John Case - Código Génesis

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Una trepidante trama de acción en la que se investigan unos infanticidios perpetrados por un grupo extremista de la Iglesia Católica y que están relacionados con el nuevo nacimiento del Anticristo.

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– Eso es todo. No podría distinguir un cromosoma de un Pontiac.

Torgoff asintió moviendo la cabeza como si fuera un profesor de golf que, al ver cómo le pega su pupilo a la pelota, se da cuánta de que va a tener que empezar la clase con las palabras: «Esto es un palo de golf.»

– Está bien -dijo. -Ya sabemos que sus conocimientos de genética son inexistentes. Y eso está muy bien. No hay ningún problema. -Torgoff hizo un sonido con el paladar al tiempo que juntaba las manos. -Su ayudante me dijo que está interesado en Baresi.

– Así es.

– ¿En qué exactamente? ¿Está interesado en sus trabajos sobre genética o en la persona en sí?

– Supongo que en sus trabajos sobre genética.

– ¡Muy bien! Así que podemos olvidarnos de Mendel. Excepto que… La verdad, puede que eso no sea posible. Lo digo porque Mendel y Baresi se parecían bastante. Los dos se hacían preguntas básicas. Y los dos estaban muy por delante de su tiempo.

– ¿Y eso por qué?

– Mientras todo el mundo se interesaba por Darwin, Mendel se dedicaba a contemplar guisantes. La cosa es que, como puede que usted sepa, Darwin dijo que los organismos evolucionan respondiendo a las presiones del medio. El problema es que no podía explicar de qué manera.

– Pero Mendel sí -dijo Lassiter.

Torgoff se encogió de hombros.

– No exactamente. Pero sí descifró un par de cosas. Como, por ejemplo, que cada característica hereditaria pasa de una generación a otra de forma independiente. En otras palabras, algunas personas con los ojos azules son daltónicas y otras no. Y Mendel también supo entender la dominancia. Vio que cuando cruzaba una planta grande con una planta pequeña obtenía una planta grande en vez de una de tamaño mediano. Los genes recesivos sólo aparecen al cruzar los híbridos entre sí. Entonces es cuando surgen plantas de todos los tamaños. ¿Me sigue?

– Sí.

– Pues eso realmente fue un paso muy importante. Lo que Mendel hizo fue presentar algunas de las reglas de la herencia. De hecho, resolvió uno de los misterios más antiguos del universo. Aunque, claro, nadie se dio cuenta. Estaban todos demasiado ocupados con Darwin. Y siguieron estándolo durante treinta años. Hasta que otros científicos hicieron los mismos experimentos que Mendel y, al leer sus observaciones, se dieron cuenta de que lo que acababan de hacer era reinventar la rueda; Mendel había llegado a las mismas conclusiones mucho antes que ellos.

»Y a Baresi le pasó algo muy parecido -continuó Torgoff. -Mientras Baresi producía sus mejores teorías, todo el mundo estaba mirando a Watson y a Crick. -Torgoff cogió el cubo de Rubik y empezó a jugar con él mientras hablaba. -Baresi se doctoró en bioquímica con veintidós años, o algo parecido. En cualquier caso, se doctoró en 1953. Y para un especialista en genética eso es algo así como la prehistoria. El año 1953 fue muy importante. Los científicos estaban tremendamente emocionados ante la perspectiva de una pronta solución para una serie de problemas básicos. Y el ADN, esa maravillosa molécula que está presente en las células de todos los organismos vivos, era el centro de atención.

»Ya se sabía que la clave de la herencia estaba en el ADN, pero ¿cómo funcionaba? ¿Cómo regulaba los procesos químicos dentro de las células? Porque no sé si sabe que eso es lo que hace: sintetiza proteínas. -Torgoff hizo una pausa. – ¿Me sigue?

– Más o menos.

– No se preocupe. La cosa es que el ADN regula algunos procesos extremadamente complejos. Y, antes de poder entenderlos, alguien tenía que descubrir la estructura de la molécula. Y lo hicieron. En 1953, un par de científicos llamados Watson y Crick construyeron un modelo en tres dimensiones del ADN. Es eso de ahí arriba. -Torgoff levantó la mirada hacia la especie de sacacorchos de cáñamo y plástico que colgaba del techo. -Una doble hélice -dijo. -Una escalera retorcida, o como quiera llamarlo.

