– ¿Qué te parece un postre especial? -preguntó Chen-.
– No, gracias.
Compartieron unos gajos de mandarina y bebieron un poco de té de jazmín, invitación de la casa.
– Ahora estoy satisfecha. Puedes empezar a preguntar, pero primero dime cómo has conseguido encontrarme aquí.
– Conocí a tu madre. Ella no tiene idea de lo que estás haciendo en Guangzhou. Está muy preocupada.
– Siempre lo está. Toda su vida ha estado preocupada por una cosa u otra.
– Creo que se siente decepcionada porque no hayas seguido sus pasos.
– Sus pasos, ya lo creo. Estimado inspector jefe, ¿cómo puedes ir por el mundo investigando a la gente sin darte cuenta de los cambios en la sociedad? ¿A quién le puede interesar la Literatura hoy en día?
– A mí, para empezar. De hecho, he leído una colección de sus ensayos.
– No, no me refiero a ti. Tú eres muy diferente, como dice Ouyang.
– ¿Es uno de tus falsos cumplidos?
– No, yo también lo pienso. En cuanto a mi madre, la quiero. No ha tenido una vida fácil. Se licenció en Estados Unidos. ¿Y qué le sucedió cuando volvió a principios de los años cincuenta? Dijeron que era de derechas, y luego, en los sesenta, la trataron de contrarrevolucionaria. Sólo pudo volver a enseñar después de la Revolución Cultural.
– Pero ahora da clases en una prestigiosa universidad.
– ¿Y cuánto gana al mes como profesora a jornada completa en la Universidad de Fudan? Menos de lo que yo ganaba como guía turística en una semana.
– El dinero no lo es todo. Si no fuera por una broma del destino, yo podría haber estudiado Literatura Comparada.
– Gracias a Dios por esa broma…, sea cual fuera.
– La vida a veces es injusta con las personas, sobre todo en el caso de la generación de tu madre…, pero tenemos razones para creer que las cosas no serán tan malas en el futuro.
– Puede que para ti no, camarada inspector jefe, y también te agradezco tu sermón político. Creo que ya es hora de que empieces a hacer tus preguntas.
– Bueno, algunas serán difíciles de contestar, mas todo lo que digas será confidencial, te doy mi palabra.
– Te diré lo que sepa. ¡Después de la comida que me has pagado…!
– Trabajaste como guía turística antes de venir a Guangzhou.
– Sí, dejé ese empleo hace unos dos meses.
– ¿En uno de los viajes a las Montañas Amarillas conociste a un hombre que se llamaba Wu Xiaoming?
– ¿Wu Xiaoming? Sí, me acuerdo de él.
– Estaba con una amiga durante el viaje, ¿te acuerdas?
– Sí, pero al principio yo no lo sabía.
– ¿Y cuándo lo supiste?
– El segundo o tercer día del viaje. Pero ¿por qué, camarada inspector jefe? ¿Qué es lo que te ha hecho viajar a Guangzhou?
– La asesinaron hace un mes.
– ¿Qué?
Él sacó una foto de su maletín. Ella la cogió y comenzaron a temblarle las manos.
– Es ella.
– Era Guan Hongying, una trabajadora modelo de rango nacional, y Wu Xiaoming es nuestro sospechoso. Lo que sepas sobre los dos puede ser muy importante.
– Antes de decir nada -apuntó Xie mirando el vaso que sostenía, y luego a él-, quiero que contestes a una pregunta.
– Adelante.
– ¿Sabes a qué familia pertenece Wu?
– Desde luego que lo sé.
– Y entonces, ¿por qué quieres seguir adelante con la investigación?
– Es mi trabajo.
– ¡Venga ya! Hay muchos "polis" en China. Tú no eres el único. ¿A qué viene tanta dedicación?
– Soy un "poli"… romántico, como has dicho. Creo en la justicia. Llámala justicia poética, si quieres.
– ¿Crees que puedes echarle el guante?
– Tenemos una buena posibilidad, por eso necesitamos tu colaboración.
