Bosch eligió una mesa que no estaba demasiado repleta de papeles y llamó a Homicidios de Hollywood con la esperanza de que todavía quedara alguien. Cuando Karen Moshito cogió el teléfono, Bosch le preguntó si había mensajes para él.
– Sólo uno, de una tal Sylvia. No me ha dado el apellido.
Al apuntar el número, Bosch notó que el pulso se le aceleraba.
– ¿Te has enterado de lo de Moore? -le preguntó Moshito.
– ¿Lo de la identificación? Sí.
– No, lo de la autopsia. En las noticias de la radio han dicho que no es concluyente. Es la primera vez que un tiro de escopeta en la cara no es concluyente.
– ¿Cuándo lo han dicho?
– Acabo de oírlo en la KFWB, en las noticias de las cinco.
Cuando hubo colgado, Bosch intentó marcar otra vez el número de Porter. Y de nuevo no obtuvo respuesta. Harry se preguntó si el policía estaría en casa, pero no quería ponerse al teléfono. Se imaginó a Porter sentado con una botella, a oscuras, incapaz de abrir la puerta o levantar el teléfono.
Bosch miró el número de Sylvia Moore y se preguntó si se habría enterado de lo de la autopsia. Eso debía de ser. Tras sonar tres veces, Sylvia cogió el teléfono.
– ¿Señora Moore?
– Soy Sylvia.
– Soy Harry Bosch.
– Ya lo sé.
Ella no dijo nada más.
– ¿Cómo está?
– Creo que bien. Le-le he llamado para darle las gracias. Por su amabilidad ayer por la noche.
– Bueno, no hace falta que…
– ¿Recuerda el libro que le mencioné?
– ¿El largo adiós?
– Sí. Hay otra frase que me gusta: «Para mí, un hombre caballeroso es menos común que un cartero gordo». Aunque la verdad es que ahora hay muchos carteros gordos. -Su risa era dulce, casi como su llanto-. Pero no hay demasiados hombres caballerosos. Y usted lo fue anoche.
Bosch no sabía qué responder. Intentó imaginársela al otro lado del silencio.
– Gracias, es muy amable, pero no sé si me lo merezco. A veces la profesión me obliga a actuar de forma muy poco caballerosa.
A continuación hablaron de asuntos más triviales y al cabo de unos minutos se despidieron. Cuando colgó, Bosch se quedó un momento pensativo, con la vista fija en el teléfono y la mente concentrada en lo que habían dicho y lo que se habían callado. Era evidente que entre ellos había algo más que la muerte de Cal Moore; algo más que un caso. Había compenetración.
Luego, Bosch pasó las hojas de la libreta hasta llegar a la cronología que había comenzado a redactar esa tarde.
9 de noviembre. Detención de Dance.
13 de noviembre. Jimmy Kapps muerto.
4 de diciembre. Reunión de Moore y Bosch.
Bosch empezó a añadir las otras fechas y hechos, a pesar de que algunos de ellos todavía no parecían encajar. Sin embargo, intuía que todos los casos estaban conectados y que el punto de unión era Calexico Moore. No quiso detenerse a considerar la lista hasta que hubo terminado. Cuando lo hizo, descubrió que le ayudaba a poner en orden todas las ideas que le habían bailado por la cabeza en los últimos dos días.
1 de noviembre. Memorándum BANG sobre el hielo negro.
9 de noviembre. Rickard recibe soplo de Jimmy Kapps.
9 de noviembre. Detención y puesta en libertad de Dance.
13 de noviembre. Jimmy Kapps muerto.
4 de diciembre. Reunión Moore y Bosch. Moore miente.
11 de diciembre. Moore habla con la DEA.
18 de diciembre. Moore encuentra cuerpo de Juan 67.
18 de diciembre. A Porter se le asigna el caso Juan 67.
19 de diciembre. Moore se registra en el Hideaway.
¿Suicidio?
24 de diciembre. Autopsia de Juan 67. ¿Insectos?
25 de diciembre. Aparece el cuerpo de Moore.
26 de diciembre. Porter se retira.
26 de diciembre. Autopsia de Moore. ¿No concluyente?
De todos modos, Bosch no siguió estudiando la lista mucho tiempo, ya que no podía sacarse a Sylvia Moore de la cabeza.
