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Dennis Lehane: Rio Mistico

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Dennis Lehane Rio Mistico

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Jimmy, Dave y Sean crecieron juntos en la sección peligrosa de Boston. Veinticinco años después vuelven a reunirse, cuando la hija de 19 años de Jimmy es brutalmente asesinada. Sean, que ahora es policía, es asignado para resolver el caso. Además de desenredar este crimen, Sean deberá estar pendiente de su amigo Jimmy, quien busca vengarse del asesino de su hija. Conectado al crimen por una serie de circunstancias, Dave se ve obligado a enfrentarse con los demonios de su propio pasado. A medida que la investigación se concentra alrededor de estos tres amigos, se despliega una siniestra historia, que tiene que ver con la amistad, la familia y la inocencia perdida demasiado pronto.

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Era un coche de color marrón oscuro, cuadrado y largo como los que suelen conducir los detectives de la policía, un Plymouth o algo así; el parachoques se detuvo junto a sus piernas y los dos policías los miraron a través del parabrisas, el rostro trémulo por el reflejo de los árboles que ondeaba en el cristal.

Sean sintió cómo la mañana se tambaleaba de repente, cómo la dulzura se desvanecía,

El conductor salió del coche. Parecía un poli: tenía el pelo rubio cortado al rape, la cara colorada, llevaba camisa blanca, corbata negra y dorada de nailon, y casi toda la barriga, desbordada, caía por encima de la hebilla del cinturón como si fuera un montón de hojuelas. El otro parecía enfermo. Era flaco, tenía aspecto de cansado y se quedó en el coche, con la cabeza, recubierta de oscuro pelo grasiento, apoyada en una mano y mirando fijamente por el espejo retrovisor mientras los tres chicos se acercaban a la puerta del conductor.

El hombre corpulento les hizo un gesto con el dedo y lo fue moviendo hacia su pecho hasta que se plantaron delante de él.

– ¿Os puedo hacer una pregunta? – les dijo.

Se encorvó a la altura de su gran panza y, tapando la visión a Sean con su cabeza enorme, les preguntó:

– Eh, chicos, ¿creéis que está bien pelearse en medio de la calle?

Sean se percató de que el hombre corpulento llevaba una insignia de oro prendida a la hebilla del cinturón en la cadera derecha.

– No os oigo.

El poli ahuecó la mano detrás de la oreja,

– No, señor.

– No, señor.

– No, señor.

– Una panda de gamberros, eso es lo que sois, ¿verdad? -Movió el desmesurado dedo pulgar y señaló al hombre que estaba en el asiento de la derecha-. Mi compañero y yo ya estamos hartos de toda la gentuza de East Buckingham que va como vosotros, asustando a la gente decente por la calle, ¿sabéis?

Sean y Jimmy no dijeron nada,

– Lo sentimos mucho -dijo Dave Boyle; daba la impresión de que estaba a punto de echarse a llorar,

– ¿Sois de esta calle, chavales? -preguntó el poli grandullón,

Examinó cada una de las casas del lado izquierdo de la calle como si conociera a todos los inquilinos, y pudiera saber si le estaban mintiendo.

– Claro -contestó Jimmy, y se volvió para mirar hacia la casa de Sean por encima del hombro,

– Sí, señor -respondió Sean.

Dave no dijo nada.

El poli lo miró y le preguntó:

– ¿Has dicho algo, chaval?

– ¿Qué? -Dave miró a Jimmy.

– No le mires a él. Mírame a mí -el poli grandote respiró ruidosamente por la nariz-. ¿Vives aquí, chaval?

– ¿Eh? No,

– ¿No? -el poli se inclinó sobre Dave-, ¿Dónde vives, hijo?

– En la calle Rester -respondió, sin apartar los ojos de Jimmy,

– ¡Basura de las marismas en la colina! -El poli movió los labios de color rojo cereza como si estuviera chupando una piruleta-, Eso no puede funcionar, ¿no crees?

– ¿Cómo dice?

– ¿Tu madre está en casa?

– Sí, señor.

Una lágrima rodó por la mejilla de Dave; Sean y Jimmy apartaron la mirada.

– Bien, tendremos que hablar con ella y contarle lo que ha estado haciendo el gamberro de su hijo,

– Yo no… no…, -balbuceó Dave.

– ¡Sube al coche!

El poli abrió la puerta de atrás y Sean percibió un olorcillo a manzanas, una intensa fragancia a octubre.

Dave miró a Jimmy.

– ¡Sube! -repitió el poli-. ¿O prefieres que te ponga las esposas?

