– Si pensaba robarlo, ¿por qué no lo hizo antes de reunirse conmigo? -planteó Caleb-. Así yo nunca habría sabido que el libro estaba ahí.
Stone estaba desconcertado.
– Cierto. Aunque sigo sin creerme que esté relacionado con los asesinatos.
Caleb gimió.
– Perfecto, pero Vincent Pearl me matará cuando se entere. Esta iba a ser la joya de la corona de su carrera. Seguro que me acusa de haberlo robado.
– Bueno, a lo mejor lo robó él -declaró Milton, alzando la vista del libro.
– ¿Cómo? No ha podido entrar en la casa y no tenía las llaves ni las combinaciones -dijo Caleb-. Y sabe perfectamente que el libro es imposible de vender sin los documentos adecuados. No podría ganar dinero con él. Lo detendrían enseguida.
Todos permanecieron en silencio hasta que Reuben habló.
– Lo del libro es una mala noticia pero no nos olvidemos de nuestro objetivo principal. Mañana vamos al FBI. Por lo menos ya es algo.
– ¿Qué hacemos con Jewell English? -preguntó Milton.
Caleb se irguió en el asiento, probablemente agradecido de dejar de pensar en el Libro de los Salmos robado.
– Si vuelve a la biblioteca, le diré que puedo buscar sus gafas en «objetos perdidos». -¡Joder!, si es una espía, probablemente ya haya salido del país -dijo Reuben.
– Quizá no sepa todavía que no tiene las gafas -dijo Stone-. Sólo las usa para buscar las letras cifradas. Eso significa que quizá no las saca del bolso hasta que llega a la sala de lectura.
– O sea que si se las devolvemos antes de que se dé cuenta de que no las tiene, quizá no sospeche -dijo Caleb.
– Las necesitaremos para el FBI, pero si explicamos nuestro plan, quizá nos dejen devolvérselas y la vigilen -dijo Reuben-. Así ella obtiene más claves, se las pasa a quien sea, y el FBI está ahí para pescarlos.
– Buen plan -convino Stone.
– En realidad, no lo es -dijo Milton de repente-. No podemos llevar el libro al FBI.
Todas las miradas se volvieron hacia él. Mientras habían estado hablando, él había releído el fino volumen, pasando las páginas cada vez más rápido. Se quitó las gafas y sostuvo el libro con mano temblorosa.
– ¿Por qué no? -preguntó Caleb, molesto.
Milton le pasó las gafas y el libro a Caleb a modo de respuesta.
– Averígualo tú mismo.
Caleb se puso las gafas y abrió el libro. Pasó una página y luego otra y otra más. Desesperado, llegó rápidamente al final. Lo cerró de golpe con una expresión en el rostro medio airada y medio incrédula.
Stone, entornando los ojos de preocupación, dijo:
– ¿Qué pasa?
– Las letras ya no están resaltadas -respondió Caleb lentamente.
Stone se puso las gafas y hojeó el libro. Pasó el dedo por una de las letras que sabía que habían estado resaltadas. Estaba tan lisa e inanimada como las demás. Cerró el libro, se quitó las gafas y exhaló un suspiro.
– El líquido para resaltar que utilizaron tiene una duración determinada. Luego se evapora.
– ¿Como tinta evanescente? -preguntó Milton.
– Algo un poco más sofisticado que eso -respondió Stone, antes de añadir enfadado-: Tenía que haberlo imaginado.
– ¿Conoces este tipo de sustancia química, Oliver? -preguntó Caleb.
– El proceso no. Pero tendría sentido. Si eres espía y cabe la posibilidad de que las gafas caigan en las manos equivocadas, el libro no revela nada si ha pasado el tiempo suficiente. -Miró a Caleb-. Quienquiera que aplicara la sustancia química tenía que saber que Jewell English tendría acceso al libro antes de que el efecto pasara. ¿Cómo se podía saber eso?
Caleb se lo pensó durante unos instantes:
– Esa persona tendría que entrar en la cámara y manipular el libro ahí. Luego, ponerse en contacto con ella de algún modo y decirle qué libro pedir. Ella va a la biblioteca inmediatamente y lo solicita.
Stone observó la cubierta del libro.
