David Baldacci - Los Coleccionistas

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El Camel Club entra de nuevo en acción. Son cuatro ciudadanos peculiares con una misma meta: buscar la verdad, algo difícil en Washington. Esta vez el asesinato del presidente de la Cámara de Representantes sacude Estados Unidos. Y el Camel Club encuentra una sorprendente conexión con otra muerte: la del director del departamento de Libros Raros y Especiales de la Biblioteca del Congreso. Los miembros del club se precipitarán en un mundo de espionaje, códigos cifrados y coleccionistas.

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– Ya hemos registrado la casa de DeHaven y no encontramos nada -apuntó Milton.

– Y yo miré en casa de Jewell -dijo Caleb-y sólo encontré un cadáver.

Stone asintió.

– Quizá la casa de Norman Janklow nos de alguna pista.

– El único problema -objetó Reuben-es que la policía ya estará allí. Igual que con casa de English.

– La situación se está volviendo muy peligrosa -aseveró Stone-y tenemos que ir con sumo cuidado. Sugiero que a partir de ahora siempre vayamos de dos en dos. Milton y Caleb, podéis quedaros en casa de Milton, tiene un sistema de seguridad muy bueno. Reuben, tú y yo podemos quedarnos en tu casa, puesto que ciertas personas ya saben dónde vivo. -Miró a Annabelle-. Tú puedes quedarte con nosotros.

Reuben se mostró optimista.

– Mi choza no es gran cosa pero tengo un montón de cerveza, patatas fritas y una televisión de plasma panorámica. Y cocino un chile fantástico. Con respecto a las medidas de protección, tengo una pitbull con muy mala leche llamada Delta Dawn, que muerde a quien yo le diga.

– Creo que me quedaré en el hotel. Pero estaré alerta, no os preocupéis.

– ¿Estás segura? -insistió Stone.

– Segurísima. Pero gracias por la oferta. La verdad es que soy una persona solitaria. Lo prefiero así -añadió, apartando la mirada de Stone.

Cuando se despidieron, Stone paró un momento a Annabelle antes de que se marchara.

– ¿Estás bien? -le preguntó.

– Sí, ¿por qué no iba a estarlo? Ha sido un día más de mi vida.

– Estar a punto de que te maten no es tan normal.

– A lo mejor no y a lo mejor sí.

– Vale, ¿te apuntas a otra tentativa con Albert Trent? -Annabelle vaciló-. No me refiero a volver a entrar en su casa sino a seguirlo.

– ¿Crees que sigue por aquí? -preguntó ella.

Stone asintió.

– En realidad no tienen ni idea de lo que sabemos o dejamos de saber. Yo creo que mantendrán el statu quo hasta que las circunstancias exijan lo contrario. Si se larga de la ciudad ahora, se acabó. Si esto es una red de espionaje, quizá quieran ver si se puede salvar algo. Es obvio que esta gente se lo ha currado para organizar todo eso.

– Esta gente no se anda con chiquitas, ¿verdad?

– Yo tampoco -repuso Stone.

Roger Seagraves era un hombre muy desdichado. Si bien Janklow había sido sacrificado para enturbiar las aguas y silenciar a un posible testigo, English estaba en un lugar seguro lejos de Washington, D.C. No obstante, como había permitido que le quitaran las gafas y había lanzado por la borda la operación, Seagraves no creía que fuera a seguir viva durante mucho tiempo. Esa era la buena noticia. La mala noticia era que Oliver Stone y la mujer habían huido, lo cual le había costado dos hombres. El Triple Seis había conseguido superar la cámara de la muerte y les había machacado el cráneo. Era impresionante, sobre todo para un tipo que debía de tener unos sesenta años. Seagraves se reprendió por no haberle matado cuando había tenido la oportunidad. Había recogido los cadáveres de Fire Control pero la policía había invadido la casa de Jewell English. Por suerte no había guardado nada comprometedor en su casa, igual que Janklow. Sin embargo, el plan de Seagraves se había ido al traste.

Ahora sólo tenía un objetivo. Ir directamente a la fuente y acabar con ella de una vez por todas.

Cogió la camisa vieja de Stone y el reloj que le había quitado a Annabelle de la mesita que tenía al lado. Seagraves se prometió que esos artículos pasarían a formar parte de su colección.

