Michael Connelly - Luz Perdida

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Desencantado con el cuerpo de policía de Los Ángeles, Harry Bosch decide abandonarlo tras casi treinta años como miembro del mismo. Sin embargó, desea seguir ejerciendo y retomar aquellos casos que no pudo resolver durante sus años como agente. Uno de ellos es el asesinato de Angella Benton, una joven que trabajaba en unos estudios cinematográficos. Su muerte se produjo días antes del robo de dos millones de dólares que iban a utilizarse durante el rodaje de una película, y Bosch cree que ambos hechos podrían estar relacionados.Si en el ámbito profesional Bosch prefiere ahora actuar por su cuenta, en el terreno personal también es un solitario. El recuerdo de Eleanor, su ex mujer, sigue vivo en su memoria; tanto, que Bosch decidirá visitarla en Las vegas.

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– Dame otro trago, ¿quieres, Harry?

Bebió demasiado y el whisky le volvió y le quemó en la garganta. Cuando habló de nuevo su voz sonó más ronca de lo habitual.

– No lo creo. Creo que fueron diez meses.

– Cierra los ojos un segundo, Law.

– ¿De qué estás hablando?

– Sólo cierra los ojos y concéntrate en ese recuerdo. Sea lo que sea que tengas grabado, concéntrate en eso.

– ¿Estás intentando hipnotizarme, Harry?

– Sólo intento centrar tus pensamientos, ayudarte a recordar lo que dijo Jack.

– No funcionará.

– Si tú no te dejas, seguro que no. Relájate, Law. Relájate e intenta olvidarlo todo. Como si tu mente fuera una pizarra. Tú la estás borrando. Piensa en lo que Jack dijo de la llamada.

Sus ojos se movieron bajo los finos y pálidos párpados, pero al cabo de un momento los movimientos se hicieron más lentos y se detuvieron. Observé su rostro y esperé. Hacía años que no utilizaba técnicas de hipnosis y había recurrido a ellas para obtener descripciones visuales de hechos y sospechosos. Lo que quería de Cross era un recuerdo de un tiempo y un lugar y del diálogo que lo acompañaron.

– ¿Ves la pizarra, Law?

– Sí, la veo.

– Vale, acércate a ella y escribe el nombre de Jack. Escríbelo arriba del todo para que te quede espacio debajo.

– Harry, esto es estúpido, yo…

– Hazlo por mí, Law. Escribe el nombre de Jack en la parte superior de la pizarra.

– Vale.

– Muy bien, Law. Ahora mira la pizarra y debajo del nombre de Jack escribe «llamada de teléfono». ¿Vale?

– Vale, ya está.

– Bien. Ahora mira esas cuatro palabras y concéntrate en ellas. Jack. Llamada de teléfono. Jack. Llamada de teléfono.

El silencio que siguió a mis palabras estuvo puntuado por el tic tac apenas perceptible del reloj nuevo.

– Ahora, Law, quiero que te concentres en el negro que rodea esas palabras. Alrededor de esas letras. Mira a través de las letras, Law, mira el negro. Mira a través de las letras.

Esperé y observé sus párpados. Vi que el movimiento de la retina empezaba de nuevo.

– Jack te está hablando, Law. Te está hablando de la agente. Dice que tiene nueva información sobre el golpe del rodaje.

Esperé un momento, preguntándome si debería haber mencionado el nombre de Gessler, pero decidí que era preferible no haberlo hecho.

– ¿Qué te está diciendo, Law?

– Hay algún problema con los números. No concuerdan.

– ¿Fue ella quien llamó?

– Sí, llamó ella.

– ¿Dónde estáis cuando te está diciendo esto, Law?

– Estamos en el coche. Vamos al tribunal.

– ¿Es un juicio?

– Sí.

– ¿Qué juicio es?

– Es ese chico mexicano. El chaval de la banda que mató al joyero coreano en Western. Alejandro Penjeda. Es el veredicto.

– ¿Penjeda es el acusado?

– Sí.

– ¿Y Jack recibe la llamada de la agente antes de que vosotros vayáis al tribunal a escuchar el veredicto?

– Eso es.

– Muy bien, Law.

Había conseguido lo que quería. Traté de pensar en qué más preguntarle.

– ¿Law? ¿Dijo Jack cuál era el nombre de la agente?

– No, no lo dijo.

– ¿Dijo que iba a comprobar la información que le había dado?

– Dijo que iba a hacer algunas comprobaciones, pero que le parecía que era una llamada de mierda. Dijo que no creía que significara nada.

– ¿Tú le crees?

– Sí.

