Mary Clark - No Llores Más, My Lady

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No Llores Más, My Lady: краткое содержание, описание и аннотация

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Una estrella de teatro y de la pantalla se arroja, en misteriosas circunstancias, por el balcón de su ático neoyorquino, ¿Fue asesinada por su amante, Ted Winters, un apuesto magnate de los negocios atormentado por un secreto inconfesable? ¿O se trata de un suicidio? Pero ¿por qué iba Leila a quitarse la vida en la cumbre de la fortuna y el éxito? ¿O la mató otra persona? Sin embargo, ¿quién querría acabar con la vida de una joven admirada y querida por todo el mundo?…

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– ¿Cuándo lo sabrás? -preguntó Craig.

– Tal vez en los próximos días.

Craig alzó su copa.

– Por Amanda.

Cheryl lo ignoró y se volvió hacia Ted.

– ¿No piensas brindar?

Ted levantó el vaso.

– Por supuesto. -Y lo decía en serio. La esperanza que se dibujaba en sus ojos era conmovedora. Leila siempre le había hecho sombra a Cheryl. ¿Por qué mantuvieron la farsa de una amistad? ¿Era tal vez que la infatigable búsqueda de Cheryl por superar a Leila era un desafío para Leila, un estímulo constante que le hacía bien y la mantenía en forma?

Cheryl debió de ver algo en el rostro de Ted porque le rozó la mejilla con los labios. Y esta vez, él no se apartó.

Fue después del café que Cheryl apoyó los codos sobre la mesa y reclinó la cabeza en las manos. El champaña que había bebido le nublaba la mirada y ahora sus ojos parecían encendidos con promesas secretas. Tenía la voz un tanto pastosa cuando le dijo a Bartlett:

– Supongamos que Leila creía que Ted quería dejarla por otra mujer. ¿Eso ayudaría en la teoría del suicidio?

– No tuve nada que ver con ninguna otra mujer -respondió Ted con tono rotundo.

– Querido, esto no es Confesiones verdaderas. Tú no tienes que abrir la boca -replicó Cheryl-. Henry, responde a mi pregunta.

– Si tuviéramos una prueba de que Ted estaba interesado en otra persona, y que Leila lo sabía, le daríamos una razón para que estuviera desalentada. Destruiríamos la declaración del fiscal de que Ted mató a Leila porque ella lo rechazó. ¿Me estás diciendo que había algo entre tú y Ted antes de que Leila muriera? -preguntó Bartlett esperanzado.

– Yo responderé a eso -irrumpió Ted-. ¡No!

– No me habéis escuchado -protestó Cheryl-. Dije que podría tener pruebas de que Leila creía que Ted estaba a punto de dejarla por otra mujer.

– Cheryl, sugiero que te calles. No sabes de qué estás hablando -le dijo Syd-. Ahora, vámonos de aquí. Has bebido demasiado.

– Tienes razón -dijo Cheryl en tono amistoso-. No siempre la tienes, Syd, querido, pero esta vez, sí.

– Un momento -interrumpió Bartlett-. Cheryl, a menos que esto sea una especie de juego, será mejor que pongas tus cartas sobre la mesa. Cualquier cosa que nos aclare el estado mental de Leila es vital para la defensa de Ted. ¿A qué llamas «prueba»?

– Quizás algo que ni siquiera le interese -respondió Cheryl-. Lo consultaré con la almohada.

Craig hizo señas para que le llevaran la cuenta.

– Tengo la sensación de que esta conversación es una pérdida de tiempo.

Eran las nueve y media cuando la limusina los dejó en «Cypress Point».

– Quiero que Ted me acompañe a mi bungalow -dijo Cheryl.

– Yo te acompañaré -se ofreció Syd.

– Ted me acompañará -insistió ella.

Cheryl se reclinó contra él mientras se dirigían a su bungalow. Los invitados comenzaban a salir del edificio principal.

– ¿No fue divertido salir juntos? -murmuró Cheryl.

– Cheryl, ¿lo que dijiste sobre la «prueba» es otro de tus juegos? -le preguntó Ted mientras le apartaba un mechón de cabello negro del rostro.

– Me gusta cuando me tocas el cabello. -Habían llegado a su bungalow-. Entra, querido.

– No. Te saludaré aquí.

Ella inclinó la cabeza hasta que estuvo casi a la altura de sus labios. Bajo la luz de las estrellas, Cheryl lo miró con ojos radiantes. «¿Habría simulado estar bebida?», se preguntó Ted.

– Querido -le susurró al oído-, ¿no te das cuenta de que soy la única que puede ayudarte a salir libre del juicio?

