Jonathan Kellerman - Obsesión

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Patty Bigelow pensaba que por fin había conseguido enderezar su vida, pero de repente, su rebelde hermana Leila abandona a su hija, Tanya, en la puerta de su casa. Tía y sobrina aprenden con dificultad a vivir juntas con la ayuda profesional del doctor Alex Delaware, psiquiatra. Ahora, quince años después, Tanya acude de nuevo a la consulta de Alex porque la única madre que ha tenido, Patty Bigelow, ha fallecido dejando a la joven un extraño legado: le confesó, en su lecho de muerte, haber matado a un hombre años atrás. Este acto de barbarie abrirá inevitablemente un túnel al pasado en el que los secretos, junto con los cadáveres, han sido profundamente enterrados.

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– ¿Ha alquilado la propiedad alguna vez a un hombre llamado Blaise de Paine?

– ¡Vaya hombre! -exclamó Benezra-. Ese tío. Sí, fue el último.

– ¿Un inquilino problemático?

– Si llamas inquilino problemático a un tío que lo destroza todo y no paga, sí. Para mí fue problemático. Mi culpa, rompí las reglas, me tomó por idiota.

– ¿Por idiota? -preguntó Petra.

– Estoy utilizando un lenguaje educado porque es usted una señora.

Petra sonrió y dijo:

– ¿Qué reglas rompió?

– Las reglas de Avi. Dos meses por anticipado, más una fianza por desperfectos para empezar. A él se lo dejé en un mes y sin fianza. Estúpido, Tenía que haberlo sabido por el aspecto que tenía.

– ¿Qué aspecto tenía?

Rock & Roll -contestó Benezra-. El pelo, ya saben. Pero venía recomendado.

– ¿Por quién?

Benezra se echó para atrás las gafas de sol.

– Un tipo.

– ¿Qué tipo?

– ¿Es importante?

– Puede serlo.

– ¿Qué es lo que ha hecho?

– ¿Quién lo recomendó? -repitió Petra.

– Escuchen -dijo Benezra-. No quiero tener problemas.

– Si no ha hecho nada…

– No he hecho nada. Pero el tipo que lo recomendó, es un poco famoso, ¿saben?

– ¿Quién?

– Yo no sé nada de sus problemas.

– ¿Qué problemas? Señor.

Benezra aspiró aire, fumó con avidez.

– Para lo que yo lo contraté es legal. Lo que haga para otra gente, no lo quiero ni saber.

– Escuche -dijo Petra-, ¿de quién estamos hablando?

– Un tipo que contraté.

– ¿Para hacer qué?

– Vigilar a mi mujer. Ella quería quedarse la casa de Angelo, ochocientos treinta y seis metros cuadrados, puede patinar dentro, de acuerdo, acepto. Quería las joyas, de acuerdo. ¿Pero mi barco? ¿Propiedades que yo ya tenía antes de conocerla? Nada, nada, nada de acuerdo. Sabía lo que estaba haciendo con ya saben quién y quizás aquel tipo podría probarlo, así evitaría que ella fuera de prepotente.

– Tenemos divorcio por acuerdo mutuo en California.

– Eso es oficialmente -replicó Benezra-. Pero no con todos sus elegantes amigos, recaudadores de fondos para obras benéficas y almuerzos en el Spago. No le parecerá bien que todos sepan que no es tan perfecta. Lo contraté para que consiguiera pruebas.

– Hablamos de un investigador privado.

– Sí.

– Porque su mujer…

– Usted es una mujer. ¿Qué cree que hizo?

– ¿Buscó alguna otra cama en la que dormir?

– No alguna otra cama. Buscó a otro tipo, su oculista. -Golpeó una de las lentes de las gafas-. Pagué diez mil dólares por el Lasik para que no tuviera que llevar lentillas, nada de irritación. Y ella me lo pagó buscándose otro tipo de tratamiento.

Dio un chasquido con la lengua.

– Es bueno que pueda tomárselo con tan buen humor -apuntó Petra.

– ¿Y qué? ¿Debería ponerme a llorar?

– ¿Cuál es el nombre del investigador privado?

– Ese tan famoso -contestó Benezra-. Fortuno.

– Mario Fortuno.

– Sí, ¿todavía está en la cárcel?

– Por lo que sé, sí.

– Bien, cogió mi dinero y no hizo nada. De lo demás, no tengo ni idea.

– ¿Le dijo Fortuno cómo había conocido a Blaise?

Benezra movió el dedo.

– Un amigo de un amigo, de un amigo, de un amigo. «Es un tío legal, Avi, confía en mí», me dijo. -Se rió a pierna suelta-. Creo que me dejé algún amigo más.

