Él cayó sin haber disparado un solo tiro.
Stacy vio que era Troy. De pronto se apoderó de ella una oleada de alivio. Aquello había acabado. El Conejo Blanco había muerto. Alicia y Kay estaban a salvo.
Pero había quizá también en su mirada una expresión de incredulidad porque Troy, aquel guaperas, aquel ligón de playa, fuera el Conejo Blanco. Era la última persona a la que Stacy habría atribuido inteligencia o ambición suficientes para orquestar aquella trama.
La habían engañado antes. Un hombre igual de guapo. Igual de cruel.
Stacy se apartó de Troy y se acercó a toda prisa a las mujeres. Desató primero a Kay y luego a Alicia, pero se quedó paralizada al oír el chasquido inconfundible del percutor de un revólver.
– Date la vuelta lentamente.
Troy. Aún estaba vivo. Había ido preparado.
Stacy hizo lo que le ordenaba, maldiciéndose por haber vaciado el cargador. Lo miró a los ojos.
– ¿Ya has resucitado?
– ¿Creías que no esperaba que vinieras armada? ¿que no sabía que eras una tiradora experta? -se dio un golpe en el pecho-. Un chaleco Kevlar, disponible en gran número de armerías.
Ella forzó una sonrisa altiva.
– Pero escuece de cojones, ¿eh?
– Merece la pena, porque ahora tu cargador está vacío. Otro movimiento predecible, por cierto -levantó su arma y le apuntó directamente a la cabeza-. Bueno, ¿qué vas a hacer ahora, heroína?
Ella se quedó mirando el cañón de la pistola, consciente de que había llegado su fin. Se le habían agotado las ideas y las alternativas.
– Se acabó el juego, Killian.
Él se echó a reír. Stacy oyó el grito de Alicia, el rugido de la sangre en su cabeza. El estallido del disparo ahogó ambos sonidos. Pero aquel instante de dolor desgarrador no llegó. En cambio, la cabeza de Troy pareció explotar repentinamente. Se tambaleó hacia atrás y se desplomó.
Stacy se dio la vuelta. Malone estaba en la puerta, con la pistola apuntando hacia el cuerpo inerme de Troy.
Domingo, 20 de marzo de 2005
7:35 p.m.
Los siguientes minutos pasaron en un torbellino. Malone había llamado a una ambulancia y a una unidad de criminalística. Informó a la central de que había una baja. Tony y Stacy condujeron a las dos mujeres fuera, a un coche.
Unos instantes después, Spencer se reunió con ellos.
– Todos vienen de camino. Incluida la ambulancia -se volvió hacia Kay-. ¿Se siente con fuerzas para contestar a unas preguntas, señora Noble?
Ella asintió con la cabeza, aunque Stacy notó que juntaba con fuerza las manos sobre el regazo, como si quisiera impedir que le temblaran o intentara darse ánimos.
– Estaba loco -comenzó a decir quedamente-. Obsesionado con Conejo Blanco. Alardeaba de lo listo que era, de cómo había jugado con todos nosotros. Incluso con Leo, el Conejo Blanco Supremo.
– Empiece por el principio -dijo Stacy con suavidad-. Por la noche que la secuestró.
– Está bien -ella miró a Alicia con preocupación y luego comenzó a hablar-. Llamó a mi puerta. Me preguntó si podía hablar conmigo. Le dejé pasar. No pensé… no… -se le quebró la voz; se llevó una mano a la boca, luchando visiblemente por dominarse-. Me resistí. Pataleé y arañé. Me golpeó. No sé con qué. Lo siguiente que recuerdo es que estaba en el maletero de un coche. Atada. Y que nos movíamos.
– ¿Qué pasó entonces, señora Noble?
– Me trajo aquí -tragó saliva-. Iba y venía. Me habló de… de la muerte…
Alicia comenzó a llorar. Kay le rodeó los hombros con el brazo y la apretó contra sí.
– Presumía de haber eliminado al Rey de Corazones.
– ¿A Leo?
Ella asintió con la cabeza y los ojos se le llenaron de lágrimas.
– A veces sólo divagaba.
– ¿Sobre?
