Stieg Larsson - La Chica Que Soñaba Con Una Cerilla Y Un Bidón De Gasolina

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Lisbeth Salander se ha tomado un tiempo: necesita apartarse del foco de atención y salir de Estocolmo. Trata de seguir una férrea disciplina y no contestar a las llamadas ni a los mensajes de Mikael, que no entiende por qué ha desaparecido de su vida sin dar ningún tipo de explicación. Lisbeth se cura las heridas de amor en soledad, aunque intente distraer el desencanto mediante el estudio de las matemáticas y con ciertos placeres en una playa del Caribe.
¿Y Mikael? El gran héroe vive buenos momentos en Millennium, con las finanzas de la revista saneadas y el reconocimiento profesional por parte de los colegas. Ahora tiene entre manos un reportaje apasionante sobre el tráfico y la prostitución de mujeres procedentes del Este que le ha propuesto Dag Svensson, periodista de investigación, y su mujer, la criminóloga e investigadora de género Mia Bergman.
Las vidas de los dos protagonistas parecen haberse separado por completo, pero entretanto… una muchacha, atada a una cama, soporta un día tras otro las horribles visitas de un ser despreciable y, sin decir palabra, sueña con una cerilla y un bidón de gasolina, con la forma de provocar el fuego que acabe con todo.

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Bjurman regresó al archivo de la comisión de tutelaje. Esta vez no pidió ver la documentación sobre Lisbeth Salander sino la descripción del cometido de Palmgren, algo determinado por la propia comisión. Se la dieron y, a primera vista, resultó decepcionante. Dos páginas de escasa información. La madre de Lisbeth Salander ya no era capaz de ocuparse de sus hijas. A causa de las especiales circunstancias, las hijas tuvieron que ser separadas. Camilla Salander fue entregada, por mediación de los servicios sociales, a una familia de acogida. Lisbeth Salander ingresó en la unidad de psiquiatría infantil de Sankt Stefan. No se consideró otra alternativa.

¿Por qué? Había una frase críptica: «Debido a los acontecimientos del 120391, la comisión de los servicios sociales ha decidido que…». Luego otra referencia al número de registro de las misteriosas y confidenciales pesquisas policiales. Pero esta vez había un detalle más: el nombre del policía encargado de la investigación.

Estupefacto, el abogado Nils Bjurman se quedó mirando el nombre. Era un nombre que conocía. Y muy bien.

Las cosas cobraban otra dimensión.

Tardó otros dos meses, por vías completamente distintas, en conseguir el informe de la investigación: un informe policial breve y conciso compuesto por cuarenta y siete páginas metidas en una carpeta tamaño A4, complementado con un total de unas sesenta páginas que se habían ido añadiendo a lo largo de un período de seis años.

Al principio no lo entendió.

Luego encontró las fotografías de los médicos forenses y volvió a comprobar el nombre. «Dios mío… no puede ser.»

De repente comprendió por qué el asunto había sido clasificado como confidencial. El abogado Nils Bjurman acababa de hacer jackpot.

Al leer posteriormente, línea a línea, el informe de la investigación, se dio cuenta de que había otra persona en el mundo con motivos para odiar a Lisbeth Salander con la misma pasión que él.

Bjurman no estaba solo.

Tenía un aliado. El aliado más inverosímil que se podía imaginar.

Lentamente empezó a urdir un plan.

Nils Bjurman abandonó sus pensamientos cuando una sombra se cernió sobre la mesa del Café Hedon. Levantó la vista y vio a un rubio… gigante, ésa fue la palabra con la que al final se quedó. Durante una décima de segundo se echó atrás pero en seguida recuperó el control.

El hombre que lo miraba desde arriba medía más de dos metros y tenía una constitución física fuerte. Excepcionalmente fuerte. Un culturista, sin duda. Bjurman no pudo percibir ni una pizca de grasa o flacidez. Daba una impresión general de poseer una fuerza espantosa.

El hombre era rubio, tenía las sienes rapadas y un corto flequillo. Su cara era ovalada, curiosamente delicada, casi infantil. En cambio, sus ojos color azul hielo no resultaban nada delicados. Vestía una cazadora de cuero que le llegaba hasta la cintura, una camisa azul, corbata negra y pantalones negros. Lo último en lo que el abogado Bjurman reparó fue en sus manos. Si el hombre era ya de por sí grande, sus manos resultaban enormes.

– ¿El abogado Bjurman?

Hablaba con un marcado acento, pero la voz le resultó tan extrañamente aguda que Bjurman estuvo a punto de esbozar una sonrisa. Asintió.

– Hemos recibido tu carta.

– ¿Quién eres tú? Yo quería hablar con…

El hombre de las manos enormes ignoró la pregunta, se sentó frente a Bjurman y lo interrumpió.

