Peter James - Una Muerte Sencilla

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A Michael Harrison pretenden gastarle una broma inolvidable en su despedida de soltero; algo que jamás pueda olvidar: enterrarlo vivo durante unas horas. Todo se complicará cuando sus amigos, que son los únicos que conocen el verdadero paradero de Michael, mueran esa misma noche en un accidente de tráfico. Abandonado a su suerte, el único enlace con el exterior será Davey, un chico retrasado mental que recogerá del lugar del accidente el watkie-tatkie con el que los amigos de Michael pretendían seguir en contacto con él. A la cabeza de las investigaciones sobre la desaparición se pondrá Roy Grace, un policía experto en desaparecidos. Paulatinamente, las pistas se irán entrelazando de forma confusa unas con otras: historias de amor y de celos, identidades falsas… Así pues, poco a poco, se va descubriendo que lo que, en principio, era una broma estúpida, puede que, en el fondo, tal vez, sea un plan tejido por oscuros motivos.
Peter James nos presenta en Una muerte sencilla a Roy Grace, un personaje brillante y atormentado, experto en resolver crímenes pero incapaz de enfrentarse a su propio pasado.

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– No. A no ser que los otros os gastaran una broma a ti y a él, y esté atado o encerrado en algún otro lugar.

– ¿O se haya largado?

– No se ha largado -dijo Ashley-. Eso te lo digo yo.

– ¿Cómo estás tan segura?

Su mirada se posó en Mark.

– Porque me quiere. Me quiere mucho, de verdad. Por eso sé que no se ha largado. ¿Volviste a dejar todo como estaba?

Mark dudó, luego mintió; no quería admitir que había salido corriendo presa del pánico.

– Sí.

– Pues, o bien esperamos -dijo-, o lo encuentras y te encargas de él.

– ¿Que me encargue de él?

La mirada de Ashley lo decía todo.

– No soy un asesino, Ashley. Puedo ser un montón de cosas…

– Puede que no te quede más remedio, Mark. Piénsalo.

– No podrá acusarme de nada, demostrar nada. -Se quedó callado, pensando-. ¿Puedo esperar aquí?

Ashley se levantó y se acercó a él, le puso las manos en los hombros y le dio un suave masaje en la espalda. Luego, le dio un beso en el cuello.

– Me encantaría que te quedaras-susurró-, pero sería una locura. ¿Qué crees que parecería si se presentara Michael? ¿O la policía?

Mark volvió la cabeza e intentó besarla en los labios. Ella le permitió un beso rápido y se apartó.

– Vete -le dijo-. ¡Vamos! Encuentra a Michael, antes de que él te encuentre a ti.

– No puedo, Ashley.

– Sí, puedes. Ya lo hiciste el jueves por la noche. Puede que no funcionara, pero demostraste que podías hacerlo. Así que ve a hacerlo.

Mark caminó abatido hacia sus botas y Ashley le llevó el anorak empapado y lleno de barro.

– Debemos tener cuidado con lo que decimos por teléfono, la policía empieza a fisgonear. Deberíamos dar por sentado que los teléfonos están pinchados -dijo-. ¿De acuerdo?

– Buena idea.

– Hablamos por la mañana.

Mark abrió la puerta con cautela, como si esperara encontrar a Michael ahí fuera con una pistola o un cuchillo en la mano, pero sólo se topó con el resplandor de las farolas, el brillo apagado de los coches silenciosos y la quietud de la noche urbana interrumpida únicamente por los maullidos distantes de dos gatos peleando.

Capítulo 57

Un domingo cada dos meses, Roy Grace hacía algo especial con su ahijada de ocho años, Jaye Somers. Sus padres, Michael y Victoria, ambos policías, habían sido unos de los mejores amigos de él y de Sandy y le habían apoyado muchísimo en los años posteriores a la desaparición de ésta. Ellos y sus cuatro hijos, de edades comprendidas entre los dos y los once años, se habían convertido casi en su segunda familia.

Cuando había ido a recoger hoy a Jay, había tenido que decepcionarla al explicarle que sólo podría pasar un par de horas con ella porque tenía que volver al trabajo e intentar ayudar a alguien que estaba en apuros.

Nunca le contaba a Jaye con antelación qué harían, así que durante los primeros minutos del trayecto en coche ella siempre se divertía jugando a las adivinanzas.

– ¡Creo que hoy iremos a ver animales! -dijo Jaye.

– ¿Eso crees?

– Sí.

Era una niña bonita, de largo cabello rubio plateado, cara feliz y angelical y risa contagiosa. Hoy iba vestida muy elegante, como siempre, con un traje verde con adornos de encaje blancos y calzaba un diminuto par de deportivas rosas. A veces, las expresiones que usaba, y las cosas que decía, parecían propias de una persona mayor. Había momentos en los que Grace tenía la sensación de estar con una adulta en miniatura, no con una niña.