– Marcar cada letra parece un proceso tedioso. Como mínimo, lento.
– La gente entra y sale de las cámaras bastante a menudo. Pero en algunas cámaras interiores no hay mucho movimiento. Sin embargo, si algún trabajador de la biblioteca se pasara ahí horas y horas, nos daríamos cuenta, seguro.
– A lo mejor quien lo hizo es muy bueno y lo hace rápido porque emplea algún tipo de plantilla -apuntó Reuben.
– ¿Y si lo hace de madrugada? -preguntó Stone.
Caleb no estaba muy convencido:
– ¿En la cámara? Muy pocas personas podrían. El director y el bibliotecario del Congreso son las únicas dos personas que se me ocurren. El ordenador está programado para denegar el acceso a cualquier otra persona una vez que se cierra la biblioteca; a no ser que se haya solicitado un permiso especial. De ninguna manera es algo que pueda hacerse todos los días.
– ¿O sea que DeHaven tenía acceso a la cámara fuera del horario de apertura? -preguntó Stone.
Caleb asintió lentamente.
– Sí, lo tenía. ¿Crees que formaba parte de la red de espionaje? ¿Y que por eso lo mataron?
Annabelle empezó a protestar pero luego pareció que se lo pensaba dos veces.
– No sé, Caleb. -Stone se puso en pie-. Ahora lo que tenemos que hacer es actuar. Caleb, llama a Jewell English y dile que se le cayeron las gafas en la biblioteca y que las has encontrado. Dile que se las llevas.
– ¿Esta noche? Ya son las nueve -dijo Caleb.
– ¡Tienes que intentarlo! Lo que tengo claro es que no tenemos mucho tiempo para actuar. Y, si ha huido, tenemos que saberlo.
– Oliver, quizá sea peligroso -intervino Annabelle-. ¿Y si sigue aquí y sospecha que pasa algo?
– Caleb llevará un aparato de escucha. Sé que Milton tiene uno de esos cacharros en casa. -Milton asintió y Stone continuó-: Milton irá con él a casa de English pero permanecerá oculto en el exterior. Si pasa algo, puede llamar a la policía.
– ¿Y si lo que pasa resulta que es daño físico a mi persona? -gimoteó Caleb.
– Has dicho que era una mujer mayor, Caleb -le recordó Stone-. Creo que deberías ser capaz de enfrentarte a la situación. Sin embargo, me figuro que lo más probable es que se haya marchado. Si es así, intenta entrar en su casa y descubre todo lo que puedas.
Caleb se estrujaba las manos de puro nerviosismo. -Pero ¿y si no se ha marchado? ¿Y si tiene a un gorila en casa que me ataca cuando voy a verla?
Stone se encogió de hombros.
– Bueno, eso sería mala suerte.
El bibliotecario se puso colorado.
– ¿Mala suerte? Para ti es muy fácil decirlo. Te agradecería que me dijeras qué vas a hacer tú mientras yo me juego el pellejo.
– Entrar en casa de Albert Trent. -Miró a Annabelle-. ¿Te apuntas?
– ¡Oh, por supuesto! -dijo Annabelle sonriendo de oreja a oreja.
– ¿Y yo, Oliver? -preguntó Reuben con cara de pena-. Creía que yo era tu compinche.
Stone negó con la cabeza.
– Ya te han detenido una vez y siguen considerándote sospechoso, Reuben. No podemos arriesgarnos. Me temo que tendrás que quedarte al margen de esto.
– Pues qué bien -se quejó, dándose una palmada en el muslo como señal de frustración-. Aquí sólo se divierten algunos.
Caleb puso cara de estar a punto de estrangular al grandullón.
Caleb llevó su Nova con el tubo de escape traqueteante al final de una calle sin salida y apagó el motor. Miró nervioso a Milton, que iba vestido totalmente de negro con la melena recogida bajo una gorra de esquí de punto, y también se había oscurecido el rostro.
– Por Dios, Milton, pareces un rapero.
– Es la vestimenta estándar para vigilar. ¿Qué tal el micro?
Caleb se frotó la zona del brazo donde Milton había sujetado el aparato de escucha bajo la chaqueta. También llevaba una unidad de alimentación en la parte trasera de la cinturilla del pantalón.
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