lo intentaré… -se echó a reír- pero es que la sangre que gotea de sus colmillos me desconcentra. Así que, por favor, dígame algo que pueda ayudar a encerrar en el corredor de la muerte al tipo que mató a Sophie Millstein.

– Quiere saber cómo vamos a condenar a su asesino, ¿no?

– Sí. -La joven no pudo ocultar el nerviosismo que impregnaba su voz.

– Bien, la mala noticia es que no hay rastro de pistola. Esto pone las cosas más difíciles. Las armas son fantásticas. Hacen ruido, producen un estropicio, son fáciles de rastrear en un laboratorio y la gente, por lo general, no es suficientemente inteligente para librarse de ellas cuando les descubrimos. Tampoco hay cuchillo. ¿Sabía usted que el estrangulamiento es una forma muy inteligente de asesinar a alguien? Generalmente, deja muy poco tejido que pueda relacionar al asesino y la víctima. Pero, en el lado positivo, los forenses encontraron dos huellas en su tocador y una tercera en el joyero hallado en el fondo del callejón. También consiguieron extraer una huella parcial de un pulgar, sólo un pequeño fragmento, del cuello de la víctima, no sabría decirle aún si va a sernos útil. Esto es muy raro, señorita Martínez, pero si podemos cotejarla, pues bien, entonces incluso el fiscal más incompetente podrá trincar a ese hijo de perra.

– Yo no soy una incompetente, detective.

– No pretendía decir eso…

Se produjo un silencio momentáneo. Robinson pensó que le habría costado decirle algo más estúpido a Espy Martínez.

– Está bien, detective. Así que ahora ya sé cómo conseguir una condena. Fantástico. Sólo hay un problema: ¿Qué va a hacer usted para atrapar al asesino?

– Bueno, primero cotejaremos las mejores huellas que tenemos con alguna de las obtenidas en los robos con allanamiento en la zona durante los últimos meses, a ver si podemos encontrar la muestra de aquel bastardo. Luego trabajaré las casas de empeños y peristas, por si encuentro algunas de las joyas robadas. El hijo de Sophie me dio una descripción bastante buena de varias. Ya he enviado un parte con los detalles a algunos lugares pertinentes. Intensificaremos la búsqueda de aquel collar con la inicial de Sophie.

Espy iba a hacerle notar que referirse a la víctima por su nombre de pila sonaba bastante impío, pero se contuvo.

– ¿Y luego qué?

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