TLCAN, piensa Parada con asco. La cumbre hacia la que marchamos al unísono con los norteamericanos. Pero existen esperanzas. Las elecciones presidenciales se acercan, y el candidato del PRI (que ganará, por fuerza) parece ser un buen hombre. Luis Donaldo Colosio es un verdadero hombre de izquierdas, que atenderá a razones. Parada ha conversado con él, y el hombre simpatiza con sus ideas.
Y si estas asombrosas pruebas que el agonizante Cerro me ha traído son capaces de desacreditar a los dinosaurios del PRI, tal vez eso proporcionará a Colosio el impulso que necesita para seguir sus verdaderos instintos. ¿Debo cederle a él la información?
No, piensa Parada, no debe notarse que Colosio actúa contra su partido. Eso le robaría la nominación.
Por lo tanto, ¿quién posee la autonomía, el poder, la fuerza moral de sacar a la luz el hecho de que todo el gobierno de un país se ha vendido a un cártel de traficantes de droga?, se pregunta Parada mientras se enjabona la cara y empieza a afeitarse. ¿Quién?
La respuesta se le ocurre de repente.
Es evidente.
Espera hasta una hora decente de la mañana, y después telefonea a Antonucci para decirle que quiere transmitir una información importante al Papa.
La orden del Opus Dei fue fundada en 1928 por el acaudalado abogado convertido al sacerdocio José María Escrivá de Balaguer, un hombre preocupado por el hecho de que la Universidad de Madrid se hubiera transformado en un caldo de cultivo de organizaciones izquierdistas. Estaba preocupado hasta tal punto que su nueva organización de la élite católica luchó al lado de los fascistas en la guerra civil española, y se pasó los treinta años siguientes ayudando al general Franco a consolidar su poder. La idea consistía en reclutar jóvenes con talento entre la élite conservadora para introducirlos en el gobierno, la prensa y las grandes empresas, imbuirlos de los valores católicos tradicionales (sobre todo el anticomunismo) y enviarlos a hacer el trabajo de la Iglesia en sus esferas elegidas.
Salvatore Scachi (coronel de las Fuerzas Especiales, agente de la CIA, Caballero de Malta y esbirro de la mafia) es miembro en cuerpo y alma del Opus Dei. Cumplía todos los requisitos: asistía a misa cada día, se confesaba únicamente con un sacerdote del Opus Dei y hacía ejercicios espirituales con regularidad en centros del Opus Dei.
Ha sido un buen soldado. Ha combatido contra el comunismo en Vietnam, Camboya y el Triángulo de Oro. Ha luchado en México, en Centroamérica por mediación de Cerbero, en Sudamérica por mediación de Niebla Roja, operaciones que el teólogo de la liberación Parada amenaza ahora con revelar al mundo. Está sentado en el despacho de Antonucci, y reflexionan sobre lo que hay que hacer acerca de la información que el cardenal Juan Parada quiere transmitir al Vaticano.
– Dice que Cerro fue a verle -dice Scachi a Antonucci.
– Eso es lo que Parada me dijo.
– Cerro sabe lo bastante para hundir a todo el gobierno -dice Scachi. Y más.
– No podemos abrumar al Santo Padre con esta información -dice Antonucci.
Este Papa ha sido un gran partidario del Opus Dei, hasta el punto de beatificar en fecha reciente al padre Escrivá, el primer paso hacia la canonización. Obligarle a enfrentarse a las pruebas de la implicación de la orden en algunas de las acciones más despiadadas emprendidas contra la conspiración comunista mundial sería, como mínimo, embarazoso.
Peor sería el escándalo que estallaría contra el actual gobierno, justo cuando se han iniciado las negociaciones para devolver a la Iglesia la plena legalidad en México. No, estas revelaciones sacudirían al gobierno, y con él a las negociaciones, y darían impulso a los teólogos de la liberación herejes, muchos de los cuales son «tontos útiles» bienintencionados que contribuirían a elevar a los comunistas al poder.
