Minette Walters - La Escultora

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Rosalind Leigh, una periodista en plena crisis creativa y de identidad, se ve forzada a abordar una obra de investigación sobre un caso que conmocionó al país años antes: el de Olive Martin, condenada a veinticinco años de prisión por el asesinato y descuartizamiento de su madre y hermana. Olive se habia declarado culpable.
Olive, -gorda, desmañada, infatigable autora de muñecos de cera de carácter mágico, por lo que en la prisión es llamada La Escultora -, lo tiene todo para resultar antipática. Sin embargo, desde el principio Rosalind es capaz de intuir bajo tan poco favorecedora superficie el desamor y el desamparo. Comienza a sospechar que las protestas de culpabilidad de Olive son falsas.
Se trata de una posibilidad remota y hasta inquietante: ¿Podria ser inocente Olive? Y si así fuera, ¿a quién protege autoinculpándose? Rosalind empieza a bucear en un pasado bajo cuya apariencia de normalidad detecta un turbio remolino de pasiones, odios y desencuentros, tan brutal que sólo podía resolverse en la violencia.

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– ¿Conocía Olive su relación con su padre?

– Yo no se lo había comentado. Era muy ingenua en algunas cuestiones.

– ¿Y Robert no estaba al corriente de lo de usted y Olive?

– No.

– Jugaba con fuego, señor Clarke.

– Yo no lo planifiqué, sargento, sucedió así. Lo que sí puedo decirle a mi favor es que dejé de -buscó la palabra adecuada- intimar con Robert en cuanto me di cuenta de mis sentimientos por Olive. De todas formas, seguimos siendo amigos. Otra cosa habría sido crueldad.

– ¡Pamplinas! -exclamó Hal con calculado enojo-. No quería que le descubrieran. Me da la sensación de que se los cepillaba a los dos al mismo tiempo y se lo pasaba teta. Y tiene el morro de decir que no se siente responsable.

– ¿Por qué tendría que hacerlo? -dijo Clarke en un arrebato-. Ninguno de los dos mencionó jamás mi nombre. ¿Cree que habría sido así si yo hubiera inconscientemente precipitado la tragedia?

Roz sonrió con desprecio.

– ¿Nunca se preguntó por qué Robert Martin no le volvió a hablar después de los asesinatos?

– Me imaginé que estaba demasiado afligido.

– Creo que una persona siente algo más que aflicción cuando descubre que su amante ha seducido a su hija -dijo con aire irónico-. Por supuesto que usted precipitó los hechos, señor Clarke, y lo sabe perfectamente. Pero claro, no estaba dispuesto a abrir la boca. Prefirió ver cómo toda la familia Martin se destruía a sí misma que perjudicar su propia situación.

– ¿Tan exagerado es esto? -protestó-. Eran libres para citar mi nombre. No lo hicieron. ¿De qué habría servido que yo hubiera hablado claro? Gwen y Amber seguirían muertas. Olive habría ido igualmente a la cárcel. -Se volvió hacia Hal-. Me arrepiento mucho de mi implicación con la familia, pero no se me puede responsabilizar de que mi relación con ellos precipitara la tragedia. Yo no hice nada ilícito.

Hal miró de nuevo por la ventana.

– Cuéntenos por qué se trasladó, señor Clarke. ¿La decisión fue suya o de su esposa?

Metió de nuevo las manos entre las rodillas.

– Fue una decisión conjunta. Allí la vida se nos hacía insoportable a los dos. Veíamos fantasmas por todas partes. Un cambio de entorno nos pareció lo más razonable.

– ¿Por qué puso tanto empeño en que no se conociera su nueva dirección?

Clarke levantó la vista, acosado.

– Para evitar que el pasado me persiguiera. He vivido constantemente con este temor. -Miró a Roz-. Es un gran alivio sentirse por fin libre. Probablemente no lo comprenderán.

Ella le dirigió una sonrisa tensa.

– La policía tomó declaración a su esposa el día de los asesinatos y ella afirmó que vio aquella mañana a Gwen y Amber en la puerta cuando usted y Robert ya se habían ido al trabajo. Pero cuando estuve aquí el otro día, su esposa dijo que había mentido.

– Yo sólo puedo repetirle lo que le dije entonces -respondió con aire cansado-. Dorothy está senil. Uno no puede fiarse de lo que dice. La mayor parte del tiempo ni siquiera sabe qué día es.

– ¿Dijo la verdad hace cinco años?

El hombre asintió.

