Su expresión hizo que Craig no discutiera. Se volvió hacia Bartlett con frialdad.
– He decidido declararme culpable, Henry. Quiero que me prepares para la mejor y para la peor sentencia que puedo esperar.
Todavía estaba acostada cuando Vicky le llevó la bandeja con el desayuno. La colocó junto a la cama y estudió a Elizabeth con atención.
– No te sientes muy bien.
Elizabeth acomodó las almohadas contra la cabecera de la cama y se incorporó.
– Oh, supongo que sobreviviré. -Intentó sonreír-. De una forma u otra, tenemos que hacerlo, ¿no? -Tomó el florero con una sola flor que estaba sobre la bandeja-. ¿Qué es eso que siempre dices acerca de llevarle rosas a las flores marchitas?
– No me refiero a ti. -El rostro angular de Vicky se suavizó-. Estuve fuera estos dos últimos días. Acabo de enterarme de lo que le sucedió a la señorita Samuels. Era una mujer muy agradable. ¿Pero qué diablos hacía en la casa de baños, puedes decirme? Una vez me dijo que con sólo mirar ese lugar sentía escalofríos. Decía que le recordaba una tumba. Aun si no se sentía bien, ése sería el último lugar adonde iría…
Después de que Vicky partió, Elizabeth tomó el programa que estaba sobre la bandeja del desayuno. No tenía intenciones de ir a «Cypress Point» para ningún tratamiento o clase de ejercicios, pero cambió de parecer. Tenía un masaje con Gina a las diez. Los empleados hablan. Vicky acababa de confirmarle su impresión de que Sammy jamás habría ido por propia decisión a la casa de baños. El domingo cuando llegó y estuvo con Gina para un masaje, ella le había comentado los problemas financieros por los que estaban atravesando. Podría llegar a enterarse de algo más si hacía las preguntas adecuadas.
Como de todas formas tenía que ir allí, Elizabeth decidió seguir el programa completo. La primera clase de ejercicios la ayudó a animarse, aunque le resultaba difícil no mirar hacia el lugar donde Alvirah Meehan había estado la última vez. Se había esforzado tanto en los ejercicios, que al final de la clase respiraba con dificultad. «Pero no aflojé», le había comentado orgullosa a Elizabeth.
Encontró a Cheryl en el corredor que llevaba a las salas de masaje facial. Estaba envuelta en un albornoz. Tenía las uñas de los pies y de las manos pintadas de un color rosa violáceo. Elizabeth hubiera pasado sin dirigirle la palabra, pero Cheryl la tomó del brazo.
– Elizabeth, tengo que hablarte.
– ¿Sobre qué?
– Esas cartas anónimas. ¿Existe la posibilidad de encontrar alguna otra? -Sin esperar una respuesta, continuó-: Porque si tienes otra o encuentras otra, quiero que sea analizada, que rastreen las huellas, cualquier cosa que tú y el mundo de la ciencia puedan hacer para descubrir a la persona que las envió. ¡Y esa persona no fui yo! ¿Entendido?
Elizabeth la observó alejarse por el corredor. Tal como Scott le había dicho, parecía convincente. Por otra parte, si estaba segura de que esas dos cartas eran las únicas que se podían encontrar, no coma ningún riesgo mostrando tanto interés. Después de todo, Cheryl no era tan mala actriz.
A las diez, Elizabeth estaba en la camilla de masajes. Cuando Gina entro en el gabinete, comentó:
– Parece que están todos muy excitados.
– ¿Lo crees?
Gina le colocó una gorra de plástico para protegerle el cabello.
– Lo sé. Primero, la señorita Samuels, luego la señora Meehan. Es una locura. -Se echó un poco de crema en las manos y empezó a masajearle el cuello-. Otra vez en tensión. Ha sido un tiempo difícil para ti. Sé que tú y la señorita Samuels erais muy amigas.
Era más fácil no hablar sobre Sammy. Logró murmurar:
– Sí, lo éramos. ¿Gina, alguna vez te tocó atender a la señora Meehan?
– Por supuesto. El lunes y el martes. Es todo un personaje. ¿Qué le sucedió?