– Vale, Law, voy a pedirte que abras los ojos dentro de un momento. Y cuando los abras, quiero que te sientas como si acabaras de despertarte, pero quiero que recuerdes lo que acabamos de hablar, ¿de acuerdo?

– Sí.

– Muy bien, Law, ahora abre los ojos.

Los párpados aletearon una vez y luego se abrieron. Sus pupilas se clavaron en el techo y vinieron hacia mí. Parecían más brillantes que antes.

– Harry…

– ¿Cómo te sientes, Law?

– Bien.

– ¿Recuerdas de qué hemos estado hablando?

– Sí, de ese chaval mexicano, Penjeda. No aceptó el trato que le ofreció el fiscal, perpetua con condicional. Se arriesgó con el jurado y perdió. Perpetua sin condicional.

– Todos los días se aprende algo.

Desde el fondo de su garganta sonó lo que quizá pretendía ser una risa.

– Sí, ése fue bueno -dijo-. Recuerdo que Jack me habló de la llamada de Westwood cuando íbamos al tribunal ese día.

– Perfecto. ¿Recuerdas cuándo fue el veredicto de Penjeda?

– Finales de febrero, principios de marzo. Fue mi último juicio, Harry. Un mes después me comí la bala en ese bar de mierda y ya fui historia. Recuerdo la cara de aquel Penjeda cuando oyó el veredicto y supo que le había caído perpetua sin condicional. El hijoputa tuvo lo que se merecía.

La risa surgió otra vez, pero vi que su mirada se apagaba.

– ¿Qué pasa, Law?

– Está allí en Corcoran, jugando a balonmano en el patio o alquilándole el culo por horas a la mafia mexicana. Y yo estoy aquí. Supongo que a mí también me ha caído perpetua sin condicional.

Me miró a los ojos. Asentí con la cabeza, porque era la única cosa que se me ocurrió.

– No es justo, Harry. La vida no es justa.

17

La biblioteca del centro estaba en Flower y Figueroa. Era uno de los edificios más antiguos de la ciudad y quedaba empequeñecida por las modernas estructuras de cristal y acero que la rodeaban. La extraordinaria belleza interior se centraba en torno a una rotonda en cuya cúpula de mosaicos se representaba la fundación de la ciudad por los padres. El lugar había sido quemado en dos ocasiones por pirómanos y había permanecido cerrado durante años, pero una vez restaurado había recuperado su belleza original. Yo había ido por primera vez desde que era niño una vez concluida la restauración. Y continuaba yendo. La biblioteca me acercaba al Los Ángeles que yo recordaba, a la ciudad donde me sentía a gusto. Comía en las salas de lectura de los patios de la planta superior mientras leía los archivos de los casos y tomaba notas. Había llegado a conocer a los vigilantes de seguridad y a unos pocos bibliotecarios. Tenía un carnet de biblioteca, aunque rara vez sacaba un libro.

Fui a la biblioteca después de salir de la casa de Law-ton Cross porque no quería volver a recurrir a Keisha Russell para que me ayudara con las búsquedas de artículos. Su llamada a Sacramento para investigarme cuando simplemente le había pedido que buscara artículos de Martha Gessler había sido advertencia suficiente. Su curiosidad periodística la llevaría más lejos que mis preguntas, a lugares a los que yo no quería que se acercara.

La hemeroteca estaba en la segunda planta. Reconocí a la mujer que había detrás del mostrador, aunque nunca había hablado con ella antes. Supe que me reconoció cuando me acerqué a ella. Utilicé una tarjeta de biblioteca donde normalmente bastaba con una placa policial. Ella la leyó y reconoció el nombre.

– ¿Sabe que se llama igual que un pintor famoso? -preguntó.

– Sí, lo sé.

Se ruborizó. Estaba en mitad de la treintena y lucía un corte de pelo poco atractivo. La tarjeta la identificaba como la señora Molloy.

– Claro que lo sabe -dijo-. Tenía que saberlo. ¿En qué puedo ayudarle?

– Necesito buscar artículos del Times de hace unos tres años.

– ¿Quiere hacer una búsqueda por palabra clave?

– Supongo. ¿Qué es eso? La bibliotecaria sonrió.

– Tenemos el Los Ángeles Times en ordenador desde mil novecientos ochenta y siete. Si lo que está buscando se publicó después de esa fecha, lo único que tiene que hacer es conectarse desde uno de nuestros equipos y escribir la palabra o frase clave, como por ejemplo un nombre que cree que saldrá en el artículo que busca. La cuota por hora para acceder a los archivos del periódico es de cinco dólares.

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