– No, yo creo que se mató ella… con el abrecartas del estudio.
– ¿Y cómo subió al dormitorio?
– Alguien la encontró muerta en el estudio, limpió el abrecartas y volvió a dejarlo en su sitio, la trasladó arriba, aplastó la enredadera del exterior de la ventana, tomó unas cuantas joyas y un jarrón de plata y la dejó en su cuarto para que Annie la descubriera por la mañana.
– Para que no pareciera un suicidio, porque es una cosa vergonzosa, una cosa escandalosa… -Hizo una profunda aspiración y abrió mucho los ojos debido al horror que sentía-. Pero ¡santo Dios!, ¡Dejaron que colgaran a Percival!
– Exacto.
– Es una monstruosidad. Es un asesinato.
– Exacto.
– ¡Oh… Dios mío! -dijo en voz muy baja-. ¿A qué extremo hemos llegado? ¿Sabe quién lo hizo?
Hester le explicó todo lo relativo al salto de cama.
– Araminta -dijo Septimus en voz muy baja-, pero no sola. ¿Quién la ayudó? ¿Quién se encargó de subir a la pobre Octavia escaleras arriba?
– No sé. Debió de ser un hombre, pero no sé quién.
– ¿Qué piensa hacer?
– La única persona que lo puede corroborar es lady Moidore. Creo que lo hará. Ella sabe que Percival no era el culpable y creo que ella querrá encontrar una alternativa a la incertidumbre y al miedo que están acabando con todas sus relaciones.
– ¿Usted cree? -Se quedó pensativo unos momentos mientras su mano iba abriéndose y cerrándose mecánicamente sobre la colcha-. Tal vez tenga usted razón pero, tanto si la tiene como no, no podemos dejar las cosas como están prescindiendo del precio que haya que pagar.
– Entonces, ¿quiere usted acompañarme al cuarto de lady Moidore y estar presente mientras le pregunto si estaría dispuesta a jurar que el salto de cama estaba roto la noche en la que murió Octavia y que ella lo tuvo toda la noche en su habitación y no salió de ella hasta más tarde?
– Sí. -Septimus se levantó de la cama con la ayuda de Hester, que le tendió las manos-. Sí -admitió-, lo mínimo que puedo hacer es estar a su lado. ¡Pobre Beatrice!
Hester tuvo la impresión de que Septimus no lo había entendido del todo.
– Pero ¿usted está dispuesto a corroborar con juramento su respuesta, en caso necesario delante de un juez? ¿La apoyará cuando ella se dé cuenta de lo que supone?
Él se puso muy erguido, echó los hombros para atrás y sacó pecho.
– Sí, totalmente.
Beatrice quedó muy sorprendida al ver entrar en su habitación a Hester seguida de Septimus. Estaba sentada delante del tocador cepillándose el cabello, algo que en circunstancias normales habría hecho su doncella, pero como ahora ya no necesitaba hacerse ningún peinado especial porque no tenía que ir a ninguna parte había optado por hacerlo ella misma.
– ¿Qué ocurre? -les preguntó en un susurro-. ¿Ha pasado algo? Septimus, ¿te encuentras peor?
– No, cariño -le dijo acercándose a ella-, me encuentro perfectamente bien, pero ha ocurrido algo y, como es preciso tomar una decisión, estoy aquí para prestarte mi apoyo.
– ¿Una decisión? ¿A qué te refieres? -Ahora estaba asustada y sus ojos iban y venían de él a Hester-. ¿Hester? ¿Qué ha pasado? Usted sabe algo, ¿verdad? -Hizo una profunda aspiración y pareció que iba a preguntar algo, pero su voz se extinguió y de su garganta no salió sonido alguno. Lentamente dejó el cepillo sobre el tocador.
– Lady Moidore -comenzó a decir Hester con voz suave, ya que sabía que la exposición de los hechos sería cruel-. La noche en que Octavia murió, antes de acostarse entró en esta habitación para desearle las buenas noches, según usted dijo.
– Sí… -Su voz era apenas un murmullo.
– Y dijo también que el salto de cama que llevaba tenía roto el encaje que tiene un dibujo de lirios y que adorna la parte del hombro.
– Sí.
– ¿Está absolutamente segura?
Beatrice se quedó confundida, pero una pequeña parte del miedo que sentía había desaparecido.
