Michael Connelly - Echo Park

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Harry Bosch tiene la oportunidad de reabrir un caso en el que trabajó en el pasado y que había quedado sin resolución; se traga del asesinato de Marie Gesto, una joven desaparecida años atrás. Bosch tuvo siempre el presentimiento de que nunca encontrarían con vida a Gesto y cuando las circunstancias le forzaron a cerrar el caso, se quedó con la desagradable sensación de haber dejado escapar al culpable por obviar un detalle de la investigación. Por ello recibe, entre escéptico y aliviado, la confesión de un hombre que alega estar detrás del asesinato de la joven. Las circunstancias que envuelven el caso son atípicas dado el interés de un político por llegar a un pacto con el presunto culpable. Arguye que resultaría beneficioso paa ambas partes: el detenido detallaría qué pasócon otros casos irresolutos cuya autoría se atribuye, evitando así la pena de muerte. A Bosch no le gusta la propuesta, pero no puede reprimir su deseo de cerrar un caso que le ha inquietado durante años.

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Bosch asintió.

– ¿Alguna pregunta más? -preguntó O'Shea, señalando que la reunión había terminado.

– Se lo haremos saber -dijo Bosch.

– Ya sé que me estoy repitiendo, pero siento la necesidad de hacerlo -dijo O'Shea-. Toda esta investigación es confidencial. Ese expediente es un compromiso que forma parte de una negociación de acuerdo. Nada en ese archivo ni nada que les diga podrá usarse jamás en un caso contra él. Si esto se va a pique, no podrán usar la información para perseguirle. ¿Se entiende con claridad?

Bosch no respondió. -Está claro -dijo Rider.

– Hay una excepción que he negociado -continuó O'Shea-. Si miente, si pueden cogerlo en algún momento en una mentira o si cualquier elemento de información que les da durante este proceso se demuestra falso, se rompe la baraja y podemos ir tras él por todo. Él también es plenamente consciente de esto.

Bosch asintió. Se levantó. Rider también lo hizo.

– ¿Necesitan que llame a alguien para que los libere a los dos? -preguntó O'Shea-. Puedo hacerlo si hace falta.

Rider negó con la cabeza.

– No lo creo -dijo-. Harry ya estaba trabajando en el caso Gesto. Las siete mujeres pueden ser víctimas desconocidas, pero en Archivos tiene que haber un expediente sobre el hombre de la casa de empeños. Todo ello implica a Casos Abiertos. Podemos manejarlo con nuestro supervisor.

– Vale, pues. En cuanto tenga la entrevista preparada, les llamaré. Entretanto, todos mis números están en el expediente.

Los de Freddy también.

Bosch saludó a O'Shea con la cabeza y lanzó una mirada a Olivas antes de volverse hacia la puerta.

– ¿Detectives? -dijo O'Shea.

Bosch y Rider se volvieron hacia él. Ahora estaba de pie. Quería estrecharles la mano.

– Espero que estén de mi lado en esto -dijo O'Shea.

Bosch le estrechó la mano, sin estar seguro de si O'Shea se estaba refiriendo al caso o a las elecciones. Dijo:

– Si Waits puede ayudarme a llevar a Marie Gesto con sus padres, entonces estoy de su lado.

No era un resumen preciso de sus sentimientos, pero le sirvió para salir del despacho.

3

De nuevo en Casos Abiertos, se sentaron en el despacho de su supervisor y lo pusieron al corriente de los acontecimientos del día. Abel Pratt estaba a cuatro semanas de la jubilación después de veinticinco años de trabajo, así que les prestó atención, pero no demasiada. En un lado de su mesa había una pila de guías de viaje Fodor de islas del Caribe. Su plan era entregar la placa, dejar la ciudad y encontrar una isla donde vivir con su familia. Era un sueño de jubilación común a muchos agentes de las fuerzas del orden: dejar atrás toda la oscuridad de la que habían sido testigos durante tanto tiempo en el trabajo. La realidad, no obstante, era que, después de seis meses en la playa, la isla se volvía muy aburrida.

Un detective de grado tres de Robos y Homicidios llamado David Lambkin iba a ser el jefe de la brigada tras la marcha de Pratt. Era un experto en crímenes sexuales reconocido en todo el país y lo habían elegido para el trabajo porque muchos de los casos antiguos que estaban investigando en la unidad respondían a una motivación sexual. Bosch tenía ganas de trabajar con Lambkin y habría preferido departir con él en lugar de hacerlo con Pratt, pero las fechas eran ésas.

Trabajaban con quien les tocaba, y una de las cosas positivas de Pratt era que iba a darles rienda suelta hasta que se marchara. Simplemente no quería ninguna onda expansiva, nada que le explotara en la cara. Quería un último mes en el trabajo tranquilo y sin acontecimientos.

