Sue Grafton - L de ley

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La detective Kinsey Millhone se aprestaba a ser dama de honor en la boda del hermano de su casero cuando, pocos días antes, acepta investigar para un vecino, Chester, por qué en los archivos militares ha desaparecido todo rastro de Johnny Lee, su padre recién fallecido y veterano de la segunda guerra mundial. ¡Adiós planes de boda!, porque, de pronto, alguien ha entrado en casa del difunto dejándolo todo patas arriba y Chester descubre, en una caja de caudales, una llave con esta misteriosa inscripción: LEY. A partir de entonces nadie es ya quien dice ser: ni Ray Rawson, el antiguo amigo del ejército, que quiere alquilar la casa; ni Gilbert Hays, a quien Kinsey sorprende llevándose una bolsa de la casa de Lee; ni Laura Huckaby, la mujer a quien aquél entrega la bolsa. A Kinsey no le queda más remedio que emprender una salvaje odisea en la que, para desenredar la madeja, acabará pasando por cualquier cosa, menos por detective…

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– Pues piénsalo ahora.

– Sé que Gilbert no estuvo mucho tiempo encerrado -dijo Laura tanteando.

– Sí, pero él tenía diecisiete años. Entraba todavía en la categoría de delincuente juvenil y era su primer delito. Johnny creyó siempre que había sido Darrell, el menor de los McDermid. Frank era demasiado chulo. Darrell fue el único que declaró contra los demás ante el juez y pasó menos de un año en la cárcel. ¿Quieres saber por qué? Porque nos entregó y a cambio le rebajaron la condena. Gilbert quiere echarme a mí la culpa porque el muy cabrón es avaricioso y quiere una justificación para quedarse con el botín. A propósito, no me lo has dicho, ¿os habéis casado?

– Vivimos juntos.

– Vivís juntos. Muy bonito. ¿Hace un año, dos?

– Más o menos -dijo Laura.

– ¿Y todavía no sabes cómo es?

Laura no dijo nada. A juzgar por las moraduras, sabía de sobra cómo era Gilbert.

– No creo que me mintiera. Tú eres quien miente.

– ¿Por qué no suspendes el juicio hasta oír mi versión?

Levanté una mano.

– ¿Eh, Ray? ¿Me voy a quedar de piedra por lo que voy a oír? ¿Va ser el notición que me cabreará?

Sonrió con apocamiento.

– ¿Por qué?

– Porque me pregunto cuántas versiones tienes intención de contar. Que yo sepa, es la número tres.

– Ahora va en serio. Es la última. Lo juro por Dios.

Miré a Laura.

– Miente como respira, si es que respira.

– Yo no miento -dijo Ray-. Puede que haya dejado de mencionar un par de cosas.

– ¿Un tiroteo con la poli? ¿Qué más has olvidado mencionar? Sabré resistirlo -dije.

– Puedo hacerlo sin sarcasmos.

– ¡Y yo sin mentiras! A mí me dijiste que Gilbert era un antiguo compañero de celda.

– Tenía que decirte algo. Vamos. Esto no es fácil para mí. He tenido cerrada la boca durante cuarenta años. Johnny Lee y yo juramos que jamás revelaríamos nada. El problema es que murió sin darme cierta información vital.

– Voy a ponerme cómoda -dije. Saqué las almohadas de debajo del edredón y las amontoné pegadas al respaldo de la cama, quitándome los zapatos antes de recostarme. Aquello era como el cuento de antes de irse a la cama y no quería perdérmelo.

– ¿Estás a gusto?

– Agustísimo.

– Johnny trazó el plan y me convenció de que participara. Para comprenderlo tengo que ponerte en antecedentes. Espero que no te importe.

– Si para variar vas a decir la verdad, tómate el tiempo que quieras.

Ray se puso en pie y comenzó a pasearse.

– Estoy pensando a cuándo hay que remontarse. Vamos a ver. El río Ohio se desbordó en el invierno de 1937. Creo que se puso a llover en enero y que el río creció. Al final se inundaron unas seis mil hectáreas a ambos lados del río. Johnny estaba entonces en la cárcel de Lexington. Bueno, los presos se sublevaron. Escaparon sesenta y Johnny Lee entre ellos. Llega a Louisville y desaparece en la confusión. Se pone a colaborar en las medidas contra la inundación. -Se detuvo para mirarnos por turno-. Tened paciencia -dijo-. Tenéis que comprender cómo se forjó el plan.

– Por mí no hay problema -dijo Laura.

Ray me miró.

– Sigue, sigue -dije.