– ¡Oh! -dijo con voz suave-, de verdad eres especial. No me extraña que a Ouyang le caigas tan bien. Ahora que has contestado a mi pregunta, yo contestaré las tuyas.
– ¿Qué impresión te dieron al principio?
– No lo recuerdo con exactitud, pero una de las primeras cosas que observé era que viajaban con nombres falsos.
– ¿Cómo te diste cuenta?
– Los inscribimos a los dos en la oficina. Él tuvo que cambiar el trazo de un carácter en su firma.
– Eres muy observadora. Nadie comete errores con su propia firma.
– Además, se registraron como pareja y pidieron una habitación doble. Sin embargo, en lugar de enseñar su libro de familia, él presentó una declaración con un membrete oficial. Lo habitual es mostrar el libro.
– Ya entiendo -asintió Chen con la cabeza-. ¿Hablaste con tu jefe acerca de esa sospecha?
– No, sólo fue una impresión que tuve en ese momento. En las montañas me di cuenta de otra cosa.
– ¿De qué?
– Creo que fue la segunda mañana. Hacía un día esplendido y todo el mundo se divertía afuera. Pasé por delante de su habitación y vi algo así como una serie de flashes a través de las persianas. Me entró la curiosidad, y también me sentía un poco responsable, así que eché una mirada. Me quedé muy sorprendida cuando vi a Guan posando totalmente desnuda, a cuatro patas, con las piernas abiertas de par en par y la frente apoyada sobre los brazos, en el suelo, como una perra…, y él le tomaba fotos. ¿Por qué vendría una pareja hasta un hotel en la montaña para hacer eso?
– Buena pregunta -convino Chen-. ¿Dijiste algo?
– Claro que no, pero después Wu se acercó a hablar conmigo.
– ¿Cómo?
– De manera profesional, claro está. Me enseñó el equipo que llevaba, un equipo muy moderno. Eran cámaras importadas, muy caras. También tenía un álbum con unas fotos de gran formato de mujeres muy guapas, entre ellas a una actriz famosa, y fotos de modelos de pasarela y algunos recortes de revistas muy conocidas.
– ¿Por qué quería enseñarte todas esas cosas?
– Dijo que, como fotógrafo profesional, era muy solicitado. Todas esas mujeres se morían por que él les tomara fotos y las publicara, y se ofreció para hacerme unas fotos.
– Ya entiendo. ¿Y tú aceptaste su oferta?
– No, al principio no. Me dio asco esa escena de Guan arrodillada a sus pies como una perrita rastrera. Tampoco me gustaba la idea de posar para un desconocido.
– Es cierto, hay que andarse con mucho cuidado hoy en día. ¿Y él qué hizo entonces?
– Me enseñó su tarjeta de visita. Sólo entonces supe quién era, su nombre verdadero, y claro, me habló de su familia. Le pregunté por qué había escogido a una mujer cualquiera como yo. Me dijo que veía algo en mí que nunca había visto antes: la inocencia perdida o algo así. Con sus fotos, podría presentarme a directores de cine.
– Un truco que debe de haber empleado con muchas otras mujeres.
– También me prometió que me podía quedar con las fotos. Un álbum de modelo en un estudio de la calle Nanjing podría costar una fortuna, pero a él no tendría que pagarle ni un feng.
– ¿Y qué tal era como fotógrafo?
– Un verdadero profesional. Sólo en la primera hora gastó cinco carretes. No dejaba de modificar la iluminación y los ángulos, y a mí me hacía cambiar de pose y de ropa. Me dijo que quería captar mis momentos más bellos.
– Suena muy romántico.
– Antes de que me diera cuenta, me propuso que posara con una toalla. Él mismo arreglaba los pliegues y decidía las posturas, y me tocaba aquí y allá. Una cosa llevó a la otra, y acabamos en la cama. Te ahorraré los detalles.
– ¿Y estuvisteis juntos varias veces?
– No, sólo dos veces, si te refieres a eso. Durante el día yo estaba muy ocupada con los clientes, que me pedían de todo. Había unas veinte personas en el grupo. Él sólo podía venir a verme por la noche, después de que Guan se durmiera.
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