Mary Clark - No Llores Más, My Lady

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Una estrella de teatro y de la pantalla se arroja, en misteriosas circunstancias, por el balcón de su ático neoyorquino, ¿Fue asesinada por su amante, Ted Winters, un apuesto magnate de los negocios atormentado por un secreto inconfesable? ¿O se trata de un suicidio? Pero ¿por qué iba Leila a quitarse la vida en la cumbre de la fortuna y el éxito? ¿O la mató otra persona? Sin embargo, ¿quién querría acabar con la vida de una joven admirada y querida por todo el mundo?…

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– Hizo que personas importantes quisieran venir aquí -dijo Alvirah-. Cómo me hubiese gustado ser una mosca en la pared para escucharlos a todos… -Miró a Helmut-. «O una mariposa flotando en una nube.»

Estaban comiendo el postre de bajas calorías cuando Elizabeth pensó en lo hábil que había sido la señora Meehan para provocar a Helmut y a Min. Le habían relatado historias que Elizabeth jamás había oído antes: acerca de un millonario excéntrico que se presentó el día de la inauguración en bicicleta arrastrado por su majestuoso «Rolls-Royce», o sobre cómo habían enviado un avión especialmente de Arabia Saudí para recoger una fortuna enjoyas que una de las cuatro esposas de un jeque había olvidado detrás de una mesa cerca de la piscina…

Cuando estaban por dejar la mesa, Alvirah formuló una última pregunta:

– ¿Quién fue el huésped más excitante que han tenido?

Sin dudarlo, sin ni siquiera mirarse entre sí, ambos respondieron:

– Leila LaSalle.

Por alguna razón, Elizabeth tuvo un escalofrío.

Elizabeth no esperó el café ni el programa musical. En cuanto llegó a su bungalow, llamó a Sammy por teléfono. No respondió nadie. Sorprendida, marcó el número de su oficina.

La voz de Sammy tenía un acento de urgencia.

– Elizabeth, casi me desmayo cuando Min me dijo que estabas aquí. No, estoy muy bien. Iré en seguida.

Diez minutos después, Elizabeth abría la puerta de su cabaña para abrazar a la mujer frágil y ferozmente leal que había compartido con ella los últimos diez años de la vida de Leila.

Se sentaron en sillones opuestos y se observaron. Elizabeth quedó anonadada al notar lo mucho que Dora había cambiado.

– Lo sé -comentó Dora con una agria sonrisa-. No estoy tan bien.

– No te veo muy bien, Sammy -le dijo Elizabeth-. ¿Cómo te encuentras?

– Todavía me siento tan culpable. Tú no estabas y no podías ver cómo Leila iba cambiando diariamente. Cuando fue a visitarme al hospital, me di cuenta. Algo estaba destruyéndola, pero no quiso hablarme de ello. Debería haberme puesto en contacto contigo. Siento que la dejé caer. Y ahora tengo que descubrir lo que ocurrió. No descansaré hasta conseguirlo.

A Elizabeth se le llenaron los ojos de lágrimas.

– No me hagas empezar -le dijo-. Durante el primer año tuve que usar gafas oscuras. Nunca sabía cuándo comenzaría a llorar. Las llamaba mi «equipo para el dolor».

Elizabeth entrelazó las manos.

– Sammy, dime una cosa, ¿existe la posibilidad de que esté equivocada con respecto a Ted? No me equivoqué con la hora y si fue él quien empujó a Elizabeth por la terraza tiene que pagar por ello. ¿Pero es posible que haya tratado de sostenerla? ¿Por qué estaba tan molesta? ¿Por qué bebía? Tú sabes cómo le disgustaba la gente que bebía demasiado. Esa noche, minutos antes de su muerte, no me porté bien con ella. Traté de hacer lo que ella le hacía a mi madre: golpearla, tratar de que se diera cuenta de lo que estaba haciéndose a sí misma. Tal vez, si hubiera mostrado más compasión… ¡Oh, Sammy, si tan sólo le hubiese preguntado por qué!

Ambas se movieron al unísono en un gesto espontáneo. Los brazos delgados de Dora rodearon el cuerpo esbelto y tembloroso de Elizabeth y recordó lo mucho que había adorado a su hermana mayor durante su juventud.

– Oh, Sparrow - dijo sin pensar el nombre que Leila solía utilizar para Elizabeth-, ¿qué pensaría Leila de nosotras si nos viera así?

– Diría: dejad de lamentaros y haced algo. -Elizabeth se secó los ojos y esbozó una sonrisa.