– Pues tendrás que hablar conmigo. Explícame qué quieres.

El abogado Nils Erik Bjurman dudó un instante. Odiaba la idea de tener que confiarse a un completo desconocido. Pero era necesario. Se recordó a sí mismo que no era el único que odiaba a Lisbeth Salander. Se trataba de encontrar un aliado. En voz baja empezó a comentarle el asunto.

Capítulo 3 Viernes, 17 de diciembre – Sábado, 18 de diciembre

Lisbeth Salander se despertó a las siete de la mañana, se duchó, bajó a ver a Freddy McBain a la recepción y le preguntó si había algún Beach Buggy libre que pudiera alquilar para un día. Diez minutos más tarde, ya había pagado el depósito, ajustado el asiento y el retrovisor, arrancado el motor y comprobado que tenía gasolina. Entró en el bar y pidió un caffè latte y un sandwich de queso para desayunar, y una botella de agua mineral para llevar.

Se pasó el desayuno emborronando una servilleta con números y cavilando sobre Pierre de Fermat (x3 + y3 = z3).

Poco después de las ocho, el doctor Forbes bajó al bar. Estaba recién afeitado y vestido con un traje oscuro, una camisa blanca y una corbata azul. Pidió huevos, tostadas, zumo de naranja y un café solo. A las ocho y media se levantó y se metió en un taxi que lo estaba esperando.

Lisbeth lo siguió a una distancia prudencial. El doctor Forbes bajó del taxi delante de Seascape, al principio de The Carenage, y empezó a caminar por la orilla. Lisbeth lo adelantó, aparcó en medio del paseo marítimo y esperó pacientemente a que él pasara. Luego lo siguió, esta vez a pie.

A la una, Lisbeth Salander estaba empapada de sudor y tenía los pies hinchados. Llevaba cuatro horas paseando por Saint George's de una calle a otra. El ritmo había sido sosegado pero continuo y las numerosas y empinadas colinas empezaron a fatigarle los músculos. La energía del doctor Forbes la asombró. Mientras apuraba las últimas gotas de la botella de agua mineral, empezó a plantearse la posibilidad de abandonar… Y, de repente, él se dirigió a The Turtleback. Le concedió diez minutos antes de entrar en el restaurante e instalarse en la terraza. Se sentaron exactamente en el mismo sitio que el día anterior; al igual que entonces, él tomaba Coca-Cola mientras miraba fijamente las aguas del puerto.

Forbes era una de las pocas personas de Granada que vestía traje y corbata. Lisbeth advirtió que parecía impasible ante el calor.

A las tres, Forbes pagó y abandonó el restaurante, interrumpiendo así la cadena de pensamientos de Lisbeth. Paseó a lo largo de The Carenage y cogió uno de los minibuses que iban hasta Grand Anse. Lisbeth aparcó delante del hotel Keys cinco minutos antes de que él se bajara. Lisbeth subió a su habitación, llenó la bañera de agua fría y se instaló cómodamente. Le dolían los pies. Frunció el ceño.

La actividad del día le había proporcionado una información muy precisa. El doctor Forbes, recién afeitado y vestido de combate, salía cada mañana del hotel con su maletín. Durante el día no hacía otra cosa que matar el tiempo. Fuera cual fuese la finalidad de su estancia en Granada, no se trataba de construir un colegio. Pero por alguna razón quería aparentar que se encontraba en la isla por negocios.

¿A qué venía todo ese teatro?

La única persona a la que, lógicamente, querría ocultarle algo sería su propia mujer, a quien quería darle a entender que se encontraba sumamente ocupado durante todo el día. Pero ¿por qué? ¿Había fracasado en los negocios y era demasiado orgulloso para reconocerlo? ¿Su viaje a Granada tenía un objetivo completamente distinto? ¿Esperaba algo o a alguien?

Al mirar su hotmail, Lisbeth Salander se encontró con cuatro nuevos correos. El primero era de Plague y había sido enviado poco más de una hora después de que ella le mandara el suyo. El mensaje estaba encriptado y contenía dos palabras que componían una lacónica pregunta: «¿estás viva?». Plague no era muy dado a redactar correos largos y sentimentales. Claro que Lisbeth tampoco.

Los dos siguientes fueron enviados sobre las dos de la madrugada. Uno era de Plague y llevaba información encriptada sobre cómo un conocido de la red, que firmaba como Bilbo y que, por casualidad, vivía en Tejas, había mordido el anzuelo. Plague adjuntaba la dirección y la clave PGP de Bilbo. Unos minutos más tarde, éste ya le había mandado un correo desde una dirección de hotmail. El mensaje era breve y tan sólo informaba de que Bilbo tenía la intención de enviar datos sobre el doctor Forbes en las próximas veinticuatro horas.

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