John Case - Código Génesis

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Una trepidante trama de acción en la que se investigan unos infanticidios perpetrados por un grupo extremista de la Iglesia Católica y que están relacionados con el nuevo nacimiento del Anticristo.

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Hacia la mitad de la película, Buck le dio un golpecito en el brazo para avisarle que llegaba uno de esos momentos.

– Mire, mire. No se puede perder esto.

Calista estaba en un entierro, vestida con un traje oscuro y un pequeño sombrero del que caía un velo de encaje negro. Su cómplice estaba tumbado en el ataúd, rodeado de coronas de flores, haciéndose el muerto. Calista se acercó lentamente al ataúd, se arrodilló a su lado y comenzó a rezar. O, al menos, eso es lo que parecía. Cuando la cámara se acercó a ella, se vio que, de hecho, estaba discutiendo con el cadáver.

«Dame la llave», exigía ella.

«¡No puedo! Me verían moverme.

«Pues dime en qué bolsillo está. La cogeré yo misma.

«Sí, claro. Para que me dejes aquí tirado. No pienso hacerlo.»

Calista empezó a registrar los bolsillos del muerto ante la sorpresa general de los asistentes.

«Walter, te lo juro: como no me des la llave te mato.»

«No puedes matarme -dijo el cadáver incorporándose sobre un codo. -Ya estoy muerto.»

Entonces, uno de los asistentes al entierro se desmayó, Calista cogió la llave y…

– ¡Un momento! -exclamó Lassiter. Cogió el mando a distancia, paró el vídeo y lo rebobinó.

– Pero, ¡hombre! -se quejó Buck. – ¿Qué hace? Si ahora viene lo más divertido.

Lassiter levantó un brazo pidiendo silencio. Al recordar que el interés de Lassiter por Calista Bates era de índole profesional, Buck obedeció.

– Voy al baño -dijo con expresión dolorida. -Después saldré un momento a buscar hielo.

Lassiter asintió distraídamente mientras rebobinaba la película hasta la escena en la que la cámara se acercaba al rostro de Calista, oculto tras el velo. Apretó la tecla de pausa, y el primer plano tembló en la pantalla.

No había ninguna duda: esa mujer había estado en el funeral de Kathy.

Calista Bates.

Mientras contemplaba la imagen temblorosa en la televisión, Lassiter recordó el funeral como si se tratara de una película.

La madera pulida de los ataúdes de Kathy y de Brandon descansando en la profundidad de los hoyos rectangulares. Varias rosas blancas depositadas cuidadosamente sobre los ataúdes. La última rosa, que cae a cámara lenta y rebota suavemente sobre uno de los ataúdes.

Un hombre, el propio Lassiter, espera de pie a que los asistentes le den el pésame. La primera en acercarse es una desconocida, una mujer rubia muy atractiva vestida de negro que lleva un sombrero del que cae un fino velo.

Lassiter despertó de su ensueño y miró la imagen en la televisión. Luego cerró los ojos para intentar capturar el recuerdo.

El hombre de la película no sabe por qué, pero hay algo que le resulta familiar en la mujer que le está dando el pésame. Quizá sea una de las vecinas de Kathy, o la madre de alguno de los compañeros de colegio de Brandon. El niño que tiene cogida la mano de la mujer es más o menos de la misma edad que Brandon. Tiene el pelo oscuro y rizado y la tez mediterránea. Lassiter se inclina hacia la mujer y le pregunta: «¿La conozco?» Ella mueve la cabeza, y dice: «Conocí a su hermana… en Europa…»

Lassiter tocó sin querer la tecla de pausa, y la cinta de vídeo volvió a ponerse en marcha. Calista se metió la llave en el bolsillo, se abrió camino entre los asistentes y…

El sonido estaba altísimo. Lassiter tenía la sensación de que alguien había subido el volumen dentro de su cabeza. Apagó el televisor e intentó pensar. Estaba seguro de que la mujer se había presentado durante el funeral, pero no conseguía recordar el nombre. No conseguía recordarlo ni aunque su vida dependiera de ello.

Se levantó, cogió una cerveza y volvió a sentarse en el sillón. Calista Bates, o Marie A. Williams, o como quiera que se llamara, estaba viva en noviembre. Y su hijo también. Pero ¿seguirían vivos? Y, de ser así, ¿dónde estarían?

