Denise Mina - Muerte en Glasgow

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Maureen O'Donnell no es una chica con suerte. Además de vivir en un barrio marginal de Glasgow y ser paciente de un centro psiquiátrico, se encuentra anclada a un trabajo sin futuro y a una relación hermética con Douglas, un psicoterapeuta poco transparente.
A punto de poner fin a su relación con Douglas. Maureen se despierta una buena mañana con una resaca insufrible y con su novio muerto en la cocina de su piso. La policía la considera una de las principales sospechosas, tanto por ser una joven que- se sale de los cánones de la normalidad como por su carácter inestable y su actitud poco cooperativa. Incluso su madre y su hermana sospechan de ella. Presa del pánico y con un sentimiento de abandono por parte de sus amigos y familiares. Maureen empieza a poner en duda todo lo que creía inamovible.

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Maureen se dio la vuelta incómoda y sintió que tenía contracturas y moratones por todo el cuerpo como resultado de haber pasado otra noche durmiendo en el suelo. Siobhain la vigilaba de cerca y la miraba desde arriba como un coloso.

– Siobhain -la llamó Leslie con voz dulce desde la puerta de la cocina-. Sal de ahí, cielo. Le vas a dar un susto de muerte.

Siobhain se dio la vuelta y se fue andando como un pato a la cocina. Maureen se frotó la cara y se incorporó. Tenía los ojos llenísimos de legañas. Leslie le trajo un café y se sentó en el sofá a ver cómo se lo bebía.

– Bueno, ¿cuál es el plan para hoy, cariño?

– Quédate aquí con Siobhain y no abras la puerta sin mirar antes quién es. Cuando lleguemos a Millport, lo único que tendrás que hacer será quedarte sentadita y yo me ocuparé de todo.

– De acuerdo -dijo Leslie en voz baja-. Maureen, no vas a apuñalarle, ¿verdad?

– Qué va -contestó Maureen. Salió del saco de dormir y lo enrolló-. Si todo va bien, ni tendré que tocarle.

Leslie asintió con sobriedad y se dio una palmada en las rodillas.

– ¿Te estás acojonando, Leslie?

– Sí -contestó-. Para serte sincera, creo que sí.

– ¿Porqué?

– No lo sé. Sólo es que ahora mismo no me apetece atacar a nadie. ¿Tú no estás acojonada?

– No -contestó Maureen con seguridad-. No lo estoy. Estoy enfadada.

– Maureen, ¿qué vas a hacerle?

No quería contárselo. Sería mejor que nadie lo supiera y, aparte, no quería tener un debate ético al respecto.

– Voy a detenerle -dijo, y cogió la guía telefónica.

– Pues antes, limpíate los dientes, ¿vale?

Maureen encontró el número que buscaba y llamó a la Oficina de Turismo de la isla de Cumbrae para pedir información sobre apartamentos para tres personas en Millport. El hombre que le contestó tenía un acento raro, como norteamericano, y hablaba lenta y pesadamente. Intentó llevar la conversación al terreno personal y le preguntó si había estado allí antes. Maureen, en un intento por cortar la conversación, le contestó que no, pero el hombre le soltó un discurso sobre los sitios que podía visitar en la isla. Al final consiguió que le diera los números de contacto de cinco apartamentos. Dos de ellos estaban en el mismo bloque de pisos en donde se habían quedado la última vez que estuvieron en Millport, cuando Liam y Leslie la llevaron allí, cuando le sacaron la fotografía que había aparecido en el periódico. Sería mejor alquilar dos pisos que estuvieran en el mismo edificio por si él las encontraba antes de que Maureen le encontrara a él.

Llamó a uno de los números de contacto y alquiló uno de los pisos durante una semana a partir del día siguiente. No lo tenía planeado pero cuando la joven que contestó al teléfono le preguntó el nombre y un número de contacto, Maureen se los inventó. Mintió con tanta fluidez que sintió que controlaba perfectamente la situación. Ni tan siquiera vaciló cuando la mujer le pidió que deletreara el apellido falso. Luego llamó a Liam, le dio el teléfono del otro piso y le pidió que lo alquilara por ella.

– ¿Para qué es? -le preguntó él-. ¿Quieres alejarte de la policía unos días?

– Sí.

Unos minutos después, Liam la llamó para decirle que ya estaba.

– Me pidió el teléfono. Me lo inventé sobre la marcha, ¿he hecho bien?

– Supongo que sí -dijo ella-. A no ser que llamen para comprobarlo.

