John Case - Código Génesis
Здесь есть возможность читать онлайн «John Case - Código Génesis» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Código Génesis
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:4 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 80
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Código Génesis: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Código Génesis»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Código Génesis — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Código Génesis», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
El Armario fijó la luz del foco en un punto del bosque, se sacó una pistola de detrás de la cintura y cruzó el claro. Lassiter se asombró ante la velocidad de sus movimientos. No se imaginaba que un hombre tan grande pudiera moverse tan rápido, ni con tanta agilidad; excepto en la NBA, claro está. Iba justo hacia donde estaba su compañero muerto.
Lassiter no lo pensó más. Dio media vuelta y empezó a andar, moviéndose en silencio hacia el borde del claro. Necesitó de toda su fuerza de voluntad para no echar a correr. Detrás de él, el Armario exclamó el nombre de su compañero con incredulidad. Lassiter llegó al Rover y se subió al coche. Si las llaves no estaban puestas, al menos esperaba encontrar una pistola.
Pero no fue así.
Oyó un bramido de ira en el bosque. Buscó las llaves desesperadamente en la visera, en la guantera… Otro bramido. El Armario corría hacia él, iluminado por el foco, como un tren de mercancías.
Y entonces vio las llaves en el suelo. Las cogió y probó una, luego otra, y una tercera antes de conseguir arrancar. Para entonces, el Armario ya estaba en el borde del claro y corría hacia él con la pistola en alto.
Lassiter puso marcha atrás y retrocedió. El Armario empezó a disparar con una tranquilidad aterrorizadora. El primer disparo rompió uno de los faros, el segundo dibujó una tela de araña en el parabrisas y el tercero rebotó en el capó. Lassiter hizo girar el coche y metió primera. Un cuarto y un quinto disparo se estrellaron contra el chasis.
Agachando la cabeza, Lassiter pisó a fondo el acelerador y avanzó a toda velocidad hacia donde suponía que estaba la carretera. Siguió avanzando así cuatro o cinco segundos, hasta que oyó el sonido cada vez más cercano de una bocina y la noche empezó a parpadear. Levantó la cabeza y el estómago se le hizo un nudo al ver el camión que iba directamente hacia él, dándole continuas ráfagas de luces largas mientras presionaba el claxon sin parar.
De forma instintiva, Lassiter giró el volante hacia la derecha. Al pasar el camión a su lado, el Rover se estremeció. Lassiter suspiró. Estaba temblando. El carril equivocado, pensó.
CAPÍTULO 29
¿Todi o Marsciano?
Estaba parado delante de una señal de stop, en medio de ninguna parte. ¿Hacia la derecha o hacia la izquierda? ¿Hacia el norte o hacia el sur? De forma impulsiva, Lassiter giró el volante hacia la izquierda y fue hacia Marsciano; dondequiera que estuviera eso. Cualquier cosa antes que acabar en la carretera de montaña que iba a Spoleto o que volver a Montecastello.
El pueblo era una trampa, un callejón sin salida, una fortaleza fácil de defender, pero de la que era imposible escapar. Y eso es precisamente lo que estaba haciendo él: escapar. Del Armario, desde luego, pero también de la policía. El párroco estaba muerto y Lassiter sabía que, por la mañana, él sería unos de los principales sospechosos de su asesinato. Cuando se enterasen de la muerte de Azetti, Nígel y Hugh se acordarían de que, justo antes de desaparecer sin sus pertenencias, su huésped había ido a ver al párroco.
Claro que podía acudir a la policía y contárselo todo. Pero presentarse en una comisaría con un coche robado, la ropa llena de sangre y diez palabras de italiano como todo equipaje, no parecía demasiado buena idea. En el mejor de los casos, lo arrestarían preventivamente y, como ya había decidido antes en el aparcamiento de Montecastello, prefería no arriesgarse a acabar ahorcado en un calabozo.
Llegó a otro cruce y giró en dirección a Perugia, hacia el norte. Lejos de Umbría. Lejos de Roma. Lejos de cualquier sitio donde hubiera estado antes.
Lo que necesitaba era un teléfono y algún sitio donde asearse un poco. Y eso no iba a ser nada fácil. En Italia había muchos aseos públicos, pero no se le ocurría cómo podría entrar en ninguno sin que todo el mundo se pusiera a gritar. Puede que en una gasolinera, pero no había visto ninguna abierta.
