Dennis Lehane - Rio Mistico

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Jimmy, Dave y Sean crecieron juntos en la sección peligrosa de Boston. Veinticinco años después vuelven a reunirse, cuando la hija de 19 años de Jimmy es brutalmente asesinada. Sean, que ahora es policía, es asignado para resolver el caso. Además de desenredar este crimen, Sean deberá estar pendiente de su amigo Jimmy, quien busca vengarse del asesino de su hija. Conectado al crimen por una serie de circunstancias, Dave se ve obligado a enfrentarse con los demonios de su propio pasado. A medida que la investigación se concentra alrededor de estos tres amigos, se despliega una siniestra historia, que tiene que ver con la amistad, la familia y la inocencia perdida demasiado pronto.

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– ¡Pero era un matrimonio, hombre! Son las tensiones típicas que van aumentando con los años. Estás hablando de un tipo que pensaría: «Mierda, no puedo pagar el alquiler. Debería ir matando gente hasta que el precio de los alquileres baje de nuevo».

Whitey se rió,

– ¿Qué? -preguntó Sean.

– De acuerdo, si lo cuentas así -apuntó Whitey- parece estúpido. Aun así, hay algo en ese tipo que no me encaja. Si tuviera una coartada perfecta no diría nada, y tampoco lo haría si no hubiera visto a la victima una hora antes de que muriera. Sin embargo, su coartada no cuadra, vio a Katie y hay algo en él que no me acaba de gustar. Nos contó que se había ido directamente a casa, pero me gustaría que mujer nos lo confirmara. Quiero que el vecino de la primera planta nos diga que le oyó subir las escaleras a la una y cinco de la mañana. Cuando eso suceda, me olvidaré de él. ¿Le viste la mano?

Sean no dijo nada.

– Tenía la mano derecha tan hinchada que su tamaño era casi el doble que el de la izquierda. A ese tipo hace poco que le pasó algo y quiero saber qué fue. Cuando sepa que ha sido por una pelea en un bar, o algo así, me retiraré y le dejaré en paz.

Whitey apuró su segunda Coca-Cola y la tiró al cubo de la basura.

– Dave Boyle -dijo Sean-. ¿De verdad quieres investigar a Dave Boyle?

– Sí -contestó Whitey-, aunque sólo sea una pequeña investigación.

Se reunieron en la sala de conferencias de la tercera planta que compartían los de Homicidios y los de Delitos Mayores en la Oficina del Fiscal del Distrito; Friel siempre quería celebrar allí las reuniones porque era una sala fría y utilitaria, las sillas eran duras, la mesa era negra y las paredes de color gris ceniza. No era una sala que incitara a hacer ingeniosos comentarios aparte ni a soltar incongruencias. En aquella sala nadie perdía el tiempo; decían lo que tenían que decir y luego volvían al trabajo.

Esa tarde había nueve sillas en la sala y todas estaban ocupadas. Friel presidía la mesa; a su derecha estaba la subdirectora del Departamento de Homicidios de la Oficina del Fiscal del Distrito del Condado de Suffolk, Maggie Mason, y a su izquierda el sargento Robert Burke, que dirigía las otras brigadas del Departamento de Homicidios. Whitey y Sean estaban sentados uno frente al otro a ambos lados de la mesa, junto a Joe Souza, Chris Connolly, y los otros dos detectives del departamento de Homicidios del Estado, Payne Brackett y Shira Rosenthal. Todo el mundo tenía montones de informes de campo o de fotocopias de éstos sobre la mesa, así como fotografías del lugar del crimen, los informes de los forenses, los informes de la Policía Científica, además de todas las libretas y blocs de notas de cada uno de ellos, unas cuantas servilletas con nombres garabateados, y algunos esquemas del lugar del crimen dibujados de modo rudimentario.

Whitey y Sean fueron los primeros en hablar; contaron las entrevistas que habían hecho a Eve Pigeon y Diane Cestra, a la señora Prior, a Brendan Harris, a Jimmy y Annabeth Marcus, a Roman Fallow y a Dave Boyle, al que Whitey, para gratitud de Sean, sólo se refirió como «mero testigo del bar».

Brackett y Rosenthal fueron los siguientes en tomar la palabra; Brackett se encargó de contarlo todo, pero Sean estaba convencido, si lo que había pasado con anterioridad se podía usar como referente, de que todo el trabajo duro lo habría hecho Rosenthal.

