Anne Perry - Luto riguroso

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Nunca se había visto envuelto en el escándalo el aristocrático clan de los Moidore, una de las mejores familias de Londres, a cuya mansión de Queen Anne Street acuden los más encumbrados personajes. Ahora, sin embargo, la bella hija de sir Basil ha aparecido apuñalada en su propia cama y la noticia corre de boca en boca por la ciudad. El inspector William Monk recibe la orden de encontrar al asesino sin demora, aunque evitando causarle mayores trastornos a una familia ya abrumada por la tragedia. Monk se halla aún bajo los efectos de la amnesia que le dejó como secuela un grave accidente, pero sus facultades continúan intactas y, con la ayuda de Hester Latterly, se aproxima paso a paso a un asombroso descubrimiento.

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Monk advirtió que el hombre empezaba a ponerse nervioso. No había nada que le molestara tanto como que no le prestaran crédito. Le insinuaban con ello que era un incompetente. Hizo un gran esfuerzo para dominar la voz.

– El policía de turno, sir Basil, el cabeza de familia de una casa que se pasó la mitad de la noche levantado para atender a su esposa enferma, el médico que la visitó. -No dijo nada de Paddy el Chino porque tenía la vaga sensación de que Moidore no habría valorado en mucho su testimonio-. Y un gran número de lacayos y cocheros que esperaban a que sus amos salieran de una fiesta que daban en la esquina de Chandos Street.

– Entonces es evidente que el hombre penetró desde las cocheras -respondió Basil, irritado.

– Tanto su mozo de cuadra como los cocheros duermen sobre los establos, señor -le señaló Monk-, y si una persona hubiera trepado por aquella parte no habría pasado por el tejado sin despertar por lo menos a los caballos. Después habría tenido que atravesar el tejado de la casa y bajar por el otro lado, lo que es prácticamente imposible a menos de tratarse de un alpinista provisto de cuerdas, equipo de montaña y…

– Ahórrese las ironías -lo cortó Basil-. Ya lo he entendido. Entonces entró por delante en algún momento comprendido entre las rondas de su policía. No hay otra respuesta. ¡No iba a pasarse el día entero escondido en la casa! ¡Y menos aún salir de ella cuando los criados ya estaban levantados!

Monk se vio obligado a hablar de Paddy el Chino.

– Lo siento, pero no fue así. También hemos hablado con un ladrón de casas que se pasó toda la noche en el extremo de Harley Street esperando que se presentara la oportunidad de penetrar en una casa, lo que no ocurrió porque la zona estaba llena de gente que lo habría visto. Estuvo toda la noche de guardia, desde las once hasta las cuatro de la madrugada… periodo que abarca la hora que estamos estudiando. Lo siento.

Sir Basil dio la vuelta a la mesa delante de la cual estaba hacía unos momentos, con la mirada turbia y la boca torcida por la indignación.

– Entonces, ¿se puede saber por qué no lo han detenido? ¡Tiene que haber sido él! Usted mismo ha dicho que es un ladrón de casas. ¿Qué otra prueba necesita? -Miró a Monk con ojos penetrantes-. Entró aquí, la pobre Octavia lo oyó… y él la mató. Pero bueno, ¿qué hace ahí como un tonto? ¿A qué espera?

Monk sintió que el cuerpo se le tensaba de rabia, lo que era más insoportable por el hecho de sentirse impotente. Quería triunfar en su profesión, pero sabía que fracasaría en toda la línea de mostrarse tan brusco como habría sido su deseo. ¡Eso era lo que quería Runcorn! No sólo habría sido su fracaso profesional sino también social.

– Lo que usted dice no es verdad -le replicó con voz monocorde y áspera-, y esto ha sido corroborado por el señor Bentley, por su médico y por una criada que no tiene interés alguno en el asunto ni la más mínima idea de lo que su testimonio puede comportar. -Al decirlo no miró al señor Bentley, porque no se atrevía a revelarle la indignación que reflejaban sus ojos y por otra parte odiaba la sumisión-. El ladrón de casas no pasó por esa calle -continuó-, ni tampoco robó a nadie porque no tuvo ocasión, lo que puede demostrar. Ojalá fuera tan sencillo como esto, nos encantaría resolver el caso con tanta facilidad… señor.

Basil, sentado a la mesa, se inclinó hacia delante.

– Entonces, si no penetró nadie en la casa ni había nadie escondido en ella, usted plantea una situación imposible… a menos que quiera insinuar… -Se calló, de su cara huyó el color y, lentamente, la irritación y la impaciencia de momentos antes cedió a un auténtico horror. Se quedó inmóvil-. ¿Esto es lo que usted insinúa? -dijo en voz baja.

