Michael Connelly - Luz Perdida

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Desencantado con el cuerpo de policía de Los Ángeles, Harry Bosch decide abandonarlo tras casi treinta años como miembro del mismo. Sin embargó, desea seguir ejerciendo y retomar aquellos casos que no pudo resolver durante sus años como agente. Uno de ellos es el asesinato de Angella Benton, una joven que trabajaba en unos estudios cinematográficos. Su muerte se produjo días antes del robo de dos millones de dólares que iban a utilizarse durante el rodaje de una película, y Bosch cree que ambos hechos podrían estar relacionados.Si en el ámbito profesional Bosch prefiere ahora actuar por su cuenta, en el terreno personal también es un solitario. El recuerdo de Eleanor, su ex mujer, sigue vivo en su memoria; tanto, que Bosch decidirá visitarla en Las vegas.

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– Voy a buscar una taza de café -dijo-. ¿Quiere algo?

– No, pero gracias.

Asintió y salió, cerrando la puerta tras de sí. En cuanto ésta hizo clic yo me levanté de la silla y me coloqué detrás del escritorio. Me senté y me zambullí en el informe.

En su mayor parte, el archivo de Szatmari estaba lleno de documentos que ya había visto. Había también copias de contratos y directrices para la relación entre Global y su cliente BankLA que eran nuevos, así como resúmenes de entrevistas con varios empleados del banco y de la productora cinematográfica. Szatmari había conducido entrevistas con cada uno de los transportistas de seguridad que habían estado en la escena el día del golpe.

Pero no había entrevista conmigo. Como de costumbre el departamento lo había impedido. Yo ni siquiera llegué a recibir la solicitud de Szatmari de entrevistarme. Aunque tampoco habría aceptado. Entonces tenía una arrogancia que esperaba haber perdido.

Miré por encima las entrevistas y los resúmenes lo más deprisa posible, poniendo particular atención en los informes correspondientes a los tres empleados de banco con los que esperaba poder hablar ese mismo día: Gordon Scaggs, Linus Simonson y Jocelyn Jones. Los sujetos no aportaron mucho a Szatmari. Scaggs era el único que había manejado todo y fue muy específico en los pasos que había que dar y en la planificación del préstamo de un día de dos millones de dólares en efectivo. Las entrevistas con Simonson y Jones los mostraban como abejas obreras que hicieron lo que se les pidió. Lo mismo podrían haberse ocupado de poner etiquetas en latas que de contar veinte mil billetes de cien dólares y anotar ochocientos números de serie mientras lo hacían.

Mi curiosómetro se disparó cuando finalmente llegué a los historiales financieros de Jack Dorsey, Lawton Cross y yo mismo. Szatmari había sacado informes bancarios de cada uno de nosotros. Aparentemente llamó a nuestros bancos y compañías de crédito y redactó breves informes. Mi historial era el más limpio, mientras que los de Cross y Dorsey no pintaban tan bien. Según Szatmari, ambos hombres tenían importantes deudas de tarjetas de crédito, sobre todo Dorsey, que estaba divorciado y tenía que pasar pensión por cuatro hijos, dos de los cuales estaban en la universidad.

La puerta del despacho se abrió y la secretaria se asomó para decir algo a Szatmari cuando me vio sentado en su silla.

– ¿Qué está haciendo?

– Espero al señor Szatmari. Ha ido a buscar un café.

Puso las manos en sus anchas caderas: el signo internacional de indignación.

– ¿Le dijo que ocupara su silla y empezara a leer ese archivo?

Me correspondía no dejar a Szatmari en una situación potencialmente comprometido.

– Me dijo que lo esperara y estoy esperando.

– Bueno, vuelva ahora mismo al otro lado de la mesa. Voy a informar al señor Szatmari de lo que he visto.

Cerré la carpeta, me levanté y rodeé el escritorio como me habían pedido.

– ¿Sabe?, le estaría muy agradecido si no lo hiciera -dije.

– Ya lo creo que voy a decírselo.

Entonces desapareció, dejando la puerta abierta tras de sí. Pasaron unos minutos y Szatmari entró y cerró la puerta violentamente. Enseguida perdió su enfado cuando se volvió a mirarme. Llevaba una taza de café humeante.

– Gracias por actuar así -dijo-. Espero que haya conseguido lo que necesitaba porque ahora para continuar con mi rapto de ira voy a tener que echarle.