Llegó a las afueras de Perugia y siguió las señales hacia la autopista de Italia. La A-1 era una autopista de peaje sin ningún límite de velocidad obvio, que estaba salpicada de estaciones de servicio que ofrecían combustible, comida y bebida, teléfonos y aseos públicos. El único problema era que estaban muy iluminadas.
Aunque tampoco tenía otra elección.
Iba a más de 140 kilómetros por hora cuando una ráfaga de viento movió bruscamente el coche. Un momento después empezó a llover con fuerza. No veía absolutamente nada, pero se sentía extrañamente tranquilo, como si no le quedara ni una gota de adrenalina en el cuerpo. Y era probable que así fuera.
Miró por el espejo retrovisor y, al no ver ningún coche, se paró en el arcén. Accionó metódicamente todas las teclas y las palancas del cuadro de mandos hasta que encontró la que ponía en funcionamiento el limpiaparabrisas, y volvió a la carretera.
No encontró una estación de servicio hasta la medianoche, cuando ya estaba a pocos kilómetros de Florencia. La mayoría de los coches y los camiones estaban estacionados lo más cerca posible del edificio, así que condujo hasta el extremo más lejano del aparcamiento, donde menos probabilidades tenía de encontrarse a nadie. Encendió la luz interior del coche y se miró la cara.
Estaba peor de lo que pensaba. Tenía el cuello de la camisa empapado en sangre, aunque no sabía si era suya, las mejillas llenas de arañazos y un corte que no recordaba haberse hecho en un lado de la cabeza. Se palpó con las yemas de los dedos y apartó la mano en seguida; la herida todavía estaba sangrando y tenía todo el pelo de alrededor lleno de sangre seca.
Apagó la luz, abrió la puerta, se bajó del coche y salió a la lluvia helada. Sólo tuvo que mirarse un momento la ropa para saber que su aspecto no tenía remedio. Tenía sangre en la chaqueta, sangre en la camisa, sangre en los pantalones. La sangre de Azetti, su propia sangre, la sangre del hombre al que había matado.
¿Qué podía hacer? ¿Desaparecería la sangre si se quedaba suficiente tiempo debajo de la lluvia? No, lo único que conseguiría sería coger una pulmonía. Así que hizo lo único que podía hacer. Se quitó la camisa y la empapó en un charco de agua aceitosa. Aunque el aceite le daba náuseas, se limpió la sangre de la cara con la camisa y después limpió la chaqueta. Hecho esto, se puso la chaqueta encima de la camiseta y abrió el capó del coche. El motor estaba sorprendentemente limpio, pero, aun así, encontró suficiente mugre para cubrirse las manchas de sangre del pantalón con una mezcla de grasa y aceite.
Cruzó el aparcamiento cojeando y subió la escalera que llevaba al restaurante. Al cruzarse con él, un hombre de negocios lo miró con gesto de desaprobación, pero no dijo nada; resultaba alentador.
Al llegar al primer piso se encontró con un panel de símbolos que indicaban el emplazamiento de los distintos servicios. Uno de ellos mostraba dos monigotes. Lassiter siguió la dirección que indicaba la flecha.
El servicio de caballeros era grande y, mirabile dictu, incluía unas duchas. Al verlo, el encargado lo miró de arriba abajo y señaló hacia el fondo. Después levantó el brazo por encima de la cabeza y bajó la mano juntando y separando los dedos en una clara referencia al agua de la ducha.
Era un hombre turco, o puede que búlgaro. En cualquier caso, demostró ser bastante avaro con las toallas. Lassiter quería seis. Él le ofreció dos. Después de una breve discusión, el encargado de los aseos frunció el ceño y escribió unas cifras en un papel: tanto por la ducha y tanto por cada toalla. Arqueó las cejas y representó a un hombre afeitándose. Después señaló hacia una bandeja con útiles de aseo: pequeñas pastillas de jabón, cuchillas desechables, crema de afeitar y champú. Lassiter cogió lo que necesitaba y esperó a que el hombre sumara las cifras. Cuando el hombre le enseñó el total, Lassiter le dio el doble del importe y se dirigió hacia el fondo de los servicios.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Código Génesis»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Código Génesis» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Código Génesis» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.