Qiu Xiaolong - Visado Para Shanghai

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La nueva novela de Qiu Xiaolong retoma las andanzas protagonizadas por el Inspector Chen en su anterior gran éxito, Muerte de una heroína roja. En esta ocasión, Chen ha de investigar la misteriosa desaparición de la bailarina Wen Liping durante su regreso a China desde Estados Unidos. La vigorosa trama policial propicia la radiografía de un país en plena mutación, sirviéndose de un personaje que está ya en las antologías del género: un amante de la literatura que resuelve intrincados enigmas en tanto recita proverbios de Confucio y moderna poesía china. El estilo de Xiaolong ha hecho ya las delicias de miles de lectores en todo el mundo. A pesar de su juventud se trata de un autor contrastado, cuyo futuro se adivina enormemente brillante.

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– ¿Qué dijo Feng?

– Es una conversación breve. Según nuestro traductor, el mensaje de Feng fue: «Algunas personas se han enterado. Salva tu vida. Ponte en contacto conmigo cuando estés en un lugar seguro».

– ¿Qué quería decir?

– Wen le hizo la misma pregunta. Feng se limitó a repetir el mensaje -dijo ella-. Ahora Feng dice a mi jefe que antes de telefonear a su esposa recibió un aviso en un trozo de papel insertado en su bolsa de comestibles.

– ¿Qué decía?

– No te olvides de tu mujer embarazada que está en China.

– Su supervisor debe investigarlo. Si Feng está tan bien escondió, ¿cómo le encontraron?

– Es lo que está haciendo.

– Esas sociedades secretas son poderosas -añadió-, incluso en ee.uu.

– Es cierto -coincidió ella-. ¿Qué tal va nuestra investigación aquí?

– Estoy de camino hacia la oficina del Secretario del Partido Li La llamaré pronto.

El inspector jefe Chen no estaba seguro de cuál sería la respuesta del Secretario del Partido Li. Pero sabía que entrevistar a los potenciales contactos de Wen sería monótono. Tener una compañera norteamericana al menos le proporcionaría una oportunidad de practicar su inglés.

– ¿Cómo va todo, inspector jefe Chen? -dijo Li, levantándose de la silla.

– Buscar a esa mujer es como buscar una aguja en un pajar.

– Está haciendo todo lo que puede -Li le sirvió una taza de té de jazmín-. ¿Cómo le va a la inspectora Rohn en Shanghai?

– Bien. Y coopera mucho.

– Usted es la persona ideal para tratar con ella, inspector jefe Chen. ¿Tenemos alguna pista?

– El inspector Yu ha encontrado una. Wen recibió una llamada telefónica de Feng el cinco de abril y debido a la llamada corrió a esconderse.

– Eso es muy importante. En realidad, es magnífico. Pasaré la información a los camaradas dirigentes en Beijing hoy mismo -Li no hizo nada por ocultar la emoción en su voz-. Ha hecho usted un excelente trabajo.

– ¿Cómo? -exclamó Chen sorprendido-. Todavía no he hecho nada.

– La negligencia de los norteamericanos ha provocado la desaparición de Wen. No deberían haber permitido que nadie se acercara tanto a Feng como para amenazarle ni que Feng efectuase esa llamada -dijo Li frotándose las manos-. La responsabilidad es de los norteamericanos, sí.

– Bueno, en cuanto a la responsabilidad, todavía no lo he hablado con la inspectora Rohn. Dijo que los Marshalls de ee.uu. investigarían.

– Sí, eso es lo que hay que hacer. Es probable que la banda haya descubierto la situación de testigo de Feng y su paradero a través de filtración por parte de los norteamericanos.

– Es posible -dijo Chen. Estaba pensando en lo que Yu le había dicho sobre el mal trabajo de la policía local de Fujian-. Pero también podría haberse producido una filtración por nuestra parte.

– Bien, ¿la inspectora Rohn le ha dado alguna otra información?

– Los norteamericanos quieren el juicio en la fecha prevista. Están impacientes por que hagamos progresos.

– ¿Alguna otra noticia de Fujian?

– No. El trabajo del inspector Yu allí es difícil. Los Hachas Voladoras al parecer son populares y la policía local no está a su altura. No tienen ninguna pista. Tampoco están impacientes por tomar medidas enérgicas contra los gánsteres. De modo que ¿qué puede hacer Yu, salvo llamar a todas las puertas, que le abren con hostilidad?

