– A quien llamé fue a Ellie -explicó Gillette. Se volvió hacia Shelton-. Y llevabas razón. Es cierto que me conecté a la red nada más entrar en la UCC. Mentí. Me metí en el Departamento de Facturas de la compañía telefónica para ver si ella seguía viviendo con su padre. Y la he llamado esta noche para asegurarme de que estaba aquí.
– Pensaba que estabas divorciado -dijo Bishop.
– Y lo estoy -replicó Gillette-. Pero aún pienso en ella como mi esposa.
– Elana -dijo Bishop-. ¿Se apellida Gillette?
– No. Recuperó su apellido de soltera. Papandolos.
– Busca el nombre -le dijo Bishop a Shelton.
El policía hizo una llamada y momentos después asentía con la cabeza.
– Es su nombre. Vive en esta dirección.
Bishop se colocó un micro con auriculares. Dijo:
– ¿Alonso? Bishop al habla. Estamos seguros de que dentro de la casa sólo hay inocentes. Echa una ojeada y dime lo que ves… -pasaron unos minutos. Luego escuchó la voz que le hablaba por los auriculares. Miró a Gillette.
– Hay una mujer de unos sesenta años, pelo cano.
– Es su madre, Irene.
– Un hombre de unos veinte años.
– ¿Con pelo moreno y rizado?
Bishop repitió la pregunta, escuchó lo que le decía y asintió.
– Ése es su hermano, Christian.
– Y una rubia de unos treinta y tantos. Les está leyendo a dos niños.
– Elana es morena. Lo más seguro es que se trate de su hermana Camilla. Antes era pelirroja pero cambia de color de pelo cada pocos meses. Los niños son suyos. Tiene cuatro hijos.
Bishop habló al micrófono:
– Vale, suena legal. Diles a todos que se queden quietos. Voy a desmontar la operación -el detective se dirigió a Gillette-: ¿De qué va todo esto? Se supone que ibas a investigar el ordenador de St. Francis y en vez de eso te escapas.
– Pero es cierto que exploré el ordenador. No había nada que pudiera ayudarnos a cazarlo. Tan pronto como lo inicié, el demonio percibió algo (que habíamos desconectado el módem, lo más probable) y se suicidó. Si hubiera encontrado algo de valor os habría dejado una nota.
– ¿Dejarnos una nota? -se revolvió Shelton-. Te has cargado la puta tutela y hablas de ello como si te hubieras ido al 7-Eleven por tabaco.
– No me he escapado -señaló la tobillera-. Comprobad el sistema de rastreo. Lo programé para que volviera a funcionar en una hora. Os iba a llamar desde su casa para que viniera alguien a llevarme de vuelta a la UCC. Sólo necesitaba tiempo para ver a Ellie y sabía que no me dejaríais marchar.
Bishop miró al hacker a los ojos y preguntó:
– ¿Ella quiere verte?
Gillette tardó en responder.
– Probablemente no. No sabe que he venido.
– Pero tú has admitido que la has llamado por teléfono -señaló Shelton.
– Y he colgado en cuanto se ha puesto al aparato. Sólo quería cerciorarme de que esta noche se quedaría en casa.
– ¿Por qué vive con sus padres?
– Es por mi culpa. Ella no tiene dinero. Lo gastó todo en fianzas y abogados… -hizo un gesto señalando el bolsillo de Bishop-. Por eso he estado trabajando en eso, en lo que saqué de la cárcel.
– Lo tenías oculto bajo esa caja de teléfono que guardabas en el bolsillo, ¿verdad?
Gillette asintió.
– Tendría que haber ordenado que te pasaran el detector dos veces. Me estoy haciendo descuidado. ¿Y qué tiene que ver esa cosa con tu esposa?
– Se lo iba a dar a Ellie. Ella lo puede patentar y conseguir la licencia con una empresa de hardware. Y ganar algo de dinero. Es un nuevo tipo de módem inalámbrico que se puede aplicar a los ordenadores portátiles. Uno puede conectarse a la red cuando viaja sin necesidad de usar el teléfono móvil. Se sirve del posicionamiento global para decirle a un conmutador celular dónde te encuentras y así conectarte automáticamente a la mejor señal para transmisión de datos. Y es…
Bishop hizo un gesto para señalar que ya bastaba de lenguaje técnico.
