Robert Doherty - La Cuarta Cripta

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El experimento más escalofriante de todos los tiempos está a punto de comenzar. El presidente lo ignora por completo. La prensa también. Se trata de un experimento secreto, que se está llevando a cabo en una base militar de Nuevo México y que puede resultar catastrófico. Nadie sabe nada tampoco sobre el inquietante hallazgo de un arqueólogo en la Gran Pirámide de Egipto, que puede cambiar el mundo. Lo único cierto en esta cadena de enigmas y revelaciones que hielan la sangre es que algo terrible está por ocurrir, una catástrofe que la consejera en asuntos científicos del presidente deberá evitar, cueste lo que cueste.

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– ¿Diga?

– ¿Es usted Steve Jarvis?

– ¿Quién llama?

– Soy Kelly Reynolds. Soy una periodista independiente que escribe un artículo sobre…

– Mi tarifa por una entrevista es de quinientos dólares -la interrumpió Jarvis-. Eso le da derecho a una hora.

– Señor Jarvis, sólo pretendo encontrar…

– Quinientos dólares la hora -repitió-. En efectivo o por giro postal. No acepto cheques. No hay preguntas gratis.

Kelly calló para intentar contener sus emociones.

– ¿Podría verlo hoy?

– En el bar Elefante de Zanzíbar. Esté allí a las siete en punto.

– ¿Cómo lo reconoceré?

– Yo la reconoceré a usted – repuso Jarvis -. Lleve algo rojo. Algo sexy. Pida un trago al camarero.

Kelly apretó los dientes.

– Oiga. Soy una profesional y voy a Las Vegas para hacer un trabajo serio. No necesito…

– Evidentemente -la interrumpió de nuevo Jarvis-, no necesita entrevistarme. Ha sido un placer hablar con usted, señora Reynolds.

Kelly aguardó. Él no colgaba, y ella, tampoco. Habían llegado a un punto muerto.

– ¿Tiene el dinero? -Finalmente fue Jarvis quien habló-. ¿Quinientos dólares en efectivo?

– Sí.

– Bien. Pregunte sin más al camarero. Él le indicará. Estaré ahí a las siete.

Kelly colgó el auricular, una sombra de duda cruzó su mente. ¿Estaría exagerando la situación?

Se agachó un poco y sacó el archivo de Nellis de su escritorio. Se quedó mirándolo durante unos minutos mientras pensaba. Hubo un tiempo en que había ido tras aquella pista. Pero esta vez era distinto. Ella no iba simplemente tras una historia. Se trataba de Johnny, que estaba en algún lugar y Kelly esperaba que estuviera vivo.

Pero eso no significaba ir a ciegas. Revisó de nuevo el artículo sobre Jarvis y comprobó un detalle. Luego levantó el auricular del teléfono e hizo otra llamada.

EL CAIRO, EGIPTO 234 horas, 40 minutos

Peter Nabinger también estaba intentando responder a algunas preguntas, pero no entendía la información que le mostraba la pantalla del ordenador que tenía delante. Se hallaba en el departamento de investigación de la Universidad de El Cairo utilizando su base de datos para verificar la historia de Kaji. Estaba contento de disponer de un sistema tan sofisticado como el ordenador de la universidad, pues gran parte de lo que buscaba sólo se había publicado en revistas académicas y científicas o se encontraba en libros descatalogados, y aquel ordenador contenía cientos de miles de aquellos resúmenes. Además, el sistema tenía la ventaja de contener prácticamente toda la información recogida sobre Egipto y El Cairo.

No había indicio alguno de alemanes en la gran pirámide durante la Segunda Guerra Mundial, aunque tampoco confiaba en encontrar algo. Sin embargo, al buscar en los artículos de la prensa local de 1945 descubrió que, durante varios meses de aquel año, el acceso a la gran pirámide había estado cerrado y que, como Kaji le había dicho, alrededor del edificio se habían producido extrañas actividades militares de los aliados.

Al hacer una búsqueda cruzada de las palabras «Thule» y «nazismo», obtuvo un resultado sorprendente. Nabinger conocía el significado de la palabra Thule en la mitología antigua: era una región deshabitada del norte. Sin embargo, los nazis habían pervertido esa idea, como tantos otros mitos y leyendas, para sus propios fines y se habían servido de la ciencia de la arqueología para crear un fundamento de sus reivindicaciones.

