– No pongo en duda su sinceridad… ni tampoco su indignación, señora -dijo Monk, pese a que no era del todo verdad, ya que de momento no confiaba en nadie-. Lo que yo quería decir es que si usted se llevaba bien con ella, seguramente era porque debían de conocerse bien. ¿Qué clase de persona era?
Pilló a Romola por sorpresa, no era la pregunta que se esperaba.
– Yo… bueno… son cosas difíciles de decir -se defendió-. Esta pregunta no me parece bien. La pobre Octavia está muerta. No está bien hablar de los difuntos como no sea para alabarlos y menos si han muerto en las circunstancias terribles en que ella murió.
– Alabo su delicadeza, señora Moidore -replicó Monk con un esfuerzo de paciencia, acomodando su paso al de Romola-, pero soy de la opinión de que el mejor servicio que le puede hacer en estos momentos es decir la verdad, por desagradable que sea. Y como parece una conclusión inevitable afirmar que, quienquiera que fuera la persona que la mató, sigue todavía en la casa, la cuestión primordial en sus pensamientos debe de ser su propia seguridad y la de sus hijos.
Aquella frase tuvo la virtud de detener bruscamente su marcha, como si acabara de tropezar con uno de los árboles que flanqueaban el paseo. Romola hizo una profunda aspiración y casi soltó un lamento pero de pronto, como apercibiéndose a tiempo de los paseantes con los que iban a cruzarse, optó por morderse los nudillos.
– ¿Qué clase de persona era la señora Haslett? -volvió a preguntar Monk.
Romola reanudó su lento caminar a lo largo del paseo, tenía la cara muy pálida y el borde de la falda rozaba la grava del camino.
– Era muy emotiva, muy impulsiva -replicó Romola después de reflexionar un brevísimo instante-. Cuando se enamoró de Harry Haslett, su familia desaprobó la boda, pero ella estaba completamente decidida. No quiso escuchar a nadie. Siempre me sorprendió que sir Basil autorizara el compromiso, pero en realidad el chico era una persona conforme y lady Moidore estaba de acuerdo. La familia de él era excelente y las perspectivas de Harry en cuanto a futuro eran buenas. -Se encogió de hombros-. Por lo menos lo eran a largo plazo, pero Octavia, como hija pequeña, era razonable que tuviese que esperar un poco más.
– ¿Acaso él tenía mala fama? -preguntó Monk.
– Que yo sepa, no.
– Entonces, ¿por qué se oponía sir Basil al matrimonio? Si pertenecía a una buena familia y tenía buenas expectativas de futuro, no veo por qué no le gustaba.
– Me parece que se trataba de cuestiones personales. Sé que sir Basil había ido a la misma escuela que el padre de Harry y que no le tenía simpatía. Era uno o dos años mayor que sir Basil y había tenido mucho éxito en la vida. -Se encogió ligeramente de hombros-. Por supuesto que sir Basil no dijo nunca nada al respecto, pero quizás hacía alguna trampa… O a lo mejor es que el hombre había tenido una conducta reprobable en algún aspecto. -Miró al frente. En aquel momento se acercaba un grupo de damas y caballeros a los que ella saludó con una inclinación de cabeza y sin mostrar intención de pararse. Parecía molesta por las circunstancias en que se encontraba. Monk vio que se le subían los colores a la cara y entendió el dilema en que se encontraba. A Romola no debía de gustarle que aquellos conocidos suyos hicieran especulaciones descabelladas en relación con la persona que paseaba con ella por el parque y, por otra parte, tampoco tenía ganas de presentar un policía a sus amigos.
Monk no pudo por menos de sonreír con amargura, como burlándose de sí mismo a la vez que de ella. Le parecía indigno que las apariencias pudieran contar tanto para una persona y que a él pudiera escocerle tanto la situación por las mismas razones.
– ¿Era grosero o un insolente? -la espoleó con cierta aspereza.
– En absoluto -replicó ella, con la satisfacción de poder desmentir sus palabras-. Era un muchacho encantador, simpático, con un humor excelente, pero era como Octavia, le gustaba hacer su santa voluntad.
