Don Winslow - El poder del perro

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La guerra contra las drogas al desnudo. Un thriller épico, coral y sangriento que explora los rincones de la miseria humana.
Cuando su compañero aparece muerto con signos de haber sido torturado por la mafa de la droga, el agente de la DEA Art Keller, emprende una feroz venganza. Encadenados a la misma guerra, se encuentran una hermosa prostituta de alto standing; un cura católico confdente de ésta y empeñado en ayudar al pueblo, y Billy «el niño» Callan, un chico taciturno convertido en asesino a sueldo por azar. Narcovaqueros, campesinos, mafa al puro estilo italo-americano, policías corruptos, un soplón y un santo milagrero conforman el universo de esta historia de traiciones, frustración, amor, sexo y fe sobre la búsqueda de la redención.
Una trama vertiginosa y absorbente, repleta de sangre, narcos mexicanos, nacionalistas irlandeses, implicaciones políticas nternacionales, torturas, venta de armas, alta tecnología. Un universo en sí misma.
La novela transporta al lector de los suburbios de Nueva York, a San Diego, de los desiertos mexicanos pasando por el río Putumayo en Colombia hasta un violento desenlace fnal.

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– El dinero es de él -dice Peaches-. Sheehan le sacó un par de cientos a Paulie. Yo le pedí un préstamo a Matt.

– Por lo tanto, estás estafando a Paul Calabrese -dice Callan.

– Estamos -corrige Peaches.

– Santo Dios -dice Callan.

Hasta O-Bop parece menos entusiasta ahora.

– No sé, Jimmy -dice.

– ¿Qué coño? -dice Peaches-. ¿No sabes? Yo debía liquidaros. Eran mis órdenes, y no las obedecí. Podrían matarme solo por eso. Salvé vuestras putas vidas. Dos veces. La primera porque no os maté, y después porque os libré de Matty Sheehan. ¿Y no sabes?

Callan le mira.

– O sea -dice-, que de esa reunión saldremos ricos o muertos.

– Más o menos -dice Peaches. -Hay que joderse -dice Callan.

Ricos o muertos.

Hay peores alternativas.

La reunión se celebra en el cuarto interior de un restaurante de Bensonhurst.

– En plena zona spaghetti -dice Callan.

Muy conveniente. Si Calabrese decide matarnos, solo tiene que marcharse y cerrar la puerta tras de sí. Sale por la de delante, y nuestros cadáveres por la de servicio.

O por la salida, o lo que sea.

Está pensando en esto mientras se mira en el espejo e intenta anudarse la corbata.

– ¿Nunca te habías puesto corbata? -pregunta O-Bop. Su voz es aguda, nerviosa.

– Claro que sí -contesta Callan-. El día de mi primera comunión.

– Mierda. -O-Bop se acerca y empieza a anudarle la corbata-. Date la vuelta, no te la puedo anudar por detrás.

– Te tiemblan las manos.

– Joder, sí, están temblando.

Van a la cita desnudos. Sin armas de ningún tipo. Nadie lleva armas cerca del jefe, excepto la gente del jefe. Así será todavía más fácil eliminarles.

Tampoco es que su intención sea ir solos. Tienen a Bobby Remington y a Fat Tim Healey, y a otro tipo del barrio, Billy Bohun, que harán guardia en el coche delante del restaurante.

Las instrucciones de O-Bop son muy claras.

– Si alguien que no seamos nosotros sale por la puerta -les dice-, matadle.

Y otra precaución: Beth y su amiga Moira comerán en la parte pública del restaurante. Beth y Moira también llevarán una 22 y una 44 en sus respectivos bolsos, por si las cosas se ponen feas y los chicos pueden salir del reservado.

Como dice O-Bop, «si voy a ir al infierno, será en un autobús abarrotado».

Toman el metro hasta Queens porque O-Bop dice que no quiere salir de una reunión satisfactoria y productiva, subir al coche y bum.

– Los italianos no ponen bombas -intenta decirle Peaches-. Eso es mierda irlandesa.

O-Bop le recuerda que él es irlandés y toma el metro. Bajan en Bensonhurst, Callan y él siguen la calle hacia el restaurante, doblan la esquina y O-Bop dice:

– Puta mierda.

– ¿Puta mierda? ¿Por qué?

Hay cuatro o cinco gangsters apostados ante el restaurante. Callan diría: ¿Y qué?, siempre hay cuatro o cinco gangsters apostados ante los restaurantes de los gangsters.

– Ese es Sal Scachi -dice O-Bop.

Un tipo grande y grueso, cuarenta y pocos, ojos azules a lo Sinatra y pelo plateado, demasiado corto para ser un spaghetti. Parece un gángster, piensa Callan, pero tampoco parece un gángster. Y calza auténticos zapatos negros de punta cuadrada, pulidos como el mármol negro.

No hay que tomarse en coña a ese tipo, piensa Callan.

– ¿Cuál es su historia? -pregunta a O-Bop.

