– Gracias -dijo Gillette, poniéndose la ropa. Se sentía de maravilla después de haber borrado de su cuerpo delgado un tipo particular de mugre: el residuo de la cárcel.
Cuando volvían a la sala principal, pasaron por una pequeña cocina. Tenía una cafetera, una nevera y una mesa sobre la que había un plato de donuts. Gillette se paró y miró los dulces: se sentía hambriento. Vio que también había un armario.
– Supongo que no tendréis Pop-Tarts por aquí, ¿no?
– ¿Pop-Tarts? No, pero come un donut.
Gillette se acercó a la mesa y se sirvió café. Luego tomó un donut de chocolate.
– No, uno de ésos no -dijo Mott. Se lo arrebató a Gillette de la mano y lo tiró al suelo. Botó como si fuera una pelota.
Gillette se quedó perplejo.
– Los ha traído Linda. Es una broma -cuando Gillette se le quedó mirando, añadió-: ¿Es que no lo pillas?
– ¿Qué es lo que no pillo?
– ¿Qué día es hoy?
– No tengo ni idea.
– Es April's Fool , el 1 de abril: nuestro Día de los Inocentes -apuntó Mott-. Son donuts de plástico. Linda y yo los hemos puesto esta mañana aquí y estábamos esperando que Andy viniera a hincarles el diente, pero aún no lo ha hecho. Parece que está a dieta -abrió el armario y sacó una caja de donuts de verdad-. Toma.
Gillette lo comió en un abrir y cerrar de ojos.
– Vamos, toma otro -dijo Mott.
Le siguió otro, que tragó con enormes sorbos de café del tazón que se había servido. Era lo mejor que había probado en mucho tiempo.
Mott agarró un bote de zumo de zanahoria de la nevera y volvieron a la zona principal de la UCC.
Gillette echó una ojeada al corral de dinosaurios, a los cientos de boas desconectadas que dormían en las esquinas y a los conductos del aire acondicionado, con la mente revuelta. Pensaba en algo. Frunció el entrecejo.
– Uno de abril, ¿eh? ¿Así que el asesinato tuvo lugar el 31 de marzo?
– Así es -respondió Anderson-. ¿Es algo significativo?
– Lo más seguro es que sea una coincidencia -dijo Gillette, dubitativo.
– Desembucha.
– Bueno, es sólo que el 31 de marzo es un día señalado en la historia de la informática.
– ¿Por qué? -preguntó Bishop.
Una voz grave de mujer habló desde el pasillo:
– ¿No es la fecha de la aparición del primer Univac?
Al volverse se toparon con una treintañera desenfadada de pelo castaño, que vestía un desafortunado chándal gris y unos gruesos zapatos negros.
– ¿Patricia? -preguntó Anderson.
Ella hizo un gesto afirmativo y entró en la sala, saludando con la mano.
– Ésta es Patricia Nolan, la consultora de la que os he hablado. Trabaja en el Departamento de Seguridad de Horizon On-Line.
Horizon era el mayor proveedor de servicios comerciales por Internet del mundo, incluso mayor que America Online. Tenía decenas de millones de suscriptores registrados y cada uno de ellos podía contar con hasta ocho nombres diferentes de usuarios, para amigos o familiares, y durante un tiempo fue habitual que un gran porcentaje del mundo que miraba las cotizaciones en bolsa, engañaba a otra gente en los chats, leía los últimos cotilleos de Hollywood, compraba cosas, comprobaba el pronóstico del tiempo, escribía o recibía correos electrónicos o se descargaba porno suave de la red lo hiciera vía Horizon On-Line.
Nolan escudriñó el rostro de Gillette durante un instante. Echó una ojeada a su tatuaje con la palmera. Y a sus dedos, que tecleaban de forma compulsiva en el aire.
– Horizon nos llamó cuando oyeron que la víctima era una de sus clientes y se ofrecieron a enviarnos ayuda -explicó Anderson-. Por si alguien había entrado en sus sistemas.