Muchas personas que no eran arqueólogos conocían la existencia de la piedra Rosetta, hallada en 1799, cuando el ejército de Napoleón invadió Egipto.

Esa piedra fue, en muchos sentidos, la llave que abrió el estudio del antiguo Egipto; cuando Champollion logró descifrar por fin el código de los jeroglíficos egipcios tradicionales, se desveló gran cantidad de información.

Pese a sus estudios universitarios, la información que Nabinger leía era nueva para él. Nadie le había explicado que, en 1842, el rey de Prusia había encabezado una expedición a Egipto que representó un avance en la descodificación de los textos y marcas antiguos del antiguo Egipto. Un egiptólogo alemán, llamado Richard Lepsius, acompañó al rey y se quedó allí durante tres años, haciendo planos y mediciones de las tres pirámides.

En el transcurso de los años que siguieron, los alemanes invirtieron bastante tiempo y energía en el estudio de las pirámides, los jeroglíficos y la runa superior. Evidentemente, si la historia de Kaji era cierta, todos aquellos esfuerzos habían dado su fruto.

En la década que siguió a la Primera Guerra Mundial, varios grupos alemanes se basaron en los mitos y la arqueología para tejer una extraña y complicada doctrina que favorecía su filosofía racista y antisemítica. La cruz esvástica, un símbolo que había sido utilizado por varios pueblos antiguos, resucitó. List, una influencia temprana de Hitler, se sirvió de su propio sistema de descifrado de la runa superior para justificar sus creencias.

Nabinger detuvo el avance de pantallas en el ordenador y se rascó la barba. A pesar de que el descifrado de la piedra Rosetta había ayudado mucho a la comprensión de los jeroglíficos, no había servido para descifrar la runa superior, que él creía más antigua que los jeroglíficos.

Nabinger recordó que Kaji había dicho que los alemanes se habían servido de una especie de mapa con dibujos para encontrar el camino. ¿Qué habrían descubierto? ¿Tal vez un modo de descifrar la runa superior que continuaba siendo desconocido para el resto del mundo? ¿Utilizaron un documento antiguo o, tal vez, algo dibujado por Lepsius en el siglo XIX? O, más fácil, ¿habían empleado un mapa copiado de algún otro sitio y continuaban sin entender la runa superior?

Nabinger conocía la fascinación de los alemanes por el mito del santo grial y por la búsqueda de la lanza que supuestamente se había empleado contra Jesús tras su crucifixión, pero sus profesores de la universidad habían tachado a los nazis de aficionados en el campo de la arqueología por estar más interesados en la propaganda que en la ciencia. Sin embargo, Nabinger se preguntaba si habría habido otras búsquedas con mejores resultados. Pensó en su propia hipótesis de la conexión entre la runa superior de América del Sur y Central con la de las pirámides. Tenía la certeza de que tampoco nadie se lo tomaría en serio si intentaba publicar sus conclusiones.

Nabinger continuó leyendo. A finales de la Primera Guerra Mundial, muchos grupos secretos surgidos en Alemania antes de la guerra tomaron fuerza aprovechando el profundo y amargo descontento de la población por la derrota y la paz impuesta a su país. El nombre de Thule se empleó como tapadera para esos grupos.

Nabinger se irguió. En 1933 en Alemania se publicó un libro titulado Bévor Hitler kam,(«Antes de la llegada de Hilter»). Al parecer, trataba acerca de la conexión entre el movimiento nacional socialista de Hitler y el movimiento Thule. Lo interesante era que, tras la publicación, el autor había desaparecido en circunstancias misteriosas y que todos los ejemplares del libro existentes en Alemania se habían destruido. El autor de aquel libro era el barón Rudolf von Sebottendorff.

Nabinger se sorprendió al comprobar que el ordenador guardaba un resumen del libro. Sebottendorff había tomado el antiguo mito de la Atlántida y el de Thule y los había reinventado de acuerdo con sus oscuras motivaciones.

En opinión de Sebottendorff, Thule había sido el centro de una gran civilización que, finalmente, había sido destruida por una gran inundación. Esta opinión se basaba en una teoría anterior postulada por la Sociedad Teosófica. Nabinger rogó que el ordenador le permitiera hacer una referencia cruzada en cuanto solicitara datos sobre esta última información.

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