Capítulo 60

Se despertó, se desperezó, se dio la vuelta y miró por la ventana. El día se presentaba igual que el anterior. Soleado y despejado con una brisa oceánica que parecía destinada a inspirar satisfacción en todo lo que tocara. Se levantó, se rodeó la cintura con una sábana y se acercó a la ventana. El chalé, situado en una parcela de varias hectáreas de terreno que incluía una playa de arena azotada por el océano, era suyo, al menos durante un año, la duración del alquiler, pero se estaba planteando comprarlo directamente. La propiedad contaba con una piscina de agua salada infinita, bodega, pista de tenis y un pabellón provisto de un sofá cama que resultaba útil para algo más que secarse después de darse un baño, ya que pocas veces nadaba solo o con el bañador puesto. En el garaje de dos plazas guardaba un cupé Maserati y un Ducati para gozar de la conducción. El alquiler incluía cocinera, asistenta y jardinero por menos dinero del que le habría costado alquilar un apartamento en Los Ángeles… Respiró hondo y pensó que no le costaría nada pasar el resto de su vida ahí.

No había hecho caso de la recomendación de Annabelle de no alardear del dinero, pero ese lugar estaba disponible de inmediato para alguien que tuviera dinero. De hecho había visto el anuncio en Internet antes de que dieran el golpe, pero después de que Annabelle les dijera que iban a ganar millones. Nunca era demasiado pronto para planificar una compra tan importante. Y en cuanto había firmado el contrato, quiso tener los accesorios que le correspondían. No le preocupaba que Bagger le encontrara. El tío ni siquiera le había visto. Y en esa parte del mundo abundaba la gente joven y rica. Estaba tranquilo. De hecho, estaba de maravilla. Tony la oyó subiendo las escaleras de piedra y volvió a la cama dejando caer la sábana. Cuando abrió la puerta, vio que traía una bandeja con el desayuno sólo para él. Era curioso, se acostaba con él desde el segundo día pero no quería desayunar con él. Probablemente tuviera que ver con el hecho de que fuera la asistenta.

– Dos huevos, jugo de naranja, tostada y café con leche -le dijo en español. Tenía un acento agradablemente cantarín.

– Y tú. -El sonrió y se la acercó en cuanto hubo dejado la bandeja en la mesita. Ella le besó en los labios y dejó que le soltara la combinación sin tirantes, que resulta que era todo lo que llevaba. El recorrió con los dedos los finos músculos de su largo cuello moreno, le acarició los grandes pechos, le pasó la mano por el vientre plano y luego bajó todavía más.

– ¿Tú no tienes hambre? -le susurró ella en español, restregando la pierna contra él y rozándole el cuello con los labios.

– «Hambre» de ti -dijo él, mordisqueándole la oreja.

Se dio la vuelta encima de la cama y la tumbó boca arriba en la cama. Cogió cada una de sus esbeltas piernas en cada brazo y se colocó entre sus muslos. Ella se humedeció los dedos y luego se apretó los pechos.

– Joder, me vuelves loco, Carmela -dijo.

Ella se echó hacia delante, lo agarró por los hombros y lo empujó hacia su interior.

La puerta golpeó con fuerza contra la pared e hizo que la pareja se olvidara de echar un polvo antes del desayuno.

Cuatro hombretones irrumpieron en la habitación seguidos de otro más bajito y ancho de espaldas vestido con un traje de dos piezas y una camisa abierta y con una malvada expresión triunfante.

– Oye, Tony, tienes una choza bonita. Me gusta mucho -dijo Jerry Bagger-. Es increíble lo que se puede comprar con el dinero de otra persona, ¿verdad?

Se sentó en la cama mientras la aterrorizada Carmela intentaba taparse con la sábana.

– Oye, nena, no hace falta que hagas eso -dijo Bagger-. Eres muy guapa, ¿cómo se dice? «Bonita.» Eso es. «Muy bonita», zorra. -Hizo una seña a uno de sus hombres, que cogió a Carmela, la llevó hasta la ventana abierta y la tiró sin contemplaciones.

Todos escucharon un grito largo y luego un golpe seco.

Bagger cogió el vaso de zumo de naranja de la bandeja y se lo bebió de un trago. Se limpió la boca con una servilleta.

– Cada día tomo zumo de naranja. ¿Sabes por qué? Tiene un montón de calcio. Tengo sesenta y seis años pero ¿los aparento? ¡Pues no! Toca este músculo, Tony, venga, tócalo. -Bagger flexionó el bíceps derecho. Tony, sin embargo, parecía estar paralizado.

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