Andrew Gross - Código Azul

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El FBI lo llama código azul: cuando se sospecha que la identidad del testigo ha sido descubierta, cuando ha dejado la seguridad del programa, cuando no se sabe si está muerto o vivo… La vida de Kate se convierte en una pesadilla cuando descubre que su padre está involucrado en el caso judicial contra un poderoso cartel de narcos. Todos los miembros de su familia se convierten en testigos protegidos: han de dejar atrás su casa, su ciudad, sus trabajos, sus amigos… toda su vida. Kate se niega a entrar en el programa, aunque eso signifique separarse de los que más quiere. Una vez sola, comienza a descubrir que el FBI y su propio padre le están ocultando algo. Y que a veces, los que tenemos más cerca son los que más hemos de temer. Andrew Gross nos sumerge en el oscuro y peligroso mundo de los testigos protegidos, donde el engaño impregna todos los aspectos de la vida y cualquier paso en falso puede ser el último.

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Abrió la puerta del piso y encendió las luces. Kate no recordaba haber sentido nunca una sensación de alivio tan abrumadora.

Gracias a Dios que estaban aquí. Dio por sentado que era por Tina. De todos modos, quería contárselo. Ya no podía seguir ocultándolo por más tiempo.

– Vale. -Dejó la compra en la encimera-. Dispare… ¡Qué expresión más poco apropiada! -Sonrió.

Poco a poco, Kate fue recuperando su centro de gravedad.

– Adelante. Sé por qué han venido.

Phil Cavetti la miró algo extrañado. Lo que dijo la alejó nuevamente de su centro de gravedad.

– ¿Cuándo fue la última vez que supiste algo de tu padre, Kate?

27

– ¿Mi padre…?

Kate lo miró pestañeando, con los ojos muy abiertos, y negó con la cabeza.

– No he hablado con él desde el juicio. ¿Por qué?

Cavetti miró al letrado del gobierno; luego se aclaró la garganta.

– Tenemos que enseñarte algo, Kate.

Se sacó del impermeable un sobre de papel Manila y fue hasta la barra de la cocina. El tono imperioso que empleaba había asustado un poco a Kate.

– Lo que voy a enseñarte es altamente confidencial -dijo mientras lo abría-. Puede que también te resulte desagradable. Tal vez quieras sentarte.

– Me está poniendo nerviosa, agente Cavetti.

Kate lo miró, mientras se sentaba en un taburete. El corazón le volvía latir deprisa.

– Lo entiendo.

Empezó a distribuir por la barra una serie de fotos en blanco y negro de veinte por veinticinco.

Fotos de la escena de un crimen.

Kate contuvo un escalofrío, convencida de que estaba a punto de ver a su padre en esas imágenes. Pero no. Todas las fotos eran de una mujer. En ropa interior. Atada a una silla.

Algunas fotos eran de cuerpo entero y otras de primeros planos: su rostro, partes de su cuerpo, cubiertas de heridas. Eran aterradoras. La cabeza de la mujer colgaba hacia un lado. Tenía manchas de sangre: en los hombros, en las rodillas. Kate se estremeció. Observó que se debían a varias heridas de bala. Cautelosa, puso la mano en el hombro de Cavetti.

Había marcas en los dos pechos de la mujer, marcas profundas. La siguiente imagen era un primer plano de uno de los pechos. Ahora Kate distinguió de qué eran las marcas: la habían quemado. En los pechos y los pezones. La habían carbonizado. El pezón derecho había desaparecido por completo; se lo habían arrancado.

– Lo siento, Kate -dijo Phil Cavetti poniéndole la mano en el hombro.

– ¿Por qué me las enseña? -Kate lo miró-. ¿Qué tienen que ver con mi padre?

– Por favor, Kate, sólo un par más.

Cavetti mostró dos o tres fotos más. La primera era un primer plano descarnado de la parte izquierda del rostro de la víctima. Estaba completamente inflamado y amarillento, lleno de mora-tones desde el ojo hasta la mejilla. Fuera quien fuera, apenas resultaba reconocible.

Kate reprimió una arcada de bilis. Aquello era repugnante, horrible. ¿Qué clase de monstruo sería capaz de hacer eso?

– Las heridas que ves -Cavetti dejó por fin el sobre- no pretendían ser fatales, Kate. Pretendían mantener a la víctima viva el mayor tiempo posible, para prolongar su agonía. No hubo abuso sexual. Todas sus pertenencias estaban en orden. En una palabra, esta mujer fue torturada.

– ¿Torturada? -A Kate se le revolvieron las tripas.

– Para obtener información, creemos -intervino el letrado del Gobierno-. Para inducirla a hablar, señora Raab.