– Es un jodido coronel de los Boinas Verdes -dice O-Bop.

– Me estás tomando el pelo.

– Que no, mierda -dice O-Bop-.Toneladas de medallas en Vietnam. Es de la mafia. Si deciden quitarnos de en medio, será Scachi quien se ocupe de ello.

Scachi se vuelve y les ve venir. Se separa del grupo, camina hacia O-Bop y Callan, sonríe.

– Caballeros -dice-, bienvenidos al primer o último día del resto de sus vidas. No se ofendan, pero debo asegurarme de que no portan armas.

Callan asiente y levanta los brazos. Scachi le cachea con unos pocos movimientos eficaces hasta los tobillos, y después repite la juagada con O-Bop.

– Bien -dice-. ¿Vamos a comer?

Les conduce hasta el salón interior del restaurante. Callan lo ha visto antes, en unas cuarenta y ocho películas de gángsters. Los murales de las paredes plasman escenas bucólicas de la soleada Sicilia. Hay una mesa larga con un mantel de cuadros rojos y blancos. Copas de vino, tazas de café, pequeñas porciones de mantequilla en platos helados.

Botellas de tinto, botellas de blanco.

Aunque han sido puntuales, ya han llegado algunos tipos. Peaches les presenta nervioso a Johnny «Boy» Cozzo y a Demonte, y a un par más. Después, la puerta se abre y entran dos matones, con el pecho como una tabla de carnicero, y después Calabrese se sienta a la mesa y Peaches se encarga de las presentaciones.

A Callan no le gusta que Peaches parezca asustado.

Peaches recita sus nombres, y después Calabrese levanta una mano.

– Primero la comida, después los negocios -dice.

Hasta Callan tiene que admitir que la comida no es de este mundo. Es la mejor que ha tomado en toda su vida. Empieza con un gran antipasto con provolone, prosciutto y pimientos rojos tiernos. Delgados rollos de jamón y tomates diminutos que Callan no había visto nunca.

Los camareros entran y salen, como monjas que siguieran al Papa.

Terminan los entrantes y llega el plato de pasta. Nada exótico, pequeños cuencos de espaguetis con salsa roja. Después, piccata de pollo (delgados pedazos de pechuga de pollo guisado con vino blanco, limón y alcaparras) y pescado al horno. Después otra ensalada y postre, tarta blanca dulce empapada en anisette.

Todo esto y vino sin parar, y cuando los camareros sirven por fin los cafés, Callan está medio bolinga. Ve que Calabrese da un largo sorbo a la taza de café.

– Decidme por qué no debería mataros -dice entonces el jefe.

Una pregunta de examen muy jodida.

En parte, Callan tiene ganas de chillar. No deberías matarnos porque «¡Jimmy Piccone te robó cien de los grandes y nosotros podemos demostrarlo!», pero se calla la boca y trata de pensar en una respuesta diferente.

– Son buenos chicos, Paul -oye decir a Peaches.

Calabrese sonríe.

– Pero tú no eres un buen chico, Jimmy. Si fueras un buen chico, yo estaría comiendo hoy con Matt Sheehan.

Se vuelve y mira a O-Bop y a Callan.

– Todavía estoy esperando vuestra respuesta.

Y también Callan, que piensa si es que va a escuchar alguna, o si debería intentar abrirse paso entre los dos cachos de carne que vigilan la puerta, entrar en el comedor y apoderarse de las pistolas, de Beth, y volver vomitando fuego.

Pero aunque consiguiera salir y volver, piensa Callan, O-Bop ya estaría muerto para entonces. Sí, pero puedo enviarle en su autobús abarrotado.

Intenta deslizarse hasta el borde de su silla sin que nadie se dé cuenta, centímetro a centímetro, para flexionar las piernas y salir disparado de la silla. Tal vez lanzarse hacia Calabrese, cogerle por el cuello y salir por la puerta…

¿Para ir adónde?, piensa. ¿A la puta luna? ¿Adónde podríamos ir donde la familia Cimino no pudiera encontrarnos?

A la mierda, piensa. Ve a por las armas, salgamos como hombres.

Al otro lado de la mesa, Sal Scachi sacude la cabeza hacia él. Es un gesto casi imperceptible, pero le está diciendo que, si sigue moviéndose, es hombre muerto.

Callan no se mueve.

Tiene la impresión de que ha estado pensando una hora, aunque en realidad solo han sido unos segundos en la, digamos, tensa atmósfera de la sala, y Callan se queda muy sorprendido cuando oye la voz de O-Bop.

– No debería matarnos porque…

Porque… hummmmmmmmmmmmm…

– … porque podemos hacer más por usted de lo que habría hecho nunca Sheehan -dice Callan-. Podemos entregarle un pedazo del Javits Center, los camioneros locales, la construcción local. No se moverá ni un cacho de cemento del que usted no obtenga un poco. Recibirá un diez por ciento de todo el dinero que movamos en la calle, y nos ocuparemos de todo esto en su nombre. No tendrá que levantar un dedo ni implicarse.

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