Bosch cogió Los Ángeles Street hasta llegar a Second Street, y puso rumbo al bar Red Wind. Cuando pasó por delante de la iglesia de Santa Vibiana, se fijó en un grupo de vagabundos harapientos que salían de su interior; seguramente habían pasado el día durmiendo en los bancos y en ese momento se disponían a cenar en la misión de Union Street. Al llegar al edificio del Times , Bosch levantó la vista hacia el reloj y vio que eran las seis en punto, así que encendió la radio para escuchar el boletín informativo de la emisora KFWB. La autopsia de Moore fue la segunda noticia, después de la del alcalde. Por lo visto, el hombre había sido la última víctima de una ola de ataques kamikazes para protestar contra el sida. Le habían lanzado un globo lleno de sangre de cerdo en la escalinata blanca del ayuntamiento de la ciudad. Un grupo denominado «SuiSida» había reivindicado el atentado.
«En otro orden de cosas, la autopsia del sargento de policía Calexico Moore no permite concluir que el agente de narcóticos se quitara la vida, según informó la oficina del forense del condado de Los Ángeles. El cadáver del agente, de treinta y ocho años, fue hallado el día de Navidad en un motel de Hollywood. Según fuentes policiales, el sargento Moore llevaba muerto una semana a causa de un disparo de escopeta. Estas mismas fuentes han confirmado que se encontró una nota de suicidio, pero no han divulgado su contenido. El sargento Moore será enterrado el lunes».
Bosch apagó la radio. Era obvio que la información estaba sacada de un comunicado de prensa. Se preguntó qué querría decir lo de que la autopsia no fuera concluyente, el único dato nuevo de toda la noticia.
Finalmente Bosch llegó al Red Wind, aparcó y entró en el bar. Como no vio a Teresa Corazón, aprovechó para ir al baño y lavarse la cara. Después se secó con una toalla de papel e intentó peinarse con la mano el bigote y el cabello rizado. Tras aflojarse la corbata, se quedó un rato mirándose al espejo. Necesitaba afeitarse. Con aquel aspecto la mayoría de gente evitaría acercarse a él.
Al salir del lavabo, Bosch compró una cajetilla de tabaco en la máquina y echó otro vistazo al bar. Ella todavía no había llegado. Entonces se dirigió a la barra y pidió una Anchor, que se llevó a una mesa vacía cerca de la puerta. A esa hora, el Wind comenzaba a llenarse de gente que salía del trabajo: hombres trajeados o mujeres arregladas. Abundaban las combinaciones de hombres mayores con mujeres jóvenes. Harry reconoció a varios periodistas del Times , lo cual le hizo pensar que Teresa había elegido un mal sitio para quedar, si es que ella hacía acto de presencia. Tras la noticia de la autopsia, los periodistas podrían reconocerla. Bosch se acabó su cerveza y salió del bar.
Estaba en la acera, soportando el frío del anochecer y mirando el túnel de Second Street cuando oyó una bocina. Un coche se detuvo frente a él y alguien bajó la ventanilla eléctrica. Era Teresa.
– Perdona, llego tarde. Ahora entro; voy a buscar un sitio para aparcar.
Bosch metió la cabeza por la ventanilla.
– No sé si es buena idea. Hay muchos periodistas. Por la radio han dado la noticia de la autopsia de Moore; te arriesgas a que te hagan preguntas.
Bosch veía ventajas e inconvenientes. Que el nombre de Teresa saliera en los periódicos mejoraba sus oportunidades de pasar de jefa en funciones a jefa permanente. Pero si decía algo inapropiado también podía acabar bajando a interina o, aún peor, a desempleada.
– ¿Dónde podemos ir? -preguntó ella.
Harry abrió la puerta y se metió en el coche.
– ¿Tienes hambre? ¿Y si vamos a Gorky's o al Pantry?
– Muy bien. ¿Está abierto Gorky's? Me apetece una sopa.
Como era hora punta, tardaron quince minutos en recorrer ocho manzanas y encontrar sitio para aparcar. Cuando finalmente llegaron a Gorky's, pidieron dos jarras de cerveza rusa de la casa y Teresa se tomó un caldo de pollo con arroz.
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