Como la mayoría de los polis con veinticinco años de servicio en el departamento, Pratt era un vestigio del pasado, de la vieja escuela, y prefería trabajar con máquina de escribir que con ordenador. Enrollada hasta la mitad en una IBM Selectric que tenía junto al escritorio, había una carta que Pratt estaba redactando cuando llegaron Bosch y Rider. Bosch había echado un vistazo al sentarse y vio que estaba dirigida a un casino de las Bahamas. Pratt estaba intentando conseguir un empleo de seguridad en el paraíso, y eso dejaba muy claro dónde tenía la cabeza en esos días.

Después de escuchar el informe, Pratt dio su aprobación para que trabajaran con O'Shea y sólo se animó cuando emitió una advertencia sobre el abogado de Raynard Waits, Maury Swann.

– Dejad que os hable de Maury -dijo Pratt-. Hagáis lo que hagáis cuando os reunáis con él, no le deis la mano.

– ¿Por qué no? -preguntó Rider.

– Una vez tuve un caso con él. Fue hace mucho. El acusado era un pandillero metido en un 187. [1]Cada día, cuando empezaba la vista, Maury hacía ostentación de estrecharme la mano y luego la del fiscal. Probablemente habría estrechado también la mano del juez si hubiera tenido ocasión.

– ¿Y?

– Después de haber sido condenado, el acusado trató de conseguir una sentencia reducida delatando al resto de los implicados en el homicidio. Una de las cosas que me dijo durante el informe era que pensaba que yo era corrupto, pues, a lo largo del el juicio, Maury le había dicho que podía comprarnos a todos. A mí, al fiscal, a todos. Así que el pandillero pidió a su chica que le consiguiera efectivo y Maury le explicó que cada vez que nos daba la mano nos estaba pagando, pasando billetes de palma a palma. Además, siempre da esos apretones con las dos manos. Estaba vendiéndole eso a su cliente mientras él se guardaba la pasta.

– ¡Joder! -exclamó Rider-. ¿No lo acusaron?

Pratt rechazó la idea con un gesto de la mano.

– Fue a posteriori, y además era uno de esos casos de mierda de «yo dije, él dijo». No habría llegado a ninguna parte, y menos teniendo en cuenta que Maury es un miembro de la judicatura que tiene buenas relaciones con todo el mundo. Pero desde entonces siempre he oído que Maury da mucho la mano. Así que cuando entréis en esa sala con él y Waits no le deis la mano.

Dejaron a Prat sonriendo en su despacho tras contar la anécdota y volvieron a su lugar de trabajo. La distribución de tareas la habían acordado en el camino de vuelta desde el tribunal. Bosch se ocuparía de Waits y Rider de Fitzpatrick. Conocerían perfectamente los expedientes en el momento en que se sentaran frente a Waits en la sala de interrogatorios al día siguiente.

Puesto que Rider tenía menos que leer en el caso Fitzpatrick, ella también terminaría con la acusación de Matarese. Eso significaba que Bosch quedaba eximido y podría dedicar todo su tiempo a estudiar el universo de Raynard Waits. Después de sacar el expediente Fitzpatrick para Rider, eligió llevarse a la cafetería el archivo de acordeón que le había dado O'Shea. Sabía que la aglomeración de la hora del almuerzo estaría disminuyendo y que podría esparcir las carpetas y trabajar sin las distracciones constantes del teléfono y la charla en la sala de brigada de Casos Abiertos. Tuvo que usar una servilleta para limpiar una mesa de la esquina, pero enseguida pudo ponerse con la revisión del material.

Había tres carpetas sobre Waits: el expediente de homicidios del departamento de Policía de Los Angeles compilado por Olivas y Ted Colbert, su compañero en la brigada de la división de Homicidios del noreste; una carpeta sobre una detención anterior, y el archivo de la acusación compilado por O'Shea.

Bosch decidió leer primero el expediente de homicidio. Pronto se familiarizó con Raynard Waits y los detalles de su detención. El sospechoso tenía treinta y cuatro años y vivía en un edificio de planta baja en Sweetzer Avenue, en West Hollywood. No era un hombre grande, medía un metro sesenta y cinco y pesaba sesenta y cinco kilos. Era el dueño y operario de un negocio de una sola persona: una empresa de limpieza de ventanas llamada Clear View Residential Glass Cleaners. Según los informes policiales, a la 1.50 de la noche del 11 de mayo llamó la atención de dos agentes, un novato llamado Arnolfo González y su agente de instrucción, Ted Fennel. Los agentes estaban asignados a un Equipo de Respuesta ante Delitos (ERD) que estaba vigilando un barrio de las colinas en Echo Park, a raíz de una reciente racha de robos en domicilios acaecidos en las noches en que había partido de los Dodgers. Aunque vestían de uniforme, González y Fennel se hallaban en un coche sin identificar cerca de la intersección de Stadium Way y Chavez Ravine Place. Bosch conocía el sitio. Estaba en un extremo del complejo del estadio de los Dodgers, y encima del barrio de Echo Park que el ERD estaba vigilando. Bosch también sabía que estaban siguiendo una estrategia estándar de este tipo de equipos: permanecer en el perímetro del barrio objetivo y seguir a cualquier vehículo o persona de aspecto sospechoso o que pareciera fuera de lugar.

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