– No están seguros, están tratando de verificar su historial clínico.
– Hubiera jurado que era fuerte como un toro, un poco gordita, pero tenía buena tonificación, buenos latidos, buena respiración; le tenía miedo a las agujas, pero eso no provoca un ataque al corazón.
Elizabeth sintió dolor en la espalda mientras los dedos de Gina masajeaban los músculos tensos. De repente, Gina se echó a reír.
– ¿Crees que había alguien que no supiera que iba a recibir un tratamiento de colágeno en la sala C? Una de las muchachas oyó que le preguntaba a Cheryl Manning si ella se había hecho un tratamiento con colágeno alguna vez. ¿Te imaginas?
– En realidad, no. Gina, la otra vez me comentaste que «Cypress Point» no ha sido el mismo desde la muerte de Leila. Sé que ella atraía a aquellos que buscan estar en compañía de celebridades, pero el barón traía una buena cantidad de caras nuevas cada año.
Gina se echó más crema en las manos.
– Es gracioso. Eso se terminó hace casi dos años. Nadie sabe por qué. Hacía muchos viajes, pero la mayoría eran a Nueva York. Recuerdas, solía asistir a los bailes de caridad en una docena de ciudades importantes, y entregaba en persona el certificado para una semana gratis en «Cypress Point» al ganador. Para cuando terminaba su discurso, el afortunado ganador ya tenía a tres o cuatro amigos dispuestos a acompañarlo… Y por supuesto, ellos sí que pagaban.
– ¿Y por qué crees que eso se terminó?
Gina bajó el tono de voz.
– Él andaba en algo. Nadie supo muy bien qué era, ni siquiera Min, supongo… Ella comenzó a viajar de repente con él. Estaba preocupada de que Su Alteza Real, o como quiera que él se autodenomine, tuviera algo en Nueva York…
«¿Algo en Nueva York?» Mientras Gina seguía con el masaje, Elizabeth se quedó callada. ¿Ese algo sería la obra llamada Merry-Go-Round ? De ser así, Min había adivinado la verdad hacía mucho tiempo.
Ted salió del sector masculino a las siete. Después de dos horas de ejercicios en los aparatos «Nautilus» y unos cuantos largos en la piscina, se dio un masaje y luego se sentó en uno de los jacuzzi individuales al aire libre. El sol era cálido, no había brisa; una bandada de cormoranes oscureció por un momento un cielo sin nubes. Los camareros estaban poniendo las mesas para el almuerzo en el patio. Las sombrillas rayadas en tonos suaves de verde limón y amarillo hacían juego con las coloridas baldosas del piso.
Ted volvió a pensar en lo bien dirigido que estaba el lugar. Si las cosas fueran diferentes, pondría a Min y al barón al frente de una docena de «Cypress Point» en todo el mundo. Casi sonrió. No totalmente al frente. Los gastos del barón serían controlados por un administrador muy cuidadoso.
Bartlett habría hablado con el fiscal de distrito. Ahora ya tendría una idea del tipo de sentencia que podía esperar. Seguía pareciéndole increíble. Algo que no recordaba haber hecho lo había obligado a convertirse en una persona completamente diferente, lo había obligado también a cambiar de estilo de vida.
Caminó lentamente hacia su bungalow, saludando con la cabeza a los huéspedes que estaban sentados cerca de la piscina olímpica después de la clase de ejercicios. No se sentía con ánimo de conversar con ninguno de ellos. Tampoco quería enfrentarse a las discusiones que tendría con Henry Bartlett.
Recuerdos. Una palabra que lo obsesionaba. Fragmentos. Pedazos. Volvía a subir en el ascensor. Estaba en el pasillo. Se balanceaba. Estaba ebrio. ¿Y luego, qué? ¿Por qué se había bloqueado? ¿Porque no quería recordar lo que había hecho?
La prisión. Confinamiento en una celda. Sería mejor que…
No había nadie en su bungalow. Por lo menos, era un alivio. Estaría más en paz. Sin embargo, estaba seguro de que regresarían para el almuerzo.
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