– Sí, sir Basil -respondió Monk.

– Entonces quiere decir… -Basil se calló y durante varios segundos mantuvo un absoluto silencio, pero era evidente que había empezado a cavilar, que estaba devanándose los sesos y que tan pronto se le ocurría una idea como la rechazaba de plano. Por fin llegó a una determinada conclusión que no pudo ya descartar-. Ya entiendo -dijo finalmente-. No me cabe en la cabeza, pero debemos enfrentarnos con lo inevitable. Aparentemente es una idea descabellada y sigo creyendo que encontrará algún fallo en su razonamiento o que verá que las pruebas no son tales. Pero hasta ese momento debemos seguir con esta conjetura. -Frunció levemente el ceño-. ¿Qué quiere saber ahora? Le aseguro que en esta casa no hay disputas violentas ni conflicto alguno y que nadie ha variado su proceder habitual. -Observó a Monk con una mezcla de contrariedad y amargura-. Por otra parte, no mantenemos relaciones personales con los criados, ya no digamos del tipo que podría tener un resultado de estas características. -Se metió las manos en los bolsillos-. Sí, aunque sea un absurdo… no pondré ningún obstáculo a sus pesquisas.

– Admito que una pelea parece improbable -dijo Monk midiendo sus palabras, tanto para mantener su dignidad a flote como para demostrar a sir Basil que sus argumentaciones tenían fundamento- y más teniendo en cuenta que el hecho ocurrió durante la noche, cuando toda la gente de la casa estaba acostada. Pero no hay que descartar la posibilidad de que la señora Haslett tuviera conocimiento de algún secreto, aun en contra de su voluntad, y que alguien pudiera temer que revelara… -Aquello no sólo era posible, sino que la excluía de toda culpa. Vio que del rostro de Basil desaparecía todo rastro de ansiedad y que en sus ojos asomaba un rayo de esperanza. Suspiró y dejó caer los brazos, de sus hombros desapareció la tensión.

– ¡Pobre Octavia! -exclamó Basil dirigiendo la mirada hacia uno de los idílicos paisajes que decoraban la pared para clavarla en él-. Lo que dice cae dentro de lo posible. Lamento haber hablado con excesiva precipitación. Hará bien prosiguiendo las investigaciones. ¿Por dónde va a empezar?

Monk apreció que sir Basil reconociera que había existido precipitación y descortesía por su parte. No esperaba tanto, hasta él habría sido reacio a aquella reacción. Aquel hombre tenía más talla de lo que suponía. -Primero querría hablar con la familia, señor Moidore. Es posible que alguien observara algo o que la señora Haslett se confiara a alguien.

– ¿Con la familia? -La boca de Basil se torció en una mueca, pero Monk no habría sabido decir si el gesto obedecía a miedo o a que en lo íntimo consideraba el hecho risible-. Muy bien -dijo al tiempo que extendía la mano hasta la cuerda de la campanilla. Así que apareció el mayordomo, sir Moidore le ordenó que fuera a avisar a Cyprian Moidore y le dijera que acudiera a la sala de día.

Monk esperó en silencio hasta que Cyprian entró.

Éste cerró la puerta tras él y miró a su padre. El parecido entre los dos, al ponerse de lado, era impresionante: la misma forma de la cabeza, los mismos ojos oscuros, casi negros, y aquella boca ancha y en extremo móvil. Pese a todo, la expresión respectiva era tan diferente que el efecto divergía por completo. Basil era más consciente de su fuerza que su hijo, tenía un temperamento más vivo, sabía disimular mejor su disposición de ánimo. Cyprian era más inseguro, como si por no haber puesto a prueba su fuerza temiera no estar a la altura. ¿Aquella faceta más blanda de su manera de ser era compasión o simplemente cautela por saberse vulnerable?

– La policía ha deducido que la persona que mató a Octavia no procedía de fuera de casa -explicó Basil sucintamente y sin más preámbulo. No miró a su hijo, pues al parecer no le interesaba saber si la noticia lo afectaba o no, ni tampoco quería ponerlo al corriente del razonamiento que había hecho Monk acerca de los posibles motivos-. La única solución posible apunta a que el responsable es una persona de la casa, por supuesto no de la familia… lo que hace, por tanto, que debamos sospechar de alguno de los criados. El inspector Monk quiere hablar con todos nosotros para averiguar lo que observamos… en el supuesto de que observáramos algo. Cyprian clavó los ojos en su padre y seguidamente se volvió a mirar a Monk, como quien mira a un monstruo procedente de tierras extrañas.

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