A medianoche, el aeropuerto de Nueva Orleans daba un poco de miedo. Una ciudad del tamaño de Nueva Orleans apenas recibía vuelos a esas horas de la noche. Sus pasos resonaban en la cavernosa terminal, en la que todas las tiendas y los quioscos permanecían cerrados, y cuyos mostradores sólo atendía un puñado de agentes de aspecto cansado.
Alicia apenas dijo nada, pero no se despegó de Stacy mientras aguardaban en un extremo de la terminal. Por suerte el vuelo de su tía llegó puntual. Alicia y ella se dieron un largo abrazo, aferrándose la una a la otra mientras lloraban. Stacy las condujo con la mayor delicadeza posible primero a recoger el equipaje y después al aparcamiento subterráneo.
– Nos hemos tomado la libertad de reservarle una habitación de hotel -dijo-. Si había previsto otra cosa…
– Gracias -dijo Grace-. No…, ni siquiera había pensado… Siempre me quedaba en…
Sus palabras se apagaron. Todos sabían lo que había estado a punto de decir.
Siempre se había quedado en casa de su hermano Leo.
Media hora después dejaron a Grace y a Alicia en el hotel. Stacy las acompañó dentro, se aseguró de que no había ningún problema con la reserva y regresó al coche.
Se abrochó el cinturón. Spencer la miró.
– ¿Dónde te llevo, Stacy?
Ella le sostuvo la mirada.
– No quiero estar sola, Spencer.
Él asintió con la cabeza y se apartó de la acera.
Miércoles, 13 de abril de 2005
3:30 a.m.
Stacy se incorporó súbitamente en la cama. La había despertado la verdad.
– Dios mío -dijo, llevándose una mano a la boca-. Ha mentido.
– Vuelve a dormir -farfulló Spencer.
– No lo entiendes -lo zarandeó-. Ha mentido en todo.
Él entreabrió los ojos.
– ¿Quién?
– Alicia.
Él frunció el ceño.
– ¿De qué estás hablando?
En la cabeza de Stacy bullía el recuerdo del día en que llevó el correo de Leo a su despacho. Valerie le pidió que lo hiciera; ella dejó las cartas sobre su ordenador portátil. Concentró su atención en el correo, en la invitación de la Galería 124.
No en el ordenador.
Ahora, sin embargo, lo veía con toda claridad con el ojo de la mente. La carcasa de cromo, el logotipo de la manzana nítidamente en el centro.
– Alicia me dijo que al encontrar el ordenador de Cassie se dio cuenta de que había algo raro porque nadie en su familia usaba un Apple. Pero Leo tenía un Apple. Estaba encima de su mesa.
– ¿Estás segura de eso?
– Sí, segurísima.
– Sería muy fácil comprobarlo.
Stacy luchó por asumir lo que estaba pensando. ¿Podría haber sido Alicia desde el principio?
– Los libros de leyes -dijo-. El DSM-IV. Estaba estudiando para cubrirse las espaldas. Sólo por si acaso.
Spencer se sentó.
– Te das cuenta de lo que estás insinuando, ¿verdad? Que la chica formaba parte del plan.
– No estoy insinuando eso en absoluto. Creo que el plan era suyo y sólo suyo.
Stacy notó que había captado por completo su atención. Toda traza de sueño había desaparecido del rostro de Spencer.
– ¿Estás diciendo que Alicia planeó cada movimiento, ella sola?
– Sí.
– Y consiguió enredar a Troy.
– Sí.
Stacy sacudió la cabeza. Aquello le dolía. No quería que fuera cierto. No quería que Alicia fuera esa persona.
Spencer se quedó callado un momento.
– ¿De veras crees que una adolescente de dieciséis años ha podido montar todo ese tinglado?
– Alicia no es una adolescente cualquiera. Es un genio. Una jugadora experimentada. Una estratega brillante.
Soy más listo que ellos dos juntos. ¿Te ha dicho eso él?
– Siempre se esforzaba en decirme lo lista que era. Estaba muy orgullosa de su coeficiente intelectual. Muy pagada de sí misma, en realidad.