La misma historia se ha repetido en todas partes, piensa Antonucci. Curas liberales estúpidos y engañados que ayudaban a aupar a los comunistas al poder, y después los rojos masacraban a los curas. Ocurrió en España, y por eso el bendito Escrivá fundó la orden.
Como miembros del Opus Dei, Scachi y Antonucci conocen bien el concepto del mayor bien, y para Scachi el mayor bien de derrotar al comunismo pesa más que el mal de la corrupción. También tiene otra cosa en mente: el TLCAN, que todavía se debate en el Congreso. Si alguna vez se hicieran públicas las revelaciones de Parada, el TLCAN se resentiría. Y sin el TLCAN, no habrá esperanza para el desarrollo de una clase media mexicana, que es el antídoto a largo plazo para la propagación ponzoñosa del comunismo.
– Tenemos la oportunidad de hacer algo grande por las almas de millones de fieles -dice Antonucci-, por devolver la verdadera Iglesia al pueblo mexicano, ganándonos la gratitud del gobierno mexicano.
– Si suprimimos esta información.
– Exacto.
– Pero no es tan sencillo -dice Scachi-. Por lo visto, Parada posee cierta información que saldrá a la luz si no entiende…
Antonucci se levanta.
– Debo dejar esos detalles terrenales a los hermanos laicos de la orden. Yo no entiendo de esas cosas.
Pero Scachi sí.
Adán está tumbado en la cama del rancho Las Bardas, la mayor fortaleza- estancia de Raúl, a un lado de la carretera entre Tijuana y Tecate.
El principal recinto del rancho, compuesto de casas separadas para Adán y Raúl, está rodeado de un muro de tres metros coronado de alambre de espino y fragmentos de botellas de cristal rotas. Hay dos portales, cada uno con enormes puertas de acero blindadas. Hay torres con focos en cada esquina, con guardias provistos de AK-47, ametralladoras M-50 y lanzacohetes chinos.
Y para llegar a este lugar, tienes que recorrer tres kilómetros, después de salir de la autopista, por una carretera de tierra roja, pero es muy posible que ni siquiera llegues a esa carretera, porque el cruce con la autopista está vigilado, veinticuatro horas al día los siete días de la semana, por policías del estado de Baja de paisano.
Fue aquí a donde fueron los hermanos después del ataque contra la disco La Sirena, y ahora el lugar está en alerta máxima. Los guardias patrullan los muros día y noche, brigadas en jeeps patrullan la campiña circundante, los técnicos barren la zona con aparatos electrónicos para detectar transmisiones de radio y llamadas de móvil.
Y Manuel Sánchez está sentado delante de la habitación de Adán como un perro fiel. Ahora somos gemelos, piensa Adán, con idéntica cojera. Pero la mía es temporal y la de él permanente, y por eso he mantenido empleado como guardaespaldas a ese hombre durante todos estos años, desde los días malos de la Operación Cóndor.
Sánchez no abandonará su puesto, no comerá, no dormirá.
Se queda apoyado contra la pared con la escopeta sobre el regazo, o de vez en cuando se levanta y cojea de un lado a otro del muro.
– Tendría que haber estado con usted, patr ó n -le dijo a Adán, mientras resbalaban lágrimas sobre su cara-. Tendría que haber estado con usted.
– Tu trabajo es proteger mi hogar y mi familia -contestó Adán-. Nunca me has decepcionado.
Ni lo hará.
No abandonará la ventana de Adán. La cocinera le lleva platos con tortillas de harina calientes, acompañadas de refritas y pimientos, y cuencos de alb ó ndigas, y se sienta al lado de la ventana mientras come. Pero no se irá: don Adán le salvó la vida y la pierna, y don Adán, su mujer y su hija están en la casa, y si los sicarios de Güero logran infiltrarse en el recinto, tendrán que pasar por encima del cadáver de Manuel Sánchez para llegar hasta ellos.
Y nadie va a pasar por encima del cadáver de Manuel.
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