– Creía que habían venido por Tina. -Kate levantó la vista para mirarlos, confusa.

– Sabemos lo de la señora O'Hearn -dijo Phil Cavetti-. Y sabemos lo que debe de significar para ti, Kate, en todos los sentidos. Pero, por favor, lo siento, una más…

El agente del WITSEC sacó una última fotografía del sobre y la puso sobre la barra, delante de Kate.

Era aún más brutal. Kate apartó los ojos.

Mostraba el otro lado del rostro de la mujer: tenía los ojos, magullados e hinchados, en blanco bajo los párpados; el cabello castaño y enmarañado le caía por delante, cubriéndole algo la cara.

Pero no lo suficiente como para ocultar el agujero oscuro, del tamaño de una moneda, que tenía en la parte derecha de la frente.

– ¡Por el amor de Dios! -Kate trató de coger aire, deseando volver a apartar la mirada-. ¿Por qué me enseña esto? ¿Por qué me pregunta por mi padre?

Pero entonces algo la detuvo. Abrió los ojos como platos, petrificada.

Volvió a mirar la foto. Había visto algo. La cogió lentamente entre sus dedos y se quedó mirándola fijamente.

– Oh, Dios mío… -Kate dio un grito ahogado y palideció.

«La conozco.»

Al principio no se había dado cuenta; las heridas de la pobre mujer la desfiguraban tanto… Pero de repente los rasgos -el lunar a la derecha de la boca- se apreciaron claramente.

Kate se volvió hacia Phil Cavetti, con las tripas retorciéndosele de asco.

La mujer de la foto era Margaret Seymour.

28

– Oh, por Dios, no… -Kate cerró los ojos, presa de las náuseas-. No puede ser. Es horrible…

Margaret Seymour había sido una mujer atractiva y agradable. Había hecho cuanto estaba en su mano para facilitarle el cambio de vida a Em. A toda la familia. A todos les caía bien. No… Dios mío.

– ¿Quién lo ha hecho? -Kate sacudió la cabeza con repugnancia-. ¿Por qué?

– No lo sabemos. -Phil Cavetti se levantó, fue hasta el fregadero y le sirvió un vaso de agua-. Ocurrió el jueves de la semana pasada, en una zona de almacenes en las afueras de Chicago. Lo único que sabemos es que la agente Seymour fue allí a reunirse con alguien… relacionado con un caso. Sé lo inquietante que resulta esto.

Kate dio un trago largo de agua, incapaz de dejar de sacudir la cabeza.

Cavetti le apretó el brazo.

– Como hemos dicho antes, creemos que la intención no era matarla enseguida, sino hacerla hablar. Que revelara algo.

– No comprendo…

– El paradero de una reasignación, señora Raab -terció el abogado del Estado-, de alguien del programa.

De pronto, Kate comprendió. La invadió un temblor de preocupación.

– ¿Por qué me enseña todo esto, agente Cavetti?

– Verás, Kate, hemos encontrado algo en el coche de la agente Seymour… -El agente del WITSEC se interrumpió y sacó otra cosa del sobre.

Esta vez no era una fotografía, sino una hoja de papel de carta en blanco, que parecía sacada de un bloc pequeño con agujeros, dentro de una bolsa de plástico.

Kate lo miró, confusa.

– Quienquiera que hiciera esto repasó el coche, Kate, de arriba abajo, para asegurarse de que estuviera limpio. Esta hoja aún estaba sujeta a un cuaderno, en el salpicadero. Habían escrito algo en la página de encima… y la habían arrancado.

– Está en blanco.

Kate se encogió de hombros. Sin embargo, al mirar más de cerca, pudo ver el contorno apenas visible de la escritura de alguien.

– Aquí, con luz ultravioleta -dijo Cavetti sacando otra foto-, puedes verlo aumentado.

Kate tomó la nueva foto. Habían anotado algo. Cinco letras cobraron vida, escritas de puño y letra de Margaret Seymour.

M-I-D-A-S.

– ¿Midas? -Kate puso cara de extrañada-. No lo entiendo. ¿Qué tiene que ver esto conmigo?

Cavetti la miró fijamente.

– MIDAS es el nombre en clave que asignamos a tu familia, Kate.

Fue como si le hubieran asestado un puñetazo en pleno estómago, dejándola sin oxígeno en los pulmones.

Primero Tina, en la puerta del laboratorio. Luego Margaret Seymour, la agente que llevaba el caso de su familia. Ahora le preguntaban si había tenido noticias de su padre.

– ¿Qué pasa, agente Cavetti? -Kate se levantó-. ¡Mi familia! Podría estar en peligro. ¿Les ha informado? ¿Ha hablado con mi padre?

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