»Así que 1953 fue una fecha muy emocionante para doctorarse en bioquímica. Lo fue porque, una vez entendida la estructura del ADN, aunque sólo fuera superficialmente, se abría la posibilidad de entender cómo funcionan los genes y cómo hace copias de sí mismo el ADN. Por aquel entonces, Baresi trabajaba en el instituto LeBange.

– ¿Dónde está eso? -preguntó Lassiter.

– En Berna, Suiza. Es un sitio importante para este tipo de cosas. Siempre lo ha sido. Baresi empezó de una forma bastante convencional, trabajando con Escherichiz coli…

– Bacterias -lo interrumpió Lassiter.

– Exactamente. Es un organismo muy simple y de fácil cultivo que se reproduce como loco. Es muy popular en los laboratorios. Como cualquier otro organismo vivo, excepto algunos organismos virales y unas cosas muy pequeñas y muy extrañas que se llaman priones, el E. coli está formado por cadenas de ADN. Igual que usted y que yo. Así que resulta ideal para la investigación. Pero Baresi cambió de campo. Después de un año o dos, se cambió a los estudios sanguíneos.

– ¿Cómo pudo cambiar de campo?

– No son cosas tan distintas. Cuando hablamos de estudios sanguíneos nos referimos a los glóbulos rojos. Y los glóbulos rojos se parecen a las bacterias en dos cosas muy importantes. En primer lugar, no tienen núcleo. Y, en segundo lugar, son fáciles de obtener; los generamos continuamente. Los primeros trabajos de Baresi en ese campo ya fueron magníficos, pero eso no fue nada comparado con lo que hizo después. Pero, antes de decirle en qué consistían, necesita entender que Baresi no sólo era un genio, sino que era un genio inductivo. O sea, alguien capaz de plantear hipótesis extraordinarias. Y, como la mayoría de los genios inductivos, se mostraba indiferente a los halagos de la profesión y a las opiniones de sus colegas. No buscaba ningún gran descubrimiento: simplemente hacía lo que le gustaba. Y, precisamente por eso, pudo avanzar por caminos que nunca se habían investigado antes.

– ¿Qué quiere decir con eso? -preguntó Lassiter.

– Baresi abandonó los estudios convencionales de la sangre y empezó a investigar las células con núcleo.

– ¿Y por qué es tan revolucionario eso?

– Porque es muy difícil de hacer; sobre todo lo era por aquel entonces. Ahora tenemos líneas celulares bastante estables, pero… ¿en los años cincuenta? En los años cincuenta no tenían nada de eso. Las células con núcleo son difíciles de cultivar y no siempre sobreviven mucho tiempo. Y eso tuvo que darle bastantes problemas a Baresi, porque, si se le moría una línea celular de forma prematura, perdía meses de trabajo. Realmente, no sé cómo pudo conseguirlo. -Torgoff hizo una pausa. -Lo que sí puedo decirle es por qué lo hizo.

– ¿Sí?

– Por supuesto. Andaba detrás del filón.

– ¿Y cuál es el filón? -inquirió Lassiter.

– La diferenciación celular. Y eso no se puede investigar sin trabajar con células con núcleo, porque la diferenciación no se da en los organismos unicelulares. Sólo se produce en las células con núcleo. -Torgoff se reclinó en su asiento con gesto satisfecho.

Al cabo de unos segundos, Lassiter dijo:

– Esto quizá le extrañe, pero no sé lo que significa «diferenciación». -Reflexionó un momento y añadió: -No, realmente no sé lo que quiere decir.

Torgoff sonrió.

– Sí, claro, la diferenciación. Se lo explicaré. -Respiró hondo. -Como usted sabrá -comenzó Torgoff, -empezamos siendo un óvulo fecundado: un cigoto. Un cigoto está compuesto por una única célula. En el interior del núcleo del óvulo hay un montón de cromosomas, cadenas de ADN con una información genética específica en forma de genes. Como anécdota, le diré que el número de cromosomas que contienen las células es siempre el mismo en cada especie. Los perros, por ejemplo, tienen setenta y ocho. Los peces noventa y dos. Usted y yo tenemos cuarenta y seis cada uno. La mitad de mamá y la mitad de papá. La mitad del óvulo y la mitad del espermatozoide que lo fecundó. ¿Me sigue?

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