Todos los empleados de la tienda del padre tenían coartadas sólidas y ninguno tenía motivos aparentes. Todos coincidieron en afirmar que la víctima, que ellos supieran, no tenía enemigos conocidos ni deudas astronómicas ni adicción a las drogas. Al examinar el dormitorio de la víctima sólo encontraron setecientos dólares en metálico, aunque no hallaron ningún diario ni sustancias ilegales. Una revisión de su cuenta bancaria mostró que los depósitos coincidían con la cantidad de dinero que ganaba. No había ingresado ni retirado grandes cantidades de dinero hasta la mañana del viernes en que había cancelado la cuenta. Era el dinero que habían encontrado en la cómoda de su dormitorio y que confirmaba la teoría del sargento Powers de que la víctima tenía intención de abandonar la ciudad el domingo. Las entrevistas preliminares que se habían hecho a los vecinos no indicaban nada que pudiera hacer creer que existieran problemas familiares.

Brackett juntó todas las hojas sobre la mesa para indicar que había terminado, y Friel se volvió hacia Souza y Connolly.

– Redactamos las listas de la gente que había estado en los mismos bares que la víctima, en su última noche con vida. De una posible lista de setenta y cinco clientes, entrevistamos a veintiocho de ellos, sin contar a los dos que entrevistaron el sargento Powers y el agente Devine, es decir, Fallow y el Dave Boyle ése. Los policías Hewlett, Darton, Woods, Cecchi, Murray y Eastman se encargaron de entrevistar a los restantes y ya nos han pasado los informes preliminares.

– ¿Qué hay de Fallow y O'Donnell? -preguntó Friel a Whitey.

– Están limpios. Sin embargo, eso no quiere decir que no contrataran a alguien para que lo hiciera.

Friel se recostó en la silla y puntualizó:

– A lo largo de todos estos años he visto muchos asesinatos a sueldo, pero este caso no me lo parece.

– Si hubiera sido un asesino a sueldo -apuntó Maggie Mason-, podría haberse limitado a pegarle un tiro dentro del coche.

– ¡Bien, ya lo hizo! -exclamó Whitey.

– Diría que lo que ella insinúa es que le habría pegado más de uno, que habría vaciado el cargador.

– Se le podría haber atascado la pistola -sugirió Sean. Los demás le miraron con ojos entreabiertos-. Es algo que no hemos tenido en cuenta. Imaginemos que se le atascó la pistola y que Katherine Marcus tuvo tiempo de reaccionar; podría haber derribado al tipo y echar a correr.

Esas palabras silenciaron la sala un momento, y Friel, pensando en hacer un gesto con el dedo índice, dijo:

– Es posible. Lo es, pero ¿por qué le pegó con un palo, con un bate o con algo similar? A mí no me parece obra de un profesional.

– No creo que Fallow y O'Donnell trabajen con profesionales de verdad -apuntó Whitey-. Bien podrían haber contratado a cualquier drogadicto a cambio de un par de billetes y un bolígrafo. Sin embargo, acaban de contarnos que la señora Prior oyó cómo la víctima saludaba a su asesino. ¿Creen que habría actuado así si se le hubiera acercado un adicto al crack, colocado?

Whitey, haciendo una especie de gesto de asentimiento, dijo:

– Un punto interesante.

Maggie Mason se apoyó en la mesa y sugirió:

– ¿Qué les parece si nos basamos en la teoría de que la víctima conocía a su asesino?

Sean y Whitey cruzaron una mirada; luego se volvieron hacia Friel y asintieron con la cabeza.

– No es que East Bucky no tenga una buena cantidad de drogadictos, particularmente en las marismas, pero ¿creen que una chica como Katherine Marcus se relacionaría con ellos?

– Otro punto interesante. -Whitey soltó un suspiro-. Así es.

– Ojalá fuera obra de un profesional -declaró Friel-. Sin embargo, el hecho de que la golpearan de ese modo, no sé, a mí me sugiere rabia y falta de dominio sobre uno mismo.

Whitey hizo un gesto de asentimiento y puntualizó:

– Lo único que estoy diciendo es que no lo podemos descartar del todo.

– De acuerdo, sargento.

Friel se volvió de nuevo hacia Souza, que parecía un poco cabreado por la digresión.

Se aclaró la voz y, mirando sus notas con calma, prosiguió:

– De todos modos, estuvimos hablando con un tal Thomas Moldanado, que estaba bebiendo en el Last Drop, el último bar al que fue katherine Marcus antes de llevar a sus amigas a casa. Según parece, en el bar sólo había un cuarto de baño, y Moldanado nos contó que había mucha cola cuando las chicas se marcharon. Así pues, salió a la parte trasera del aparcamiento a mear y vio a un tipo sentado en un coche, con las luces apagadas. Moldanado nos contó que era la una y media, ni un minuto más ni un minuto menos. Nos dijo que llevaba un reloj nuevo y que quería ver si brillaba en la oscuridad.

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