– ¿Lo has hecho tú? ¿Con cosas que encontraste en la cárcel?
– Que encontré o que compré.
– O que robaste -dijo Shelton.
– Que encontré o que compré -repitió Gillette.
– ¿Por qué no nos dijiste que eras Valleyman? -preguntó Bishop-. ¿Y que habías estado con Phate en Knights of Access ?
– Porque me habríais mandado de vuelta a la cárcel. Y entonces no habría podido ayudaros a cazarlo -hizo una pausa-. Y no habría tenido ocasión de ver a Ellie… Mirad, si hubiera sabido algo sobre Phate que os hubiera ayudado a echarle el guante os lo habría dicho. Claro que estuvimos juntos en KOA, pero eso fue hace años. En las bandas cibernéticas nunca ves a la gente con la que te mueves: ni siquiera sabía qué aspecto tenía. Todo lo que sabía era su nombre real y que provenía de Massachusetts. Pero eso ya lo habíais descubierto al mismo tiempo que yo.
– ¿Tú eras uno de esos cabrones que lo acompañaban -preguntó Shelton con furia-, uno de esos que enviaban virus e instrucciones para construir bombas y que desactivaban los teléfonos de urgencias?
– No -respondió Gillette con convicción. Les explicó que durante el primer año los Knights of Access habían sido una de las bandas de cibernautas más potentes pero que nunca hicieron nada que perjudicara a civiles. Mantenían peleas con otras ciberbandas y se infiltraban en los típicos sistemas de empresas o del gobierno-. Lo peor que hicimos fue escribir nuestro propio free-ware, que hacía lo mismo que cierto software comercial, y distribuimos algunas copias. Así que media docena de grandes empresas perdieron unos cuantos dólares de beneficios. Eso es todo.
Pero entonces, prosiguió, se dio cuenta de que dentro de CertainDeath (el nombre de pantalla de Phate, por aquel entonces) había otra persona. Alguien más peligroso y vengativo que cada vez buscaba un tipo de acceso más y más peculiar: el que te permite hacer daño a la gente. «Cada vez discernía peor quién era real y quién un personaje de los juegos de ordenador a los que jugaba.»
Desde los instant messages , Gillette invirtió largas horas tratando de convencer a Holloway de que se alejara de sus pirateos vengativos y de sus planes de «dar una lección» a quienes veía como enemigos.
Por fin se infiltró en la máquina de Holloway y, para su pasmo, descubrió que éste había escrito virus letales: programas como el que cerró el sistema del teléfono de urgencias de Oakland, o que bloqueaban las transmisiones entre los controladores aéreos y los pilotos. Descargó los virus, escribió antídotos y los colgó en la red. Gillette también encontró software robado de Harvard en el ordenador de Holloway. Envió una copia a la universidad y a la policía del Estado de Massachusetts junto a la dirección de e-mail de CertainDeath y éste fue arrestado.
Gillette jubiló a Valleyman como nombre de usuario y (siendo perfectamente consciente de la naturaleza vengativa de Holloway) adoptó otra serie de identidades y siguió hackeando .
– No me sorprendió oír que era el asesino -dijo el hacker a Bishop con franqueza-. Pero juro que antes de saberlo no tenía ni idea. Durante un par de años hubo rumores que apuntaban a que andaba en mi busca pero eso es todo lo que había escuchado sobre él.
No podía saber si Bishop lo creía, pero parecía claro que Shelton no: el fornido detective dijo:
– Devolvamos a este saco de mierda a San Ho. Ya hemos perdido demasiado tiempo con él.
– ¡No! ¡Por favor, no!
Bishop lo estudió asombrado.
– ¿Quieres seguir trabajando con nosotros?
– Tengo que hacerlo. Ya habéis visto que es muy bueno. Necesitáis a alguien tan bueno como él para pararle los pies.
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