Jeffery Deaver - El bailarin de la muerte

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A pesar de que un accidente le haya dejado paralítico, Lincoln Rhyme, el protagonista de El coleccionista de huesos, sigue siendo uno de los mejores criminalistas del mundo. Se le considera el único que podría frenar a un asesino muy particular, apodado El Bailarín. Es un matón a sueldo que cambia su aspecto con una rapidez asombrosa. Sólo dos de sus víctimas han podido dar una pista: lleva en un brazo un tatuaje de la Muerte bailando con una mujer delante de un féretro. Su arma más peligrosa es el conocimiento de la naturaleza humana, que maneja sin piedad. Rhyme y su ayudante, Amelia Sachs, se involucran en una partida estratégica contra «el bailarín de la muerte»
El cerebro de Rhyme y las piernas de Amelia se convierten en los únicos instrumentos para perseguir al asesino por todo Nueva York. Sólo tienen cuarenta y ocho horas antes de que El bailarín vuelva a matar.

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– Te veo esa mirada, Lincoln -le advirtió Sellitto-. Dale un respiro.

Pero Rhyme no siguió el consejo. Con un feroz gruñido empezó:

– ¿Qué diablos estabas pensando, Sachs? Te dije que era una bomba. Deberías haber sabido que era una bomba y salir a escape.

– Rhyme, ¿eres tú?

Estaba disimulando. Él lo sabía.

– Sachs…

– Tenía que quitarle la cinta, Rhyme. ¿Estás ahí? No te puedo oír. Era una cinta plástica de embalaje. Necesitamos tener una de sus huellas. Lo dijiste tu mismo.

– La verdad -gritó Rhyme-, eres imposible.

– ¿Hola? ¿Holaaa? No puedo oír ni una palabra de lo que estás diciendo.

– Sachs, no me vengas con estupideces.

– Espera un momento, Rhyme.

Hubo un momento de silencio.

– ¿Sachs?… ¿Sachs, estás ahí? ¿Qué diablos…?

– Rhyme, escucha: acabo de examinar la cinta con el PoliLight. ¿Y a qué no lo adivinas? ¡Hay una huella parcial! ¡Tenemos una de las huellas del Bailarín!

Aquello le hizo callar por un instante, pero pronto empezó de nuevo con sus improperios. Siguió un rato más con su sermón hasta que se dio cuenta de que estaba leyendo la cartilla a una línea vacía.

Estaba cubierta de hollín y tenía un aire de desconcierto.

– No me reprendas, Rhyme. Fue estúpido pero no lo pensé. Me limité a actuar.

– ¿Qué sucedió? -preguntó él. Su rostro severo se suavizó un momento, estaba tan contento de verla viva.

– Ya casi había entrado del todo. Vi la bomba AP detrás de la puerta y pensé que no podía desarmarla a tiempo. Cogí el cuerpo de la mujer y lo saqué de la nevera. Iba a llevarlo hasta la ventana de la cocina. Explotó antes que pudiera llegar.

Mel Cooper echó un vistazo a la bolsa de pruebas que Sachs le entregó; examinó el hollín y los fragmentos de la bomba.

– Una carga M cuarenta y cinco. TNT con un interruptor de balancín y una mecha de efecto retardado de cuarenta y cinco segundos. El grupo de la entrada lo activó cuando derribó la puerta y eso encendió la mecha. Hay grafito, de manera que es TNT de nueva fórmula. Muy potente, muy dañino.

– Maldito sea -escupió Sellitto-. Efecto retardado…, quería que entrara en el piso el mayor número de policías antes de que explotara.

– ¿Alguna pista? -preguntó Rhyme.

– Son elementos militares que se pueden comprar en las tiendas. No nos llevarán a ningún lado excepto…

– Al gilipollas que se los proporcionó -musitó Sellitto-. Phillip Hansen -El teléfono del detective sonó y él atendió la llamada. Inclinó la cabeza mientras escuchaba, asintiendo.

– Gracias -dijo al fin y cerró el teléfono.

– ¿Qué? -preguntó Sachs.

Los ojos del detective se cerraron.

Rhyme sabía que la noticia se refería a Jerry Banks.

– ¿Lon?

– Es Jerry -El detective levantó la vista. Suspiró-. Sobrevivirá, pero le han amputado un brazo. No lo pudieron salvar. Estaba demasiado dañado.

– Oh, no -murmuró Rhyme-. ¿Puedo hablar con él?

– No -dijo el detective -. Está durmiendo.

Rhyme pensó en el joven, recordó sus meteduras de pata, la forma en que se acusaba el mechón rebelde o se palpaba un corte de navaja de afeitar en su mentón suave y rosado.

– Lo siento, Lon.