Maureen quería que Liam le hablara de algo, de lo que fuera que le contara una historia larga para poder oír su voz un rato porque cabía la posibilidad de que no regresara de Millport.

– ¿Benny se ha puesto en contacto contigo?

– No. Al final tuve que llamarle yo. Me dijo que la policía le había interrogado y que le habían tomado las huellas. Quiso saber si me habían preguntado por él.

– ¿Qué le dijiste?

– Que no. Oye, ¿sabes que Marie va a estar aquí esta semana?

– Sí, Una me lo dijo el otro día.

Liam se quedó callado.

– ¿La viste?

– Sí.

– Joder, Mauri. Te dije que no te acercaras a ellas. Te dije que…

– Lo sé, lo sé. No voy a hacerlo.

Alguien llamó al timbre de casa de Liam y su hermano tenía que dejarla.

– Aléjate de ellas.

– Lo haré, cielo, lo haré -le dijo Maureen-. Cuídate. Adiós.

El timbre de Liam volvió a sonar con insistencia.

– Oye, Maureen -le dijo Liam, desconcertado por el tono solemne de la voz de su hermana-. Cuídate tú también.

Maureen se duchó y utilizó el cepillo de dientes mojado de Leslie. Se lavó los dientes restregando con fuerza y se hizo sangre en las encías. Se miró en el espejo. Tenía un aspecto duro: la piel grisácea, los ojos rosados y ojeras malvas.

Fue a la cocina y Leslie le dio un plato de tostadas con mantequilla y otro café.

– ¿Adonde vas a ir hoy? -le preguntó.

– A la South Side. Mañana nos vamos a Millport. ¿Podrás cogerte los días libres sin problemas?

– Sí, sí, tranquila. ¿Es ahí dónde va a pasar todo?

– Sí.

– Bien -dijo Leslie, y asintió seria con la cabeza-. Bien.

Siobhain estaba sentada en la terraza, mirando las colinas peladas al fondo.

– Aún no la he oído hablar -dijo Leslie.

– Tiene una voz preciosa -dijo Maureen-. Algún día la oirás.

Maureen salió a la terraza y se sentó en una tumbona al lado de Siobhain. Le cogió la mano y le contó a qué estaban jugando los niños de abajo. Llovía y llevaban chaquetas y gorros y botas de agua. Algo que recordaba del hospital era lo importante que había sido para ella que la gente se tomara un tiempo para hablarle. Le contó que iban a irse a Millport al día siguiente y, aunque no podía asegurarlo, creyó que Siobhain le había apretado un poco la mano.

Maureen recogió el busca, se puso el abrigo, tomó prestado el gorro de lana de Leslie y bajó las escaleras para coger el autobús hacia Levanglen.

Maureen se bajó el gorro hasta la frente y siguió los carteles, que la guiaron directamente al dispensario. Era un pequeño agujero en la pared con ventanas correderas de cristal esmerilado y un timbre junto a un cartel escrito a mano que decía que había que llamar para que les atendieran. Maureen lo hizo y retrocedió. Abrió la ventana una enfermera rubia que llevaba un uniforme blanco y los labios pintados de color cereza.

– ¿En qué puedo ayudarla? -le preguntó, y esbozó la sonrisa más sencilla que Maureen había visto en años.

– Sí, espero que pueda. Busco a Shan Ryan.

– Shan está almorzando.

La enfermera se apartó para que Maureen le viera. Estaba sentado a una mesa con los pies apoyados en ella y llevaba una chaqueta de enfermero blanca y con botones, y del bolsillo a la altura del pecho le colgaba una placa identificativa. Estaba comiendo una ensalada de una fiambrera. Por el nombre, Maureen había supuesto que Shan sería medio hindú y no se había equivocado. Tenía la piel oscura y el pelo negro y brillante, pero sus ojos almendrados eran de un color verde aceituna. Cuando se levantó para ir hacia la ventana, Maureen vio que, por lo menos, medía un metro ochenta Se quedó dubitativo detrás de la enfermera rubia y miró a Maureen expectante. Tenía los dientes de delante grandes, bien alineados y blancos, y los labios anchos y de un color rojo poco habitual.

– Mm, oiga, sólo quería preguntarle si conocía a Douglas Brady.

Shan no hizo caso a la pregunta de Maureen y dejó que fuera la enfermera quien contestara.

– ¿El tipo al que mataron? -preguntó.

– Sí. Era psiquiatra en la parte de arriba.

– He oído hablar de él. Su madre es eurodiputada, ¿verdad?

– Sí -dijo Maureen-. ¿Le conocía?

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