– En cuanto a afirmar que estaban vivas en cuanto yo salí para el trabajo, sí. Amber estaba en la ventana, mirando. Yo la vi. Se escondió detrás de la cortina cuando le dije adiós con la mano. Recuerdo que pensé que era muy rara. -Hizo una pausa-. En cuanto a si Dorothy vio salir a Robert -continuó después de un momento-, no lo sé. Ella dijo que sí y yo siempre he tenido la impresión de que Robert tenía una coartada irrefutable.

– ¿Le habló en algún momento su esposa de si había visto los cadáveres, señor Clarke? -preguntó Hal sin darle importancia.

– ¡Virgen santa, no! -parecía que aquello realmente le había sobresaltado.

– Lo único que me pregunto yo es por qué había visto fantasmas. No tenía una amistad especial con Gwen o Amber… más bien todo lo contrario, diría yo, teniendo en cuenta el tiempo que pasaba usted en casa de los Martin.

– En esta calle todo el mundo vio fantasmas -dijo él con aire triste-. Todos sabíamos lo que había hecho Olive con aquellas pobres infortunadas. Tan sólo una imaginación muy apagada no habría visto fantasmas.

– ¿Recuerda cómo iba vestida su esposa la mañana de los asesinatos?

El anciano miró a Hal sorprendido por el cambio brusco.

– ¿Por qué me lo pregunta?

– Tenemos información de que vieron a una mujer pasar por delante del garaje de los Martin. -La mentira le salió con toda desenvoltura-. Por la descripción que nos dieron, era demasiado delgada para ser Olive y nos consta que llevaba un elegante traje chaqueta negro. Nos interesa esta pista. ¿Podía haber sido su esposa?

El alivio del hombre quedó patente.

– No. Nunca ha tenido un traje chaqueta negro.

– ¿Llevaba algo negro aquella mañana?

– No. Llevaba una bata estampada.

– Está muy seguro de ello.

– La llevaba siempre, cada mañana, para hacer el trabajo de la casa. Se cambiaba cuando había acabado. Excepto los domingos. Los domingos no hacía las tareas de casa.

Hal asintió.

– ¿La misma bata todas las mañanas? ¿Y cuando la tenía sucia?

Clarke frunció el ceño, desconcertado por aquella serie de preguntas.

– Tenía otra, una azul, lisa. Pero el día de los asesinatos llevaba la estampada.

– ¿Cuál llevaba el día después de los asesinatos?

El señor Clarke se pasó la lengua por los labios con gesto nervioso.

– No me acuerdo.

– La azul, ¿verdad? Y siguió llevando la azul, me imagino, hasta que se compró otra.

– No me acuerdo.

Hal le dirigió una sonrisa desagradable.

– ¿Sigue teniendo su esposa la bata estampada, señor Clarke?

– No -murmuró-. Hace mucho tiempo que no hace el trabajo de casa.

– ¿Qué pasó con aquélla?

– No me acuerdo. Antes de trasladarnos tiramos muchas cosas.

– ¿De dónde sacó el tiempo para hacerlo? -preguntó Roz-. El señor Hayes dijo que se fueron de la noche a la mañana y que tres días después apareció un camión de mudanzas para recoger todas sus cosas.

– Tal vez lo ordenamos todo al llegar aquí -dijo con cierta violencia-. No puedo recordar exactamente el hilo de todo después de tanto tiempo.

Hal se rascó la mandíbula.

– ¿Sabía usted -murmuró sin alterarse- que su esposa identificó los restos chamuscados de una bata estampada, que se encontró en el incinerador del jardín de los Martin, como parte de la vestimenta que llevaba Gwen el día en que fue asesinada?

El rostro de Clarke se quedó sin color, tan sólo un leve tono grisáceo.

– No, no lo sabía. -Aquellas palabras prácticamente no se oyeron.

– Y aquellos restos se fotografiaron adecuadamente y se guardaron cuidadosamente para una posterior utilización si surgía cualquier contradicción en cuanto a la pertenencia. Estoy seguro de que el señor Hayes nos contará si pertenecen a la bata de su esposa o a la de Gwen.

Clarke levantó las manos en un gesto de total rendición e impotencia.

– Ella me dijo que la había tirado -alegó-, porque con la plancha se le había hecho un agujero en la parte de delante. Yo lo creí. Estas cosas le sucedían a menudo.

Hal dio la impresión de que apenas le oía y siguió en el mismo tono impasible:

– Espero, señor Clarke, que encontraremos una forma de demostrar que usted fue consciente en todo momento de que fue su esposa quien mató a Gwen y Amber. Tengo interés en verle juzgado y condenado por haber permitido que una muchacha inocente vaya a la cárcel condenada por uncrimen que usted sabía que no cometió, en concreto una muchacha de la cual usted usó y abusó de una forma tan desvergonzada.

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