Él se pasó la mano por la mandíbula.
– Pero ¿por qué iba a hacerlo, Stacy? ¿Por dinero? Estamos hablando de sus padres, por el amor de Dios.
– El dinero era secundario. Quería ser libre. Sentía que se lo merecía. Ellos intentaban retenerla. La protegían demasiado. Ella misma lo decía. No querían que fuera a la universidad, insistían en que recibiera clases particulares.
– Tú las oíste pelearse, viste que Kay intentaba matarla.
Stacy sacudió la cabeza.
– No, yo las vi forcejear. Oí que Alicia la acusaba a gritos de ser una asesina.
– Lo cual confirmó lo que ya creías.
– Sí -Stacy se pasó una mano por el pelo enredado-. Lo más probable es que Kay estuviera intentando averiguar qué demonios estaba pasando. Intentando calmar a Alicia, hacerla entrar en razón. ¿Por qué no me he dado cuenta hasta ahora?
– Si es que es cierto.
Stacy lo miró a los ojos con determinación.
– Lo es.
– Vas a necesitar pruebas. Algo más que pillarla en una mentira basada en un recuerdo que te asaltó mientras dormías.
Ella se echó a reír, pero su risa sonó crispada. Furiosa.
– No voy a permitir que se salga con la suya.
– ¿Y qué vas a hacer, heroína?
Viernes, 15 de abril de 2005
10:30 a.m.
Alicia y su tía se hospedaban en una suite del hotel Milton, en Kiverwalk. Stacy, que se había mantenido en contacto con ellas, le había dicho a la mayor de las dos que pensaba ir a hacerles una visita, de modo que Grace no se extrañó al verla.
Le abrió la puerta con una sonrisa.
– Stacy, qué amable has sido al venir.
– Le he traído un regalo, uno de sus favoritos -levantó un vaso de moccaccino granizado-.Tamaño gigante.
– Eso le gustará -murmuró Grace-. Apenas ha salido de la habitación. Sólo para comer y cuando vienen las camareras a arreglar la habitación -se le llenaron los ojos de lágrimas-. Es horrible. Debe de sentirse tan sola… Y tan traicionada…
Stacy habría descrito las emociones de Alicia más bien como satisfacción y euforia, pero se mordió la lengua. De momento.
– Odio dejarla sola -dijo Grace-, pero estoy intentando embalar todas las cosas de Leo y… -se le cerró la garganta.
Stacy sintió lástima por ella: había perdido a su único hermano. Y estaba a punto de descubrir que quien lo había matado era su propia hija.
– Está teniendo una mañana espantosa -añadió Grace-. No sé qué hacer para animarla.
Stacy le apretó la mano mientras intentaba refrenar la ira que se iba apoderando de ella. Para Alicia, todo era un gran juego. La gente, sus emociones. Sus vidas. Una enorme competición que ganar.
Grace se acercó a la puerta del cuarto de Alicia y llamó.
– Alicia, cariño, Stacy Killian ha venido a verte.
Al cabo de un momento, la muchacha salió de la habitación, Tenía el aspecto de quien había hecho un viaje de ida y vuelta al infierno. Estaba tan demacrada que Stacy experimentó un instante de duda.
¿Se habría equivocado? ¿Sería nuevo el ordenador de Leo? ¿Sería sencillamente que Alicia no lo sabía, que había cometido un error?
No. No se equivocaba. Alicia había orquestado todo aquello, había planeado a sangre fría la muerte de sus padres.
Stacy compuso una sonrisa preocupada.
– ¿Cómo estás?
– Voy tirando.
– Te he traído un moccaccino .
– Gracias.
– Alicia, cariño, voy a ir a ver a los de la mudanza. ¿Te importa quedarte sola una hora o dos?
– Yo me quedaré con ella -dijo Stacy-. No te preocupes por nada.
Grace aguardó la confirmación de Alicia, que asintió con la cabeza. Se marchó y Stacy estuvo charlando un rato con la muchacha, hasta que estuvo segura de que Grace no regresaría inesperadamente.
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