El detective sacudió la cabeza, casi en la misma forma en que Rhyme ahuyentaba las muestras de compasión.

– Tenemos otras cosas de las que preocuparnos.

Sí, las tenían.

Rhyme observó la cinta plástica de embalar, la mordaza que había usado el Bailarín. Se podía ver una leve marca de pintalabios en el lado adhesivo.

Sachs examinaba las pruebas, pero no con una mirada clínica. No era la mirada de un científico. Estaba intranquila.

– ¿Sachs? -preguntó Rhyme.

– ¿Por qué lo haría?

– ¿La bomba?

– ¿Por qué la pondría en la nevera? -sacudió la cabeza, se llevó un dedo a la boca y se mordió una uña. De sus diez dedos, sólo una uña, la del meñique de su mano izquierda, era larga y tenía buena forma. Las demás estaban mordisqueadas y algunas tenían el color marrón de la sangre seca.

– Supongo que quería distraernos para que no viéramos la bomba -contestó el criminalista-. Un cuerpo en la nevera, eso captó toda nuestra atención.

– No me refería a eso -contestó Sachs-. La causa de la muerte fue asfixia. La colocó dentro viva. ¿Por qué? ¿Es un sádico o algo así?

– No, el Bailarín no es un sádico -contestó Rhyme-. No puede permitírselo. Su único objetivo es completar su tarea, y tiene suficiente voluntad como para mantener sus otros deseos bajo control. ¿Por qué asfixiarla cuando podía haber usado un cuchillo o una soga?… No estoy totalmente seguro, pero tal vez eso sea bueno para nosotros.

– ¿Qué quiere decir?

– Quizá había algo en ella que él odiaba, y quiso matarla de la forma más desagradable que se le ocurrió.

– Sí, ¿pero por qué eso es bueno para nosotros? -preguntó Sellitto.

– Porque -fue Sachs quien contestó- eso significa que quizá esté perdiendo su sangre fría. Se está volviendo descuidado.

– Exactamente -comentó Rhyme, sintiéndose muy orgulloso de Sachs. Pero ella no percibió su mirada de aprobación: cerró los ojos un momento y sacudió la cabeza, probablemente recordando la imagen de los aterrados ojos de la mujer. La gente cree que los criminalistas son fríos (¿con cuánta frecuencia la mujer de Rhyme lo había acusado de serlo?) pero, en realidad, los mejores sienten una profunda compasión por las víctimas de las escenas que investigan. Sachs era una de ellos.

– Sachs -susurró Rhyme suavemente-, ¿la huella? -Ella lo miró-. Dijiste que encontraste una huella. Tenemos que darnos prisa.

Sachs asintió:

– Es parcial -levantó la bolsa de plástico.

– ¿Podría ser de la mujer?

– No, yo le tomé sus impresiones dactilares. Nos llevó tiempo encontrar sus manos. Pero la huella definitivamente no es de ella.

– Mel -dijo Rhyme.

El técnico puso la porción de cinta de embalar en un bastidor SuperGlue y calentó el aparato. Inmediatamente se hizo visible una porción de la huella.

Cooper sacudió la cabeza:

– No puedo creerlo -murmuró.

– ¿Qué?

– El Bailarín limpió la cinta. Debió darse cuenta de que la tocó sin guantes. Queda solo un pedacito de una izquierda parcial.

Al igual que Rhyme, Cooper era miembro de la Asociación Internacional de Identificación. Eran expertos en realizar identificaciones a partir de huellas dactilares, el ADN y restos dentales. Pero aquella huella en particular, como la que estaba en el borde de metal de la bomba, se hallaba fuera de sus posibilidades. Si algún experto podía encontrar y clasificar una huella, sería alguno de los dos. Pero no esta huella.

– Imprímela y pégala -musitó Rhyme-. En la pared.

Seguirían con los procedimientos habituales porque eso era lo que tenía que hacerse. Pero Rhyme se sentía muy frustrado. Sachs había estado a punto de morir por nada.

Edmond Locard, el famoso criminalista francés, enunció un principio que lleva su nombre. Dijo que en cualquier encuentro entre el criminal y la víctima hay un intercambio de pruebas. Aunque fuera microscópica, siempre había una transferencia. Sin embargo, a Rhyme le parecía que si alguien podía desmentir el Principio de Locard, ese era el fantasma al que llamaban Bailarín de la Muerte.

Sellitto, al ver la frustración en la cara de Rhyme, dijo:

– Hemos montado la trampa en la comisaría. Si tenemos suerte, lo atraparemos.

– Esperemos que funcione. Nos hace falta un poco de suerte.

Cerró los ojos y apoyó la cabeza en la almohada. Un momento más tarde, escuchó que Thom decía:

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