– La popularidad de la tradición de la Tríada en la zona, supongo. Hizo bien en enviar allí al inspector Yu.

– En cuanto a mi trabajo aquí, voy a entrevistar a algunos de los posibles contactos de Wen. La inspectora Rohn quiere ir conmigo -dijo Chen-. ¿Qué opina, Secretario del Partido Li?

– No me parece que eso forme parte de su misión.

– Dice que tiene permiso de su oficina central.

– Wen es ciudadana china -dijo Li lentamente-. Le corresponde a la policía china buscarla. No veo la necesidad de que una agente norteamericana se una a nuestro trabajo.

– Puedo decirle eso, pero los norteamericanos pueden sospechar que simplemente tratamos de encubrir algo. Mantenerla al margen de nuestra investigación añadiría tensión al asunto.

– Los norteamericanos siempre miran a los demás con recelo, como si ellos fueran la única policía del mundo.

– Es cierto, pero si no tiene nada en que ocuparse aquí, la inspectora Rohn insistirá en ir a Fujian.

– Mmm, tiene razón. ¿No podría Qian realizar las entrevistas Centras usted entretiene a la inspectora con actividades turísticas?

– Insistirá en ir con Qian -y añadió-, y Qian no habla inglés

– Bien, no creo que pueda hacerle mucho daño entrevistar aalgunos nativos de Shanghai con usted. No tengo que repetirlo: la seguridad de la inspectora Rohn tiene que ser nuestra principal responsabilidad.

– Entonces, ¿le parece bien que trabaje conmigo?

– Tiene usted plena autoridad, inspector jefe Chen. ¿Cuántas veces se lo he dicho?

– Gracias, Secretario del Partido Li -prosiguió Chen, tras una pausa-. Bien, pasemos al otro caso: el cadáver del parque del Bund. Tengo intención de investigar algunas posibles conexiones de la Tríada aquí. Puede que también sepan si Wen está en Shanghai.

– No, no lo creo. Si empieza a hacer preguntas, los Hachas Voladoras pronto se enterarán. Sus esfuerzos sólo despertarán una serpiente dormida.

– Necesitamos hacer algo también sobre el caso del asesinato del parque del Bund, Secretario del Partido Li.

– No hay prisa. El inspector Yu estará de vuelta en un par de días. Puede ser una tarea para él. En estos momentos, con la inspectora Rohn aquí, no debe usted cometer ninguna tontería que pueda causar mucho revuelo.

La respuesta de Li no le sorprendió. Al Secretario del Partido Li nunca le había entusiasmado que él investigara el caso del parque del Bund, y Li siempre tenía sus razones, razones políticas, para hacer o no hacer algo. Su reacción a la llamada telefónica de Feng también era comprensible. A Li le parecía mucho más importante responsabilizar a los norteamericanos que encontrar a la mujer desaparecida. El Secretario del Partido era un político, no un policía.

Una vez finalizada su conversación con Li, Chen se apresuró a salir del departamento para ir a ver al Viejo Cazador, el padre de Yu.

A primera hora de la mañana el anciano le había telefoneado para sugerirle que tomaran té juntos. No en la Casa de Té El Medio del Lago en el Mercado del Templo del Dios de la Ciudad donde se habían reunido en varias ocasiones, sino en otro llamado Brisa de la Luna más cerca de la zona donde el anciano realizaba sus actividades diarias como consejero honorario de la Oficina de Control de Tráfico, luciendo un brazal rojo. El policía jubilado recibía una paga escasa, pero le encantaba el título que sonaba tan oficial, imaginándose un pilar de la justicia cada vez que hacía parar una bicicleta que llevaba un niño pequeño en el portaequipajes de atrás o un taxi privado con una placa de licencia caducada, acciones todas ellas prohibidas.

La Brisa de la Luna era una casa de té nueva. Parecía que se estaba recuperando el interés por el té entre la gente de Shanghai. Vio a numerosos jóvenes bebiendo con gestos que se habían puesto de moda gracias a las nuevas películas, antes de vislumbrar al viejo Cazador repantigado en un rincón. En lugar de la música de bambú sureña, se oía de fondo un vals. «El Danubio azul» flotaba de modo incoherente en la casa de té. Era evidente que se trataba de un lugar para jóvenes clientes que, aunque no se habían adaptado todavía al Starbuck's Café, necesitaban un poco de espacio para sentarse y hablar. En una mesa vecina se estaba desarrollando una batalla de majong, charlando y maldiciendo tanto los jugadores como los mirones.

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