David Baldacci - Buena Suerte

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Creo que con este es el tercer libro que leo de David Baldacci. Hasta ahora los libros que he leído suyos eran de intriga, pero este es totalmente distinto. En este caso es una novela que describe el cambio de vida que tienen que llevar a cabo dos hermanos, que se trasladan con su abuela a las montañas de Virginia. La novela transcurre en la época de la guerra mundial y refleja de una manera bastante realista lo dura que es la vida en las montañas, tanto para los agricultores y ganaderos como la gente que explotaba las minas de carbón.
La novela está bien escrita y disfrutas de la historia, en la que es importante meterse en la piel de los protagonistas. Como unos niños viven las circunstancias que les han tocado vivir y como se adaptan a una vida tan distinta a la que llevaban hasta ese momento en la ciudad.
Un libro entrañable, en el que las relaciones familiares tienen gran importancia. No comento nada del final para no chafar la novela.
Buen libro para descansar de la traca de novelas negras que os estaba metiendo ultimamente.

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– Entonces, ¿por qué tengo que ir yo? -le había preguntado Lou.

– Porque después de la misa hay una cena, y no hay que perdérsela -respondió Louisa con una sonrisa.

Oz iba con el traje y Lou llevaba el vestido Chop y unos leotardos marrones que se sujetaba con unas ligas de goma, mientras que Eugene llevaba el sombrero que Lou le había dado y una camisa limpia. También había otras personas de color, incluida una mujer menuda con unos ojos extraordinarios y una tez tersa y suave con la que Eugene conversó largo y tendido. Cotton explicó que había tan pocos negros por aquella zona que no tenían una iglesia distinta.

– Y cuánto me alegro de ello -dijo-. No es lo normal en el sur, y en las ciudades está claro que hay prejuicios.

– En Dickens vimos el cartel de «SÓLO BLANCOS» -comentó Lou.

– No me extraña -dijo Cotton-. Pero las montañas son distintas. No digo que aquí arriba todos sean unos santos, porque no es así, pero la vida es dura y la gente intenta salir adelante. Eso no deja mucho tiempo para pensar en cosas en las que, de todos modos, no se debería pensar. -Señaló la primera fila y agregó-: Con excepción de George Davis y otros, claro está.

Lou se sorprendió al ver a George Davis sentado en el primer banco. Llevaba ropa limpia e iba perfectamente peinado y afeitado. Tuvo que reconocer, a su pesar, que presentaba un aspecto respetable. Sin embargo, no iba acompañado de ningún miembro de su familia. Había inclinado la cabeza para rezar. Antes del comienzo del oficio religioso, Lou preguntó a Cotton sobre aquel espectáculo.

– George Davis casi siempre viene a misa, pero nunca se queda a la comida. Y jamás trae a su familia porque él es así. Me gustaría pensar que viene a rezar porque siente que tiene muchos pecados que expiar, pero creo que sólo quiere cubrirse las espaldas. Sin duda es un hombre calculador.

Lou contempló a Davis rezando ahí como si tuviera a Dios en su corazón y en su hogar, mientras dejaba de lado a su familia y los dejaba vestidos con harapos y sin comer de forma que tuvieran que depender de la bondad de Louisa Cardinal. No pudo sino negar con la cabeza.

– Hagas lo que hagas, aléjate de ese hombre -dijo entonces a Cotton.

Cotton la miró, asombrado.

– ¿Por qué?

– Es peligroso -respondió.

Tras escuchar durante demasiadas horas al pastor d turno, les dolía el trasero debido a la dureza de los bancos de roble y sentían un cosquilleo en la nariz a causa del olor a jabón de lejía, agua de lila y los efluvios de quienes no se habían molestado en lavarse antes de acudir a la iglesia. Oz se quedó dormido en dos ocasiones y Lou tuvo que darle sendos codazos para despertarlo. Cotton ofreció una oración especial por Amanda, que Lou y Oz apreciaron sobremanera. Sin embargo, según aquel rollizo ministro baptista, todos parecían estar condenados al infierno. Jesús había dado su vida por ellos y menuda gente eran, dijo, él incluido. No hacían más que pecar y comportarse de manera poco menos que depravada. Entonces el santo varón se excedió de verdad e hizo llorar, o por lo menos estremecer, a todos los presentes en el templo a causa de su inutilidad absoluta y del sentimiento de culpabilidad que albergaban sus almas pecaminosas. Luego pasó el platillo y pidió con educación el dinero tan duramente ganado de los allí congregados, a pesar de sus temibles pecados.

Tras el oficio, todos salieron del templo.