– De acuerdo. El caso es que llegaron a la ciudad miles de voluntarios. Y nadie hacía preguntas. Por lo que me contó Johnny, mientras arrimaras el hombro, a nadie le importaba quién eras ni de dónde venías. De manera que se fue dando tumbos por el oeste, rescatando gente de los techos. El agua llegaba al primer piso en muchos lugares, he visto fotos del suceso, tan arriba como las luces de los semáforos. Johnny hizo una barca con cuatro barriles y unas cestas y se lanzó a remar por la calle. Fue el gran momento de su vida. Incluso se quedó por allí después y ayudó en las tareas de limpieza, y así fue como se le ocurrió lo del golpe.

»Muchos edificios se habían derrumbado. Quiero decir que todo el centro estuvo inundado durante semanas, y cuando el agua se retiró, se formaron grupos para reparar lo que se había estropeado. Johnny era listo. Se las sabía todas. Dijo que había trabajado en la construcción y lo pusieron en un grupo. El caso es que estaba recorriendo un sótano cierto día cuando se da cuenta de que está debajo de un banco. La electricidad no funciona desde hace días, los desagües han reventado y el sótano está lleno de agua. En la pared hay una grieta que tiene que reparar. Hace una chapuza que no engañaría a un profesional, pero no hay ninguno por allí. Todos están demasiado ocupados para fijarse en él. Dice entonces que lo ha arreglado cuando lo único que ha hecho ha sido taparlo. Incluso firma la inspección con una falsa rúbrica. Quiero decir que nadie va a revisar su trabajo.

«Cuando nos conocimos… fue ya cuatro años después. En aquella época se construían grandes cámaras de seguridad, utilizaban barras de refuerzo de veinte, que quiere decir veinte milímetros de diámetro, diez centímetros en el centro, repartidas al azar. Haceos cargo, no soy ningún experto. Todo esto lo aprendí de él. La cámara se había construido durante la Depresión, en algún plan de obras públicas, así que ya podéis imaginaros lo bien construida que estaba. En una cámara así se puede entrar con las herramientas indicadas y con tiempo por delante. Me dijo que lo tenía en la sesera desde hacía mucho tiempo, pero que sabía que no podría hacerlo solo cuando llegase el momento y ahí fue donde entré yo.

»Johnny se pone a trabajar en el sótano. Noches y semanas, desde el sótano del edificio contiguo ataca la estructura subterránea. Probablemente tarda un mes, pero al final entra por el suelo de la cámara. Ahora se hace todo con equipo de alta tecnología, pero en aquella época, para asaltar un banco había que tener temple y trabajar como un animal. Hacía falta paciencia y habilidad. Johnny suponía que el sistema de alarma era más resistente que la cámara. Por entonces estaban ya con nosotros unos cuantos muchachos, porque necesitábamos ayuda. Johnny había trabajado de pequeño con un cerrajero, había leído todos los manuales y se conocía todos los detalles de memoria, pero para desconectar la alarma necesitábamos a otro especialista. Yo había estado en chirona con un tío en el que me parecía que se podía confiar. Era Donnie Hays y Donnie nos presentó a su hermano Gilbert. Como ha dicho Laura, Donnie murió y yo tengo que agradecerle esto a Gilbert. -Nos enseñó la mano magullada y con los dedos vendados.

Vi que Laura apartaba la cabeza y nos miramos. Por lo visto no se le había ocurrido hasta entonces que Gilbert había sido el responsable de las lesiones que Ray Rawson tenía en la cara.

– Johnny contactó con un par de sujetos que se apellidaban McDermid. Creo que eran primos y que los había conocido mientras estaba en Lexington. Donnie Hays desconectó la alarma y nos pusimos a trabajar con los sopletes y taladros, perforando como locos hasta que por fin entramos. Johnny se puso a abrir cajas de seguridad con el taladro mientras los demás limpiábamos el contenido.

– Un momento. ¿Quién es Farley? ¿Cómo encaja en la historia? -pregunté.

– Es el sobrino de Gilbert -dijo Laura-. Fuimos a la costa los tres juntos.

– Perdón por la interrupción. Sigue.

– Bueno, trabajamos en cadena, sacando la pasta y las joyas de las cajas de seguridad, metiéndolas en bolsas de lona y luego pasando las bolsas por el agujero, hasta el coche que esperaba en el callejón. Trabajamos como animales, y parecía que todo iba a salir según lo planeado cuando de repente aparece la poli y se arma el gran follón. Estalla el tiroteo y en el cruce de disparos Frank McDermid y Donnie Hays resultan muertos, junto con un policía. Yo tenía un carácter endiablado en aquella época, el tiro que mató al poli salió de mi pistola. Detuvieron a Gilbert y también a Darrell McDermid. Oí después que Darrell había muerto en un accidente, pero hasta hoy no he sabido nada que lo confirme.

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