– ¿Qué más le contó Fortuno sobre De Paine?

– Nada más. Fui estúpido, pero pensé que un tío así, que estaba trabajando para mí, ¿por qué me engañaría? Incluso le rebajé el alquiler porque la casa estaba hecha una mierda, iba a derribarla pronto.

Volvió a girarse hacia el paisaje y dijo:

– Miren esto.

Petra le enseñó una de las fotos de la fiesta que sacamos de Internet.

– ¿Es esta la persona de la que hablamos?

– Es él. ¿Qué ha hecho?

La fotografía de la DMV de Moses Grant produjo un movimiento de negación.

– A ese nunca lo he visto. ¿Quién es? ¿Un gánster de Watts?

La fotografía de la cara de Robert Fisk provocó un gesto de sorpresa, levantó las cejas.

– Ese estuvo aquí, lo he visto un par de veces. Puede que viviera aquí, a pesar de que el trato era para solo una persona, son menos de cincuenta y seis metros cuadrados, una habitación, un baño. Antes era el garaje de ese cabrón en los años cincuenta. Él compró dos años antes y piensa que debería ser todo como en aquel entonces, no quiere pagar el precio de mercado. Me está volviendo loco. Iba a dejarlo como espacio verde, pero que se olvide, la construiré a cinco centímetros del límite.

Petra agitó la foto de Fisk.

– ¿Qué le hace pensar que esta persona estaba viviendo aquí?

– Un día vine a por el alquiler y era el único que estaba en casa. No llevaba camiseta, con unos tatuajes de escándalo, estaba haciendo ejercicio frente a la ventana, en una colchoneta, sabe a qué me refiero, ¿no? Yudo, kárate, algo así. Estaba todo lleno de ropa y basura. Intenté entablar conversación. Yo aprendí krav maga, un estilo israelí de kárate, en la armada. Él me dijo que sí, que lo conocía, luego cerró los ojos y volvió a aspirar y expirar mientras estiraba los brazos. Le dije que sentía molestarle, pero que qué pasaba con el alquiler. Me dijo que no sabía nada, que solo estaba de visita. Todos esos tatuajes, por toda esta parte -añadió tocándose el pecho- y hasta el cuello. ¿Es un mal tipo?

– Nos gustaría hablar con él. ¿Qué más nos puede contar sobre De Paine y Mario Fortuno?

– Eso es todo. -Benezra miró el reloj-. Le contraté para descubrir algo sobre ella. Me dijo que estaba viéndose con su oculista… ¡pues muchísimas gracias!, menudo hallazgo, superdetective… Eso ya lo sabía porque a pesar de que veía a la perfección, ella seguía concertando citas con él.

Sacudió la cabeza.

– Trece mil dólares para eso, muchísimas gracias. Debería pudrirse en la cárcel.

– Entonces, ¿Fortuno no siguió adelante? -preguntó Milo.

– Siempre tenía excusas -contestó Benezra-. «Necesito tiempo, Avi.» «Tenemos que estar seguros de que las pruebas serán auténticas, Avi.» «La consulta del oculista está cerrada, Avi. Puede que cueste un poco más, Avi.»

Una amplia sonrisa cruzó su rostro.

– Finalmente me di cuenta de que me estaban tomando el pelo por partida doble. Ahora estoy pensando en querellarme contra mi abogado del divorcio, al fin y al cabo, fue él quien me recomendó a Fortuno. Le llamé y me dijo que Fortuno también lo había estafado a él.

– ¿Cómo?

– Lo contrató para que redactara unos documentos y no le pagó.

– El nombre de su abogado, por favor.

– Vaya -protestó Benezra-, esto se está complicando. Está bien, por qué no. He acabado con él. Marvin Wallace. Roxbury con Wilshire.

Benezra dio una última calada al cigarrillo y lo lanzó con los dedos. Voló a través del solar.

– Siempre excusas para no hacer su trabajo, ese Fortuno. Al fin ha tenido lo que se merecía.

– ¿Qué merecía? -preguntó Petra.

– Lo que le habéis dado, chicos. Una temporada en la cárcel.

Capítulo 27

Dejamos a Benezra elogiando la maravillosa vista y bajamos por la avenida Oriole.

Petra llamó al capitán Stuart Bishop y le contó los detalles, luego colgó.

– Hará algunas llamadas, pero quiere una reunión.

– ¿Cuándo?

– Tan pronto como volvamos a Hollywood.

– ¿Nosotros?

– Tú y yo. Stu es un genio en comunicación entre comisarias. -Se giró hacia mí-. Tu asistencia es opcional, pero obviamente eres bienvenido. Dice que te dé las gracias por lo de su sobrino.

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