– Sí, por supuesto lo estoy. Me ofrecí a cosérselo. -No pudo impedir que las lágrimas se agolparan a sus ojos-. Y se lo cosí… -Sus palabras se ahogaron, porfiaba por dominar la emoción que la embargaba-. Se lo cosí aquella misma noche, antes de acostarme. Le hice un remiendo perfecto.
Hester habría querido cogerle las manos y retenerlas entre las suyas, pero estaba a punto de asestarle otro golpe terrible y el gesto le habría parecido hipócrita, algo así como el beso de Judas.
– ¿Sería capaz de jurarlo, por su honor?
– Por supuesto, pero ¿a quién importa eso ya?
– ¿Estás absolutamente segura, Beatrice? -Septimus se arrodilló trabajosamente delante de ella y la cogió con manos torpes pero con mucha ternura-. ¿Aunque pueda derivarse un resultado doloroso, no vas a rectificar lo dicho?
Beatrice se quedó mirándolo.
– ¿Por qué voy a rectificar si es la verdad? ¿Qué quiere decir eso de un resultado doloroso, Septimus?
– Pues que Octavia se suicidó, querida mía, y que Araminta y otra persona se pusieron de acuerdo para ocultar el hecho con el fin de proteger el honor de la familia. -Todo había quedado fácilmente resumido en una sola frase.
– ¿Se suicidó? ¿Por qué? Pero si ya hacía dos años que Harry había muerto…
– Sí, pero es que aquel día Octavia se enteró de cómo y por qué murió. -Le ahorró los últimos y desagradables detalles que hacían referencia al caso, por lo menos de momento-. Como era algo que ella no podía soportar, se suicidó.
– Pero Septimus… -Tenía tan secas la garganta y la boca que apenas podía articular palabra-. ¡Colgaron a Percival por haberla matado!
– Lo sé, querida mía, por esto tenemos que hablar.
– Una persona de mi casa, de mí familia… ¡asesinó a Percival!
– Sí.
– Septimus, no creo que pueda soportarlo.
– No te queda otro remedio, Beatrice. -Su voz era muy suave, pero sin titubeos-. No podemos escapar, no hay forma de negarlo sin ponerlo peor de lo que está.
Ella le apretó la mano y miró a Hester.
– ¿Quién fue? -preguntó Beatrice, con voz temblorosa y mirándola directamente a los ojos.
– Araminta -respondió Hester.
– No ella sola.
– No, no sé quién la ayudó.
Beatrice se llevó lentamente las manos a la cara. Sí, ella lo sabía. Hester lo comprendió cuando vio que tenía los puños apretados y la oyó jadear. Pero no quiso preguntarle nada. Se limitó a echar una mirada fugaz a Septimus, después se volvió y salió de la habitación caminando muy lentamente, bajó la escalera principal y salió por la puerta frontal a la calle, hasta donde estaba Monk, esperando bajo la lluvia.
Con voz grave, mientras la lluvia le empapaba el cabello y el vestido, olvidada de todo, lo puso al corriente de los hechos.
Monk se fue directamente a Evan y éste expuso las circunstancias a Runcorn.
– ¡Qué disparate! -dijo Runcorn, furioso-. ¡Usted desbarra! ¿Quién le ha metido todo este cúmulo de tonterías en la cabeza? El caso de Queen Anne Street está cerrado. Usted siga con el caso que tiene entre manos y, como vuelva a enterarme de alguna cosa más al respecto, le aseguro que se verá metido en un lío serio. ¿Le he hablado con bastante claridad, sargento? -Se le subieron los colores a su largo rostro-. Veo que usted tiene un gran parecido con Monk. Cuanto antes se olvide de él y de toda su arrogancia, más probabilidades tendrá de hacer carrera en la policía.
– ¿No volverá a interrogar a lady Moidore, entonces?-insistió Evan.
– ¿Será posible? Oiga, Evan, a usted le pasa algo. No, no volveré a interrogar a lady Moidore. Y ahora váyase inmediatamente de aquí y cumpla con su deber. Evan se quedó en posición de firmes un momento mientras sentía que dentro de él bullían palabras de desprecio que no dijo. Seguidamente giró sobre sus talones y salió. Sin embargo, en lugar de reunirse con su nuevo inspector o con cualquier otra de las personas que se ocupaban de su caso actual, paró un cabriolé y le pidió que se dirigiera a las oficinas de Oliver Rathbone.
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