– Que no era fácil gobernarlo, vamos -dijo Monk con humor, dándose cuenta de que cuantas más cosas descubría de aquel Harry Haslett más le gustaba.
– No. -Ahora había una nota de envidia en su voz y una tristeza auténtica que se traslucía a través del tono de dolor reprimido pero, por otra parte, lógico-. Harry se preocupaba siempre de que todo el mundo estuviera a gusto, lo que pasa es que no hacía comedias, no fingía nunca sustentar una opinión que no tenía.
– A lo que parece era un tipo excelente.
– Así es. Octavia quedó destrozada cuando lo mataron… fue en Crimea, ¿sabe usted? Todavía me acuerdo del día que recibimos la noticia. Entonces pensé que Octavia no lo superaría… -Apretó los labios y parpadeó con insistencia, como si las lágrimas pudieran arrebatarle la compostura-. La verdad es que nunca se recuperó -añadió con sosiego-. Lo quería mucho. Creo que nadie de la familia supo que Octavia lo quería tanto hasta aquel momento.
Habían ido aminorando gradualmente el paso pero, conscientes de pronto de que el viento había refrescado, comenzaron a andar más aprisa.
– Lo siento -dijo él con voz sincera.
Junto a ellos pasó un ama de cría empujando un cochecito, un invento de nuevo cuño, mucho más práctico que los antiguos carritos de los que había que tirar y que justo entonces estaba haciendo furor. La acompañaba un niño pequeño y tímido que empujaba un aro.
– Ni un solo momento consideró la posibilidad de volverse a casar -prosiguió Romola sin que Monk se lo hubiera preguntado después de observar el cochecito con interés-. Ya habían pasado más de dos años cuando sir Basil abordó la cuestión. Octavia era joven y no tenía hijos. No era desatinado pensar en aquella posibilidad.
Monk recordó el rostro de la muerta que había visto la primera mañana que estuvo en su casa. Pese a la rigidez y palidez del rostro, había imaginado cómo debía de haber sido antes: sus emociones, sus anhelos y sus sueños. Era un rostro que denotaba pasión y voluntad.
– ¿Era muy guapa? -aunque lo preguntó, sabía que lo era.
Romola vaciló, no por mezquindad, sino porque tenía sus dudas al respecto. -Sí, era guapa -dijo lentamente-, pero el rasgo más destacado de su personalidad era que estaba pictórica de vida y que era muy individualista. Pero cuando Harry murió se volvió taciturna, tenía… tenía mala salud. -Romola evitó los ojos de Monk-. Cuando se encontraba bien era encantadora, gustaba a todo el mundo, pero cuando estaba… -Volvió a callar un momento, como buscando la palabra adecuada- cuando estaba mal, apenas hablaba… y no se esforzaba en ser amable.
Monk tuvo un atisbo de cómo debía de ser la vida de una mujer sola, obligada a mostrarse amable con la familia porque de ello dependía que la aceptasen e incluso sobrevivir en el aspecto financiero. Obligada siempre a hacer centenares, millares de pequeñas acomodaciones, disimulos de creencias y opiniones por el simple hecho de que no eran del gusto de los demás. Es decir, sufrir una humillación constante, como una ampolla en el talón de la que el zapato, al rozarla, arranca terribles dolores a cada paso que das.
Y por otro lado, ¡qué desesperante soledad la de un hombre al advertir que ella le decía siempre no lo que pensaba ni lo que sentía sino lo que ella creía que él quería oír! ¿Consideraría a partir de entonces que sabía algo real, o que mereciera la pena?
– ¡Señor Monk!
Romola seguía hablándole, pero él no le había prestado atención.
– Sí, señora… le ruego que me perdone.
– Me ha preguntado por Octavia y yo estaba tratando de ponerle al corriente de algunas cosas -dijo Romola irritada al verle tan distraído-. Era una mujer muy atractiva cuando estaba de buenas y fueron muchos los hombres que la solicitaban, pero ella no les dio nunca ninguna esperanza. Quienquiera que fuera la persona que la mató, no creo que encuentre la menor pista si prosigue sus investigaciones por este camino.
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