– Yo…

– ¿Túqué? -El poli parecía cabreado. Golpeó la parte superior de la puerta abierta-. ¡Haz el favor de entrar, joder!

Dave subió a la parte trasera del coche, desgañitándose.

El poli señaló a Jimmy y a Sean con un dedo rechoncho y les dijo:

– Id a contar a vuestras madres lo que habéis estado haciendo, y que no os vuelva a pillar otra vez con vuestras peleas de mierda en mis calles.

Jimmy y Sean dieron un paso hacia atrás; el poli entró de un salto en el coche y se alejó. Observaron cómo llegaba hasta la esquina y doblaba a la derecha, mientras Dave volvía la cabeza, oscurecida por la distancia y las sombras, y los miraba. Entonces, la calle quedó otra vez vacía, como si hubiera enmudecido después del portazo del coche. Jimmy y Sean, de pie en el lugar donde había estado el coche, se miraban los zapatos y recorrían la calle arriba y abajo con la vista, miraban a cualquier sitio para evitar que sus ojos se encontrasen.

Sean notó otra vez aquella sacudida, pero esta vez acompañada por el sabor de peniques sucios en la boca. Tenía la sensación de que le habían vaciado el estómago con una cuchara.

Entonces fue cuando Jimmy lo dijo:

– Empezaste tú.

– Fue él quien empezó.

– Fuiste tú. Ahora está bien jodido. Su madre está un poco tarada; no me quiero ni imaginar que le hará cuando vea que dos polis lo llevan a casa.

– ¡Yo no empecé la pelea!

Jimmy le dio un empujón, y esta vez Sean se lo devolvió; al momento ya estaban en el suelo, rodando y dándose puñetazos.

– ¡Eh!

Sean se apartó rodando de encima de Jimmy y los dos se pusieron en pie, esperando ver a los dos polis de nuevo, pero en vez de eso, vieron al señor Devine, que bajaba las escaleras principales y se dirigía hacia ellos.

– ¿Qué demonios estáis haciendo?

– Nada,

– Nada. -El padre de Sean frunció el entrecejo acercándose a la acera-. ¡Haced el favor de salir de en medio!

Subieron a la acera y se colocaron junto a él.

– ¿No erais tres? -El señor Devine miró calle arriba-, ¿Dónde está Dave?

– ¿Qué?

– . Dave. -El padre de Sean miró a su hijo y a Jimmy-, ¿No estaba Dave con vosotros?

– Estábamos peleándonos en la calle.

– ¿Cómo?

– Que nos estábamos peleando en la calle y vinieron los polis.

– ¿Cuándo?

– Debe de hacer unos cinco minutos.

– De acuerdo. Sigamos, vinieron los polis…

– … y se llevaron a Dave.

El padre de Sean volvió a examinar la calle y preguntó:

– ¿Que hicieron qué? ¿Se lo llevaron?

– Para llevarlo a casa, Yo mentí y dije que vivía aquí. Dave dijo que vivía en la zona de las marismas y ellos…

– ¿De qué estáis hablando? Sean, ¿qué aspecto tenían los polis?

– ¿Eh?

– ¿Llevaban uniforme?

– No. No, ellos…

– Entonces, ¿cómo supisteis que eran polis?

– No, ellos…

– Ellos, ¿qué?

– Llevaba una placa -respondió Jimmy-. En el cinturón.

– ¿Qué clase de placa?

– De oro.

– Bien, pero ¿qué llevaba inscrito?

– ¿Inscrito?

– Las palabras, ¿Pudisteis leer las palabras inscritas?

– No. No lo sé.

– ¿Billy?

Todos alzaron la vista al ver a la madre de Sean que estaba de pie en el porche, con el rostro tenso y expresión de curiosidad.

¿Cariño? Llama a la comisaría, ¿de acuerdo? Intenta averiguar si unos policías se han llevado a un niño por pelearse en la calle.

– ¡Un niño!

– Dave Boyle.

– ¡Santo cielo! ¡Su madre!

– Esperemos a ver qué pasa, ¿de acuerdo? Veamos qué nos cuenta la policía, ¿vale?

La madre de Sean entró de nuevo en la casa. Sean miró a su padre. Parecía no saber qué hacer con las manos. Se las metió en los bolsillos, las volvió a sacar y se las secó en los pantalones.

– ¡Que me cuelguen si…! -exclamó suavemente.

Examinó la calle de arriba abajo como si Dave le esperara a la vuelta de la esquina, un espejismo tembloroso que no alcanzara a ver Sean.

– Era marrón -añadió Jimmy.

– ¿Qué?

– El coche. Marrón oscuro. Creo que era un Plymouth o algo parecido.

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