Nora sonrió. Durante el resto de su visita habló sólo de cosas positivas y entretenidas. De vez en cuando, su madre la miraba, pero la mayor parte del tiempo contemplaba el televisor apagado.
– Bueno, creo que voy a marcharme -dijo Nora al cabo de una hora.
Vio que su madre cogía el vaso que tenía encima de la mesilla de noche. Estaba vacío.
– ¿Quieres un poco de agua? -preguntó Nora. Su madre asintió y ella se levantó para coger la jarra-. Vaya, también está vacía. -Nora se llevó la jarra al cuarto de baño-. Vuelvo enseguida.
Su madre asintió de nuevo.
Entonces esperó. En cuanto oyó el ruido del grifo, Olivia sacó de debajo de la colcha la carta que había escrito. En ella explicaba muchas cosas que había querido decir a su hija desde hacía años, aunque sabía que no podía. Ahora creía que debía contar la verdad a Nora.
Olivia sacó sus pies descalzos de la cama y se abalanzó sobre el bolso abierto de Nora, apretando la carta con fuerza en su mano. La dejó caer dentro. Después de todo ese tiempo, fue tan sencillo como extender un brazo.
– ¡Aquí está!
Emily Barrows, sobresaltada, levantó la mirada desde su asiento en el puesto de enfermeras y vio a Nora de pie frente a ella; estaba espléndida, por supuesto, como siempre. No había oído sus pasos al acercarse: estaba demasiado ensimismada en su libro.
– Ah, hola, Nora.
– No la he visto al entrar.
– Lo siento, querida. Debía de estar en el cuarto de baño -dijo Emily-. Esta tarde estoy yo sola.
– ¿Qué ha sido de la otra enfermera, aquella que usted estaba enseñando?
– ¿Te refieres a Patsy? Ha llamado y ha dicho que no se encontraba bien. -Emily señaló con la cabeza el libro que tenía abierto ante sí-. Gracias a Dios, hoy tenemos un día tranquilo.
– ¿Qué está leyendo?
Le mostró la cubierta. La hora de perdonar, de Jeffrey Walker. Nora sonrió.
– Es bueno.
– El mejor.
– Y tampoco es desagradable a la vista, ¿eh?
– Supongo que no, si te gustan los hombres altos y de una belleza salvaje.
Emily miró cómo Nora se reía. Desde luego, no era la mujer tensa y arisca de la última vez. En todo caso, parecía estar de buen humor, mejor de lo que había estado nunca.
– ¿Ha sido agradable la visita a tu madre, Nora? Al menos, eso parece.
– Sí, así es. Sin duda, mejor que la última vez que estuve aquí. -Nora se apartó el pelo detrás de las orejas-. Lo que me recuerda… -dijo-. Quería pedirle disculpas por mi comportamiento del otro día. Estaba muy afectada. Sin embargo, usted se hizo cargo de la situación con gran aplomo. Estuvo estupenda. Gracias, Emily.
– De nada, pero para eso estoy aquí.
– Bueno, pues me alegro de que estuviera aquí ese día. -Nora miró el libro de Emily-. ¿Sabe qué? Cuando Jeffrey Walker publique otro libro, le traeré un ejemplar firmado.
– ¿De veras?
– Claro. Conozco al señor Walker. Trabajé para él.
Emily sonrió radiante.
– Ay, Dios mío, eso me alegraría el día. ¡Y la semana entera!
– Es lo menos que puedo hacer. -Nora le dedicó una cálida sonrisa-. Después de todo, ¿para qué están los amigos?
Aunque sólo fuese una forma de hablar, Emily sabía que era una frase llena de amabilidad. Finalmente, Nora se despidió con la mano y se dirigió al ascensor.
Después de verla apretar el botón de la planta baja, Emily volvió a su novela de Jeffrey Walker. Pero cuando oyó cerrarse las puertas del ascensor, volvió a levantar la vista. Y entonces lo vio: el bolso de Nora estaba en el mostrador.
Emily supuso que se daría cuenta de su descuido antes de llegar a la recepción. De todos modos, llamó a seguridad. Después de colgar, reanudó su lectura. Antes de que pudiera terminar una frase, sus ojos volvieron a ese bolso tan caro y bonito.