– Exacto. -Con movimientos rápidos y nerviosos. Dora se arregló el cabello que le caía del rodete-. Recapitulemos. ¿Leila había comenzado a actuar así antes de que partieras de gira?

Elizabeth frunció el entrecejo mientras trataba de recordar.

– El divorcio de Leila llegó antes de que yo partiera. Ella había estado con su administrador. Era la primera vez en años que la veía preocupada por el dinero. Me dijo algo así como: «Sparrow, he hecho mucho dinero, pero para ser honesta, ahora estoy en aprietos.»

»Le dije que los dos aprovechados que había tenido por esposos la habían puesto en esa situación, y que no consideraba que estuviera en aprietos ya que estaba a punto de casarse con un multimillonario como era Ted. Ella dijo algo así como: «Ted me ama de verdad, ¿no es así?» Le dije que acabara con eso. Recuerdo que le dije que si seguía poniéndolo en duda lo espantaría, y que lo mejor que podía hacer era ir a ganarse los cuatro millones que él había invertido en su obra.

– ¿Y ella qué respondió? -quiso saber Dora.

– Se echó a reír… Con esa risa estupenda, profunda, que tenía. «Como siempre, tienes razón, Sparrow», me dijo. Estaba muy excitada con la obra.

– Y luego, cuando tú te fuiste, aprovechando que yo estaba enferma y Ted de viaje, alguien comenzó una campaña para destruirla. -Dora buscó en el bolsillo de su chaqueta-. Hoy desapareció de mi escritorio la carta sobre la que te había escrito. Pero justo antes de que me llamaras encontré otra en la correspondencia de Leila. Ella no llegó a leerla; todavía estaba cerrada, pero habla por sí sola.

Horrorizada, Elizabeth leyó una y otra vez las palabras pegadas sin cuidado sobre el papel.

Dora observó cómo Elizabeth palidecía Leila no la vio preguntó con calma - фото 3

Dora observó cómo Elizabeth palidecía.

– ¿Leila no la vio? -preguntó con calma.

– No, pero debió de haber recibido toda una serie de ellas.

– ¿Quién pudo haberse llevado hoy la otra carta?

Dora le resumió en pocas palabras la explosión de Min acerca de los gastos de la casa de baños y de la inesperada llegada de Cheryl.

– Sé que Cheryl estuvo en mi escritorio. Dejó allí su cuenta. Pero cualquiera pudo haberla cogido.

– Esto es característico de Cheryl. -Elizabeth sostenía la carta por uno de los extremos, sin poder casi tocarla-. Me pregunto si podrá rastrearse.

– ¿Huellas digitales?

– Eso y el tipo de letra tiene un código. Saber de qué revistas y diarios fueron recortadas podría ayudarnos. Aguarda un momento. -Elizabeth entró en el dormitorio y regresó con una bolsa de plástico. Con cuidado, envolvió en ella la carta anónima-. Averiguaré adonde hay que enviarla para que la analicen. -Volvió a sentarse y cruzó los brazos sobre las piernas-. Sammy, ¿recuerdas exactamente lo que decía la otra carta?

– Eso creo.

– Entonces, escríbelo. Espera un segundo. Hay papel sobre el escritorio.

Dora escribía y luego tachaba las palabras unas cuantas veces hasta que por fin le entregó el papel a Elizabeth.

– Es muy parecida.

Leila:

¿Cuántas veces tengo que escribir? ¿No entiendes que Ted se cansó de ti? Su nueva novia es hermosa y mucho más joven que tú. Te dije que la gargantilla de esmeraldas que le regaló hace juego con el brazalete que te dio a ti. Le costó el doble y es diez veces mejor. Me dijeron que tu obra es horrible. Tendrías que aprenderte la letra. Volveré a escribirte pronto.

Tu Amigo

Elizabeth estudió con cuidado la carta.

– Sammy, el brazalete. ¿Cuándo se lo dio Ted?

– Después de Navidad, para el aniversario de su primera cita. Me dijo que se lo guardara en la caja de seguridad porque estaba ensayando y sabía que no lo usaría.

– A eso me refiero. ¿Cuántas personas estaban enteradas del brazalete? Ted se lo entregó durante una cena. ¿Quiénes estaban allí?

– Los de siempre. Min, Helmut, Craig, Cheryl, Syd, Ted, tú y yo.

– Los mismos que sabíamos la suma que Ted había invertido en la obra. Recuerda que él no quería que se hiciera publicidad sobre ello. Sammy, ¿has terminado de revisar el correo?

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