– Mi padre es pastor en Massachusetts -explicó Cotton mientras bajaban las escaleras-. Y también es partidario de insistir en el fuego eterno. Uno de sus héroes era Cotton Mather, de él sacó el nombre tan curioso que me puso. Sé que mi padre se llevó una gran decepción al ver que yo no seguiría los pasos, pero así es la vida. No sentí la llamada del Señor y no quería prestar un mal servicio a la Iglesia sólo por contentar a mi padre. Bueno, yo no soy un experto en la materia, pero una persona se cansa de que lo arrastren por las zarzas sagradas para que una mano piadosa acabe vaciándole el bolsillo con regularidad. -Sonrió mientras miraba a la gente reunida alrededor de la comida-. Pero supongo que es u precio justo para degustar algunos de estos manjares.

De hecho, la comida era de lo mejor que Lou y Oz habían probado en su vida; consistía en pollo asado, jamón cocido al estilo de Virginia, col rizada y beicon, sémola de maíz, pan frito crujiente, estofados de verdura, muchos tipos de alubias y pasteles de fruta tibios, todo ello sin duda cocinado siguiendo las recetas familiares más secretas y mejor guardadas. Los niños comieron hasta hartarse, y luego se tumbaron bajo un árbol a descansar.

Cotton estaba sentado en las escaleras de la iglesia, tomándose una pata de pollo y una jarra de sidra y disfrutando de la paz de una buena cena en la iglesia cuando se acercaron los hombres. Todos eran granjeros de brazos musculosos y espaldas anchas, caminaban un poco inclinados hacia delante, con el puño casi cerrado, como si todavía estuvieran trabajando con la azada o la guadaña, cargando cubos de agua u ordeñando vacas.

– Hola, Buford -saludó Cotton al tiempo que inclinaba la cabeza hacia uno de los hombres, que se apartó del grupo con un sombrero de fieltro en la mano. Cotton sabía que Buford Rose trabajaba duro en sus propias tierras; todos lo conocían, y era un hombre bueno y honesto. Tenía una granja pequeña, pero la llevaba con eficacia. No era tan mayor como Louisa, pero hacía años que había dejado atrás la mediana edad. No hizo ademán de hablar, clavó la mirada en sus desgastados zapatos de cuero. Cotton miró a los demás hombres, a la mayoría de los cuales conocía por haberles ayudado con algún problema legal, que solía estar relacionado con deudas, testamentos o impuestos territoriales.

– ¿Tenéis algo que decirme? -preguntó Cotton.

– Los tipos del carbón han venido a vernos a todos, Cotton -dijo Buford-. Para hablar de las tierras. Bueno, para pedirnos que las vendamos.

– Creo que ofrecen mucho dinero -declaró Cotton.

Buford lanzó una mirada nerviosa a sus compañeros mientras se toqueteaba el ala del sombrero.

Bueno, todavía no han ido tan lejos. La cosa es que no quieren comprar nuestras tierras hasta que Louisa no venda la suya. Dicen que tiene que ver con la situación del gas y todo eso. Yo no entiendo de esas cosas, pero es lo que dicen.

– Este año la cosecha ha sido buena -manifestó Cotton-. La tierra ha sido generosa con todos. Quizá no necesitéis vender.

– ¿Y qué pasará el año que viene? -intervino un hombre que era más joven que Cotton pero parecía diez años mayor. Cotton sabía que se trataba de un granjero de tercera generación y que no se sentía precisamente muy optimista en aquellos momentos-. Un buen año no compensa tres malos.

– ¿Por qué Louisa no quiere vender, Cotton? -inquirió Buford-. Ella es incluso mayor que yo, y ya estoy cansado de trabajar; además, mi hijo no quiere seguir dedicándose a esto. Y ella tiene que cuidar de los niños y de la mujer enferma. No entiendo que no sea partidaria de vender.

– Ésta es su casa, Buford. Igual que es la vuestra. Y no tenemos por qué entenderlo. Es su decisión. Hemos de respetarla.

– Pero ¿tú no puedes hablar con ella?

– Ya ha tomado una determinación. Lo siento.

Los hombres lo contemplaron en silencio, y quedó claro que a ninguno de ellos le agradó aquella respuesta. Acto seguido, dieron media vuelta y se marcharon, dejando atrás a un atribulado Cotton Longfellow.

Oz había llevado la pelota y los guantes a la cena de la iglesia, y practicó lanzamientos con Lou y luego con otros niños. Los hombres contemplaban admirados su habilidad y dijeron que el chico tenía un brazo de oro. Más tarde, Lou topó con un grupo que hablaba de la muerte de Diamond Skinner.

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