– ¿Por qué lo crees?

– Bueno, a ver.

Jaye se inclinó hacia delante y jugueteó con los diales de la radio del coche de Grace, seleccionó el CD y pulsó un número. Comenzó a sonar el primer corte de un disco de Blue.

– ¿Te gusta Blue?

– Me gustan los Scissor Sisters.

– ¿Sí?

– Molan. ¿Los conoces?

Grace recordó que a Glenn Branson le había dado por escucharlos.

– Claro.

– Estoy segura de que vamos a ver animales.

– ¿Qué clase de animales crees que vamos a ver?

La niña subió el volumen y movió los brazos al ritmo de la música.

– Jirafas.

– ¿Quieres ver jirafas?

– Las jirafas no sueñan demasiado -le informó.

– ¿No? ¿Hablas con las jirafas de sus sueños?

– Tenemos un proyecto en el cole sobre sueños de animales. Los perros sueñan mucho. Los gatos también.

– Pero ¿las jirafas no?

– No.

Grace sonrió.

– Vale, ¿y cómo lo sabes?

– Lo sé y punto.

– ¿Qué me dices de las llamas?

La niña se encogió de hombros.

Era una maravillosa mañana de finales de primavera, el sol brillaba y calentaba y los deslumbraba a través del parabrisas, y Grace sacó sus gafas de sol de la guantera. Había indicios, por lo menos hoy, de que el largo periodo de mal tiempo podría haber acabado. Y Jaye era una persona risueña, le encantaba su compañía. Normalmente, se olvidaba de sus problemas durante las preciosas horas que pasaba con ella.

– ¿Y qué más estáis haciendo en el cole?

– Cosas.

– ¿Qué tipo de cosas?

– En estos momentos, el cole me aburre.

Grace conducía con extrema cautela cuando llevaba a Jaye en el coche. Estaban alejándose despacio de Brighton en dirección al campo.

– La última vez que salimos me dijiste que te divertías mucho en el cole.

– Los maestros son tontos.

– ¿Todos?

– La señorita Dean no. Ella es buena.

– ¿Qué enseña?

– Sueños de jirafas.

Se echó a reír.

Grace se detuvo al ver que el tráfico hacía cola en una rotonda.

– ¿Es lo único que enseña?

Jaye se quedó callada un momento, luego dijo de repente:

– Mamá cree que tendrías que casarte otra vez.

– ¿Eso cree? -dijo Grace sorprendido.

Jaye asintió con firmeza.

– ¿Y tú qué crees?

– Creo que serías más feliz si tuvieras novia.

Llegaron a la rotonda. Grace tomó la segunda salida, hacia la carretera de circunvalación de Brighton.

– Bueno -dijo-, ¿quién sabe?

– ¿Por qué no tienes novia? -preguntó la niña.

– Porque… -Dudó-. Bueno, ya sabes, encontrar a la persona adecuada no es siempre tan fácil.

– Yo tengo novio -anunció Jaye.

– ¿Sí? Háblame de él.

– Se llama Justin. Va a mi clase. Me ha dicho que quiere casarse conmigo.

Grace la miró de reojo.

– ¿Y tú quieres casarte con él?

Ella negó con la cabeza enérgicamente.

– ¡Es repugnante!

– ¿Es tu novio, pero es repugnante? ¿Qué tipo de novio es ése?

– Estoy pensando en romper -dijo, muy seria.

Ésta era otra de las razones por las que a Grace le encantaba salir de excursión con Jaye, porque tenía la sensación de que la niña le mantenía en contacto con los jóvenes. Ahora, por un momento, se sentía totalmente perdido. ¿Había tenido él novia a los ocho años? Qué va…

Le sonó el móvil, guardado en el bolsillo portamapas de la puerta. Lo cogió y se lo llevó a la oreja en lugar de utilizar el manos libres por si acaso se trataba de una mala noticia que pudiera entristecer a Jaye.

– Roy Grace -dijo.

– ¿Hola? ¿Comisario Grace? -dijo una voz de chica.

– Sí, soy yo.

– Soy la detective Boutwood.

– ¿Emma-Jane? Hola, bienvenida al equipo.

Parecía nerviosa.

– Gracias. Estoy en Sussex House. El detective Nicholl me ha pedido que lo llamara. Hay novedades.

– Cuéntame.

– Bueno, señor, no son buenas noticias -dijo, aún más nerviosa ahora-. Unos excursionistas han encontrado un cadáver en Ashdown Forest, a unos tres kilómetros al este de Crowborough.

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