– Entiendo su comentario, camarada directora Yao. Ya en la escuela primaria aprendí que los cuadros superiores, los revolucionarios de la vieja generación, hicieron una gran contribución a nuestro país. Consiguientemente, ¿cómo podría tener prejuicios con respecto a sus hijos? Nuestra investigación no tiene nada que ver con una idea falsa de los hijos de los cuadros superiores. Se trata sólo de un caso de homicidio asignado a nuestra brigada de asuntos especiales. Hemos hecho todo lo posible para mantenerlo alejado de los medios de comunicación. No sé cómo se podría enterar la gente de nuestra investigación.
– Nunca se sabe, camarada inspector jefe -dijo Yao, y acto seguido cambió de tema-. Sé que ha estado en Guangzhou hace unos días.
– Sí, tenía que buscar información.
El hecho de que Yao supiera de su viaje lo inquietaba. Ni la comisaría de Shanghai ni la de Guangzhou tenían que informar al Comité de Disciplina del Partido sobre las actividades de un oficial de policía. De hecho, no eran muchos los que estaban al corriente del viaje. Se había marchado a Guangzhou sin entregar un informe al Secretario del Partido Li. Sólo lo había notificado al comisario Zhang y al inspector Yu.
– Está cerca de Hong Kong, la zona especial. Habrá visto un espíritu diferente ahí. Un estilo de vida distinto.
– No, estaba llevando a cabo una investigación. Si hay diferencias, yo no he tenido tiempo para fijarme en ellas. Créame, directora Yao, estoy trabajando a conciencia.
– No me entienda mal, camarada inspector jefe Chen. Desde luego que el Partido confía en usted, por eso quería que viniera a mi oficina hoy. También quisiera hacerle una sugerencia. Para un caso políticamente delicado como éste, todos tenemos que trabajar con la mayor precaución. Creo que será mejor que esto quede en manos de Seguridad Interior.
– ¿Seguridad Interior? Es un caso de homicidio, camarada directora Yao. No veo esa necesidad.
– La verá si piensa en el posible impacto político.
– Si Wu Xiaoming es inocente, nosotros no haremos nada, pero si es culpable, todos somos iguales ante la ley. Desde luego, camarada directora Yao -añadió-, tendremos mucho cuidado de respetar sus instrucciones.
– Entonces está decidido a seguir adelante con la investigación.
– Sí, soy policía.
– De acuerdo -dijo ella al cabo de un rato-. Sólo es una sugerencia que le hago. Usted es el inspector jefe y es quien decide. Aun así, le agradecería que me informara de los avances en su investigación en interés del Partido.
– Me parece bien -dijo Chen intentando nuevamente responder con ambigüedad, pues no creía que fuera responsabilidad suya informarle-. Soy miembro del Partido y actuaré en todo de acuerdo con los procedimientos del Departamento, y también en interés del Partido.
– La gente reconoce su dedicación al trabajo. Sus elogios parecen estar justificados -se incorporó-. Tiene usted un gran futuro por delante, camarada inspector jefe Chen. Nosotros somos viejos. Tarde o temprano tendremos que confiar nuestra causa socialista a gente joven como usted, por lo que espero verlo pronto.
– Gracias, directora Yao. Sus consejos e instrucciones son muy importantes para mí.
"Todo lo que dice parece una salmodia de citas sacada un catecismo político", reflexionó Chen mientras asentía con la cabeza.
– Además -siguió con la misma voz seria-, estamos preocupados por su vida personal.
– ¿Mi vida personal?
– Usted es un joven cuadro en ascenso y es adecuado y justo que nos preocupemos por usted. Tiene unos treinta y cinco años, ¿no es así? Ya va siendo hora de que piense en el futuro.
– Gracias, camarada directora Yao. He estado muy ocupado.
– Sí, lo sé. He leído el artículo sobre su trabajo que escribió esa reportera del Wenhuir
La directora Yao lo acompañó hasta el ascensor. Volvieron a darse la mano formalmente. Afuera lloviznaba con más fuerza.
La injerencia de la directora Yao no presagiaba nada bueno. No era sólo que aquella funcionaría del Partido conociera tan bien a Wu Xiaoming, sino también que las familias de Yao y Wu se habían movido en los mismos círculos. Como oficial veterana, la reacción de Yao a la investigación sobre el hijo de un cuadro superior no era tan sorprendente, pero su información sobre el caso era alarmante. Se había mostrado demasiado interesada acerca de su investigación en Guangzhou, e incluso en su vida personal al mencionar a «esa reportera del Wenhui». En su posición, no tenía por qué saber de estas cosas, a menos que el propio Chen estuviera siendo investigado. El Comité era la institución más poderosa a la hora de determinar el ascenso o la degradación de un cuadro. Una semana antes, el inspector jefe Chen había pensado que su carrera al servicio del pueblo iba a más; en cambio, ahora ya no estaba tan seguro.
