Sue Grafton - J de Juicio

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Cuando encontraron el yate de Wendell Jaffe a la deriva, todo indicaba que se había tirado por la borda. No sólo lo confirmaba la nota que él había dejado, sino también su desastrosa situación financiera. Aun así, poco antes, había suscrito con la compañía para la que trabaja Kinsey Millhone un seguro de vida de quinientos mil dólares a nombre de Dana, su mujer, quien, sin embargo, al haber desaparecido el cadáver de su marido, tuvo que esperar cinco años hasta que fuera dado oficialmente por muerto. Pero quiso el azar que un día un agente de la compañía de seguros descubriera a Jaffe en la barra de un bar miserable de la costa mexicana, justo dos meses después de que Dana cobrara el seguro de su marido. Por supuesto, la compañía quiere deshacer en entuerto y contrata a Kinsey para investigar el caso. Pero cuanto más se adentra ella en el misterio que rodea al supuesto suicidio de Wendell Jaffe, más hondo excava también en su propio pasado…

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Poco después de comer me llamó Alison por el interfono para decirme que Renata Huff estaba en la sala de espera. Salí a recibirla. Estaba sentada en el sofá, la cabeza echada hacia atrás, los ojos cerrados. No tenía buen aspecto. Vestía un pantalón ancho prietamente ceñido a la cintura, una camiseta negra de cuello en forma de V y un anorak naranja. Aún se le notaba el agua de la ducha en los rizos negros, pero también las ojeras y la palidez que la tensión le había puesto en las mejillas. Se recompuso sonriendo a Alison, que a su lado parecía una duquesa.

Conduje a Renata a mi despacho, le indiqué que tomara asiento en el sillón de las visitas y serví café para nosotros dos.

– Gracias -murmuró, llevándose la taza a los labios. Volvió a cerrar los ojos mientras saboreaba el espeso líquido negro-. Está muy bueno. Lo necesitaba.

– Parece usted agotada.

– Lo estoy.

Hasta entonces no había tenido ocasión de observarla de cerca. Con la cara relajada no era lo que yo llamaría una mujer hermosa. Tenía una piel envidiable, de un cetrino claro y sin mancha ni defecto alguno, pero parecía tener los rasgos fuera de lugar: las cejas eran negras y despeinadas, los ojos castaño oscuro y demasiado pequeños. Tenía la boca grande y como llevaba el pelo muy corto la mandíbula parecía cuadrada y saltona. Parecía que le gustaba adoptar una expresión de enfado, pero en los raros momentos en que sonreía, la cara entera se le volvía exótica y luminosa. Dado su color de piel, podía permitirse el lujo de ponerse colores que a muchas mujeres no les quedaría nada bien: verde lima, rosa subido, lila y púrpura.

– Wendell volvió anoche a eso de las doce. Esta mañana fui a hacer unos recados. No creo que estuviese fuera más de cuarenta minutos. Cuando volví, habían desaparecido él y todo lo suyo. Esperé una hora aproximadamente, luego cogí el coche y aquí estoy. Al principio pensaba avisar a la policía, pero me pareció más sensato hablar antes con usted para ver qué me aconsejaba.

– ¿Sobre qué?

– Se ha ido con dinero que me pertenece. Cuatrocientos dólares en metálico.

– ¿Y El fugitivo ?

Negó con la cabeza.

– Sabe que si se lleva el barco lo mataré.

– ¿No tiene también una lancha motora?

– En realidad no es una motora. Es una lancha inflable, pero está todavía en el embarcadero. En cualquier caso, Wendell no tiene las llaves de El fugitivo .

– ¿Por qué no?

Las mejillas se le colorearon un poco.

– Nunca me he fiado de él.

– Llevan ustedes cinco años juntos ¿y no le tiene suficiente confianza para dejarle las llaves del barco?

– Wendell no tiene nada que hacer en el barco sin mí -dijo con irritación.

No hice caso de la subida de tono.

– ¿Qué cree usted entonces?

– Lo que yo creo es que ha ido en busca del Lord . Pero sólo Dios sabe lo que quiere hacer con él.

– Y, según usted, ¿por qué querría robar la embarcación de Eckert?

– Robaría lo que fuera. ¿Es que no lo comprende? El Lord era suyo y quiere recuperarlo. Además, El fugitivo es para ir de crucero por la costa, mientras que el Lord es un yate para navegar por alta mar y está mejor equipado para lo que se propone.

– ¿Y qué se propone?

– Alejarse de aquí todo lo que pueda.

– ¿Y por qué me lo cuenta a mí?