– No hay problema -dije, al tiempo que me levantaba-. Pero tengo una pregunta.

– Adelante.

– ¿Era sólo rutina estudiar los informes financieros de los polis del caso? Jack Dorsey, Lawton Cross y yo. Szatmari puso ceño mientras trataba de recordar la razón de las comprobaciones financieras. Entonces se encogió de hombros.

– Lo había olvidado. Supongo que pensé que con el dinero que había en juego tenía que comprobar a todos. Especialmente a usted, Bosch, con la coincidencia de que estuviera allí en el momento oportuno.

Asentí. Me parecía una medida sensata de la investigación.

– ¿Está enfadado por eso?

– ¿Yo? No. Sólo tenía curiosidad por saber de dónde salió.

– ¿Algo más útil?

– Tal vez, nunca se sabe.

– Buena suerte, entonces. Si no le importa, manténgame informado de sus progresos.

– Lo haré, descuide.

No estrechamos las manos. Al salir pasé junto a la indignada secretaria y le dije que pasara un buen día. Ella no respondió.

33

La entrevista con Gordon Scaggs transcurrió de manera rápida y agradable. Se reunió conmigo a la hora convenida en el rascacielos de BankLA del centro de la ciudad. Su despacho del piso veintidós estaba orientado al este y gozaba de una de las mejores vistas de la nube de contaminación de la ciudad. El relato de su implicación en el malhadado préstamo de dos millones de dólares a Eidolon Productions no se desviaba de manera perceptible de la declaración que constaba en el expediente del caso. Negoció una tarifa de cincuenta mil dólares para el banco, incluidos los costes de seguridad. El dinero tenía que entregarse la mañana del día del rodaje y volver al banco antes de las seis de la tarde, la hora de cierre.

– Sabía que había un riesgo -me explicó Scaggs-, pero también veía un beneficio rápido para el banco. Supongo que podría decirse que eso me nubló la visión.

Scaggs delegó las cuestiones del transporte del dinero a Ray Vaughn, jefe de seguridad de la entidad, mientras centraba su atención en las tareas de asegurar la operación de un día por medio de Global Underwriters y después recoger los dos millones en efectivo. Habría sido altamente inusual que una sola sucursal -aun tratándose de la central- dispusiera de tanto dinero en efectivo en un día. De modo que en las jornadas previas al préstamo Scaggs encargó envíos de efectivo desde distintas sucursales de BankLA. El día del préstamo, el dinero fue cargado en un vehículo blindado y conducido desde el centro de Los Ángeles hasta la localización de Hollywood. Ray Vaughn iba en un coche que encabezaba la comitiva. Se mantuvo en contacto permanente con el conductor del vehículo blindado y lo guió hasta Hollywood por un trayecto tortuoso, en un esfuerzo por determinar si los estaban siguiendo.

Cuando llegaron al lugar del rodaje, los recibieron más vigilantes de seguridad armados y Linus Simonson, uno de los ayudantes que habían colaborado con Scaggs en reunir el efectivo y que había elaborado la lista de números de serie que la compañía aseguradora exigía.

Y, por supuesto, el séquito del banco fue recibido también por los atracadores encapuchados y fuertemente armados.

Un dato nuevo que me proporcionó Scaggs durante la parte inicial de la entrevista fue que la política del banco había cambiado desde el golpe. BankLA ya no participaba en lo que llamó préstamos de boutique para la industria del cine.

– ¿Cómo es el dicho? -preguntó-. Quemarse una vez es educación, quemarse dos veces es simple estupidez. Bueno, aquí no somos estúpidos, señor Bosch. No nos vamos a quemar por esa gente otra vez.

– ¿Entonces cree que el origen fue «esa gente»? ¿El golpe se originó allí y no aquí en el banco?

Scaggs puso expresión de indignación de sólo pensarlo.

– Eso diría. Fíjese en la pobre chica que asesinaron. Trabajaba para ellos, no para mí.

– Cierto. Pero su muerte podría haber formado parte del plan. Para arrojar sospechas sobre la productora y no sobre el banco.

– Imposible. La policía estuvo en este sitio con un peine fino. Y lo mismo hizo en la compañía de seguros. No encontraron ni una liendre.

Asentí de nuevo.

– Entonces supongo que no le importará que hable yo también con sus empleados. Me gustaría hablar con Linus Simonson y Jocelyn Jones.

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