El detective le presentó al grupo y ahí fue donde Gillette la examinó a fondo. Las modernas gafas de sol de diseño, probablemente compradas en un impulso, no ayudaban mucho a hacer que su rostro, algo masculino y bastante vulgar, pareciera un poco menos vulgar. Pero los feroces ojos verdes detrás de esas gafas eran muy rápidos, y supo que ella también estaba entusiasmada por encontrarse en un antiguo corral de dinosaurios. Su complexión era floja, viscosa y oscurecida por un maquillaje muy grueso que podría haber estado de moda, aun incluso siendo entonces excesivo, en la década de los años setenta. Tenía la piel muy pálida, y Gillette apostó a que ella no habría salido al aire libre más que unas pocas horas en el mes pasado. Su pelo castaño era muy grueso y le caía en medio de la cara.
Después de los apretones de manos, ella se acercó inmediatamente a Gillette. Jugó con un mechón de su cabello enroscándolo entre los dedos y, sin preocuparse de si les podrían oír o no, dijo de pronto:
– He visto cómo me has mirado cuando has oído que yo trabajaba para Horizon.
Los verdaderos hackers despreciaban a Horizon On-Line, como despreciaban a todos los grandes proveedores comerciales de servicios de Internet (AOL, CompuServe, Prodigy y los demás). Los wizards usaban programas de telnet para saltar directamente desde su ordenador a otros y surcaban la red con browsers customizados diseñados para el viaje interestelar. Nunca se les ocurriría usar proveedores de Internet exiguos y de pocos caballos de potencia como Horizon, que estaban diseñados para el entretenimiento familiar.
A los subscriptores de Horizon se les conocía con nombres como «HOdidos» o «HOpardillos». O, siguiendo la última denominación de Gillette, simplemente como los «HO».
– Y, para poner todas las cartas sobre la mesa -prosiguió Nolan, hablando para Gillette-, te diré que estudié la carrera en el Tecnológico de Massachusetts y que me gané el master y el doctorado en Informática en Princeton.
– ¿En el IA? -preguntó Gillette-. ¿En Nueva Jersey?
El laboratorio de Inteligencia Artificial de Princeton era uno de los mejores del país. Nolan hizo un gesto afirmativo:
– Eso mismo. Y también he pirateado un poco.
A Gillette le chocó que ella se justificara ante él (el recluso del grupo, a fin de cuentas) y no ante la policía. Había percibido un tono algo tajante en su voz, y la escena parecía ensayada. Supuso que eso se debía al hecho de que fuera mujer: la Comisión para la Igualdad en las Oportunidades de Empleo no tenía potestad para acabar con los perennes prejuicios de los hackers varones contra las mujeres que buscaban hacerse un sitio en la Estancia Azul. No sólo se las expulsa de los chats y de los boletines de noticias, sino que a menudo se las insulta y hasta se las amenaza. Las chicas que quieren dedicarse a la piratería informática tienen que ser más listas y diez veces más duras que sus homólogos masculinos.
– ¿Qué era eso que decías sobre Univac? -preguntó Tony Mott.
– Es todo un acontecimiento en el Mundo de la Máquina -contestó Gillette.
– 31 de marzo de 1951 -completó Nolan-. La primera Univac se construyó para la Oficina del Censo para llevar a cabo operaciones regulares.
– Pero ¿qué es Univac? -preguntó Bob Shelton.
– Significa Universal Automatic Computer, Ordenador Automático Universal.
– En informática las siglas están a la orden del día -comentó Gillette.
– Quizá queda más claro si decimos que el Univac es uno de los primeros superordenadores modernos que conocemos -añadió Nolan-. Claro que ahora uno puede comprarse un portátil que es mucho más rápido y hace un millón de cosas más.
– ¿Y eso de la fecha? -inquirió Anderson-. ¿Creéis que es una coincidencia?
– No lo sé -Nolan se encogía de hombros.
– Quizá nuestro asesino siga algún esquema -sugirió Mott-. Vamos, que tenemos la fecha de un acontecimiento en el mundo de los ordenadores y un asesinato sin motivo en el corazón de Silicon Valley.
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