– Pensé que sabría dónde estaba amarrado el Lord . Usted dijo que había hablado con Carl Eckert en el barco. No quería perder un tiempo precioso tratando de localizarlo a través de la jefatura del puerto.

– Wendell me dijo que Carl Eckert salió anoche de la ciudad.

– Claro que se ha ido. Ahí está la clave. Así no echará de menos el barco hasta que vuelva. -Miró el reloj-. Wendell tuvo que salir de Perdido a eso de las diez de la mañana.

– ¿Y cómo se fue? ¿Le han arreglado ya el coche?

– Cogió el Jeep que siempre tengo aparcado en la calle. Aunque hubiera tardado cuarenta minutos en llegar, la Guardia Costera aún puede interceptarlo.

– ¿Adónde quería dirigirse?

– A México, supongo. Conoce bien las aguas de la Baja California y tiene un pasaporte mexicano falso.

– Vamos por mi coche -dije.

– Podemos ir en el mío.

Bajamos juntas las escaleras, yo delante, Renata cerrando la retaguardia.

– Debería dar parte a la policía del robo del Jeep.

– Bien pensado. Espero que lo haya dejado en el aparcamiento del puerto.

– ¿Le dijo dónde había estado anoche? Le perdí la pista a eso de las diez. Si llegó a su casa hacia las doce, hay dos horas sobre las que no sabemos nada. No cuesta tanto recorrer tres kilómetros a pie.

– No sabría decirle. Cuando llamó usted, cogí el coche y fui en su búsqueda. Rastreé todas las calles que hay entre mi casa y la playa y no vi ni rastro de él. Por lo que dijo cuando apareció, me da la sensación de que llegó alguien y lo recogió, pero no me aclaró de quién se trataba. Puede que fuera uno de sus hijos.

– No creo -dije-. He hablado con Michael hace un rato. Me ha dicho que Brian llamó esta mañana. Wendell tenía que encontrarse con él anoche, pero no se presentó.

– Wendell nunca ha sabido cumplir sus promesas.

– ¿Sabe usted dónde está Brian?

– No tengo ni la menor idea. Wendell se cuidó de informarme lo menos posible. De ese modo, si me interrogaba la policía, podía alegar ignorancia de los hechos.

Aquel era, por lo visto, el modelo wendelliano de trabajo, pero me pregunté si mantener a todo el mundo en la ignorancia no redundaría esta vez en perjuicio suyo.

Llegamos a la calle. Renata había hecho caso omiso del código de circulación aparcando enfrente mismo de un fragmento de bordillo pintado de rojo. ¿Le habían puesto alguna multa? Naturalmente que no. Abrió el Jaguar y me instalé en el asiento del copiloto. Arrancó con un chirrido de neumáticos. Cuando me di cuenta, iba fuertemente sujeta al borde del asiento.

– Puede que Wendell haya ido a Jefatura -dije-. Por lo que le dijo a Michael, tenía intención de entregarse. Si le busca gente dispuesta a disparar, tal vez se sienta más seguro entre rejas.

Lanzó un bufido de desdén y me miró con escepticismo.

– No tiene ninguna intención de entregarse. Todo es mentira. Comentó que quería ir a ver a Dana, pero puede que también sea mentira.

– ¿Fue anoche a casa de Dana? ¿A qué?

– No sé si fue, pero dijo que quería hablar con ella antes de marcharse. Se sentía culpable. Quería aclarar las cosas antes de partir. Lo más probable es que quisiese tranquilizar su conciencia.

– ¿Cree que se ha marchado dejándola a usted aquí?

– Lo que creo es que carece de principios. Cobarde de mierda. Jamás ha afrontado las consecuencias de su proceder. En ningún momento. A estas alturas me trae ya sin cuidado que acabe en prisión.

Los semáforos, al parecer, no simpatizaban con ella. Si no veía a nadie llegar por la derecha, se los saltaba en rojo. Tenía tanta prisa por llegar al puerto que también se saltaba las señales de stop. Puede que en su fuero interno pensara que el código de circulación era sólo una serie de consejos aproximativos o que aquel día la habían exonerado del deber de obedecerlo. Observé su perfil y me pregunté cuánta información podría sonsacarle.

– ¿Le importa si le pregunto por la logística de la desaparición de Wendell?

– ¿Qué concretamente?

Me encogí de hombros, ya que no sabía por dónde empezar.

– ¿Qué preparativos hizo? No me explico cómo pudo hacerlo solo. -Advertí que vacilaba y traté de presionarla sin que se notase-. No es sólo curiosidad. Pienso que lo que hizo en su día lo puede repetir ahora.

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