Cuando el inspector jefe Chen volvió al despacho, eran más de las doce. El Secretario del Partido Li no había llegado, tampoco el inspector Yu, y el teléfono de Chen no paraba de sonar. La primera llamada era del cuartel general de Beijing en relación con un caso solucionado tiempo atrás. Chen no entendía por qué el inspector jefe Qiao Daxing, su homólogo en la capital, quería hablar con él de ese asunto. La llamada de larga distancia duró veinte minutos sin que Qiao aportara nada nuevo ni sustancial, quien acabó diciendo que esperaba verlo en Beijing para invitarlo a comer pato asado pekinés en la avenida Huangfujing. La segunda también fue una sorpresa. Era del Wenhui, pero no de Wang Feng, sino de un editor al que apenas conocía. Un lector había escrito al periódico rogándole que felicitara al poeta por su descripción tan realista de los agentes de policía." ¡Qué ironía! Hasta ahora nadie me había considerado «realista»", pensó. Sin embargo, la más inesperada fue la del Viejo cazador, el padre del inspector Yu.
– Veo que reconoce mi voz, inspector jefe Chen. Sé que es un hombre ocupado, no obstante quisiera hablar con usted. Guangming, ese joven bandido, se ha propuesto mandarme a la tumba.
– ¿Qué? ¿Guangming? Si es el hijo más fiel que hay en este mundo.
– Si puede concederme media hora de su precioso tiempo, se lo contaré todo. Supongo que en este momento se dispone a servirse comida precocinada, y eso no es nada bueno.
¿Qué le parece venir al Salón de Té en Medio del Lago?, ya sabe, el que está detrás del Templo de la Ciudad. Lo invitaré a un auténtico té verde Longjin, a su estómago le sentará bien. Estoy llamando desde ahí, de un teléfono público.
Era una invitación a la que Chen difícilmente podía negarse, y no sólo por su amistad con el inspector Yu. El Viejo cazador había servido en el cuerpo de policía durante más de treinta años. Aunque ya estaba jubilado, el anciano todavía se consideraba un agente en activo y tenía contactos dentro y fuera de la oficina.
– De acuerdo, llegaré en unos veinte minutos. No se preocupe, Guangming está bien.
Con todo, Chen pensó que él no era el más indicado para mediar en el caso de que hubiera graves problemas entre padre e hijo, ni tampoco era el mejor momento para intervenir. La conversación que acababa de tener en el Comité de Disciplina le preocupaba. A pesar de ello, engulló el contenido de la caja de plástico y se dirigió a toda prisa hacia el Templo.
Se decía que el Templo de la Ciudad había sido construido durante la dinastía Song del sur en el siglo XV. Luego lo habían reconstruido y restaurado en varias ocasiones, la última en 1926. Se había reforzado con hormigón el salón principal y las figuras de cerámica habían sido doradas. A comienzos de los años sesenta, a raíz del Movimiento de Educación Socialista, las figuras quedaron hechas añicos, y en los ochenta, el Templo fue sometido a otra drástica restauración después de haber servido de almacén general, pues se había convertido en centro comercial de artesanía. Ahora había recobrado su aspecto original, con las puertas negras y los muros amarillos. El interior presentaba un asombroso despliegue de brillantes anaqueles de vidrio y estanterías de acero inoxidable. En la puerta se leía un dístico grabado con caracteres dorados que rezaba así: «Sé un hombre honrado para que puedas gozar de un sueño apacible. / Realiza una buena obra que llegue a oídos del Cielo». Desde luego, los comunistas no creían en Dios, ya fuese oriental u occidental, pero no estaba de más aconsejar a la gente que hiciera algo bueno y tuviera buena conciencia, sobre todo desde el punto de vista de un "poli". El Templo de nuestros días se había transformado en un mercado. Con todo, al llegar, Chen vio a un grupo de ancianas que se reunían en torno a algo parecido a un cojín. Algunas estaban arrodilladas en el suelo. Una se prosternaba ante el cojín con varias varas de incienso en las manos y murmuraba algo casi inaudible:
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