Craig y Bartlett se despidieron de Syd y se dirigieron a sus bungalows. Era obvio que Henry Bartlett estaba satisfecho.

– Parece como si Teddy hubiera por fin captado el mensaje. Tener a esa damita de su lado en el juicio será importante. ¿Qué habrá querido decir con eso de que Ted estuviera complicado con otra mujer?

– Es un deseo. Seguramente querrá ofrecerse para desempeñar el papel.

– Entiendo. Si es inteligente, aceptará.

Llegaron al bungalow de Craig.

– Me gustaría entrar un momento -le dijo Bartlett-. Es una buena oportunidad para que conversemos. -Cuando estuvieron dentro, miró alrededor-. La decoración es diferente.

– Es el efecto rústico, masculino, de Min -le explicó Craig-. No se ha olvidado de ningún detalle: mesas de pino, tablas anchas en el suelo. Ella me pone automáticamente aquí. Creo que en su inconsciente me ve como un tipo simple.

– ¿Y lo eres?

– No lo creo. Y a pesar de que me inclino por las camas king size, es un gran salto desde la Avenida B y la Calle 8, donde mi padre tenía una salchichería.

Bartlett estudió a Craig con atención. Decidió que «bulldog» era una descripción acertada de él. Cabello color arena, rasgos impersonales. Un ciudadano sólido. Una buena persona para tener al lado.

– Ted es afortunado al tenerte -le dijo-. No creo que lo aprecie.

– Te equivocas. Ted tiene que confiar en mí para seguir adelante con el negocio y eso lo resiente. Y él piensa que soy yo el resentido. El problema es que mi sola presencia en este lugar es un símbolo del problema en que está metido.

Craig caminó hasta el armario y extrajo un maletín.

– Al igual que tú, yo también traigo mis provisiones. -Sirvió dos vasos de «Courvoisier», le entregó uno a Bartlett y se acomodó en el sofá, inclinado hacia delante, con el vaso entre las manos-. Te daré el mejor ejemplo que pueda. Mi prima sufrió un accidente y estuvo postrada en un hospital durante casi un año. Su madre se mató cuidando a los niños. ¿Quieres saber algo? Mi prima estaba celosa de su madre. Dijo que su madre disfrutaba de sus hijos mientras que era ella quien tenía que estar con los niños. Sucede lo mismo con Ted y conmigo. En cuanto mi prima salió del hospital, llenó a su madre de elogios por el gran trabajo que había hecho. Cuando Ted sea absuelto, todo volverá a ser normal entre nosotros. Y déjame decirte algo, prefiero soportar sus arranques a estar en sus zapatos.

Bartlett se dio cuenta de que se había apresurado en hacer a un lado a Craig Babcock como un lacayo adulador.

«El problema por ser demasiado engreído», se dijo. Eligió la respuesta con cuidado.

– Entiendo, y creo que eres bastante perceptivo.

– ¿Inesperadamente perceptivo? -preguntó Craig con una semisonrisa.

Bartlett prefirió ignorar el golpe.

– Yo también comienzo a sentirme mejor acerca de este caso. Podríamos llegar a organizar una defensa que por lo menos creará una duda razonable en la mente del jurado. ¿Te ocupaste de la agencia de investigaciones?

– Sí, hay dos detectives buscando todo lo que haya acerca de esa mujer Ross. Y otro la está siguiendo. Tal vez sea demasiado, pero nunca se sabe.

– Nada que pueda ayudamos es demasiado. -Bartlett se acercó a la puerta-. Como verás, Ted Winters tiene el mismo resentimiento hacia mí y tal vez por las mismas razones que lo hacen sentirse así contigo. Ambos queremos que salga libre del juicio. Una línea de defensa que no había considerado hasta hoy es convencer al jurado de que poco antes de que Leila LaSalle muriera, él y Cheryl habían vuelto a salir juntos y que el dinero invertido en la obra era la despedida para Leila.

Bartlett abrió la puerta y se volvió para agregar:

– Piensa en ello y te espero mañana con algún plan de acción.

Hizo una pausa.

– Pero tenemos que convencer a Teddy para que esté de acuerdo con nosotros.

Cuando Syd llegó a su bungalow vio que estaba encendida la luz de mensajes en el contestador. De inmediato presintió que se trataba de Bob Koening. El presidente de la «World Motion Pictures» tenía fama de hacer llamadas telefónicas a cualquier hora. Sólo podía significar que se había llegado a una decisión en cuanto a Cheryl y el papel de Amanda. Sintió un sudor frío.

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