– Sobre el juego. Sobre los personajes -se enjugó las lágrimas de las mejillas-. Su meta era matar a Alicia -dijo Kay-. Lo dispuso todo para observar cómo su personaje mataba a un jugador tras otro. Luego, cuando estuvieran todos eliminados, la mataría a ella -miró a Stacy-. A ti no conseguía atraparte. Y no podía matar a Alicia hasta que te eliminara a ti.
Y Alicia era el cebo para atraerla hasta allí.
– Ha habido otras Alicias -dijo la muchacha en voz baja-. Yo no era la primera.
La boca de Spencer se tensó.
– ¿Dónde? ¿Lo dijo él?
Las dos asintieron con la cabeza. Kay agarró la mano de su hija y se la apretó con fuerza.
– Pero ella era la definitiva. La verdadera Alicia. Nos encontró a través de entrevistas en Internet y de las nuevas publicaciones.
Llegó la ambulancia. Tony ayudó a Kay y a Alicia a subir. Stacy se quedó mirándolas un momento y luego se volvió hacia Spencer.
– ¿Cómo es posible que llegaras a tiempo? Estamos a dos horas de tu casa.
– No mientes tan bien como crees.
– ¿El chico que dejó caer los platos?
– No. Tu promesa de no hacer ninguna estupidez. Conseguí permiso para instalar un dispositivo de seguimiento por satélite en tu todoterreno.
– ¿Cómo conseguiste convencer al juez?
– Tergiversé un poco los datos.
– Supongo que debería enfadarme.
Él levantó una ceja.
– Tiene gracia, tengo la impresión de que soy yo quien debería enfadarse -se inclinó hacia ella y bajó la voz-. Ha sido una locura, lo sabes, ¿verdad?
Podría estar muerta. Lo estaría, si no fuera por él.
– Sí, lo sé. Gracias, Malone. Te debo una.
Martes, 12 de abril de 2005
1:15 p.m.
Marzo dio paso a abril. Muchas cosas habían sucedido en las dos semanas transcurridas desde aquella noche en Belle Chere. Stacy había declarado no menos de cuatro veces. Se descubrió que Troy era un vagabundo, un fracasado que utilizaba su físico para aprovecharse de las mujeres, dejándolas sin un centavo y con el corazón destrozado.
Troy era también muy astuto. Sin antecedentes penales, su conversión en el Conejo Blanco no encajaba en ningún perfil, pero demostraba que, en lo referente al comportamiento criminal, todo era posible.
La policía estaba contactando con los diversos lugares donde había vivido en busca de asesinatos sin resolver de muchachas cuyo nombre fuera Alicia.
De momento, no habían encontrado ninguno, pero la búsqueda acababa de empezar.
El caso del Conejo Blanco había quedado oficialmente cerrado. Leo había recibido sepultura. Spencer y el jefe Battard, de Carmel-by-the-Sea, California, se habían mantenido en contacto.
El accidente que la policía de Carmel había clasificado en principio como el suicidio de Dick Danson había pasado a ser un homicidio perpetrado por el propio Danson. La víctima permanecía anónima. El jefe Battard confiaba en poder aclarar ese extremo cuanto antes.
Bobby Gautreaux había sido oficialmente acusado de los asesinatos de Cassie Finch y Beth Wagner. Stacy seguía sin estar muy convencida de su culpabilidad, pero había llegado al final del camino. Sus pistas se habían agotado, y la policía y la fiscalía del distrito creían tener pruebas suficientes para conseguir una condena en firme.
¿Quién era ella para decir lo contrario? Ya no era policía. Por lo menos, eso seguía diciéndose a sí misma. Naturalmente, tampoco era estudiante.
Paró el coche delante de su apartamento, aparcó y salió de su Bronco. Había anulado oficialmente la matrícula del curso. El jefe del Departamento de Filología Inglesa había admitido circunstancias atenuantes y había aceptado su regreso en el semestre de otoño. A fin de cuentas, hasta el asesinato de Cassie, se había defendido bastante bien.
Stacy agradecía su comprensión y su ofrecimiento, pero le había dicho que no estaba segura de lo que quería hacer.
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