Buck entró en la habitación con un cubo lleno de hielo.

– Gracias por esperar -dijo señalando hacia la pantalla oscura del televisor.

Se acabaron la pizza y la mayoría de las cervezas mientras veían el resto de la película. Al principio, Lassiter se concentró en los rasgos de Calista, intentando recordar su nombre, pero al final acabó olvidándose de todo y se metió de lleno en la película, riéndose y esperando cada nuevo codazo de Buck.

Cuando acabó la película, Lassiter se duchó mientras Buck hacía unas llamadas telefónicas. Después vieron las noticias y unos minutos de un partido de baloncesto; los Knicks de Nueva York le estaban dando una soberana paliza a los Bullets de Washington. Finalmente Buck se levantó.

– Bueno -dijo. -Me voy a dormir. Pero estaré aquí al lado, así que…, si necesita algo…, ya sabe.

Woody solía usar la misma expresión. Al pensar en Woody, Lassiter se acordó de algo, o casi se acordó de algo. Fuera lo que fuese, no lograba acordarse del todo. Y había algo más, algo relacionado con Marie A. Williams. Y, entonces, por fin cayó en ello.

¿Y si había sido Grimaldi quien había solicitado la otra consulta del historial financiero de Marie A. Williams?

Lassiter se levantó y cogió su maletín. Sacó el historial de Marie A. Williams y miró la última página.

«Consultas: 19-10-95. Allied National Products (Chicago).»

Chicago. Ése era el territorio de Sin Nombre.

De no ser por la llamada de teléfono que Grimaldi había hecho al hotel Embassy Suites de Chicago, donde tenía una habitación a nombre de Juan Gutiérrez, Lassiter nunca habría descubierto la verdadera identidad del italiano. Volvió a mirar la fecha de la consulta. Se había hecho una semana antes de las muertes de Kathy y Brandon.

Pero eso no probaba que Grimaldi fuera el responsable. Lassiter también había hecho sus propias indagaciones a través de la empresa de información de Florida. De todas formas, si alguien quisiera encontrar a Marie A. Williams y sólo tuviera su vieja dirección, consultar su historial financiero sería uno de los pasos lógicos. Con un poco de suerte, incluso podría conseguir su nueva dirección o, al menos, los números de sus tarjetas de crédito. Alguien como Grimaldi podría seguir fácilmente una pista con los recibos de una tarjeta de crédito. A no ser que la mujer estuviera huyendo. Y Marie Williams estaba huyendo. Y por eso se había deshecho de sus tarjetas. Algo que, probablemente, le había salvado la vida.

Pico, el conductor, era un apuesto cubano que hablaba poco. Por la mañana los llevó a Lassiter Associates en un tiempo récord, deslizándose por las abarrotadas y heladas calles del centro con la misma agilidad que Michael Jordán por una cancha de baloncesto.

Mientras Buck esperaba sentado fuera del despacho, sonrojando a Victoria con su presencia, Lassiter llamó al departamento de investigación y le pidió a uno de sus empleados que hiciera una consulta del historial financiero de Kathleen Anne Lassiter, con domicilio en el 132 de Keswick Lañe, Burke.

Su empleado vaciló unos instantes. Después dijo:

– Pero ¿no es…?

– Sí -lo interrumpió Lassiter.

– Está bien. Ahora mismo me pongo a hacerlo.

Después, Lassiter llamó a Woody.

Al despertarse en el hotel se había acordado de Woody, o, mejor dicho, de uno de sus hermanos: Andy o Gus u Oliver.

Cuando Joe Lassiter y Nick Woodburn iban juntos al colegio St. Alban’s, la familia de Woody era famosa. Pero no lo era por razones políticas, como la familia de Lassiter, sino por su tamaño, por su gran tamaño.

Eran once hermanos, siete varones y cuatro mujeres, algo que resultaba tan extraordinario en los círculos de Washington en los que se movían, que los chicos del colegio se inventaron una especie de cancioncilla que perseguía a Woody y a sus hermanos dondequiera que fueran: «Tienen once hijos y ni siquiera son católicos, ni siquiera son católicos, ni siquiera son católicos.»

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