Y se dio cuenta de que estaba abierto.
Elaine y Alison apenas podían creer lo que oían. No era normal que Nora les hablara de otro hombre… no desde la repentina muerte de Tom, su marido.
Pero eso era precisamente lo que su mejor amiga estaba haciendo mientras cenaban aquella noche, arropadas por las paredes de obra vista en The Mercer Kitchen, en el SoHo. De hecho, «hablar» no era la palabra que mejor lo describía. Más bien parloteaba por los codos. Nora no era así.
– Es que bajo aquella fachada tiene una energía increíble, una seguridad tranquila que me encanta. Y aunque tiene los pies en el suelo, es muy especial.
– Uauh. ¿Quién iba a decir que los tipos de los seguros podían ser tan sexies? -bromeó Elaine.
– Yo no, la verdad -dijo Nora-. Pero Craig… en fin, él no debería ser agente de seguros.
– Háblanos de lo más importante: ¿cómo viste? -preguntó Alison, la eterna periodista de moda.
– Lleva trajes bonitos, nada rancios. Le gusta ir con el cuello de la camisa abierto, creo que nunca le he visto con corbata.
– Muy bien, vayamos al grano -dijo Elaine gesticulando con la mano-. ¿Qué tal es tu chico en la cama?
Alison puso los ojos en blanco.
– ¡Elaine!
– ¿Qué? Siempre nos lo contamos todo.
– Sí, pero se acaban de conocer. ¿Cómo sabes siquiera que ya se han acostado?
Alison se volvió hacia Nora con una pícara sonrisa.
– Nos hemos acostado.
Elaine y Alison se inclinaron hacia delante apoyándose en los codos.
– ¿Y? -preguntaron las dos al mismo tiempo.
Nora, qué dominaba por completo la situación, bebió tranquilamente un sorbo de su Cosmopolitan.
– No estuvo mal… No, estoy bromeando: fue increíble.
Las tres se pusieron a reír como adolescentes.
– ¡Qué envidia! -dijo Elaine.
De repente, Nora se puso un poco seria, sorprendiéndose incluso a sí misma.
– Cuando estoy con él nunca me siento sola. Hacía mucho tiempo que no me sentía así. Creo… creo que somos muy parecidos.
Elaine miró a Alison.
– Tal vez hemos buscado en el lugar equivocado. En una ciudad con un millón de hombres solteros, ella encuentra al señor Increíble en provincias.
– Lo que no nos has dicho todavía es qué estabas haciendo ahí -preguntó Alison.
– Tengo un cliente en Briarcliff Manor -dijo Nora-. Yo estaba en un anticuario de Chappaqua y ahí estaba él, buscando viejas cañas de pescar. Las colecciona.
– Y el resto es historia -dijo Alison.
– Le echó el cebo allí mismo -añadió Elaine-. Lo repito: ¡qué envidia!
En realidad no sentía envidia, y Nora lo sabía. Lo único que sentía Elaine era felicidad, pues su amiga, que al parecer era incapaz de seguir adelante con su vida, había conocido a alguien. Y Alison estaba igual de contenta por Nora.
– ¿Y cuándo conoceremos al tal Craig? -preguntó.
– Eso -dijo Elaine-. ¿Cuándo podremos conocer al señor Increíble?
Cuando Nora regresó a su apartamento después de cenar, sólo podía pensar en una cosa: en Craig. Con toda esa cháchara sobre su vida sexual, le habían entrado ganas de estar con él. Pero tendría que conformarse con oír su voz. Después de ponerse el pijama, se metió en la cama y marcó su número. Sonó cinco veces antes de que contestara.
– ¿Te he despertado?
– Qué va -dijo él-. Estaba leyendo en la otra habitación.
– ¿Algo bueno?
– Por desgracia, no. Cosas del trabajo.
– Suena aburrido.
– Lo es. Razón de más para alegrarme de tu llamada.
– ¿Me has echado de menos?
– Más de lo que crees.
– Lo mismo digo -contestó-. Ojalá estuviera allí contigo. Me da la sensación de que no estarías leyendo.
– Ah, ¿no? ¿Y qué estaría haciendo?
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